martes, 22 de abril de 2008

Adios

¿Cuántas veces nos hemos hecho la misma pregunta? ¿Cuántas veces nos hemos cuestionado el sentido de nuestra existencia, el por qué, la razón de nuestro ser?
Estamos atrapados en la vida. Encadenados a ella, en algunos momentos incluso llegamos a odiarla, pero cuánto cuesta separarnos de ella.
¿Qué sentiremos en ese instante interminable, si es que llegamos a ser conscientes de él, en el que la muerte nos abraza friamente antes de arrancarnos del mundo?
"No somos nada" - decimos. Gran verdad, pues nada somos, nada ni nadie.
Todos nuestros éxitos y nuestros fracasos se evaporan, no significan nada. Afortunado aquel que puede llevarse al hoyo paz en su interior, sin embargo, desgraciadamente, no creo que ninguna persona que haya existido en la Tierra pueda haber estado en paz consigo misma a la hora de morir.
Tantas cosas por hacer, por descubrir y por amar. Tantas frustraciones que te curten, que te vuelven más sabio, tantos viajes, momentos, explosiones de emociones, sabores, imágenes, libros, besos, experiencias, palabras, música, texturas, gritos, orgasmos, pensamientos quedan por experimentar, por realizar, por decir.
El consuelo, si es que existe ese sentimiento, que nos queda a los que quedamos vivos es la oportunidad de exprimir cada segundo como si fuera el último.
Y no podemos hacerlo.
La vida social nos marca obligaciones estúpidas para sobrevivir (hipotecas, trabajo, pagos, rutinas...) que nos van comiendo el tiempo escaso que nos ha sido otorgado.
No tengo la solución, sólo la angustia.

Adios, Luis, te echaré de mucho de menos.

La música manda:

Misa de Requiem (Verdi)
Si no hubiera que correr (Revólver)
Tears in Heaven (Eric Clapton)

Más libros, más libres:

Sagrada Biblia

jueves, 10 de abril de 2008

Otro imbécil más

Marchitó sus sentimientos reventando contra la pared de la negación.
No quedó de él nada más que el loco alarido que siguió a su desaparición y tampoco lo lamentó nadie en exceso.
Era un imbécil más entre mil millones de imbéciles. No era especial, no era superior, era un idiota más; quizá un poco más idealista y desde luego bastante más impulsivo, pero no bastaba para dejar de ser un imbécil más.
Le quemaban lo que el percibía como sus fracasos igual que agua hirviendo sobre una herida recién abierta, no cesaba de sangrar por ellas, contínuamente se iba vaciando de esperanza y de sonrisas.
- ¿Por qué? - le preguntaba al aire
Sólo el ruido de la ciudad le respondía, puede que fuera mejor respuesta de lo que él se esperaba.
Quiso diluirse en una partitura de un requiem para cellos y sólo pudo dar un par de brazadas antes de que el mundo real le arrancara también la tranquilidad del suicidio.
No podía entender cómo coño había llegado a estar condenado a vivir. Todos los días se enfrentaba a él mismo una y mil veces, todos los días regaba su alma con torbellinos de sueños desgajados.
-Basta, basta, basta, basta, basta, basta. - Suplicó el idiota.
-Nunca. - Le respondió el mundo.
-JAMAS. - Le gritó vida.
Su cuerpo no pudo hacer otra cosa más que llorar, llorar y llorar.
Pobre imbécil.

sábado, 5 de abril de 2008

El Filósofo

Cuando el sol se enterró en el horizonte el filósofo descendió de la torre por la estrecha escalera de caracol. A la luz del crepúsculo solía encontrar preguntas a las respuestas, no en vano la naturaleza del hombre comienza a comprenderse en sentido inverso.
Paseó por la ciudad abandonada como llevaba haciendo desde hacía una eternidad, noche tras noche. Sólo estaba él, la única presencia entre colosales palacios de papel, inmensas mansiones de palabras y monumentales rascacielos de corazones. Solo, sin nadie.
Quizá se habría vuelto loco si hubiera habido alguien que le reconociese como tal, pero la locura en solitario no deja de ser sino simple y llano sentido común.
Entre monólogos y respuestas preguntadas en su mente llegó al Muro.
El Muro formaba una grandiosa espiral gris, era un dragón infinito enroscado sobre sí mismo millones de veces, y estaba forrado de azulejos de plata pura. En cada uno había grabada una frase, allí estaban todos los idiomas del mundo incluso los que aún no se conocen. Cada frase constituía la pregunta que el filósofo había logrado responderse ese día.
El tenía todas las respuestas, pero debía esculpir todas las preguntas para que no se volatilizaran al pronunciarlas.
El filósofo se apróximo al último azulejo del muro, el que marcaba el centro de la espiral y, por tanto, su origen y sacó de su amplia túnica un cincel de diamante y un martillo de platino.
Cuando acabó su trabajo podía leerse la última de las preguntas "¿Quién soy?"
Guardó sus herramientas y volvió a la torre, a su espalda la luz de la luna hacía brillar El Muro de plata como si fuera una galaxia repleta de estrellas.
En la torre había alguien.
- ¿Hola?
Silencio.
- ¿Hola?
Ruido de pasos. La puerta de enfrente se abría.
Se encontró cara a cara con su propia imagen. El mismo pelo cano, los mismos ojos grises, la misma perilla incolora, hasta la túnica era idéntica.
- ¿Quién eres? - Inquirió el filósofo
- No soy tú. - Respondió su doble.
- ¿Ya ha finalizado mi tiempo?
- Sí, ya lo sabes todo. Ahora tienes que olvidarlo. No te preocupes, yo ocuparé tu lugar.
El doble del filósofo subió por la estrecha escalera de caracol dejándole solo, como siempre había estado.
Se acabó.
El filósofo volvió al Muro para comprobarlo. Era cierto, los azulejos estaban lisos, como acabados de colocar. No había frases, no había preguntas y, por tanto, no había respuestas.
Amanecía. El filósofo abandonó la ciudad y cuando los rayos del sol tocaron su persona se desintegró en mil preguntas.

El médico sostuvo al recién nacido boca abajo mientras le daba un azote en las nalgas. El último recuerdo del filósofo se desvaneció con el primer grito del llanto.
- Enhorabuena - dijo el médico a los preocupados padres. - Es un niño.
Era un niño. El filósofo por fin había logrado nacer.

La música manda:

Fallen Angel (King Crimson)
Expresso Love (Dire Straits)
Lamento Eroico (Rhapsody of Fire)

Más libros, más libres:

El Rey Lear (William Shakespeare)