sábado, 13 de septiembre de 2008

Frikis, sí, quizá ellos nos deslumbren

Estamos seguros de identificarlos enseguida. Creemos conocerlos y puede que sintamos vergüenza ajena al verlos.
Los pobres frikis.
Cuántas veces hemos usado esa palabra. Muchas de ellas más de forma despectiva que descriptiva.
Patéticos personajillos que se disfrazan de héroes fantásticos, de ciencia ficción o de mangas japoneses.
Aislados esperpentos soñando despiertos con la cara cubierta de acné, gafas ridículas o perillas de chivo.
Cómo nos reímos de ellos y de su deformado idealismo.
Don Quijotes modernos, incomprendidos y rechazados.
Despreciamos el mundo diferente en el que ellos estarían encantados de vivir, su horrenda forma de vestir con camisetas de una comicidad sólo comprensible por su propia tribu, sus expresiones anacrónicas, desfasadas o ininiteligibles.
Nos burlamos de ellos y les miramos por encima del hombro.
Por ellos podemos sentirnos mejores, no tan locos. Sentir que estamos integrados en la sociedad, que tenemos planes de futuro, que somos "normales".

Cómo nos odio. Con nuestra estandarizada forma de vivir, nuestra aceptación incondicional de la anodina realidad. Damos pena. Somos repulsivos.
Nuestra fachada proclama a los cuatro vientos cuan individuales somos y en nuestro interior sólo conocemos la miserable igualdad que nos aglutina en una masa que autodenominamos normalidad.
Detestamos a los frikis, les consideramos fracasados, perdidos, personas física y espiritualmente execrables. Por eso nos mofamos contínuamente de ellos y usamos su nombre tribal como insulto terrible.
Y sin embargo ellos resisten y casi parece que cada día se hagan más fuertes.
Ellos defienden ideales que consideramos desfasados e infantiles. Ideales como la sinceridad, el honor, el sacrificio por los demás, el amor.
les consideramos los apestados del Siglo XXI y, quizá puede que sean los románticos, los visionarios y los idealistas de esta era.

Damos por supuesto que su identificación con héroes inexistentes procede de una bajísima autoestima, de unos fracasos brutales en lo que nosotros aceptamos que es la vida normal, y no nos paramos a pensar que quizá no nazca de eso, sino de una infancia tremendamente imaginativa, de una fuerza brutal por defender una norma ética utópica que no puede sino chocar y desangrarse contra una sociedad sucia, bastarda y corrompida como los monstruos de sus cómics y novelas.
Son los paladines de la cultura de internet y youtube, de la playstation y el tuning. Gracias a ellos aún hay valores que pueden perdurar y transmitirse.
Gordos desaliñados, granujientos grasientos, pálidos con gafas y dados de rol como amuletos, me inclino ante vosotros y vuestra perseverancia. Ante vuestro idealismo digno de Lord Byron y ante vuestro honor, ese que rechaza y hiere a la "sociedad normal".

Les despreciamos y nos reímos. Les odiamos y les aislamos. Y todo porque no nos permitimos ser como ellos, porque son una de las pocas muestras de libertad que se conservan en este mundo de acero, libretas bancarias y teléfonos móviles.
Ojalá pudieran salvarnos de nostros mismos.

La música manda:

The Seven Angels (Avantasia)
America (Pain of Salvation)
Over the Hills and Far Away (Nightwish)

Más libros, más libres

Más allá del principio del placer (Sigmund Freud)

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Libertad = Desesperación

Aún siento el sabor metálico del óxido en la boca. Es consecuencia de romper cadenas con los dientes.
Cadenas viejas, pesadas e inevitables.
Si te digo la verdad, no sé si merece la pena.
De qué sirve que los dientes desgarren metal si su regusto oxidado te envenena el alma.
O te quedas prisionero o te vuelves loco siendo libre.
El problema estriba en que una vez que eres consciente de tu cautiverio no te quedan más opciones que tratar de escapar o vivir deshaciéndote en alaridos de agonía al darte cuenta de qué lugar ocupas, de que eres sólo el final de los grilletes y aceptar eso acaba con tu ánimo y tu vida.
Así que si no te suicidas, muerdes y desgajas metal que va oxidando tu corazón.

Elegí ser libre y entonces empecé a tener miedo. Elegí decidir y me aterroricé al imaginar lo que podría perder con cada decisión.
Miedo de tener que elegir y no tener más remedio que hacerlo, miedo de perder, miedo de vivir, miedo de respirar por temor a que la próxima bocanada sea vacío.
Para ser libre sin oxidarte no hay que tener miedo a perder nada, por eso los auténticos hombres libres son los que no tienen nada que perder. Los desesperados.

La sociedad actual equipara metas morales con objetos materiales. Por eso tenemos miedo de decidir, porque podemos perder cosas que socialmente nos acercan a la felicidad, a la verdad o a la salvación; o bien podemos perder recursos que nos permitan obtener dichas cosas como trabajo, prestigio social o autoestima, todos productos o externos o reflejos internos de lo externo.

Tánatos se apodera de los que nos pasamos la vida masticando metal y no logramos desposeernos de lo que nos da miedo perder y jamás seremos libres porque mientras mordemos y tragamos, luchamos contra tánatos.
El impulso autodestructivo es el que logra los ideales utópicos. Si orientamos nuestros deseos a consumirnos en una vorágine de sufrimiento, en una hoguera sangrante y aullante de suicidio, qué no seremos capaces de hacer con lo que está fuera de nosotros, con los demás, con las normas, con la religión, con el mundo, con la existencia colectiva que idiotiza los sentidos y niega el final de la vida.
En la locura suicida del desesperado está la libertad genuina. La libertad conquistada sin condiciones, sólo porque es una meta en sí. Libertad ensangrentada, de vida marchitada por haberla absorbido hasta el frenesí del hedonismo. Libertad como derrota y masoquismo. Libertad sádica esculpida de la decepción. Libertad. LIBERTAD.

Somos aves fénix que no terminamos de consumirnos y, por lo tanto, no renacemos jamás.

La música manda:

Push (Matchbox 20)
Boulevard of broken dreams (Green Day)
Swanheart (Nightwish)

Más libros, más LIBRES

La conquista de la Felicidad (Bertrand Russell)