sábado, 12 de diciembre de 2009

Sobre el amor y el deseo

Se dejó llevar por el infierno negro que creyó que le definía.
Y la profecía lacaniana golpeó con todo su peso. "El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no es".
El no tenía nada excepto una sima oscura entre sus palabras y sus deseos, como todos.
Sentía que necesitaba llenarla, taparla, completarla, rellenarla de tal forma que las palabras fueran deseos y los deseos, palabras.
En su caso intuía que el deseo golpeaba más fuerte. Las emociones chillaban breves y eternas. Sus imágenes sólo eran los colores de lo que sentía.
Y, como la profecía anunciaba, se acercó a alguien que no era. Alguien que no era quien llenaría su abismo, que no rellenaría su brecha, porque nadie podía.
Pero ella era todo lo que él creía no ser.
Tan bonita, tan preciosa, tan bella.
Lamentablemente, la belleza exige que todo lo que quiera ser considerado bello ha de tener su imagen y semejanza.
La belleza, como todas las ideas, da seguridad a cambio de arrebatar libertad.

Y la chica bella que él creyó que completaría su falta hizo lo que no podía dejar de hacer. Le pidió que cambiara.
Le exigió ser el ideal que ella encarnaba. Sólo cambiar de aspecto.
Pero al cambiar de aspecto, se cambia la estructura, ya que al cambiar la estructura, se cambia el aspecto. Todo cambio cambia algo dentro y fuera.
Y él sintió el infierno negro que le definía y le nombraba inundar sus ojos como años antes inundó su mente, porque había dos mordiscos desgajando su conciencia.

El primer mordisco era un aullido.
El, que había pasado toda su vida tratando de conocerse sin atreverse a conocerse, que había leído tantos libros fuera que ya no le quedó más remedio que empezar a leerse por dentro, que tras años de rabia y llanto empezaba a aceptar parte de su esencia, ahora se veía empujado a renunciar a la única parte de la que le era imposible desprenderse. De sí mismo, de todo.
No quería disfrazarse de alguien que no era porque lo poquito que él aceptaba ser contradecía la belleza y la fealdad, el orden y el desorden. Contradecía cualquier idea, ya que lo poquito que él descubrió ser era ser libre. En un sentido minúsculo, casi inexistente, sí, pero libre al fin y al cabo.
El cambio que le exigía el amor entendido según la chica lo privaba de lo único que había tenido.

El segundo mordisco era una súplica.
Si, a pesar de todo, él lograba cambiar (cosa improbable puesto que el cambio no se exigía desde dentro, sino desde fuera), ¿ella no se daba cuenta de que entonces no tendría sentido estar juntos? Puesto que habría tapado la brecha convirtiéndose él en lo que él mismo deseaba y, por tanto, a ella no la necesitaría. Es evidente que en ese momento se abriría otra sima, porque el deseo no se apaga hasta que se muere, pero entonces ella tampoco sería capaz de llenarla porque el deseo no la buscaría a ella, sino a otra persona que APARENTEMENTE tuviera la cualidad anhelada, y, desde luego, dicha cualidad ya no sería la belleza.
Si se convertía en lo que no era, no sentiría ya nunca más amor por ella.

Y justo en el medio, perdido en la selva de cuchillas que es el deseo, atrapado en el museo inerte que son las palabras, se debatía entre el aullido y la súplica. Entre ella y él. Entre él y su abismo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

XVIII Jornadas de encuentro en salud mental

¡Miradnos! Hemos organizado un acto social como un espejo que nos refleja.
Refleja lo comprometidos que estamos con la institución, refleja lo máximamente mínimo que hemos avanzado.
Refleja nuestra hipocresía, porque al cambio de los valores por los que elegimos esta profesión lo llamamos "evolución", "maduración", cuando la palabra es retroceso o cobardía.
Y, por encima de todo, refleja nuestro narcisismo insolente y prosistema.
Todos comentaban "Yo estuve allí, en el inicio de la reforma psiquiátrica", pero el mensaje implícito reforzado por el paralenguaje y la conducta no verbal era "gracias a mí la reforma psiquiátrica fue posible".
Allí estaban los veteranos (y los que no eran veteranos pero que trataban socialmente de aparentarlo) dándonos lecciones sobre su experiencia y su grandísima contribución a la salud mental y a la desinstitucionalización.
Es bastante irónico que las bocas de los líderes institucionales se llenen de propaganda sobre desinstitucionalización.
Y se reforzaban entre ellos. Son los compañeros del batallón de secretariado que jamás participó en la guerra, pero que la recuerdan mejor que los que murieron en ella. Y no es de extrañar, pues tienen la misión más importante de todas: el contar la guerra, que es a la vez la más peligrosa, porque no la cuentan, sino que la manipulan a su favor sin ningún conflicto moral.

Ellos abrían las jornadas afirmando "estar al margen del discurso institucional y científico ortodoxo". Creo que es un excelente ejemplo de hipocresía y de formación reactiva.
La mayoría han sido alabanzas a la institución e incluso han puesto ejemplos y han "demostrado" su participación y arrojo con estadísticas y estudios al más puro estilo de Medicina Basada en la Evidencia.
Lo más curioso es que ellos echan la vista atrás y afirman que se ha avanzado. Lo difícil hubiera sido que los manicomios se mantuvieran abiertos cuando toda una revolución política abogaba por la igualdad y la libertad.
Esos personajes institucionales se regocijaban en su idea de progreso, cuando los únicos cambios que ELLOS HAN LOGRADO han sido sólo a nivel superficial.
Nadie (a excepción del último ponente, curiosamente fuera de la institución) se había planteado las consecuencias que estaban logrando con su "revolución antipsiquiátrica".
Al final era una lucha de poder, como se ha ido demostrando a lo largo de estos 30 años.
Al final, estos entes institucionales que tan bien han aprendido el doble juego democrático, se instalan en sus puestos y burocratizan un sistema que por fuerza ha de ser libre. Convierten a los trabajadores en recursos, a los pacientes, en números que puedan usarse para cobrar la tan ansiada productividad.
El manicomio antiguo era la antigua fábrica de montaje.
El sistema de salud mental actual es un conglomorado de empresas que tiene hasta sus franquicias (Comunidad terapéutica, URA, hospital de día...) Todas gobernadas con el objeto de obtener más beneficio, más dinero, más poder político.
Y, como ya se debería saber, esos objetivos son la antítesis del que mueve al clínico, es decir, el objetivo de pensar.

Pero también estamos nosotros. Recién llegados que acabamos de entrar y que vamos viendo, para nuestra desgracia, cómo han montado en el nombre del progreso, el ámbito de la salud mental nuestros predecesores.
Y nos quedamos callados y no decimos nada, por miedo, porque están nuestros jefes delante, porque hemos sido educados en el respeto a la autoridad, en lugar de en su cuestionamiento.
Nosotros, que no nos levantamos para decir lo que pensábamos.
Para decir que las experiencias de otros, por muy veteranos y revolucionarios que fueran, jamás podrán ser repetidas por nosotros y, además, están descontextuadas.
Para decir que no queremos escuchar cómo se besan los unos a los otros.
Para decir que el cambio no es lo que hicieron ellos (con todo un escenario público, político y social que les EXIGÍA hacerlo), sino que el cambio es lo que nos toca hacer a nosotros (arreglar el despropósito de la institución, exigir que se nos devuelva la libertad de pensamiento que nos fue arrebatada), es decir, cambiar lo que desde ningún ámbito público, político o social se nos pide, pero que vemos que no funciona. Cambiar lo que el poder no quiere que sea cambiado porque se sustenta en él.
Para decir que hubiéramos sacado muchísimo más provecho de un día de consultas o de lecturas que de estas jornadas vacías y narcisistas.
Para decir que a los residentes se nos puede enseñar técnicas, actitudes frente a pacientes, teorías y formas de expresarnos, pero JAMÁS se nos tiene que enseñar a pensar como piensa la institución, no se nos tiene que enseñar experiencias ajenas, no se nos tiene que enseñar a cómo lamernos el culo unos a otros tras años de lucha por el poder y estancamiento de sintomatología y su tratamiento.

Pero no nos levantamos, muchos por miedo, otros por indiferencia.
Yo no lo hice por las dos cosas.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Tristeza

Estoy triste.
Tanto, que ya no sé si lo estoy o si lo soy.
El otro día lloré.
Me deshice en llanto.

Lloré por el sonido de un piano
que apuñalaba mi conciencia
a golpes de corchea.
Lloré por la infancia perdida de todo el mundo,
cuando sólo quería llorar por la mía.
Lloré porque sabía que acabaremos
siendo una bola de papel arrugado.

Y al acabar ese llanto interminable
sentí que seguía donde había empezado.
Sin comprensión,
sin tiempo.
Sin mí.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Frente al lago de alquitrán

Frente al lago de alquitrán encontró a la muerte.
Estaba encogida en un ovillo, asustada, tratando de esconderse.
Antes no se hubiera imaginado que la muerte pudiera sentir miedo de algo.
Y la desesperación cambió su roce por el de la compasión.

Frente al lago de alquitrán le preguntó a la muerte,
"¿De qué tienes miedo?"
La muerte le miró con ojos que han de ver del final de todo.
Entonces lo supo.

"Jamás me imaginé que la muerte temiera a los suicidas"

Frente al lago de alquitrán le hizo comprender la muerte
que el suicida no la busca a ella, sino a la vida,
y que ella no podía soportar la decepción
de entregar únicamente un paisaje inerte.

"No te preocupes", la consuela el suicida.
"No puedo dejar de ver la primavera en tu rostro
desolado. No puedo dejar de ver en tu cuerpo
consumido mi lenguaje. Tú oscuridad siendo el final
es el principio.
Ya le dijo la emperatriz infantil a Bastián que todos
los principios son oscuros"

Frente al lago de alquitrán la muerte
entendió que el que busca la muerte
sólo quiere la vida que la vida le negó
con una muerte viva, que no se controla,
que es vivir muerto cuando el único momento
que importa es morir estando vivo.

Frente al lago de alquitrán la muerte
y el suicida se conocieron al fin.
Frente al lago de alquitrán la muerte
supo que podía dar la vida.
Que era lo único que siempre había hecho
frente al lago de alquitrán.

martes, 3 de noviembre de 2009

Tú, que me miraste con superioridad y tuviste la engañosa sensación de creer que estabas por encima de mí.

Tú, que tratabas de imponerme tu ignorancia como dogma y tu opinión vacía como ley irrebatible.
Tú, que me escupías palabras de desprecio porque el miedo a enfrentarte a tu propia necedad era demasiado grande.
Tú, que destrozaste a patadas cualquier intento de acercamiento, quizá porque necesitabas reafirmarte en una despreciable categoría que consideraste prestigiosa socialmente.
Tú, que antepusiste tu profesión a tu humanidad.
Tú, que necesitas la aprobación de los que consideras iguales para valorarte.
Tú, que disfrazas de falsa condescendencia las ideas que violan con la fuerza imparable de la lógica, el sentido común y la ética tu mediocre y pervertida concepción del mundo.
Tú, que siempre has considerado que la mejor defensa es un buen ataque, incluso ante palabras que trataban de entenderte, ayudarte y tenderte visiones alternativas.
Tú, cuyo enorme ego parece imposible que quepa en una mente tan pequeña.
Tú, producto abyecto del sistema en el que tratas de encajar a costa de otras personas, ideales o valores.
Tú, que en el fondo necesitas el poder, cualquier poder, ante los demás para que no se sepa lo insignificante que realmente eres.
Tú, cuyo narcisismo raya la paranoia.
Tú, ente superficial, vil, bestia despojada de conciencia, psicópata sin empatía.
Tú, que como máximo principio ético sólo tienes las apariencias, que eres una imagen y no un alma. Una caricatura, no una persona.
Tú, que hablas con la certeza que da la ineptitud y, por tanto, siembras odio.
Tú, cuyo futuro es la amarga infelicidad del que sacrificó su esencia (en tu caso escasa) por un segundo de gloria, aunque ésta sea falsa e hija de la fachada social.

Tú, que me miraste desde una altura en la que sólo tú te habías colocado,
te digo que, en el mejor de los casos me envidias porque he recibido una educación en la que se me ha enseñado a pensar, porque he empleado mi tiempo de estudio en comprender lo que leía y no sólo en memorizar como un estúpido mono, porque sientes que has de destruirme aunque yo jamás tuve intención de atacarte, sólo porque a mi lado salen a relucir todas tus carencias.
En el peor de los casos, yo soy sólo tu reflejo. Por tanto, aun en los defectos, sigo siendo tu igual.
Despreciable aborto de institución, execrable ser ávido de reconocimiento social.
Eso eres, aunque incluso eso te viene grande, porque cualquier adjetivo peyorativo se vuelve superlativo cuando trata de describir a alguien que en realidad no es nada, no es nadie.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Sobre el amor y el miedo

Se derrite el tacto del suspiro en la almohada.
En lo que tardo en decir "coraza de corazones", ella se disuelve entre los labios.
Ella se evapora en tres roces.
Ella, la emoción que siento, la vida que trato de apresar entre las manos y que se me escapa a latidos.

Luchamos para no tener miedo, cuando lo único que deseamos es dejar de sentir miedos.

El amor nace del miedo. Del miedo a conocernos y del miedo más acuciante a no encontrarnos jamás. Del miedo a vivir, del miedo a morir. Todos son el mismo miedo, el que define la angustia existencial que surge del abrazo mágico entre vida y conciencia.

El amor se va desgarrando por los miedos. El miedo a la soledad y el miedo más retorcido a no ser aceptado. El miedo a los otros, el miedo a lo que puedan pensar. Todos son miedos diferentes, pero les une su origen, son disfraces del miedo a vivir y del miedo a morir.
El miedo se disfraza de miedos. El miedo se defiende con miedos.

Sin miedo no hay amor, pero con miedos el amor se rompe o se corrompe.

Se funde el sabor del abrazo en los ojos.
En lo que tardo en oír "personas de poesía", ella ha hablado con mi voz.
Ella se ha licuado en tres lágrimas.
Ella, palabra que me escribe de la nada y me hace nacer a medias escrito, esperanza que me golpea contra la libertad de haber amado viviendo.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Las tres formas humanas de enfrentarse a la muerte

Me inclino a pensar que la primera fue la religión. Sus dulces palabras dibujando un ente divino que ordena el universo, el tiempo, cada vida individual. Bonito, maravilloso, pura armonía tranquilizadora.
Creo que la religión entra mejor cuando uno es inocente. Con su bello discurso vistiendo el alma desnuda del hombre, facilitándole el sentido a una vida recién descubierta y tan fácilmente consumida, perdida.
Ella, que pone todo fuera, que explica, en menor medida la alegría y en inmensa mayoría las desgracias, por una voluntad superior incontrolable a nuestros ojos terrenales.
Y su promesa del premio prometido a la obediencia dedicada de toda una vida. Ese cielo, ese Valhala, ese Nirvana, esa Felicidad. Intangible como los suspiros, anhelada como los deseos.
Por eso me inclino a pensar que la primera forma humana de enfrentarse a la muerte desde que adquirimos conciencia de ser fue la religión.

Mi intuición me dice que la segunda fue el arte. Como dioses tratando de moldear una pizca de nuestra alma con barro en esculturas, con colores en lienzos o con versos en poemas.
Poniendo fuera algo interno, para que no muera todo con nosotros, para que nos recuerden.
Pero el tiempo y la historia siempre juegan malas pasadas; y se acaba recordando la obra, no el artista; se acaba recordando el nombre, no la vida; la cultura, no la persona.
Sin embargo, algo en nuestro interior nos grita que creemos. No nos basta crear vida (como hace el resto de la vida animal y vegetal). Eso es poco. Tenemos que petrificar nuestra esencia en símbolos de tela, de tinta o de tierra. Y así nos comprendemos, nos explicamos y nos convertimos en lo que no podemos ser para evitar la muerte.
De todo arte, el más humano ha sido siempre la música. Que sólo existe si alguien existe para tocarla, para escucharla. La música es movimiento porque la vida es movimiento.
El núcleo más interno de la música no se puede encerrar en la blancura pautada de una partitura.
Creo que el resto del arte intenta que nos convirtamos en dioses. Trata de parar con un grano de arena, la marea de negrura que es la muerte. Pero creo que la música es el único arte que intenta recordarnos que somos humanos, el único arte que muere con el músico, con el oyente. El único arte efímero y, quizá por ello, auténtico.
Por eso mi intuición me dice que la segunda forma humana de enfrentarse a la muerte desde que adquirimos conciencia de ser fue el arte.

Sé que la tercera fue la Filosofía. Que quiso responder a la religión mostrándole que hay cuestiones que no pueden ser explicadas sólo por la fe. Que quiso enseñarle al arte que el desorden caótico del alma humana reflejaba todo lo que de perecedero e inmortal hay en el cosmos.
La Filosofía, que se empezó a cuestionar el propio cuestionamiento racional, religioso, artístico, natural y humano. Que sólo preguntaba y muy pocas veces respondía.
Ella nació siendo una y tuvo que divirse casi hasta el infinito para tratar de responder a las tres preguntas clave. Ahora parece que tenemos un problema y, debido a las divisiones ¿necesarias?, casi no recordamos esas tres preguntas cruciales.
Pero seguimos en la brecha.
La Filosofía, que trata de poner un límite al universo, un límite al conocimiento, al pensamiento y al lenguaje, y que poco a poco va descubriendo que sólo hay un único límite, común para todos. La muerte.
La Filosofía habló por la boca de Bataille y le hizo decir que la muerte es algo que desconocemos y, además, pensar sobre ella tampoco nos ayuda a conocerla, por lo tanto es el límite entre el saber y el no saber.
¿O entre el saber parcial y el saber completo? No sé, pues nadie ha vuelto jamás para aclararlo.
Por eso sé que la tercera forma humana de enfrentarse a la muerte desde que adquirimos conciencia de ser fue la filosofía.

jueves, 15 de octubre de 2009

¡Maldita Epistemología!

Vale. Cada vez entiendo más a Kenneth Gergen cuando habla (adoptando una posición posmodernista) de la deconstrucción de los conceptos y de la eterna duda (que creíamos haber eliminado con Descartes)que surge a partir de ella.
Una vez más he sido puesto delante de mi ignorancia.
Mis influencias epistemológicas son recientes y paupérrimas (Morin, Foucault, Gergen...), por circunstancias ambientales me he tenido que poner en contacto con un representante muy relevante y capacitado del otro bando epistemológico (escuela inglesa, esencialismo y no-reduccionismo anglosajón).
Y entonces mi mundo se desmorona.
No estamos hablando de conceptos que puedan ser demostrados empíricamente, sino de ideas (casi me atrevería a decir axiomas) donde se origina todo paradigma teórico-científico y su inevitable praxis. Con las consecuencias que en la realidad individual y social conllevan.
Me resisto a abandonar las maravillosas ideas de Foucault sobre las estructuras de poder y su ansia de perpetuidad, así como la tremenda concepción de Morin respecto a la auto-eco-organización de un sistema y la necesidad de una racionalidad auto-crítica.
Esos autores enlazan, de algún modo, con la Poesía; la literatura y la filosofía se conjugan, así como los aspectos sociológicos y psicológicos subjetivos que (ya cojeo de ese pie) el psicoanálisis siempre ha defendido.
El problema es que del otro lado también hay ideas encantadoras (el concepto de intencionalidad y estados mentales, la crítica constructiva al biologismo reduccionista, el intento para mí aparentemente infructuoso de conjugar la postura posmodernista con la esencialista...)
Si no hay nada a lo que uno se pueda agarrar, debido a que no hay datos (sino captos), si partimos de ideas indemostrables porque están dadas por supuestas (podemos demostrarlas en otro sistema de ideas que a su vez tendrá su brecha lógica), ¿cómo decide uno qué opción es la más adecuada?
En mi mente no para de bailar la premisa esbozada por Freud y desarrollada por Lacan que afirma que la actitud terapéutica al final no es más que la adopción de una postura ética.
¿Pasa eso con la asunción de una cierta posición epistemológica?
En el fondo, creo que sí.
Que si no tienes nada a lo que agarrarte, tus principios morales y éticos (influidos por tu mayor o menor conocimiento del tema, biografía y variables sociales y biológicas que, lamentablemente, nunca podré determinar)son lo único que te queda para tomar una decisión.
Cualquier decisión.
Supongo entonces que habrá que desempolvar el desarrollo ético desde la Filosofía Clásica Occidental hasta nuestros días, junto con otros desarrollos filosóficos que, no por ser menos conocidos son menos importantes (Filosofía Oriental, Africana, de cualquier tipo).
No creo que eso nos resuelva la incertidumbre, pero al menos es un sitio por donde empezar a intentar no llevarnos por la corriente de nuestras dudas.
Como decía Morin:
"Quizá haya que empezar a plantear un conocimiento más completo pero menos cierto y olvidarnos de un conocimiento más cierto pero incompleto".

miércoles, 7 de octubre de 2009

El Statu Quo

La naturaleza, Dios, el azar o el puñetero minotauro de Creta dotó al hombre con el regalo de la simbolización.
Con ella vino el inmenso poderío de dar valor subjetivo a objetos externos. Al principio fueron objetos básicos para la supervivencia, nimiedades como comida, refugio, abrigo, fuego...
Pero el ser humano tiene que distinguirse de sus semejantes para (valiente excusa) mantener su individualidad organísmica y cultivar egoístamente la perversión de su narcisismo primario. Por ello comenzó a valorar cosas que sólo eran necesarias para su onanismo ególatra. Y así se empezaron a valorar las sedas que no abrigan, pero cuyos colores son bonitos, fríos metales como el oro y la plata que no se comían pero cuyo cálido brillo helaba poco a poco el alma, pedruscos coloreados semitransparentes que no evitaban la muerte pero que habían de ser bautizados con nombres regios como esmeralda, diamante o rubí para no desmerecer al que los portaba...
Y muy pocos podían participar de los lujos y comodidades que poco a poco aparecían, ya que si no, se corría el riesgo de admitir que se era igual que el resto, se corría el riesgo de joderse la autoestima.
La exclusividad sólo tiene sentido en solitario.
La exclusividad es para los especiales.
Los elegidos de Dios.
Los nobles rellenos de sangre azul.
Los prohombres que dan trabajo esclavizando.
Los líderes imprescindibles sin cuyo gobierno el mundo se va al carajo.
Ellos jamás fueron del montón, aunque salieron de él, aunque de él depende su existencia.

Ojo, hay dos polos. ¿Qué pasa con el montón?

Siglos atrás se tenía la excusa del analfabetismo y la ignorancia para depositar el poder en otros seres que se vendían a sí mismos como dotados de la información y las agallas necesarias para tomar el timón de vidas que, en el fondo, consideraban completamente prescindibles y despreciables.
¿Pero ahora?
A medida que la sociedad se ha ido complejizando, el pequeño grupúsculo en el poder ha tenido que ir tirando migajas al perro de la plebe, entre ellas la educación hasta un cierto nivel. Curiosamente el necesario para creer que se entiende y se es libre, pero no tanto como para engendrar toda una turba de críticos sociales e inconformistas.
La cuestión es que desde que se inventó el comercio, el mundo está gobernado por un diminuto clan en la cima que dicen hablar por la inmensa mayoría, que administran los recursos, que deciden qué nación vive y qué nación muere.
Hemos tenido decenas de cientos de años para que ese clan permanente (que como buen sistema se retroalimenta y autorregula) complejice la vida y se lo monte de tal forma que nos hacen creer que pensamos nosotros cuando en realidad piensan ellos.

Estamos en crisis, por lo menos en el hemisferio occidental (en el otro siempre se está en crisis). Es un momento peligroso porque la gente puede tomar conciencia de lo podrido e inútil que es el gobierno y la estructura social.
Hay que evitarlo, pero ¿cómo? Con un golpe maestro digno de toda alabanza.
El sistema social posibilita, en esencia, dos salidas.
La primera, violenta, consiste en el suicidio, ya se encargarán los expertos en salud mental de encontrar alguna palabra vacía que mienta para decir que la causa estaba dentro en vez de fuera.
Tocándose en este punto, está la segunda. Menos violenta y bastante más aceptada socialmente.
Acuda usted a su psiquiatra o a su psicólogo.
Usted está triste, nervioso, no puede dormir. Usted tiene un trastorno mental (de origen biológico, no le quepa duda).
Bonita forma de decir que la falta de trabajo, la imposibilidad de hacer frente a los pagos, los deshaucios del domicilio, el hambre brutal que acecha por no poder COMPRAR comida... no influyen en la persona.
Así las estructuras de poder se mantienen en el mismo y se justifican (precisamente eludiendo la responsabilidad) y así permiten que la persona también se desresponsabilice (al fin y al cabo es un enfermo).
Así se convierten la psiquiatría y la psicología en armas de control social al servicio de un gobierno viciado y oxidado que prefiere la agónica muerte de su creador antes que ceder un ápice, fuera de toda ética, de toda moral.
La psiquiatría y la psicología se prostituyen. Mantienen el statu quo de riqueza y pobreza.
El psicoanálisis perfiló ésto, Foucault lo chilló para el que quisiera escuchar y la humanidad lo viene sufriendo desde que, por miedo, varias personas se juntaron y perdieron un poco de libertad (ahora esa pérdida crece exponencialmente).

Basta.
El Statu Quo siempre se mantiene por dos partes. Sabemos (o deberíamos saber) que el poder va a manterlo a pesar de nuestras vidas y nuestras almas (sacrificio glorioso), y encima intentarán hacernos creer que es nuestra elección.
¿Pero lo es?
Nosotros, el montón, ¿queremos mantener el Statu Quo?
¿No ha habido ya suficiente violación de nuestros valores como para devolver el golpe?
Si ellos pueden incitarnos al suicidio, nosotros podemos asesinarles.

REVOLUCIÓN, JODER. No revolución comunista, ni fascista, ni grupal.
Revolución interna e individual.
Estoy convencido de que si uno se gobierna a sí mismo jamás puede hacerlo tan mal como esta parodia de democracia lo hace con nosotros. jamás. JAMÁS.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Ella

Tumbada en la cama piensa en sus acciones, en su vida.
La melena morena rodea su cabeza como un agujero caliente, anhelante; mientras sus manos retuercen las sábanas en un aullido háptico.
Y entonces es cuando sus ojos se disuelven en agua y sal.
Su llanto es vómito.
Vomita la primera caricia de su madre, el primer abrazo de su padre. Las decepciones con sus amigos y su familia, los besos de todas sus relaciones.
Vomita sexo y recuerdos, admiración y odio.
Y cuando ya está vacía, vomita por ella misma.

Y tiene el cariño de sus amigos, el amor de su pareja, el incentivo ardiente de su vocación. ¿Por qué no puede disfrutar?
Porque en su interior, arrinconado entre axones de neuronas y glóbulos rojos hay un abismo negro, oscuro y feo, que no se llena, que no se entiende. Que duele.
Allí late sordamente su pasión por la existencia, por el mundo y por la gente, agonizante tras años de vida y realidad social.

Ella no es nadie.
No se puede ser alguien en esta soledad desesperada.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Rabia

Es curioso cómo uno no para de recoger los fragmentos de su ser dispersados por el suelo (parecen los vestigios de una carnicería con ensañamiento), para volver a reventarlos otra vez contra el mismo.
Y así hasta el infinito.

Hay días en que uno odia a todo el mundo, a todas las cosas. Y no existe forma de escapar, porque ni el acto más abyecto ni la venganza más fría son capaces de llenar el vacío abisal que late en tus entrañas.
Y la rabia te corroe por dentro, envenenándote, consumiéndote, derritiéndote de dentro afuera.
Y ya no importan las causas, ni las correlaciones que tienen emociones con conductas o con pensamientos. No importa el inicio, ni si tiene un final.
Sólo existe ese sabor granate entre los dientes, ese relámpago rubí que atraviesa tus sienes.
Sólo existe la puñalada sangrienta que los gritos asfixiados antes de empezar asestan a tu corazón,
la marea escarlata en que se han convertido tus deseos, tus principios morales y tus ojos,
sólo existe el color rojo.
El daltonismo inverso de la rabia.

Hay días en que uno entiende dolorosamente el concepto de pulsión, cuando únicamente ansía que el asfalto trague cualquier vestigio de vida, que el azufre tiña de ocre cualquier aliento de esperanza sólo para tener algo por lo que llorar, sólo para que la devastadora sensación de rabia se ligue a algo decente, salga de ti, tenga un puñetero sentido.
Y evalúas muy seriamente el suicidio, pero te asustas. No por ti (al contrario, para ti sería maravilloso), sino por lo que pasará cuando ese universo de furia que está aplastado entre tus huesos y músculos como una parodia trágica del Big-Bang se libere. ¿Habrá algún otro ser viviente capaz de aguantarlo? ¿O se dispersará en una oleada roja repartiendo justicia y miseria por todo el planeta?
Si pasa lo primero, lo poco de humanidad que te queda se retuerce en una caricatura de compasión. Si pasa lo segundo, ya estarás muerto para verlo y entonces no podrás llorar.

Hay días en que el infierno te define y te arropa. Días en que el infierno te muerde y te justifica. Porque el infierno es la cólera, la ira, la furia, LA RABIA. Rojas y ardientes como el mayor sueño erótico de Satanás.
Hay días en que te avergüenza pertenecer a la raza humana. Rabia.
Hay días en que beberías sangre sólo para sentir algo real. Rabia.
Hay días en que te desintegrarías en una blasfemia brutal. Rabia.
Hay días en que te inyectarías aire en las venas sólo para subir hacia abajo. Rabia.
Hay días en que no te queda alma, sólo lava, piedras fundidas, esperanza licuada. Rabia.

Sí, hay días así.
¿Pero qué haces si así son TODOS los días?

domingo, 13 de septiembre de 2009

La última mirada de Tyler Durden

Caminando entre carcasas que fueron
en otra vida, en otro mundo, en otra
filosofía,
personas y latidos de personas,

Tyler destapaba a aquellos que hicieron
en otro mundo, preguntas, en otra
vida, anarquía.
Su ética despojaba de cadenas
cada neurona.

Hiriendo su cuerpo Tyler peleaba
contra la belleza y su condena.
En un bautismo
rojo y astillado convirtió la muerte
en su esclava.
Fue cuando se deshizo a sí mismo.

Y entre las cenizas de sus ideales
Marla besó los fragmentos inertes.
Y entre puñales,
cada uno, a su manera, le hizo el amor
a la muerte.
Con su olor, con su sabor a suicida
Marla sólo se abrazaba a la vida.

Tyler Durden y su otro yo sin nombre
le pusieron voz con gritos a un valor
desesperado,
perdido en el color gris de los hombres:

el de la catarsis del sufrimiento.
Perdiendo todo, objetos y principios
vacíos, rotos,
encontraron al final la libertad
en movimiento.

Pero la libertad siempre da miedo,
y el yo innombrable de Tyler quiso
hacer un voto
de traición, detener la ferocidad
puesta en el dedo
de todas las mentes. Sin saberlo se

inculpó, porque Tyler y él eran uno.
De un balazo intentó unir sus dos partes,
cuestión de fe.
Nació, no siendo alguien, sino ninguno.
Punto y aparte.
La última mirada de Tyler fue Marla,
la primera de ninguno fue para
tocarla.



En honor a la maravillosa novela de Chuck Palahniuk
y dedicada a la película genial de David Fincher.
Ambas me ayudaron a abrir los ojos y pusieron su
granito de arena en lo que ahora soy.

Fight Club. I wish i had it.

miércoles, 26 de agosto de 2009

La unidad de agudos de psiquiatría (primera parte)

Allí me golpeó.
Con toda la crudeza de la que fue capaz, con todo el peso que rebosaba sus nombres.
Locura. Hospital. Psiquiátrico. ¡Ciencia, joder!
Todas las palabras en ese lugar cobraban un sentido macabro. Paciente, contención, pertenencia, visita, electroshock, científicamente demostrado...
La puerta del ascensor se abrió con el chirrido de una navaja de afeitar sobre mi columna vertebral.
Y entonces las vi.
De hecho, lo que vi fue su ausencia. ¿Dónde estaba la libertad? ¿dónde estaba la dignidad? ¿Dónde diablos estaba la vida? Allí sólo había cadenas, deshonra. Allí sólo estaba la muerte.
El color azul desvaído de los pijamas hacía sangrar mis retinas.
Los pacientes, creando océanos de saliva sobre su pecho, rompían pedazos de mi alma. Lloraban por la boca lo que yo no me permitía llorar por los ojos.
Desterrados, prisioneros de su mente y del mundo. Atrapados en delirios que torturan, en fármacos que licuan las neuronas, en un sistema que les odiaba porque les temía.
Era el Auschwitz moderno, disfrazado con los adjetivos de sanitario y hospitalario.
Pero las buenas intenciones todo lo justifican, ¿verdad?

Eran personas.
Esos muñecos rotos, cubiertos con ropajes carcelarios que ni siquiera eran de su talla. Perdidos en mares de tela, sentían cómo los pantalones se resbalaban igual que se resbalaba su identidad, sus súplicas. Su voz.
Eran personas.
Esas marionetas bamboleantes por la gracia de la medicina. Marcando el paso como soldados ebrios, con la mirada tan perdida como su vida.
Eran personas.
Eran personas.

Atravesé kilómetros de pasillo hasta un despacho angosto y deprimente.
Allí me disfracé.
Mi uniforme me dotó inmediatamente de autoridad y respeto, de poder y conocimiento.
Bata blanca.
Era un ángel.
Mi autoridad se basaba en un mito, como la de los ángeles.
Mi conocimiento era falso, como los ángeles.
Mi escudo blanco me hacía intocable.
Ya pertrechado me reuní con el resto de nobles caballeros, unidos en la causa común de derrotar a la locura, a la enfermedad mental.
Gloriosos paladines de la ignominia.
Sentados en nuestra versión de la mesa redonda debatimos la estrategia, las víctimas del enemigo.
Allí comprobé que el poder mal entendido hace estragos en el sentido común, en la buena voluntad de las personas.
A partes iguales la corrupción y la ignorancia se disputaban la supremacía, el humillante derecho a decidir por los demás.
Yo era novato. Mi cometido siempre fue ver, oir y callar. Y sin embargo, hace poco tuve que entrar en acción.

¿Quién era yo para quitar la libertad a una persona? ¿Quién era yo para atarla a la cama?
¡Lo desconocido tiene que controlarse a cualquier precio!, eso gritaba la cultura.
En mi torpeza creí que mi cometido era comprender. En mi inexperiencia pensé que mi trabajo era señalar el camino, no empujar, no obligar a caminarlo.
Por lo visto me equivocaba. Llegó un punto en que la lucha entre mis principios y la realidad que estaba viviendo se tornó trágica.
Ahora lo que estaba en juego era mi propia cordura.
¿Rebelarme y perder? ¿Acatar y sufrir?
Vencieron mis miedos.
Actué como ellos. Era lo más fácil. Renegué de mí mismo.
Impartí órdenes y las justifiqué como ellos.
Me reí de la desgracia de los pacientes y les critiqué como ellos.
Sólo había una diferencia. Ellos CREÍAN que estaban en lo correcto, CREÍAN que ayudaban, yo sabía que no era así.
Sabía que su ceguera degollaba.
Y sin embargo, arrebaté libertad ajena, invadí el lado más íntimo de la otra persona, amenacé, obligué, desafié.
¡Lo hice, maldita sea! ¡Aún lo sigo haciendo!
Sólo espero que la sensación que a veces me golpea en el pecho al actuar como ellos tenga otro nombre que no sea el de disfrute, que no sea el de placer.
Mi única esperanza es que creo que aún soy capaz de admitir mis propias limitaciones, que creo que aún puedo decir NO.
Porque puedo ¿verdad?
¿VERDAD?

sábado, 15 de agosto de 2009

¿Totalicracia o demolitarismo?

La inmensa mayoría de los nacidos en regímenes democráticos repudiamos la dictadura, escupimos en esa carnalidad fascista de uniformes, desfiles y armas.
La totalidad del hemisferio occidental gritamos orgullosos con el pecho henchido las virtudes y ventajas del "gobierno del pueblo".

A veces llegan a nuestros anodinos televisores imágenes del funcionamiento dictatorial (China, Países Arabes, algunos Latinoamericanos...) Y piensamos cosas como "qué horror", "a ver cuándo espabilarán", "menos mal que nosotros logramos salir de eso"...

¡Ay, amigo! Pero el núcleo es bastante más complejo que afirmar que la dictadura es mala y la democracia buena.
Los términos que conllevan juicios morales positivos o negativos surgen por comparación y referencia.
La democracia es buena comparándola con la dictadura y en referencia a una serie de valores morales y sociales que el grupo en el poder democrático concibe como positiva.
La dictadura es mala comparándola con la democracia y en referencia a una serie de valores morales y sociales que el grupo en oposición de la dictadura considera como negativa.
Este razonamiento, obviamente, también puede hacerse a la inversa y quedaría moralmente justificada la bondad de la dictadura respecto a la maldad de la democracia.

Sin embargo, no interesa aquí qué sistema político o de gobierno es mejor o peor y por qué. Lo que interesa es algo diferente. El razonamiento anterior es un ejemplo de cómo se solapan ambas formas de poder, aparentemente opuestas.

Mucha gente puede estar de acuerdo en la afirmación de que la dictadura es una forma de democracia.
Hay muchísimos ejemplos. En España con el régimen franquista se celebraban elecciones, al igual que con Pinochet en Chile y otros dictadores en otros países. Hitler consiguió su mayoría absoluta democráticamente.
Algún purista podrá criticar esto afirmando que la democracia se diferencia de la dictadura en la idea de tener elecciones libres con sufragio universal. Rebatiré esta idea más adelante.
A efectos prácticos, la dictadura es una forma de democracia. Una forma viciada y enquistada, pero una expresión de la democracia en su máximo extremo.

Bien. Quizá entonces se podría afirmar que si la dictadura es una forma de democracia, la democracia es una forma de dictadura.
Una forma más sutil y evolucionada, pero que fomenta exactamente lo mismo que una dictadura.
Para mostrar el continuum bidireccional entre democracia-dictadura mostraré un ejemplo a mi juicio clarificador. El gobernante actual de Venezuela Hugo. Ch.
Este hombre, que accedió democráticamente al poder, va camino de una dictadura al tratar en numerosas ocasiones de convocar elecciones "libres" para conseguir el puesto vitalicio de gobernante de su nación.
En el camino opuesto tenemos nuestro propio gobierno. En los años 70 la figura del Rey, elegido por Franco como institución que continuaría su régimen. Desde una dictadura se llegó a una democracia (sin excesivo derramamiento de sangre).

La democracia alienta los valores dictatoriales: Permanencia en el poder a toda costa, nepotismo, mantenimiento de riqueza y pobreza en la misma proporción y en el mismo status, censura, uso del poder político para desequilibrar la balanza de la justicia... De hecho es lo que se denomina Dictadura Constitucional, pero aún más sutil.
En la democracia no hay elecciones libres con sufragio universal. Por ejemplo, en el modelo que hemos seguido, el estadounidense, no todo el mundo puede votar.
Además, ¿qué entendemos por libertad? ¿Elegir a uno de los dos partidos mayoritarios que en el sistema bipartidista financian sus campañas propagandísticas con fondos públicos? En la dictadura puedes elegir entre votar o morir. En la democracia puedes elegir entre votar y que tu voz no se oiga o no votar y que tu voz no se oiga.
¿Dónde está representada la minoría? Simbólicamente, si se logra un escaño, sólo servirá de títere y de apoyo en elecciones políticas que no suelen beneficiar a la inmensa mayoría de la población.

La democracia, como buen sistema burocrático, se retroalimenta a sí mismo, se autorregula y censura posturas de desequilibrio que puedan poner en peligro a sus dirigentes o su estructura.

A los democráticos les invade un latigazo incontrolable de lujuria cuando alguien cita la "libertad de expresión" tan propia de su regimen. Y sin embargo, si el discurso que uno expresa no está en consonancia con los valores del momento y la opinión de la mayoría, acaba culturalmente desterrado y socialmente devastado. Como en la dictadura, pero peor porque no muere, sino que muere condenado a seguir viviendo, aislado, ridiculizado.

Hemos logrado parir un sistema político maravilloso. Dicho sistema es capaz de pintar la utopía, de vender valores sólidos y apetecibles, de aparentar encarnar la verdadera, la auténtica libertad. Y al lograr vendernos eso, que nos utilicen, nos denigren, nos ninguneen, nos ignoren (como en las dictaduras), nos da igual, porque no lo notamos, porque han logrado construir un auténtico Matrix en nuestra realidad.
Además, en el fondo, sabemos que desconectarse y ver lo que esconde esa aparente dulzura es muy doloroso.

Somos hipócritas, como el sistema.

¿Democracia o totalitarismo?

Pero si es lo mismo, ¿no? No. En la democracia las consecuencias y el funcionamiento están tapados y ocultos, por eso es más peligrosa.

domingo, 9 de agosto de 2009

Entre los mitos de la familia

Y me entra una incomprensible melancolía.
Un espectro del recuerdo de épocas pasadas, que no viví, pero que parecían más sencillas, quizá precisamente porque no las viví.
Me da la impresión de que esas épocas parecen más reales.
Creo que porque no había tanta electrónica para captarlas. No había teléfonos móviles, ni videocámaras, ni internet. Las fotos eran en blanco y negro y los libros tenían ese encanto especial de las antiguas imprentas.
Pienso que eran más reales porque sólo se veían con los ojos de quien las vivía.

Ahora la realidad es un monstruo de mil ojos, cada uno viendo algo diferente de la misma nada.

Y allá a lo lejos, en la periferia de mi memoria, veo la habitación de esa casa de pueblo, antigua, misteriosa. Con todo por descubrir. Repleta de garrafas de aceite para hacer jabón, de libros antiguos ya desencuadernados, de baules de ropa para trabajar en el campo.
Y veo a mi abuela respondiendo que la guerra fue muy mala a la pregunta curiosa de un crío inconsciente. Me veo acompañándola al corral y veo los conejos, los perros, las gallinas y los pavos. La vida y la muerte, la jaula y el mar.

Me veo envuelto en las brumas de una infancia no saboreada.
Me veo surgiendo de orígenes sencillos. Campesino en el alma, obrero en los hechos. ¿Cómo no me va a gustar el rojo cuando he nacido de la sangre y me he definido en un atardecer que ahora empieza a amanecer?

Pero están los mitos familiares. Las figuras ensalzadas como los cristos de cada casa. Idealizados y, precisamente por eso, mutilantes y condenatorios, porque el amor real muerde besando y acaricia apuñalando.
En esos mitos se engloban lo que uno DEBERÍA pensar y sentir, lo que uno TENDRÍA que hacer, como uno HABRÍA de ser.
Pero son inalcanzables.
Porque sólo son ideas.
La persona que las representaba murió (real o simbólicamente) tiempo atrás.

Soy mitad campo, mitad mar. Cargando las cruces de mis mitos, huí, como la inmensa mayoría.

Entre la austeridad y la apariencia, el trabajo y el honor, la tenacidad y el riesgo, la lealtad y la discreción, trato de sobrevivir.
Trato de reconocerme entre esos mitos y mi lujuria, mi pasión, mi inconformismo, mis miedos.

Todo mi ser es un síntoma que carga con todos los DEBERÍA de mi familia, y a la vez intenta expresar lo que REALMENTE contiene.
Paradójico.
Tenso.
Contradictorio.

Doloroso.

viernes, 24 de julio de 2009

Atravesé millones de estrellas abrasándome el corazón en cada una de ellas.
Me ahogué en océanos de lágrimas habiendo llorado cada uno de ellos.
Para llegar a... nada.
Para sentirme... vacío.
Dependiente de cada una de las personas a las que consideré valiosas, pero disfrazándome de independencia, de una fortaleza hueca.

Tras incontables modelos sociales de héroes, de resistencia y abnegación, de superación, de seguridad inquebrantable y autoestima inflexible, de resolución y adaptación y éxito y admiración... Me encuentro a mí mismo.
Antítesis de todo, reverso oscuro del ideal. Un niño consciente de que lo es y no debería serlo.
Físicamente autorrechazado.
Moralmente automutilado.
Espiritualmente autocompasivo.
Y en mi autocastigo encuentro mi salvación y mi condena.

Engarzada en azul está mi desesperanza.
Y mi alma es un fundido inevitable hacia el negro.
Alienado en el sentido espiritual y social.

No soy nada, tampoco soy nadie. No quiero serlo, de todas formas ¿o sí?
Apagado en la incomprensión que he creado y que estaba antes que yo.
Sólo quiero gritar de pena, llorar de rabia, expresar emociones culturalmente prohibidas.
¿Es que necesito estar a punto de morir para sentirme vivo? ¿Qué estoy buscando? ¿Qué pretendo encontrar? ¿El cariño de los otros, el respeto de mí mismo, el éxito social? No lo sé, quizá todo, quizá nada en absoluto.

Me disuelvo en una elegía inacabada.
Me recreo en la indiferencia de mi mirada (escudo de lo muchísimo que me importa lo invisible).
Me retuerzo en un espasmo indescriptible de sentimientos, de ideas decapitadas antes de ser habladas.

Trastornado, imposible, retorcido, mentalmente enfermo.

No tengo lo que quiero y eso me hace fracasadamente dependiente.

Estoy roto por dentro otra vez, pero la cuestión es ¿he dejado de estar roto alguna vez?

No No No No No No NO NO NOOOOOOOOOOOOOOOOO.

martes, 30 de junio de 2009

La consecuencia del silencio

Solo.
Me siento solo.
Solo ante la comprensión. Solo ante uno de los incontables lados de la verdad.
Es una pequeña parte del precio que pago.
El precio de no saber argumentar "racionalmente", el precio de la sinceridad, el precio de tomar partido en contra de lo establecido, el precio de no manejar la diplomacia de salón, la política de la mayoría.

Y te tachan de anárquico. Te tachan de antisistema, de idealista, de inexperto. No sirven tus argumentos porque no tienes la capacidad de generarlos ante oídos ajenos.
Y no puedes dejar de ver lo que has visto, de creer en lo que sientes.
Porque has llegado allí atravesando lo que otros están experimentando y dan por supuesto, porque lo probaste y viste que no te llenaba, porque tuviste la decencia de reconocer tu propia ignorancia.

Inútil.
Me siento inútil.
Inútil ante los demás y, sobre todo, inútil ante mí mismo. Inútil no por no persuadir, sino por no motivar a la reflexión.
Es una gran parte del precio que pago.
El precio de no castigarme (que acaba castigándome), el precio de insistir (que acaba anulándome), el precio de defender mis convicciones (que acaba por convertirse en el precio de defenderme a mí mismo).

Y te tachan de poco realista, de inmaduro, de utópico.
Te tachan de subversivo porque tratas de ayudar pensando otra cosa, porque tratas de crecer a partir de tu propia experiencia, porque negaste la autoridad al descubrir que no había una única verdad absoluta que pudiera y pidiera ser defendida, ser reconocida.

Para ti era evidente. Para el sistema, inaceptable.
Y fuiste definido como desobediente en lugar de aventurero, como peligroso en lugar de comprometido.

Pero sólo son palabras, como las que tú dices. Si las tuyas tienen el mismo peso que las suyas, entonces o las suyas no pesan nada o las tuyas, demasiado.

Y cuando ya no lo soportas más, decides tomarte un respiro y callar.
Como yo ahora, callado, hastiado, inútil y solo.
Sin embargo, hay un problema. El silencio es arriesgado. El sistema respira tranquilo porque te has callado, pero no puede silenciarte. Ya nada puede conseguirlo porque lo que viste, lo que creíste, ha pasado a formar parte de ti, de tu cuerpo y tu mente.
Y si no puede hacerte callar, pero ya estás harto de pronunciar palabras, haces lo que inevitablemente te han obligado a hacer:

Actúas.

La consecuencia del silencio es el movimiento.
Que es, precisamente, lo que todo sistema trata de evitar reprimiendo, aplastando, despreciando, silenciando.

La consecuencia del silencio es el principio del cambio.

Me alegro de estar callado.

lunes, 15 de junio de 2009

De la revolución espiritual

"La publicidad nos hace desear coches y ropa. Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos medianos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos vivido una gran guerra, ni una gran depresión. Nuestra guerra es una guerra espiritual, nuestra gran depresión son nuestras vidas. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock. Pero no lo seremos. Y poco a poco lo entendemos. Lo que hace que estemos muy, muy cabreados".
Es lo que dice Tyler Durden a su cada día creciente "Club de la Lucha".

Y es cierto. Cada palabra, cada silencio, si escuchamos a Lacan diciendo que nuestro deseo, en realidad, no es nuestro, sino del otro, de los demás.
Vamos por partes.
Lacan, haciendo una relectura de Freud, afirma que toda persona nace con una falta, una brecha, que no se puede llenar, pues esa brecha es el precio que pagamos por el lenguaje, por nuestra capacidad de simbolizar. Es una brecha que es peligrosa, pues pide ser llenada irracionalmente y sin atenerse a las consecuencias (así surgen los famosos goces) y, precisamente por eso, también es motivacional, porque nos impulsa a eliminar la desazón que el hueco simbólico nos provoca.
Nacemos y, al no haber aprendido aún a hablar, lloramos, pero quizá no sabemos por qué lloramos, tiene que ser la figura materna la que interprete la causa de nuestro llanto. Es esa figura la que nos cambia o da de comer, por tanto, ya desde el principio, el deseo no es nuestro, sino una interpretación que viene de fuera y que nosotros vamos interiorizando.
No profundizaré más en la teoría lacaniana por mi enorme desconocimiento, pero sí remarcaré lo irónico de que TODOS tendamos a llenar nuestra falta interna, nuestro precio por el lenguaje, con realidades, símbolos, objetos o ideas externas. Es irónico, sí, pero también inevitable porque si ya nacemos rotos, en nuestro interior no podremos encontrar lo que arregle eso. Y así va apareciendo la socialización, la separación materna, y, con trabajo, la sublimación de esa angustia en energía vital, en esperanza.
El objeto de nuestro deseo es externo, pero la capacidad de desear es nuestra, ineludiblemente unida a nuestra existencia. Y vamos pasando de un deseo a otro. Si conseguimos algo que anhelábamos con todo nuestro ser, al tenerlo, inmediatamente se vuelve inútil y necesitamos algo diferente.
Pero ¿Qué pasa cuando deseamos y/o nos hacen desear algo que jamás alcanzaremos?
Supongo que la primera respuesta es la negación.
En un mundo donde lo externo, lo considerado exitoso socialmente, sólo es privilegio de unos pocos, ¿qué pasa cuando no lo alcanzamos, aunque sea lo más deseado por nosotros, precisamente porque es lo más apreciado fuera de nosotros?
Da igual, intentamos lograrlo negando nuestra imposibilidad de conseguirlo.
Y vamos a complicarlo para mal. ¿Qué pasa cuando lo que nos hacen desear o lo que deseamos NO es simbólico, es decir, no es algo que nos ayude a nuestro crecimiento personal, a redirigir el hambre inagotable de nuestra falta para impulsarnos a nosotros mismos? ¿Cuando lo que nos hacen desear o lo que deseamos es sólo material, son sólo cosas que perversamente nos han hecho identificar con ideales simbólicos como felicidad, satisfacción, realización personal?
Creo que al principio seguimos negándolo e intentamos conseguir esos objetos socialmente loables, continuamos creyendo a la televisión, a las películas, porque la felicidad está en ser millonario, un dios del cine o una estrella del rock, teniendo cosas que otros jamás podrían soñar, mejores coches, mejores casas, más dinero.
Pero cuando la brecha insaciable además de quemarnos como siempre ni siquiera se calma un poquito, ni siquiera nos acerca a lo socialmente establecido, ¿qué pasa con nuestro deseo?
Sigue ahí, pero vamos tomando conciencia de él. Poco a poco vemos lo que nos ha querido ocultar nuestra cultura negando el sufrimiento, identificando tener muchos objetos a ser más felices. Vamos viendo la necesaria desigualdad que ha de haber para que unos pocos sean "felices", según la sociedad, a costa de la desgracia de millones que no podemos permitirnos esos objetos, o que no pueden permitirse ni tan siquiera comer.
No hemos vivido una gran guerra ni una gran depresión. Claro, no hemos vivido sucesos externos que hayan puesto el peso más en lo simbólico que en lo material, más en los ideales que en la autosatisfacción inmediata. Por eso nuestra guerra es una guerra espiritual, en busca de los símbolos perdidos, en busca de los ideales asesinados por un hedonismo horriblemente mal entendido. Por eso nuestra gran depresión son nuestras vidas, porque somos conscientes de que ese deseo que viene desde fuera no sólo no lo podremos lograr jamás, sino que tampoco nos serviría para definirnos si lo alcanzáramos y no nos aporta nada que nos ayude mientras tratamos de obtenerlo.
Por eso somos los hijos medianos de la historia, desarraigados y sin objetivos. Porque no podemos llamar hogar (literal o metafóricamente) a un coche, a un traje de marca o a un billete de 500 euros, porque no podemos marcarnos como objetivo vital esas cosas cuando hemos empezado a entender de dónde vienen y por qué vienen. Porque nos avergonzamos de desearlas.
Y nos vamos cabreando cada vez más. Porque nos damos cuenta de que hemos vivido en una gran mentira. Porque nuestra identidad individual no puede ser definida a través de elitismo material.
Nos mintieron. Nos mentimos.
Y entonces es cuando el suicidio (simbólico o real) no parece tan deleznable, sino algo puro, algo vocacional. No por el hecho en sí, sino por lo que entraña. Por lo que significa.
Autodestrucción como fiera oposición a autosatisfacción. Lo verdadero (fealdad, gordura, locura) como rabioso desafío a la perfección. Nuestra catarsis, nuestra liberación es la aniquilación de la falsa espiritualidad con la que hemos comulgado hasta que no fuimos capaces de ignorar que la odiábamos.
Necesitamos la destrucción (simbólica o real) para sentirnos verdaderamente desesperados. Vamos aprendiendo que sólo los desesperados son los únicos libres para elegir y, eligiendo líbremente, encontramos la esperanza. LA VERDADERA esperanza, porque es nuestra, ya que la deseamos de dentro pero la cogemos de fuera ELIGIÉNDOLA nosotros.
Y entonces es cuando la rabia, la decepción y la muerte nos impulsan porque deseamos el amor, la realización y la vida.

Negamos porque nos echamos de menos.
Luchamos porque echamos de menos la libertad.
Gritamos por la esperanza.
Morimos en normas que no establecimos nosotros.
Pero nacemos en el cambio.
Y tenemos sentido en la revolución inevitable del alma.

lunes, 8 de junio de 2009

Reflejos

PROLOGO: NACIMIENTO

Estoy dormida,
Abrazada al dios
del eterno retorno.
Soy el adorno
de un gesto de adios.
Yo y yo dividida.

I: SUSURRO

Me reflejo en ti.
Sumergida en tu voz
voy uniendo retazos de realidad.
Atrapada en ti, despojada de mí
soy la correlación sin causalidad.

II: ALARIDO

He gritado como si pudiera elegir.
He llorado como si pudieras callar.
He soñado como si pudiera escoger.
Y he negado tu decisión.

¡Pues escúchame!
¡Elijo quedarme aquí!
¡Con las alas rotas y el sabor del error!
¡Con la fuerza que da el dolor!
¡Escúchame!
¡Elijo sufrir!
¡Lo elijo para mí!

III: SÚPLICA

Encadéname.
Estoy sumida en la voz
que me exige que el mundo vuelva a girar.
Imagínate.
No pedí repetir
la eternidad.

Laberinto de ideas
reflejado en mí.
Espiral sin fin,
rota por latidos
que no pueden
acordarse del silencio
que me diste con palabras.
¿Dónde está aquella mirada
que bebía mis secretos?

IV: ESTERTOR

Tu reflejo en mí.
Sumergida en mi voz
voy rompiendo pedazos de realidad.
Atrapada en mí, despojada de ti,
la oscuridad.

Laberinto de ideas
reflejado en mí.
Espiral sin fin,
rota por latidos
que no pueden
acordarse del silencio
que me diste con palabras.
¿Dónde está aquella mirada
que bebía mis secretos?

EPÍLOGO: EPITAFIO

Cien ojos tiene la culpa que me golpea
y están mirando hacia... (mí)
Cien años dura el exilio
de mi esencia y de mi alma
Fuera de mí.
Fuera de mí.
Tan fuera de mí...



Estás muerta, S..., estás muerta porque te mataste. Lo decidiste.
Y lloré, y grité... y escribí.
pero no sabía qué eras TÚ lo que estaba escribiendo hasta que acabé y lo leí entero. Tú hablabas por mi mano, por la tinta.
Estoy seguro de que el poema era tu alma, tu variación constante de ánimo, tu eterna sensación de vacío.
En esa época yo aún quería ser músico, aún tenía el grupo.
Así que pusimos música al poema, a TU esencia.
Fue la mejor canción que compusimos, y ya no hubo más. No podía haber más.
El grupo desapareció, se desintegró. Como tú.
Aún me sorprende esa habilidad tuya para romper todo lo que te rozaba.

Tu sangre me hizo adulto.
Muy a mi pesar.

viernes, 17 de abril de 2009

Aún no recuerdo mi asesinato

Aún no recuerdo mi asesinato.
Todo... se diluye... en un mosaico de sensaciones.
La perversidad tampoco tiene un rostro definido.
Al esperar pasivamente, al desnudarte en palabras vas muriendo a mordiscos.
Recuerdo llorar callando y callar llorando.
Recuerdo haber buscado un nombre para mi dolencia,
para mi autoconciencia,
para mi vida.
Pero aún no recuerdo mi asesinato.
Nada... define... la brecha mental que no deja de sangrar,
el deseo insaciable que a veces regurgita respuestas,
pues por las venas no corre sangre;
sólo tinta, sólo lluvia.
Las balas de espejo, los puñales de hipocresía te van matando a naufragios.
Recuerdo gritar desnudo y desnudarme gritando.
Recuerdo tener en mis manos, tus manos
en mis ojos, tus ojos
en mi boca, la tuya.
Pero aún no recuerdo mi asesinato.
Todo... se retuerce... en una serpiente de agujas.
En una odisea de remolinos.
Trozos de piezas, fragmentos de fracciones.
Al comerte en latidos, al devorarte en razones vas muriendo en desgarrones.
Recuerdo vivir sangrando y sangrar viviendo.
Recuerdo intentar reirme de la risa,
de lo real y lo personal,
de lo eterno y lo mortal.
Pero aún no recuerdo mi asesinato.
Nada... se inventa... salvo el alma en el alma,
el color en el beso,
la mar en el suspiro y el océano en la caricia.
El diluvio en su sonrisa y el vendaval en su mirada te van matando a tormentas.
Recuerdo arder gimiendo y gemir ardiendo.
Recuerdo fundir el tiempo en tus labios,
descubrir el mundo en nuestra cama,
navegar en tu pelo,
perderte y encontrarte.
Y aún no recuerdo mi asesinato.

domingo, 12 de abril de 2009

Revolución. El salto del salto.

Por fin he encontrado mi revolución. Mi causa perdida.
Yo no he corrido delante de los grises. No he luchado por ideas sociales.
En una época donde la televisión bombardea con viejas glorias pasadas de la transición, con las penalidades de los españoles en tiempos inciertos, con el peligro omnipresente de una vuelta a la dictadura, yo no he tomado parte en ningún movimiento.
Donde la anterior generación se vanagloria de haber instaurado la democracia, donde presumen de haber escrito un documento que rebosa "igualdad" en cada una de sus palabras, yo no he tomado partido ni en un sentido ni en otro.
Mi revolución ha sido, y siempre será, la intelectual. La que voltea todos los supuestos anteriores, la que contradice la ignorancia, la idotez, la simplicidad.
Mi revolución es la que escupe en la cara de la ciencia ortodoxa, la que instaura la anarquía en la lógica, la que acepta las contradicciones porque no se resuelven, sino que se necesitan mutuamente.
Mi revolución, que pretendía ser aséptica y mantenerse al margen de tendencias políticas, al final toca al gobierno, a su forma y origen, a su sustentación. Porque todo está relacionado y todo causa todo; así que se empiece por donde se empiece, si se es perseverante, se llega al otro extremo, el que no se proyectaba.
Si uno empieza plantando cara a la ciencia, se encontrará con la política. Si se empieza con la biología, se encontrará con la psicología y la filosofía, si se empieza con la política, se acabará con la ciencia.
Porque todo nos atañe a nosotros, ya que somos nosotros los que buscamos respuestas y nosotros somos los que otorgamos significado a lo que percibimos, medimos, manipulamos o gobernamos.
En una de sus conferencias entendí al Doctor Germán Berrios afirmar que lo que investigamos y cómo lo investigamos no está en nuestras manos, sino en las de los políticos.
A los expertos los controlan los políticos (que reparten los recursos), a los políticos los controla la gente (o más bien, lo que la sociedad en conjunto siente, teme y percibe), a la gente la controla la información manipulada, sus creencias y sus relaciones, la naturaleza, y todo se retroalimenta causándose a sí mismo y produciéndose a sí mismo.
Así que la causalidad lineal, antaño pilar de toda disciplina que aspirara a llevar el nombre de "ciencia", se ha quedado obsoleta. Uno ve lo que quiere ver. Y lo que se quiere ver varía mucho en función de las motivaciones que uno tenga (efecto de la profecía autocumplida). Porque uno tiene más recursos para investigar si lo que investiga satisface al que controla los recursos, y lo que le satisface a éste es la forma de ahorrar recursos en el campo en el que los aporta.
Por eso, entre otras muchas cosas (modelos epistemológicos de ciencia, conocimiento presente, creencias de la sociedad, mitos, historia...) las explicaciones reduccionistas triunfaron y permitieron el desarrollo de las "ciencias en sí mismas" hasta el punto de obtener niveles tecnológicos inimaginables.
Sin embargo sería estúpido separar el estallido desarrollador de la Física, Química, Medicina, Ingeniería, etc. de la historia del momento. De la pérdida de poder de la religión, del florecimiento de los regímenes democráticos, del antropocentrismo humanista.
Una cosa no causó la otra, ni al revés tampoco. Es mucho más complejo que eso. Aquí se vislumbra la idea de Morin de RECURSIVIDAD donde el productor se vuelve producto y el producto, productor.
Como señalaron los filósofos de la ciencia, todo paradigma tiene su brecha. El paradigma que permitió nuestro desarrolló tecnológico se rompe en lo que el propio Morin llama INTELIGENCIA CIEGA.
Un desarrollo tan espectacular en millones de mini parcelas disciplinarias, hacen que perdamos de vista las consecuencias que cada desarrollo tiene en el cuadro completo. "El pensamiento mutilante acaba por mutilar al hombre" (E. Morin).
Lo que nos lleva al aquí y al ahora. Una ciencia que en gran parte sigue estando separada disciplinarmente y sigue siendo simplista y reduccionista. Un sistema político que inauguraron los griegos, pero que eclosionó al mismo tiempo que las ciencias modernas.
No obstante, se empiezan a vislumbrar aires de cambio en la ciencia. Si ella supera la brecha de su paradigma con otro más completo, inevitablemente influirá en la forma de concebir al universo y al hombre, y, a su vez, en la política.
También si se produjera una revolución en la política esta afectaría a la ciencia, para bien o para mal dependería del tipo de revolución (si regresiva o progresiva).
Y en este punto me encuentro ahora.
Envuelto en dudas, pero con una aspiración inevitable hacia la complejidad.
Mi revolución es la locura, los trastornos mentales.
Mi humilde y, por supuesto criticable opinión, es que ellos expresan de una forma inigualable los problemas sociales, biológicos, psicológicos y antropológicos de nuestro tiempo, de nuestra especie.
Si se supieran leer con claridad, muy probablemente nos contarían cómo se resuelve el conflicto individuo-sociedad, cómo se genera y se mantiene. También nos aportaría las pruebas necesarias para pasar del paradigma simplista al complejo, para influir en la política, en la ciencia, en la concepción del hombre.
Aunque también se llegaría al mismo camino partiendo de otras disciplinas (incluidas la física y la ingeniería).
Lo que permite conocer más y dar el salto no es el campo que se estudie o la materia de la que se parta, sino la forma en la que uno concibe esa materia, en la que uno la interpreta y la relaciona.
La solución siempre ha estado en nuestras mentes. Somos nosotros mismos los que nos limitamos (inseguridades, creencias arraigadas, temores, adoctrinamiento...)
La revolución comienza cuando uno se vence a sí mismo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

NO ESTOY LOCO (pero falta tan poco...)

"¡No estoy loco!" Me gritaba mientras mi yo se desmoronaba ante mi asombro.
"No estoy loco" Me susurraba mientras me abrazaba a la nada.
"¿No estoy loco?" Me preguntaba mientras descubría una verdad.
Si los demás creen que estás loco, ¿importa en algo que tú pienses lo contrario?.
¿Es la locura una "minoría de uno solo" como afirmaba Orwell?
No es verdad, es verdad, no es verdad, sí lo es... Y así hasta llenar un vacío infinito.
Cuando estoy tan sumamente desesperado (aunque no sea capaz de percibirlo conscientemente), cuando el medio en el que vivo ha destrozado mis posibilidades de adaptación de todas las formas concebibles, cuando como última defensa ante la invasión inevitable del exterior en mi interior (o cómo última resistencia ante mi propia desintegración) tengo que reajustar de una forma tan violenta mi esencia más íntima, mi realidad más propia a través de delirios, de alucinaciones, de desorganización conductual y mental, vosotros tenéis la odiosa osadía de llamarme loco, de ponerme una etiqueta, de tratar por todos los modos (manipulativos, violentos, inevitables...) que yo asuma que estoy enfermo.
¿Por qué? ¿Acaso mi locura no es el último intento que me queda para adaptarme a las normas, modos de vida, familia y desigualdades que vosotros imponéis?

Os asusta. Lo entiendo perfectamente. Mi locura refleja la vuestra.
Además es mucho más fácil convenceros de que la culpa es mía, de que yo tengo un problema, de que mi cerebro está marchito. Antes eso que atreverse a reconocer que algo en vuestro perfecto sistema social no funciona del todo bien.
Pero tenéis razón. La culpa es mía, puesto que soy yo quien "ha brotado" (como os encanta decir) y quien os hace sentir inseguros y atemorizados. Desde luego, también asumo parte de la responsabilidad en mi mejoría (quedó perfectamente claro cuando empecé a delirar para adaptarme a vuestra sociedad), pero ¿cuándo diablos asumiréis la vuestra?
No me hagáis reir con vuestras batas blancas y vuestras pastillas que lo solucionan todo, con vuestras psicoterapias centradas en los síntomas, con vuestro burdo boceto de tratamiento comunitario. Eso sólo es una parte del todo. Es como los preliminares sin coito o como la amenaza sin la consecuencia. Te hace sentir inútil, hueco. Te hace sentir un pelele incomprendido, cuando tú te has dejado la cordura por comprender lo que te rodea.

Me escupís a la cara que por mi enfermedad resulto impredecible, agresivo, casi demoníaco. Si ni siquiera podéis predecir la hora de llegada de un avión, ¿tratáis de predecir los actos de una persona? ¿Predecir o controlar? Es bastante sospechoso que la primera palabra vaya necesariamente unida a la segunda.
Si no actúo como vosotros consideráis que debo actuar, si no pienso como vosotros habéis determinado que hay que pensar, si siento demasiado o demasiado poco, si percibo cosas que vosotros no percibís, estoy enfermo.
Preferiría que me quemaráis en la hoguera como antaño, así me ahorraría al menos años y años de sufrimiento, de deterioro (pero es tu enfermedad la que te va deteriorando, chilláis. Vuestros fármacos destroza-neuronas, el aislamiento al que me sometéis, los prejuicios que me asociáis... eso no me deteriora, en absoluto).

La locura (psicosis, esquizofrenia... no importa el nombre) no tiene una causa biológica, en todo caso un MEDIO biológico de expresión.
La locura no es un factor sociológico, ni una enfermedad, ni una condena antropológica (aunque se le parece bastante).
La locura es la más desesperada de las tentativas de solución del conflicto simbiosis-individualidad y su evolución hasta el conflicto persona-sociedad. Pero ante todo, la locura es una realidad subjetiva y, por ello, REAL. Ni la propia persona la entiende, necesita imperiosamente darle un significado, comprenderla. ¿Qué es lo primero que nosotros trataríamos de hacer si nos despertamos un día sumidos en un cataclismo inenarrable? Probablemente trataríamos de comprenderlo para así poder escapar de él y solucionarlo.
Sin embargo, a los locos los tildamos de enfermos e ignoramos sus urgentes exigencias de significado. No quieren oir una explicación biológica ni psicológica, quieren comprenderlo DESDE SU PUNTO DE VISTA, DESDE SU VIDA Y EXPERIENCIA.
Pero les ignoramos.

Su locura refleja la nuestra.

domingo, 15 de febrero de 2009

Reflexión final de la sesión teórica de Modelos de Locura

Sé que el libro parece resaltar exclusivamente la parte negativa del modelo médico. Pienso que los autores hacen eso para poder destacar las peligrosas consecuencias de los modelos reduccionistas tanto biológicos como psicológicos, y de cómo el excesivo énfasis en la biología hace perder de vista otros factores igualmente implicados y del mismo peso a la hora de explicar la psicosis.

Mi objetivo no es únicamente criticar y demostrar cómo el modelo biológico de la psicosis está obsoleto y carece de la adecuada base científica. Es simplemente el punto de partida a una visión global de la psicosis donde interactúan a la vez cerebro, persona, familia y sociedad.

Aún falta mucho por investigar, pero lo que sí está claro es que la psicosis sucede EN la vida de la persona, no es algo que surja de la nada, tiene un sentido para esa persona, sentido que está desesperada por encontrar.

Por eso no podemos separar la sintomatología de la psicobiografía y tampoco podemos aislar a la persona en el proceso de explicación y búsqueda de significado que esa alteración pudiera tener para ella. No es ético, no es científico, no es útil y, desde luego, no es profesional.

Por supuesto que la psicosis tiene causas, pero quizá esa causalidad no sea tan lineal como nos gustaría. La hiperactividad dopaminérgica no es la causa de la psicosis, la elevada emoción expresada en la familia tampoco. Algo tan complejo como la psicosis no puede tener una causa lineal o una multicausalidad lineal.

La psicología y la psiquiatría tratan de imitar la supuesta perfección de ciencias como la física o la biología, pero ellas a principios del S.XX se dieron cuenta de que la causalidad lineal se quedaba corta a la hora de comprender fenómenos tan complejos como el Universo o la interacción atómica.

Nuestro objeto de estudio es igual de complejo que el suyo. Estudiamos las patologías mentales, pero éstas aparecen en la persona que está inmersa en su vida, su familia, su sociedad y sus deseos además de en su biología.

Las causas de la psicosis están inseparablemente unidas a la psicobiografía de la persona, a su desarrollo biológico y social, a su percepción del mundo y de su patología.

La psicosis se produce en una interacción circular recíproca que envuelve a la persona y la va modificando. La psicosis, al igual que la vida, es dinámica, no estática.

Si nosotros sólo ofrecemos a los pacientes explicaciones reduccionistas, les estamos fallando, además de estar fracasando en nuestro papel de profesionales.

Nos quejamos de que en muchos pacientes su patología se explicaría por la necesidad de eludir la responsabilidad que tienen en su propia vida y tratamos de reconducir eso.

Bien, pero ¿y nuestra responsabilidad profesional? Ya no con ellos, sino con nosotros mismos. Nuestra responsabilidad de actualizar nuestros conocimientos, nuestra responsabilidad de promover tratamientos cada vez más eficaces y complejos (en el sentido de que involucren no sólo a la persona, sino a su familia y a la sociedad), nuestra responsabilidad de actuar conforme a la ética.

Si es cierto que la psicosis es un fenómeno complejo que se desarrolla en la vida de la persona y tiene un sentido para ella, deberíamos comenzar por utilizar métodos de tratamiento eficaces que posibiliten la búsqueda de ese sentido y el desarrollo de la persona. No hay ni habrá fármacos que puedan conseguir esto.

Si es cierto que las psicosis están causadas por factores estresantes que danzan en una circularidad retroalimentaria, deberíamos comenzar por luchar para dotar a las personas de los recursos socio-sanitarios necesarios para cambiar, en lo posible, dichos factores. No hay ni habrá pastillas que puedan sacar de la pobreza, eliminar el racismo, hacer olvidar los abusos o cambiar a la familia.

Debemos ofrecer psicoterapia porque es el único tratamiento en el que la persona puede retomar el contacto con su responsabilidad y su vida, en el que puede ser comprendida globalmente y en el que se pueden incluir personas e instituciones que estén en la base de su problemática.

Debemos esforzarnos por conseguir recursos socioeconómicos útiles para las personas y para su integración, no que las anclen cada vez más en su patología.

Es cierto, no podemos cambiar la sociedad ni el sistema, pero sí podemos cambiar nuestra praxis. Tenemos que empezar a asumir y a ejercer la responsabilidad por la que hemos estudiado y por la que hemos luchado.

En el centro del laberinto

Tras la sensación de eterna incoherencia en la que se convierte, o quizá yo he convertido, mi mundo.
Tras el velatorio por mi amor propio y el funeral de mi autoconcepto.
Tras las críticas vacías que me atacaron. Tras la pequeñez de mi existencia.
Tras la jaula en la que me ha encerrado la vergüenza que jamás dejé de sentir hacia mí mismo.
Tras la estupidez que me define.
Tras el llanto inevitable con el que hablaba.
Tras las palabras arrancadas de mi alma y los deseos asfixiados en mi fantasía.
Tras mis incontables errores.
Está el centro de un laberinto de prejuicios y frustraciones, de rabia macerada a lo largo de toda una vida, de nulidad como rasgo innato de personalidad.
Y soy incapaz de encontrar la salida.

La boca tan grande y negra de mi ignorancia que me ha devorado tantas veces.
El silencio al que he condenado mis opiniones y mis principios.
La falta desesperada de sentido, de humildad, de mí mismo que ha mutilado mi alma.
El frío egoísmo psicopático del que han nacido todos mis miedos.
La hiel amarillenta con la que he cubierto mi corazón para protegerlo de lo que es imposible defenderse.
El vacío donde he elegido vivir y marchitarme.
Las consecuencias imparables de mi ausencia de decisiones, que decidí llevar a cabo.
La nada que me nombra como loco y me explica como infinitamente furioso.
Me conducen al centro de un laberinto de culpa y subversión, de raptos constantes de lo único bueno que me quedaba, de mi propia violación perpetua y dolorosa.
Y no sé si existe la salida.

Antes del principio de mi infancia, postergada y condenado a repetirla.
Antes de mi incapacidad de amar y comprender.
Antes de la violencia que aulla por salir. Antes de que se acaben mis reservas de empatía.
Antes de que mis ojos se nieguen a mirar a la muerte a la cara.
Antes de la autocompasión sellada a mis elecciones.
Antes del asesinato de mi esencia a manos de mi arrepentimiento.
Antes de olvidar cómo besarte.
Antes del suicidio por motivos equivocados.
Siempre me esperará el centro de un laberinto de pasiones compartidas y lujuria por la vida, de rebeldía soldada a mi idealismo incondicional, de amistad construida contracorriente. De ti y de mí en un grito de primavera eterna.
Y no quiero encontrar la salida.

La música manda:

These Colours don´t Run (Iron Maiden)
The Longest Day (Iron Maiden)
The Legacy (Iron Maiden)

Más libros, más libres:

Introducción al Pensamiento Complejo (Edgar Morin)

domingo, 1 de febrero de 2009

Polémico, muy polémico

Nos venden una cara de la moneda y nos la tragamos con una sonrisa expresada en una ira coja y manca. Quizá nosotros sólo queremos ver una versión de los hechos porque es más fácil juzgar si sólo tenemos una parte del todo, porque lo fácil es parcializar.
Y ahí está el padre de esa niña de Huelva llorando por una justicia que para él no es suficiente. Y ahí están los medios de comunicación difundiendo la noticia sólo desde un punto de vista. Pobre hombre que ha perdido a su hija, que no obtiene justicia, que el juez dejó al asesino libre. Eso es intolerable y hay que tomar medidas porque el padre se lo merece, porque la familia se lo merece. Así que multamos al juez, pero eso no es suficiente, tenemos que destituirle, pero eso tampoco es suficiente porque hay que enviarle a prisión, él es tan criminal como el asesino. A por él, a por él. Y manifestaciones y gritos de una sociedad parcializada que el gobierno recibe con los brazos abiertos. El cadáver de una niña es una excusa perfecta para desviar la atención de los problemas que realmente tiene que resolver el poder legislativo, así que interfiere en las funciones del poder judicial poniendo a la constitución contra el suelo y violándola hasta sangrar. Y el pobre padre se hincha de rabia porque aún no es suficiente.
Y nunca lo será ¿Hay algo que este mundo, que la gente de un país pueda hacer para que ese hombre expíe su parte de responsabilidad? No, nada, nunca.
Porque por otro lado están hechos y circunstancias que dulcemente se obvian. ¿Qué pasa con el contexto del juez? Trabajando al triple de su obligación y su capacidad, intentando desahogar un sistema burocrático sepultado en causas pendientes que no se resuelven por falta de recursos, porque el poder legislativo no aporta los medios, pero interfiere donde no ha de hacerlo. Y ese juez comete un error, así que hay que despojarle de todo por ello, hay que multarle, inhabilitarle y llevarle a prisión por trabajar tres veces más, por cometer un error producto probable de la fatiga.
Y por otro lado está el hecho aplastante, doloroso y convenientemente ignorado de que el padre, la madre, la familia, las figuras encargadas en primera instancia de la seguridad de la niña, consienten en que ella con 5 años salga a la calle sola a comprar caramelos, da igual que la tienda estuviera cruzando la calle, como si está a tres metros en el portal de al lado. Pero eso no se dice porque ya bastante dolor están soportando.
No se trata de culpar a nadie, ni de juzgar a nadie. Pero la responsabilidad ha de estar donde corresponde, en el grado que corresponda según a quién corresponda. Basta de parcialismos, ¿por qué nos dejamos llevar como peleles, por qué no pensamos en la otra versión, tanto trabajo cuesta, tan primitivos somos aún?
Y ahí está la violencia de género. Las estadísticas de mujeres maltratadas que mueren a manos de los desalmados de sus maridos/parejas/novios/amigos. Y ahí están de nuevo los medios de comunicación llenando la información de sucesos que no hacen más que incrementar nuestro sesgo de representatividad (como hoy han habido tres noticias de mujeres maltratadas y ayer dos, seguro que está pasando en todos los hogares a todas horas), y ahí está de nuevo el gobierno con otro asunto que puede utilizar para desviar nuestra atención, y redacta una ley "modelo en Europa" donde ante el maltratador tolerancia cero, pero ¿y si es la mujer la que maltrata? silencio largo para luego remitir a las estadísticas, pero ¿y si la mujer miente y denuncia por interés y entonces privamos de libertad a una persona que no ha hecho nada sin que haya pruebas fehacientes? silencio incómodo para luego remitir a las estadísticas, pero ¿y si es uno de los muchos casos en los que la mujer vuelve con su pareja por octava vez después de siete veces en que el hombre casi la mata, o si la mujer vuelve con otro hombre del mismo perfil que los maltratadores con los que ha estado anteriormente? Silencio interminable que no se puede rellenar con estadísticas ni con excusas porque no se sabe, no se entiende. De hecho, juraría que no se quiere entender.
Otra vez un solo punto de vista, otra vez una imagen parcializada de la realidad. Sólo nos muestran el final de una vida, un acto que se repite, una conducta que es reiterativa. Está claro quién es el culpable, pero ¿tan claro está quién es el responsable? ¿Es que todas las mujeres tienen tan alterada su capacidad de juicio y decisión? Quizá se nos olvida un hecho clave. Es una pareja. Para el sentido común habría de ser evidente que la dinámica de actuación de una pareja es totalmente diferente que la dinámica de una persona en solitario. Sin embargo, no lo vemos, no lo pensamos, no queremos comprenderlo.
¿Tan políticamente incorrecto es que las personas asuman su parte de responsabilidad en su propia vida?
Ese miedo a asumir nuestra propia responsabilidad en nuestra propia vida podría explicar la ira inagotable del padre al que arrebataron su hija, podría explicar que las cifras de maltrato se mantengan o incluso se incrementen a pesar de las leyes gubernamentales, podría explicar que queramos fármacos y pastillas para aliviar nuestra angustia en vez de encararla, podría explicar nuestra ansia de prejuzgar, de ser absolutamente parciales.
Sí, podría explicarlo, pero desde luego, no podría cambiarlo.
Eso tenemos que hacerlo nosotros. Mierda, creo que para eso también necesitamos asumir responsabilidad.
Y ahí tenemos otro de los millones de círculos viciosos en los que nosotros mismos nos encerramos para evitar.
Siempre evitar. Si se trata de eso, ¿por qué no aceleramos el proceso suicidándonos? ¿Tan cobardes somos? o, peor aún ¿tan vagos, perezosos e hipócritas somos?
¿En qué nos estamos convirtiendo?

domingo, 25 de enero de 2009

Me reflejé en espirales

Momentáneamente me perdí en la claridad creciente de la inconsciencia.
Me perdí en la alquimia de mis propias ansias, en la certeza fracasada de la ignorancia.
Buscando el suicidio encontré la música y con ella, el deseo y con él, mi vida.
Me reflejé en espirales de aguamarina construyendo delirios de grandeza que jamás se cumplirían.
Maldije la sociedad hasta que los insultos se convirtieron en fango entre mis dientes.
Viajé al corazón de los dragones que tejen la rabia, al ocaso infantil del tiempo.
- Cambiaré el sistema, cambiaré el mundo - Me decía intentando ocultar que mi objetivo había sido siempre cambiarme a mí mismo.
Provocaba peleas para ganarlas perdiendo, y Cyrano me susurraba al oído "Es más bello porque es inútil".
Presumí de mis carencias exagerándolas hasta la hipérbole. No me percaté de que lo hacía como defensa y se volvió contra mí. Mi terapeuta lo bautizó como mi eterna inseguridad.
Comparé y no sirvió de nada. La envidia me deshollaba al ver a personas mejor situadas que yo y el remordimiento me devoraba al contemplar a gente peor parada que yo.
Mi alma se deshizo en palabras que nadie escuchó, que nadie leyó y que todo el mundo repetía sin saberlo.
Me reflejé en espirales de ónice pintando la muerte con besos.
Agonicé en autocompasión hasta que mi imagen se oxidó entre mis manos.
- Me odio, me detesto, me doy asco - Me gritaba evitando saber que me amaba, pero no lo aceptaba.
Atravesé el umbral del palacio donde moraban los dioses de la locura, me arrodillé y pedí su bendición.
Desgarraron mi pecho con promesas ilimitadas, mi espalda con carcajadas en forma de lágrima, mi rostro con infiernos de lealtad.
Recuerdo que me vestí con los labios de un adolescente. Mi idealismo se licuaba en mis ojos como la sangre en una navaja.
Volé a lomos del viento intentando volcar las estrellas, pero mis brazos se abrasaron en una elipse de carne humeante. Y no me importó.
Conté tres veces los granos de arena de un desierto y tres veces reventé mis valores, mis principios.
Me reflejé en espirales de turmalina entregándole mi esencia.
Exploté en alaridos hasta que mi lujuria se convirtió en un océano que desgajó mi realidad en billones de realidades más complejas.
- ¿Por qué? ¿Por qué? - Me preguntaba ignorando que ya sabía la respuesta.
Habité en el reino del olvido navegando entre recuerdos ajenos.
Supliqué tu corazón y conseguí mi comprensión. Así que seguí delirando hasta consumirme en un abismo de plenitud. Y de repente todo el mundo chillaba en mis oídos.
Me gritaron que dejara de pensar, me exigieron que dejara de soñar, me prohibieron imaginar, crear, nombrar.
Y entonces supe que en ese momento acababa de morir.

martes, 20 de enero de 2009

El hombre de ceniza (I)

- ¿Cómo pretendes que me crea que eso es un arco iris? - Se asombró la doctora - ¡Es todo rojo!
El hombre de ceniza la miró enarcando las cejas y sonrió con ironía.
- No es rojo, es un arco iris normal, color arco iris. - Repuso con total seriedad.
La doctora apuñaló el dibujo con la mirada. El arco iris ocupaba el centro del papel y encima de él a los lados estaban pintadas dos bocas en un chillido silencioso, negras como el corazón de la verdad.
- ¿Eres consciente de lo que dices? - Preguntó la doctora - Mira, intento ayudarte, pero si no pones de tu parte, no puedo hacer nada.
- ¿Por qué me dice eso? Es un arco iris. Usted me pidió un dibujo y se lo he traído. Estoy tratando de trabajar como usted me dijo.
- Vale, te agradezco que te impliques en la terapia, pero no puedes decirme que es un arco iris normal cuando es todo rojo.
- Ya, pero es que no es rojo, es un arco iris normal.
- Está bien. ¿Qué significan esas bocas a los lados?
- Son dos bocas que gritan de frente y, por lo tanto, no se escuchan la una a la otra, van cada una por su lado. - Explicó el hombre de ceniza. - El mundo funciona así. Ahora todo el mundo habla de la importancia de la comunicación, pero es sólo teórica. No se comunican.
La doctora le sostuvo la mirada y guardó un silencio prudente.
- Mire, doctora, vine aquí buscando ayuda, pero, si le soy sincero, no sé para qué. Nací perdido, crecí ahogándome en angustia y moriré atrapado.
- Háblame de tus recuerdos, dime qué te angustia, cuándo te diste cuenta de que estabas perdido y por qué te sientes atrapado.
El hombre de ceniza cerró sus ojos amarillos, inspiró profundamente y se dispuso a descorrer la cortina oscura de la negación.

El niño gritaba.
El niño lloraba.
Testigo de violencia sexual hacia él, hacia su madre. Sin apoyo, sin palabras, sólo con la comprensión inevitable que dan la sangre y las lágrimas del ser más querido.
Pinceladas de gris y rojo destrozaban la identidad que jamás de construyó.