domingo, 27 de septiembre de 2009

Ella

Tumbada en la cama piensa en sus acciones, en su vida.
La melena morena rodea su cabeza como un agujero caliente, anhelante; mientras sus manos retuercen las sábanas en un aullido háptico.
Y entonces es cuando sus ojos se disuelven en agua y sal.
Su llanto es vómito.
Vomita la primera caricia de su madre, el primer abrazo de su padre. Las decepciones con sus amigos y su familia, los besos de todas sus relaciones.
Vomita sexo y recuerdos, admiración y odio.
Y cuando ya está vacía, vomita por ella misma.

Y tiene el cariño de sus amigos, el amor de su pareja, el incentivo ardiente de su vocación. ¿Por qué no puede disfrutar?
Porque en su interior, arrinconado entre axones de neuronas y glóbulos rojos hay un abismo negro, oscuro y feo, que no se llena, que no se entiende. Que duele.
Allí late sordamente su pasión por la existencia, por el mundo y por la gente, agonizante tras años de vida y realidad social.

Ella no es nadie.
No se puede ser alguien en esta soledad desesperada.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Rabia

Es curioso cómo uno no para de recoger los fragmentos de su ser dispersados por el suelo (parecen los vestigios de una carnicería con ensañamiento), para volver a reventarlos otra vez contra el mismo.
Y así hasta el infinito.

Hay días en que uno odia a todo el mundo, a todas las cosas. Y no existe forma de escapar, porque ni el acto más abyecto ni la venganza más fría son capaces de llenar el vacío abisal que late en tus entrañas.
Y la rabia te corroe por dentro, envenenándote, consumiéndote, derritiéndote de dentro afuera.
Y ya no importan las causas, ni las correlaciones que tienen emociones con conductas o con pensamientos. No importa el inicio, ni si tiene un final.
Sólo existe ese sabor granate entre los dientes, ese relámpago rubí que atraviesa tus sienes.
Sólo existe la puñalada sangrienta que los gritos asfixiados antes de empezar asestan a tu corazón,
la marea escarlata en que se han convertido tus deseos, tus principios morales y tus ojos,
sólo existe el color rojo.
El daltonismo inverso de la rabia.

Hay días en que uno entiende dolorosamente el concepto de pulsión, cuando únicamente ansía que el asfalto trague cualquier vestigio de vida, que el azufre tiña de ocre cualquier aliento de esperanza sólo para tener algo por lo que llorar, sólo para que la devastadora sensación de rabia se ligue a algo decente, salga de ti, tenga un puñetero sentido.
Y evalúas muy seriamente el suicidio, pero te asustas. No por ti (al contrario, para ti sería maravilloso), sino por lo que pasará cuando ese universo de furia que está aplastado entre tus huesos y músculos como una parodia trágica del Big-Bang se libere. ¿Habrá algún otro ser viviente capaz de aguantarlo? ¿O se dispersará en una oleada roja repartiendo justicia y miseria por todo el planeta?
Si pasa lo primero, lo poco de humanidad que te queda se retuerce en una caricatura de compasión. Si pasa lo segundo, ya estarás muerto para verlo y entonces no podrás llorar.

Hay días en que el infierno te define y te arropa. Días en que el infierno te muerde y te justifica. Porque el infierno es la cólera, la ira, la furia, LA RABIA. Rojas y ardientes como el mayor sueño erótico de Satanás.
Hay días en que te avergüenza pertenecer a la raza humana. Rabia.
Hay días en que beberías sangre sólo para sentir algo real. Rabia.
Hay días en que te desintegrarías en una blasfemia brutal. Rabia.
Hay días en que te inyectarías aire en las venas sólo para subir hacia abajo. Rabia.
Hay días en que no te queda alma, sólo lava, piedras fundidas, esperanza licuada. Rabia.

Sí, hay días así.
¿Pero qué haces si así son TODOS los días?

domingo, 13 de septiembre de 2009

La última mirada de Tyler Durden

Caminando entre carcasas que fueron
en otra vida, en otro mundo, en otra
filosofía,
personas y latidos de personas,

Tyler destapaba a aquellos que hicieron
en otro mundo, preguntas, en otra
vida, anarquía.
Su ética despojaba de cadenas
cada neurona.

Hiriendo su cuerpo Tyler peleaba
contra la belleza y su condena.
En un bautismo
rojo y astillado convirtió la muerte
en su esclava.
Fue cuando se deshizo a sí mismo.

Y entre las cenizas de sus ideales
Marla besó los fragmentos inertes.
Y entre puñales,
cada uno, a su manera, le hizo el amor
a la muerte.
Con su olor, con su sabor a suicida
Marla sólo se abrazaba a la vida.

Tyler Durden y su otro yo sin nombre
le pusieron voz con gritos a un valor
desesperado,
perdido en el color gris de los hombres:

el de la catarsis del sufrimiento.
Perdiendo todo, objetos y principios
vacíos, rotos,
encontraron al final la libertad
en movimiento.

Pero la libertad siempre da miedo,
y el yo innombrable de Tyler quiso
hacer un voto
de traición, detener la ferocidad
puesta en el dedo
de todas las mentes. Sin saberlo se

inculpó, porque Tyler y él eran uno.
De un balazo intentó unir sus dos partes,
cuestión de fe.
Nació, no siendo alguien, sino ninguno.
Punto y aparte.
La última mirada de Tyler fue Marla,
la primera de ninguno fue para
tocarla.



En honor a la maravillosa novela de Chuck Palahniuk
y dedicada a la película genial de David Fincher.
Ambas me ayudaron a abrir los ojos y pusieron su
granito de arena en lo que ahora soy.

Fight Club. I wish i had it.