domingo, 28 de noviembre de 2010

Sobre la ciencia y la vida

A través del tiempo se desquicia la verdad. Se deforma y se vuelve pegajosa como un chicle usado, sin sabor, elástica y blanquecina.
Eso traté de transmitir en aquel fatídico seminario de área. La imposibilidad de establecer una verdad cierta, la idea de que la ciencia ha de abandonar toda su pretensión de certeza inamovible que tanto la entronca con la religión.
Han sido meses duros y maravillosos al mismo tiempo. Es normal entonces que las personas enloquezcan tratando de conciliar los contrarios.
Así la ciencia enloquece también. En esa locura paranoica que la llena de matemáticas y cálculos supuestamente exactos y que le hacen perder la verdad de su esencia. Pues la ciencia surgió como ha surgido todo el saber humano, para entender la vida.

Pero a la vida no se la entiende. Se la vive. Maldita simpleza elaborada. Se la vive y sólo te das cuenta de haberlo hecho en las lágrimas arrolladoras de una sonrisa genuina, en las sonrisas inabarcables de mares llorados.

Vida.

Vida que calienta y da forma, que enfría y vuelve piedra lo que era arcilla animada.
Vida fundida en un abrazo mortal, pues todo tiene un final ya que una vez tuvo un comienzo.
Y en el cuándo donde vivimos actualmente no hicieron de nuestro miedo una ventaja, sino un arma vuelta contra nosotros.
No se puede vivir sin miedo porque no existe el miedo sin la vida.
El miedo como ventaja nos moviliza. Obliga a una actuación. Obliga a hacer algo para que desaparezca o para que se mantenga. Obliga a vivir con un puñal de amor entre los dientes. Obliga a desobedecer, obliga al enfrentamiento. Obliga al cuestionamiento de una autoridad fundada en la ignorancia de quien no vivió abrazado a una cintura distinta de la suya.
El miedo como arma vuelta contra nosotros inmoviliza. Obliga al silencio como forma deshonrosa de acatamiento. Obliga a una obediencia que no se quiere porque nunca ha sido buscada. Obliga al encapsulamiento de la imaginación y a la muerte de la esperanza. Obliga a la vida inerte de un hieratismo monocromático. Blanco y negro y gris, tan estáticos como las palabras que no se pronunciaron, como los besos que se guardaron dentro de uno y se convirtieron en pura hiel.
Pues la amargura antes fue libertad deseosa, amor etéreo, risa franca.

Y en la nueva forma de una ciencia sin vida y de una vida sin ciencia se desarrolla el miedo como arma.
Allí donde los números sólo sirven para aumentar el comentario de los que nunca han dicho nada, donde la vida sólo es entendida como la consecución sin límite de un deseo deformado, se encuentra el lago lechoso de un temor informe que no es más que la última advertencia desesperada del último resto de humanidad que nos queda.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Sobre locura, muerte y filosofía

Ayer hablé sobre locura y muerte ante un auditorio cansado.
Ayer desgrané los pensamientos inútiles de mi mente hirviente en deseos respecto a los espejos entre la locura y la muerte.
Traté de explicar por qué para mí ambas eran límites del pensamiento, por qué ambas eran certezas irrenunciables, por qué ambas eran el grito agónico de una individualidad que siempre trata de retornar al grupo.
Cómo explicar que el origen de todas mis reflexiones es el inconformismo. Cómo explicar que la locura y la muerte se desenvuelven en la brecha de mis sueños inalcanzables, de mis deseos frustrados.
Una vez ante otro auditorio cansado (¿o era el mismo?) dije que lo que une una palabra con la verdad de una idea no es la exactitud de dicha palabra nombrando esa idea, sino el sentimiento que provoca, la emoción que sacude. Ese pequeño escalofrío poético que anuda palabra, verdad e idea.
Para mí la Filosofía tiene lo que mi alma anhela.
Por un lado, la verdad. Esa chispa efímera que une conceptos con palabras, decisiones con consecuencias. Fantasía con realidad.
Por otro, y enlazándolo, es la construcción constante.
No hay una sola verdad (gracias sean dadas a nuestro ateísmo todopoderoso como diría Hubert Farnsworth en Futurama) y la Filosofía permite reafirmarlas buscando caminos nuevos, permite destruirlas creando caminos nuevos, permite inventarlas surcando caminos nuevos.
La Filosofía, mediante la lógica (da igual qué tipo de lógica sea), crea el mundo una y otra vez. Deshace y rehace. Elimina y erige.
Hay gente que habla de la adicción del pensamiento y su peligrosidad, y no se equivocan.
Pero muy a mi pesar tengo vocación de artista y carezco de talento. Así que necesito inventar mi realidad constantemente con el fin de buscar ciertos puentes que no se derrumben tan fácilmente.
Por eso pienso.
Porque me gusta vivir en la Tierra Media de Tolkien.
Porque quiero navegar el cielo a lomos de Fujur.
Porque quiero empezar una guerra por los ojos de una mujer.
Y por eso digo lo que pienso.
Porque creo que toda la gente necesita sentirse de vez en cuando como Aragorn frente a los orcos del abismo de Helm, porque quizá necesiten sentirse como Bastián creando Perelín, la selva nocturna, cabalgando a lomos de la Muerte Multicolor. Porque juraría que toda la gente necesita morir por una causa que les trasciende, y eso quiere decir que necesitan vivir en guerra, que necesitan vivir luchando, que necesitan vivir enamorados.
Así que ayer hablé sobre locura y muerte ante un auditorio cansado.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Temblores

Tiembla tu piel como el gorrión recién nacido en manos ajenas, ásperas, oscuras.
Tiembla tu voz como el redoble asincopado del tambor frente al pelotón de fusilamiento.
Tiembla tu pecho como tiembla la piedra pequeña antes de iniciar un alud gigantesco, un alud que lo enterrará todo, que lo aplastará todo.
Tiembla tu cuerpo en una agonía de miedo y culpa, de horror y muerte.

Tiemblas despacio pero interminablemente. Sin pausa ni hueco. Sacudida tras sacudida te conviertes en puro ritmo, adagio funesto que asesina la luz con llanto, la voz con un vendaval suspirado.

Y esos temblores retuercen tu cuerpo con tu alma en un nudo salvaje. Y aprieta el miedo. Y aprieta la culpa.
Y el nudo corta la carne a tajadas desesperadas. Sangre en los ojos, sangre en la boca. Tú condenada a sufrirla, yo condenado a saborearla.
Esto tendría que ser una cuerda que sostuviera, no un nudo que encarcelara.
Ya no son lágrimas, son rocas.
Ya no son manos, son zarzas.

La justicia, como todo lo que no existe, tiembla a carcajadas desde el infierno de la esperanza.
Porque el mundo puede desintegrarse con una palabra.

Y para mí quiero la sangre y el nudo, el miedo y la culpa, la voz que tiembla, la piel que tirita.
Y no puedo cogerlos. No puedo matarlos. Sólo puedo ver cómo te crecen en una impotencia desolada.
Desterrado de tu cuerpo soy lágrima sin ojo, estertor sin muerte.
Y no puedo dejar de sentirlo, no puedo dejar de verte.
Latigazos y cuchilladas de desdén y decepción. Culpando de algo que no se comprende.

Pero juntos una vez sobre la arena fundamos la luz de la aurora.
Juntos una vez sobre la tierra robamos la voz a las horas.
Juntos una vez bajo las velas soldamos mi fauna a tu flora.
Fundimos tu fauna a mi flora.

Así que unidos volamos.

Si sufres, sufro.
Si te estrellas, me estrello.
Si tiemblas, ten por seguro que tiemblo.

Y ahora tu estremecimiento es el mío. Tu terremoto es el epicentro del mío.

Así que temblamos como cachorros abandonados en la tormenta.
Como ancianos abandonados en la cuneta.
Temblamos como imagino que temblaron
los que alguna vez se amaron.

domingo, 10 de octubre de 2010

Sobre amor y decisiones

Ha caído el rayo plateado que bordeaba tu sonrisa.
Y ahora la capa ocre de la tristeza arropa la comisura de tus labios.

Y no hay rescate posible en la infinitud laberíntica de nuestro propio ser. Prisión de carne, prisión de sangre, prisión de ego.
Y decidimos. Y volvemos a decidir, pues en eso consiste vivir.
Y tratamos de buscar un motivo a nuestras decisiones, tratamos de darles un sentido y un orden, pues en eso consiste estar cuerdo.
Y llega un momento en que nos arrepentimos de lo hecho y de lo por hacer. Nos arrepentimos de las decisiones tomadas y de las que no tomamos. Y sin embargo, si hubiéramos decidido lo contrario también nos arrepentiríamos. Pues en eso consiste ser libre, en sentirse culpable.
E imaginamos consecuencias maravillosas y odiosas de las elecciones que nos quedan por tomar, pues en eso consiste soñar.
Y tratamos de posponer la decisión para saborear la promesa. Intentamos balancearnos en la lividez de una palabra futura para alcanzar la frontera de lo intangible, pues en eso consiste la esperanza.

Así que decidimos. Porque no podemos hacer otra cosa. Y en la tragedia reverberante del remordimiento lloramos.
Y todas las decisiones tienen que ver contigo mismo, que es lo mismo que decir que tienen que ver con los demás.
Por eso las aventuras de una pareja son inimaginables por lo variadas. Las andanzas de una relación de a dos siempre son un tajo en el alma.

No hay felicidad que no llore de tristeza. Ni tristeza que no sonría de alegría.
Por eso al bailar sobre tu cuerpo a medianoche era el más desgraciado y el más feliz de los hombres.
Por eso al bailar sobre tu cuerpo a medianoche bailaba sobre tu alma, danzaba sobre la mía.

Es una soledad culpable, pero una soledad viva.

Nunca estaremos completos, nunca estaremos repletos, llenos, plenos. Y quizá no sea porque tengamos una falla imposible de llenar. Quizá es que en realidad estamos completos, nacimos repletos y llenos, vivimos plenos; pero lo olvidamos.
Y necesitamos crear abismos de insondable negrura para sentir el latir pulsante de la vida y los deseos.

"Te amo" siempre corta.
"Te amo" siempre asusta.
"Te amo" siempre obliga.
"Te amo" siempre sueña.
"Te amo" siempre vive.

martes, 10 de agosto de 2010

Cuánto daño he hecho

No hay un segundo que no reviente mi corazón en chillidos desgajados de cualquier humanidad, excepto de la que da la pena, la rabia, la impotencia.
Quizá eso sea lo más humano.

Navego a horcajadas sobre el miedo oscuro que me abofetea la cara. Ni mi cuerpo se resiste a la horrible tortura que le grita mi cabeza.
Ojalá exagerara.

No hay tiempo sobre el que recordar que no me atraviese a cuchilladas de terror, a sablazos de compasión por los otros, de odio por mí.

Odio. Odio quizá sea lo que me posibilite brillar con esta luz enfermiza que tamiza mis palabras.
Cuánto daño he hecho.
Y lo fácil es sentirse culpable. Así sea. Si me siento culpable, es porque lo soy. Y a la mierda las convenciones y las justificaciones.
Ojalá me matara la culpa y no se dedicara exclusivamente a asfixiarme sin tregua.

La sorpresa de tu voz ante la despedida descuartiza mi corazón en un delirio sangrante de falta y culpa.
El amor que sentía se me aparece como un fantasma asesino.
Alambre de espino que se me clava en cada rincón de la conciencia porque ya no estás, porque estaba condenado a repetir mis fracasos y errores contigo, porque te dije adiós y traté de enterrar la agonía que eso me suponía.
¿Qué he hecho? ¡¿Qué he hecho?!

Cuánto daño he hecho.
Cuánto daño te he hecho.

Te has ido. Me muero.

Hacer lo correcto es una mierda absoluta. Hacer lo correcto es un engaño desquiciado de la razón absurda que se supone nos hace adultos.

Hace siglos que no escucho tu voz. Hace eones que te fuiste por última vez. Y hasta en eso fuiste elegante, hasta en eso fuiste comprensiva.

Lo cual hace que me deteste aún más.

Espero que me odies como lo hago yo, quizá así mi culpa tenga algún sentido.
Quizá así volvamos a conectar en lo más negro del alma.
Quizá así decida terminar lo que no me atrevo a empezar.

Te diría que lo siento. Y sería absolutamente cierto. Lo siento en el más hondo rincón húmedo de sangre de mis entrañas. Lo siento como el mordisco de un perro rabioso en la entrepierna.
Lo siento como golpes contra el filo de piedra más cortante sobre la sien.

Porque nunca he dejado de quererte.
Y aún así te dije adiós.
Maldito sea yo y mi estupidez. Mi sentido de la ética y los cojones del dragón que me cuelgan cada vez que te lloro.

¿Por qué puedo seguir respirando?

jueves, 8 de julio de 2010

La princesa y los cuatro elementos

Era una princesa y no lo sabía.

La corona hecha de espuma de mar se cenía a su frente de forma tan natural que nadie la notaba. Ella tampoco.
La princesa años atrás se sumergió en el mar por primera vez. Y el mar, inevitablemente, le entregó su corazón. Porque ella les dio el movimiento a las olas mientras nadaba, porque le dio la sal al agua mientras reía. Por eso el mar se enamoró de la princesa y le entregó su corazón. La espuma de las olas en una corona.
Pero la princesa no se dio cuenta de cómo el mar la besaba, de cómo el mar la llamaba, de cómo el mar la tocaba.

Era una princesa y no lo sabía.

El collar hecho de hierba se ajustaba a su cuello de forma tan natural que nadie lo notaba. Ella tampoco.
La princesa tiempo atrás se perdió en el bosque. Y el bosque, inevitablemente, le entregó su corazón. Porque ella le dio el color verde a las hojas mientras caminaba, porque le dio el sonido a la tierra mientras la acariciaba. Por eso el bosque se enamoró de la princesa y le entregó su corazón. La hierba de su esencia en un collar. Pero la princesa no se dio cuenta de cómo el bosque la besaba, de cómo el bosque la imploraba, de cómo el bosque la abrazaba.

Era una princesa y no lo sabía.

El anillo hecho de brisa se estrechaba tan suavemente contra su dedo que nadie lo notaba. Ella tampoco.
La princesa años atrás saltó hacia el cielo. Y el cielo, inevitablemente, le entregó su corazón. Porque ella le dio los huracanes mientras suspiraba, porque le dio las tormentas mientras sus manos hablaban con las nubes. Por eso el cielo se enamoró de la princesa y le entregó su corazón. La brisa de su ser en un anillo. Pero la princesa no se dio cuenta de cómo el cielo la besaba, de cómo el cielo la suplicaba, de cómo el cielo la rozaba.

Era una princesa y no lo sabía.

El vestido hecho de llamas se entallaba tan grácilmente en su cintura que nadie lo notaba. Ella tampoco.
La princesa tiempo atrás se inundó de sol. Y el sol, inevitablemente, le entregó su corazón. Porque ella le dio el calor mientras lo miraba, porque le dio la luz mientras sonreía. Por eso el sol se enamoró de la princesa y le entregó su corazón. El fuego de su alma en un vestido. Pero la princesa no se dio cuenta de cómo el sol la besaba, de cómo el sol la rogaba, de cómo el sol la acariciaba.

Siempre fuiste una princesa y no lo supiste.

Pero yo me di cuenta. Fue imposible no saberlo. Porque vi tu cuerpo en las olas cuando me sumergí en el mar, vi tus labios en el bosque cuando te busqué una flor, vi tus manos en el cielo cuando le pregunté tu nombre a la noche y vi tus ojos en el sol cuando le pedí al lenguaje más luz.

Siempre fuiste una princesa y no lo supiste.
Princesa del agua del mar.
De la tierra del bosque.
Del aire del cielo.
Del fuego del sol.
Princesa de la naturaleza y de la vida.

Siempre fuiste una princesa y no lo supiste.
¿Querrías convertirte en la reina de mi cuerpo,
en la reina de mi espíritu, en la reina de mi tiempo?

Siempre has sido una princesa
y hasta ahora no lo has sabido.

viernes, 25 de junio de 2010

A través del tiempo, vida tras vida

"Tú tiras de mí a través del tiempo"
(La fuente de la vida)

Ahora sé lo que siento y sé por qué lo siento.
Nuestro amor es una carrera contra el tiempo y, de alguna forma, presiento que viene de atrás. De otras épocas, de otras vidas.

Mil vidas que viviera, mil veces que te encontraría. Algunas sabiendo que te busco. Otras dándome cuenta de que te he buscado siempre justo al encontrarte.

En esta vida no nos separa el tiempo. Al que tú vuelves una y otra vez lamentándote de capas de años que quizá hayas vivido, pero que - esto es seguro - no sientes.
No. En esta vida no nos separa el tiempo sino su obra, sus consecuencias. Que no son otra cosa más que nuestra historia vital, lo que arrastramos. Lo que hemos decidido (y quizá por eso nos hemos visto obligados) a construir.

Y sin embargo, a pesar de los muros y los fosos, de los abismos y las tormentas, al final nos encontramos.
Al final nos descubrimos.
Es ahora cuando estamos inventándonos.
Es ahora cuando estamos naciendo.
Al final nos abrazamos.

Vida tras vida acortaré las capas de años que nos separan. Cada vez que nazca te robaré un año, un día, un segundo.
Da igual.
Naceré y moriré todas las veces que sea necesario, de todas las formas que sean precisas, hasta que logre sincronizar nuestros latidos en un alejamiento inexistente. Hasta que el tiempo que nos separa tenga la misma distancia que la de nuestros labios al besarse: ninguna.

Y cuando llegue tan ansiado momento, tú tendrás otro nombre y otro cuerpo, pero la misma mirada tierna que es incapaz de esconder el amor que necesitas derramar.
Y yo tendré otro nombre y otro cuerpo, pero te acariciaré de la misma forma en la que te vengo acariciando durante tantos siglos y tantas vidas. Porque siempre nos encontramos. Y siempre estaremos condenados a encadenarnos mutuamente. Siempre estaremos condenados a enamorarnos. Millones de veces nos hemos amado y siempre es la primera vez.
Tendremos otro nombre y otro cuerpo, pero nos re-cord-aremos. Siempre acabaremos volviendo el uno al corazón del otro.

El día que eso ocurra, y ten por cierto que ha de ocurrir, que es inevitable, el día que eso ocurra el mundo entero estallará de amor.
Hasta ese momento el mundo se tendrá que seguir conformando sólo con la esperanza.

lunes, 21 de junio de 2010

Let's talk, let's cry, let's shout.

Hablemos.
Hablemos de las decisiones que pican como arañas venenosas y que te van llenando de ponzoña.
Hablemos de los deseos irrealizables que retiemblan en el fondo de tu esófago. Las emociones que te despiertan te revientan contra el suelo.
Hablemos de las ganas de morir que tenemos los que ya estamos muertos pero condenados a sentir.
Hablemos. Hablemos y lloremos.

Lloremos.
Lloremos por el "sí" que aúlla tu cuerpo y el "no" que envuelve tus palabras. Por la afirmación que siempre me brinda tu desnudez en mi cama y por la negación que siempre cargarás a través de tu vida, de tu mundo. Me dirás que no tantas veces...
Lloremos por el tiempo que sólo pudimos medir en besos y no en minutos, en abrazos y no en horas. Tiempo eterno. Tiempo de carne.
Lloremos por sentir cómo se nos desgaja el cuerpo cada vez que nos unimos. Lloremos por tener que volver a recomponerlo siempre que nos separamos.
Lloremos. Lloremos y gritemos.

Gritemos.
Gritemos por el idealismo que sólo puede dar un amor como el nuestro. Opaco y puro. Desesperado y transparente. Incandescente.
Gritemos por los límites que nos imponemos para mantener en tu caso, una vida plena y repleta de alegría, en el mío, una vida marcada por la oscuridad de un lenguaje sin caricias.
Gritemos porque de alguna forma hay que soltar los millones de unicornios que nos clavan el uno en el otro. Porque tiene que salir por nuestras bocas un orgasmo de nostalgia o una agonía de pasión demasiado efímera para morir en ella.
Gritemos.

Y jamás se me ocurriría culparte.
Pero la frustración y la angustia existen. Poco a poco me van poseyendo y sé que tengo que culpar a alguien.
Pero jamás podré culparte.
Así que me culpo a mí mismo sabiendo que eso me llevará a cotas inexploradas de tristeza y amargura.
Sin embargo he de elegir entre deprimirme o enloquecer.
Quizá no deba precipitarme. Quizá la tristeza sólo prolongue el tono gris de esta separación.
Quizá NECESITE enloquecer.

Hablemos.
Lloremos.
Gritemos.

lunes, 7 de junio de 2010

De los cuerpos y la muerte

Voy a hablarte de la muerte. De la muerte y del sexo.

Me he dado cuenta de que, en realidad, soy un suicida.
Lo he visto en la manera que tengo de lanzarme a tus labios.
No te beso, sino que me tiro a ellos como de un acantilado. Y como en un acantilado al final me esperan la muerte y el agua.
Es cierto que trato de besarte con ternura, pero en el último momento siempre me abalanzo a tu boca desesperadamente. Y no te beso con mis labios, sino con todo mi ser.
Eres pura vida y el único regalo que se le puede hacer a la vida es otra vida.
Trato de darte la mía en cada beso.
Hablo de muerte y de suicidio porque en la fracción de segundo que nuestros labios se tocan, que siento tu aliento como una tormenta de emociones en mi rostro, que siento el calor de tu carne como el magma de un deseo, muero.
Quizá mi corazón siga latiendo (de hecho lo hace con más fuerza que nunca), quizá siga respirando (te respiro a ti), pero mi esencia, mi subjetividad se astillan entre tus labios y tu lengua.
He desaparecido en la humedad de agua que eres.
De agua es la saliva que me disuelve en ti.
De agua son las lágrimas que hierven mis ojos al separarme de ti.
Por lo visto, de agua es la muerte y el suicidio.
Y cómo me encanta morir frente a tus ojos. Cómo disfruto suicidándome una y otra vez contra tus labios.

Es esa muerte la que irremediablemente despierta mis ganas de vida.
Pero si te he besado, estoy muerto. Y un muerto no puede sentir la vida de forma idealizada y distanciada (como si aún viviera en ella). El muerto siente la vida en la biología. En la pulsión.
Es por eso que cuando me coses a la vida después de haberte besado, sólo puedo sentir un deseo brutalmente apasionado de tu alma y tu cuerpo. A esa sensación me han enseñado a ponerle el nombre de lujuria.
Pero es un millón de veces más intensa, un millón de veces más animal y un millón de veces más espiritual.
Te he dicho que estoy muerto. En el sexo busco, sin poder evitarlo, que me mates definitivamente (que muera mi cuerpo igual que mi conciencia). En el sexo busco, sin querer pretenderlo, que me vuelvas inmortal, que hagas que mi vida no se extinga nunca.
Porque tu cuerpo es mi muerte y mi vida.
Me atrae de una forma tan tremenda que comienzo a pensar si tu cuerpo no será mi propio sol.
Que desgarraría tu cuerpo a dentelladas de pasión, a sablazos de amor, para introducirme en él, para cambiarme por él.
Tan expuesto y tan secreto. Tu cuerpo es la incógnita de mi esencia.
Lo quiero tanto. Lo admiro tanto. Me vuelve tan loco ese lago de carne que es tu cuerpo que me arrodillaría frente a él para guardarle el debido respeto.
Tu cuerpo es el mapa de mis deseos.

domingo, 23 de mayo de 2010

Pain Of Salvation RULES!!!!!!!!!!

Lo han vuelto a hacer.
Malditos genios envidiables.
Pain of Salvation tiene nuevo disco. POR FIN.

No suelo hacer posts sobre discos, pero este es especial. Quizá se deba a que ha llegado en el momento justo de mi vida. Me encanta sentir cómo la voz de Daniel Gildenlöw y la música del grupo se van entrelazando dulcemente con las emociones que estoy viviendo últimamente.
Jamás un disco sobre desamor fue tan potente, tan verdadero, tan tajante.

La obra maestra en cuestión se llama ROAD SALT ONE y está disponible en una versión estándar y otra limitada. Como soy un friki de cuidado, ya tengo las dos. Por supuesto, me gusta más la limitada porque hay un par de canciones en versión extendida y un tema de regalo que abre el disco; sólo dura 50 segundos, pero son los mejores 50 segundos que he escuchado últimamente. Puro juego de voces al estilo POS (Abreviatura de Pain of Salvation).

I: La música

POS ha llegado a definir la música de su nuevo disco en su página web como "12 temas de grava sudorosa, mariposas de asfalto, caminos inexplorados y decisiones valientes".
No puedo estar más de acuerdo.
Ciertas reminiscencias melódicas de puro rock setentero muy bien conjugadas por los toques pesados y profundos propios de POS. Melodías fáciles de seguir y escuchar que no por ello dejan de poner los pelos de punta.
Me quedo por supuesto con la voz de Daniel y del resto del grupo, los toques de bajo del estribillo de "Curiosity", la batería suave e intensa de "Sisters" y ese gospel desesperado que es "Of Dust".
Vale, no puedo elegir.
Me encanta TODA la música del disco, pero matizo los puntos que por ahora me han atravesado la conciencia.
Además renuncio a traicionar con las palabras lo que sólo se puede captar con los oídos y con el alma. Si queréis experimentarlo vosotros, escuchad el disco.
No os arrepentiréis, es brutal.

II: Las letras

Aún estoy en proceso de traducción y de "empapamiento", pero, para variar, son grandiosas.
Adelanto, como ya he dicho, que es un disco de desamor. Pero no sólo de eso, sino que engloba las reflexiones más profundas que esa situación nos obliga a tener. El lado más pulsional, deseante y angustioso, junto con el idealismo romántico del que el alma hace gala para resistirse al fin del amor. Y la consabida pregunta ¿por qué? toma carne en las palabras que se deslizan durante todas las canciones.
Sentimientos profundos hasta la raíz de su significado, rabiosos, desesperados, agridulces y resignados. Pura pérdida, pura vida.
Es fascinante cómo cada sílaba se mezcla con cada nota para formar ese conjunto complejo que es nuestro lado más oscuro y a la vez, nuestro lado más puro.

El abrazo de los contrarios, de los extremos, eso es, como su nombre indica, Pain Of Salvation. Eso es Road Salt One.

Así que yo me tiro de cabeza de nuevo a buscar, en esa agonía inseparable entre letra y música, mi alma, mi vida y mi yo.

Larga vida a Pain of Salvation.

viernes, 21 de mayo de 2010

¡Joder!

Hoy estoy enfadado por palabras que no llegan,
estoy decepcionado por letras que no existen.
Hoy soy un adolescente enfurruñado
por un deseo frustrado.

viernes, 14 de mayo de 2010

Me confieso, así que dejadme en paz

No soy un intelectual.
Puede que alguna vez lo haya pretendido, igual que una vez pretendí ser músico y una vez pretendí ser psicólogo y una vez pretendí ser escritor y unas dos veces pretendí ser novio.
Utilizo el verbo "pretender" con la significación doble de dos lenguas.
En español "pretender" significa tener la intención de (ser) algo.
En inglés "To pretend" significa fingir.
Así que tuve la intención de ser todas esas cosas a la vez que las fingía.

No soy un buen amigo y tampoco soy un buen novio. No soy un buen hijo y cierta certeza me atraviesa diciéndome que tampoco seré un buen padre si algún día tengo descendencia.
No soy bueno en nada.
No soy buena persona.

Suena a autocompasión. Lo sé porque son infinitas las veces que me he autocompadecido. También diré que ya no me avergüenza, porque no está mal que uno sienta pena de uno mismo. Si ni siquiera puedes permitirte tristeza y compasión contigo mismo, entonces te odias tanto que ya no es humano, sino mortal. La autocompasión puede ser el abrazo de emergencia, el último, antes del desastre. Así que sé perfectamente que suena a autocompasión.
Pero no lo es, y me importa tres cojones lo que penséis si estais leyendo esto.

Digo que no soy bueno en nada, que no soy buena persona por las mismas razones que llevo cuatro años diciendo cosas en este blog. Para expíar mi culpa, para calmarme.

Quizá sólo me haya traicionado a mí mismo una vez aquí, cuando, rompiendo la promesa que me hice de permanecer en el anónimato, difundí la dirección del blog señalándome.
No puedo evitar pensar que lo hice para conseguir halagos y aprobación, pero simultaneamente pagué el precio. Volverme más vulnerable de lo que ya soy.

Me he dado cuenta de lo incomprensible que resulta mi identidad. Mejor dicho, de lo incomprensible para los otros que resulta mi viaje hacia mi esencia.
A pesar de intentar adornarlo con belleza en las palabras o de tratar de provocar estremecimientos con imágenes violentas, al final es ininteligible.
Al final, el tratar de ser aceptado mediante el desentrañamiento de mi alma resulta pueril, estúpido, agotador e inútil.

Así que no soy un intelectual, no soy un buen novio ni un buen amigo, ni un buen hijo ni seré un buen padre.
Porque no soy nada. Porque ninguno de nosotros somos nada. Pero tratamos de pretender y de fingir que somos algo. Nos apoyamos los unos a los otros en una parodia de relación humana. Miramos, cotilleamos y diseccionamos el interior de los otros, pero somos incapaces (malditos cobardes) de asomarnos mínimamente a nuestro propio interior.

Llevo cuatro años gritando que no somos nada. Que la vida y la muerte están unidas sólo porque hay conciencia.
Llevo cuatro años gritando que estoy lleno de odio y que me muero por soltar todo el amor que llevo dentro.
Cuatro años expulsando rabia y llanto en forma de letras y frases.
Llevo cuatro años utilizando este blog como muleta.
Y no sé si esto es el final, no sé si cerrarlo y olvidarlo.
No sé si dejar de hablar de suicidio y experimentarlo de una puta vez como hizo ella.

Porque no me entenderéis nunca. Y me da completamente igual que penséis que es una prepotencia por mi parte, igual que me da completamente igual que penséis que es autocompasión.
Hablé para aclararme, no para gustaros (aunque hubiera sido fabuloso).
Escribí para ordenarme, no para agradaros (aunque a veces también lo PRETENDÍ).

Quizá esto tampoco se entienda. No importa.
No soy un intelectual.
No soy una buena persona.
No soy, joder. No necesito sentir que me crucificáis, prefiero ahorraros el trabajo y hacerlo yo mismo.
Así que ahora dejadme en paz.

domingo, 11 de abril de 2010

Sobre el amor y la muerte

"¿Me quieres?"
Preguntas y callas. Esperando. Como si yo fuera capaz de colmar tu deseo con mi voz, como si con frases yo pudiera escribir tu corazón.

"¿Me quieres?"
Sí, por supuesto, pero no te lo diré. Porque no significaría nada. Porque las palabras se enganchan a los pájaros para tocar el cielo sin haber sido nunca vistas.
Si me quiebras en dos, si destrozas mi esternón, verás las palabras que me pides, entonces esas palabras pesarán. Estarán empapadas en sangre, bien atadas a mi alma con una soga de arterias. Pero ya estarán muertas.

"¿Me quieres?"
No quieres escuchar "sí" o "no". Quieres SABERLO con CERTEZA ABSOLUTA. Y las únicas palabras que siempre la han dado son las que fueron arrancadas del cuerpo.
Rasga mi piel, revienta mis costillas, estruja mi corazón y las verás en lo más hondo de mí. Pegadas a mis pulmones, pues por ellas respiro.
Pero ya estaré muerto. Por eso las palabras que buscas, en ese momento y sólo entonces, pesarán. Tomarán cuerpo y sustancia.

"¿Me quieres?"
Jamás podrás saberlo. Infinitas veces preguntas, infinitos silencios responden.
Ahí está tu dilema. El tuyo y el de todos.
Para saber hay que llamar a la muerte.
Sólo lo que está muerto, pesa.
Yo te quiero también sin saber la respuesta.
Pero amando lo que no conocemos, somos.
Personas, vida. Somos.

La muerte es la única certeza que tenemos en este mundo.
No es extraño, pues, que todo lo que ella toque, se vuelva cierto.
Exista realmente.

El amor te hace flotar.
Engaña a la gravedad para llevarte a las estrellas.
El amor te da vida porque te quita peso.

Un amor que pesa como el granito
es tan cierto como la muerte
y está tan muerto como ella.

"¿Me quieres"?
Sólo hay una forma de que lo sepas sin matarme, sin matarte.

Bésame.

Porque en los besos no ves las palabras, no las escuchas.
Pero las sientes viajar de mi boca a la tuya y al revés.
Morimos en los besos.
Nacemos en las palabras.

Bésame, quiero morir.

viernes, 9 de abril de 2010

En el borde del acantilado

Estoy sentado justo en el borde del acantilado. Apenas se ve el fondo, sólo una interminable pared negra de roca viva que supura niebla.
Desde abajo se eleva el sonido de olas rojas estrellándose a lamentos contra las piedras más afiladas del abismo que contemplo.
Sé que sólo necesito una pequeña inclinación para caer y matarme, también sé que la gravedad está deseosa de hacer su trabajo.
Y lo más importante de todo.
Sé que no es la primera vez que me siento en el borde de este acantilado.
Reconozco el cielo violáceo sin estrellas ni luna que me aplasta desde arriba.
Reconozco la brisa pesada y salobre que me aplasta los costados.
Y por supuesto, reconozco el tajo brutalmente negro del acantilado que me aplasta desde abajo.

Sentado en el borde del acantilado soy una agonía silenciosa comprimida.
La sombra de una fresa licuada y exprimida.

Estoy sentado justo en el borde del acantilado. Y estoy en silencio.
Estoy callado porque no quiero escuchar palabras que disfrazan la esperanza de realidades; estoy aquí precisamente porque me disfrazaron la realidad con esperanzas.
Estoy sentado justo en el borde del acantilado. Y estoy solo.
Estoy solo porque no quiero tener a mi alrededor cuerpos que me griten que me lance y cuerpos que me chillen que no me lance. Estoy sin nadie porque la decisión de matarse ha de ser tomada en el monólogo solitario de un deseo amputado.

Sentado en el borde del acantilado soy atravesado por un lenguaje de piedra.
Sonidos hápticos de unos ojos hieráticos.

Sé que no es la primera vez que me siento justo en el borde de este acantilado. Pero no sé cuántas veces he venido. Quizá está sea mi segunda visita, quizá he venido más de un millón de vidas.
A pesar de todo, la pregunta más evidente
"¿Me inclino y me mato?"
no es la más importante
"¿Esto es el principio o es el final?"

Estoy sentado justo en el borde del acantilado.

jueves, 18 de marzo de 2010

El por qué del idealismo

En esta época de pragmatismo forzado, de deseos ligados a ipods, videoconsolas y coches caros con gps se usan con ligereza dos palabras hermanadas: idealismo. Idealista.
Probablemente si se pregunta al común de la gente sobre el significado de idealista, responderán que es la persona que persigue una idea o ideal.
No es desacertado en absoluto y sin embargo creo que es incompleto, ya que se dice lo que es, no el por qué se es.

Casi seguro que el atributo más humano de la persona después del lenguaje sea la curiosidad.
En la curiosidad se funde esa pequeña necesidad imperiosa que es la de otorgar sentido, orden o coherencia a las respuestas de los millones de "por qués".
Teniendo esto en cuenta, la persona va viviendo y la vida se suele enmarcar entre el deseo y la pérdida. El deseo que incita la curiosidad y la pérdida que trata de ser paliada por la necesidad de dar sentido.
Entonces, uno va sufriendo unas pérdidas y decidiendo otras.
Es altamente posible que si uno es capaz de seguir con libertad el hilo de su pensamiento y sus emociones, si es capaz de relajar la censura autoimpuesta a su inconsciente, llegue a un punto existencial determinante.
Uno se da cuenta de que la vida sólo propone, a fin de cuentas, dos salidas (tres si contamos la muerte). O bien uno se implica en algo (o en alguien) dejando parte de su esencia en proyectos o personas que, tarde o temprano, se acaban, se extinguen, mueren o se apagan dejando un hueco que llora sangre, o bien uno no se implica en nada, aliviando a corto plazo la angustia que siempre supone la pérdida (y por tanto, la vida), pero al precio de una autoalienación que comienza con una desidia y una apatía desnaturalizadoras y finaliza en un aislamiento brutal que sólo deja ver la nada deshumanizada de la que se compone el mundo cosificado, sin deseo ni color.

Es en este punto biográfico común, no por las circunstancias (que difieren según las vivencias y experiencias de cada cual), sino por el sentido ambivalente y desgarrador que encierra, donde sólo puede aparecer o el hombre (o mujer) apuñalado por la banalidad de la existencia o el idealista.

El hombre (o mujer) apuñalado por la existencia, a la larga, deja de saborear, puede incluso llegar a dejar de sentir si es que antes no se ha suicidado. Sus decisiones son superficiales y carentes de pasión y orientación. Se pierde a sí mismo en el abismo de objetos que antes eran recubiertos por las palabras. Esas mismas palabras que abrían la brecha de la incertidumbre y motivaban la curiosidad y el deseo. Resuelve el problema con una certeza no delirante y, precisamente por ello, más condenatoria. Ya no espera nada. Por eso acaba verdaderamente desesperado. Sólo se puede ver el gris cuando sólo se mira el vacío exclusivamente. El alma sólo puede volverse gris cuando se ha visto (o creído ver) todo, todas las cosas o todos los todos de la cosa.

En el otro extremo surge el idealista. Teñido las más de las veces de una fatalidad no por ello exenta de vitalismo.
Ese hombre (o mujer) que tanto gusta Reverte de incluir en sus novelas. El que se bate hasta el final porque ni hay otra cosa que hacer, ni elegiría otra si la hubiera.
El idealista surge porque en aquel punto existencial decidió lanzar un órdago de emociones anticipadas a la pérdida. Las pierde de antemano sin llegar nunca a tenerlas.
Da la impresión de ser un rebelde sin causa, o de que lucha por una causa perdida.
El idealista es Cyrano diciendo "¡Es más bello cuando se lucha inútilmente!".
El idealista es la persona que saca a la luz lo prohibido, que dice lo que no se puede decir.
El idealista es el que tomó la decisión de implicarse con todo su ser (a diferencia del hombre apuñalado por la existencia que eligió no implicarse jamás con nada).
Al idealista siempre le recubre cierto amargor, puesto que también llegó a ver el vacío, pero en lugar de callarse, intentó llenarlo con pensamientos, con ideas, emociones y palabras.
Por eso el idealismo si llega en la juventud otorga fuerzas y cohesión al mundo interno y, si llega en la madurez, hace florecer el alma en una policromía de crecimiento y posibles caminos para la realización, aunque ésta sea lo menos importante.
Los objetivos no importan, los proyectos no importan. Sólo importa el camino que acaba llevando a ellos, la idea que los recubre y con la que, inevitablemente, uno acaba identificándose y definiéndose.

Pienso que de ahí surge el idealista. No se trata únicamente de que persiga una idea o ideal, sino del sustrato ético que sostiene esa persecución.
Esa ética que sólo se desarrolla luchando contra la mayoría, hablando a oídos sordos, predicando en el desierto.
El idealista no quiere alcanzar la idea (aunque él mismo crea que ese es su objetivo).
El idealista lo que quiere, es encontrarse a sí mismo.

domingo, 7 de marzo de 2010

Nunca he querido competir

Nunca he querido competir.
Los triunfos de los demás son mis derrotas. Mis triunfos son mis derrotas. Mis derrotas son mis derrotas.
Nunca he querido competir.
Aunque fuera inevitable, inherente a la vida.
Nunca he querido competir.
Quizá para no explicitar el fracaso que late implícitamente dentro de la totalidad de mi ser.
A veces he pensado que no he querido competir porque eso me hacía diferente al resto, porque definía mi individualidad de una forma honorable. Pero, como toda moneda, tiene dos caras.
Nunca he querido competir por mi inseguridad manifiesta y ocultada. Por mi falta de talento. Por mi incapacidad para hacer frente a la autoridad. Por protegerme de mostrar mi fragilidad y mi incompetencia ante ojos ajenos. Por el miedo estrangulante a perder lo que aún no había ni habré ganado.

Llevo meses, quizá años, tratando de asumir las consecuencias de mi decisión. La soledad desoladora que me rodea y me atraviesa.
Dije alguna vez que los idealistas (entre los que me incluyo) eran peligrosos. No peligrosos para el bien social (ese es tristemente inamovible), sino peligrosos para ellos y los que les rodean.
El idealista acaba solo. Desterrado o esquizofrénico. Tanto monta monta tanto.

Y poco a poco abro los ojos ante la pérdida de una infancia demasiado fugaz como para haber podido atesorarla. La realidad que elijo no es otra que la del sarcasmo y la ironía, la que muestra en un impudor desangelado la crudeza que exige la vida como precio, la crueldad que la conciencia devora para mantenerte cuerdo (o loco).

Yo rehuyo la muerte y la vida me evita.
En un limbo de palabras desgajadas se instaura mi mundo, mi realidad que es cada vez más consciente de la pérdida que sufro.
Entre la silueta de una sombra disfrazada de mí pulsa una y otra vez, en un requiem de voces, la agonía que sólo puede ser producida por una afonía voluntaria.
No se puede decir todo.
No se debe decir todo.
Porque si se dice todo, entonces el mundo deja de existir. O tú dejas de existir. Tanto monta monta tanto.

Nunca he querido competir.
Lo cual no es óbice para estar vacunado contra los efectos de la comparación. Inferior a los que supuestamente eran tus iguales.
El miedo toma cuerpo. Se hace verdad. El temor a ver desde fuera el infierno melancólico que siempre vomito hacia dentro.
Un paso más hacia la muerte.
Un paso menos hacia la meta.

lunes, 1 de marzo de 2010

La podredumbre también tiene olor dulzón

Hablaré del cambio. Del imposible y del ilusorio. De la tremenda dificultad que han (estamos) sembrado (sembrando) para conseguirlo.
Hay un susurro encerrado en mi corazón. Con la sístole auricular se libera empapado en sangre, llega a mis pulmones y junto con la inspiración va subiendo por mi garganta, engordando entre mis cuerdas vocales. Al final, con la expiración, el susurro ya no es tal, sino un grito inmenso. Un grito Universal.
Ese grito tiene el sabor de una pregunta desesperada.

¿Qué ha pasado? Pasé mi infancia entre Bastian y Fujur y, en clase, la pasé escuchando loas y parabienes a la democracia. En las noticias seguían sin creerse que ya no hubiera un dictador. Cada cuatro años pareciera como si el mismo Dios fuera a bajar del cielo, colas kilométricas en los colegios electorales, calles empapeladas de fotos de los futuros mesías... Casi era un pecado no ir a votar.
Y mis padres inculcándome el trabajo que costó el "voto libre", "la constitución", la fortuna que toda mi generación había tenido de no haber padecido una represión dictatorial que robaba muchas veces el alma y, algunas, hasta la vida.

Ahora soy adulto. El único pasado que conozco es el que he vivido y el presente que toco no es nada agradable.
Después de reflexionar durante años, al final sólo llego a una conclusión lógica que no por obvia deja de ser ominosa: El sistema está pervertido.
¡Oh, qué novedad!
Sí, el sarcasmo es mi religión. Sin embargo, la diferencia está en que siento en mi interior la perversión exterior.

La generación anterior presume de su lucha en la sombra y de los objetivos logrados. Y no dejan de recordarnos lo muchísimo que les debemos (bien sea literalmente a través de sus palabras, bien sea a través de series televisivas que nos cuentan el pasado según un único prisma, o mediante películas que recrean la vida de personajes ilustres a la hora de la transición).
Como somos muy bien educados les decimos "gracias". "Muchísimas gracias por obtener una libertad que no es más que la perversión de vuestras ilusiones y la ilusión de vuestras perversiones".
Qué suerte hemos tenido de no padecer una represión dictatorial... Sí, una suerte condenada.
Es lo prohibido lo que da el aguijonazo a la motivación, lo que hace que el deseo se forme y reivindique.
Es la norma visible y bien delimitada (impuesta las más de las veces) la que hace que busquemos un cambio, la que nos otorga la necesidad de libertad y los ideales sociales.
Eso lo tenían nuestros padres con la dictadura. Lo prohibido, la norma inquebrantable. Y, por tanto, el deseo crecía y crecía, las ansias de libertad formaban ideales que prometían utopías verdaderas.
Lo simbólico encauzaba lo real y lo imaginario en la forma más sana de neurosis.
Cuando murió el dictador, los ideales eclosionaron.

Y nos dejaron los despojos y lo aborrecible.
El movimiento pendular siempre es extremo. De un lado hemos pasado al otro.
Tratan de convencernos de vivir en una sociedad que es la opuesta a una dictadura. Y lo es. Lo es porque en la dictadura no se permitía nada, pero ahora se nos permite todo. Eso es la democracia y el capitalismo y el libre comercio y la sociedad del bienestar. La permisividad absoluta. No hay normas (sólo sombras de normas en forma de leyes). El deseo es libre de ligarse al objeto que quiera cuando quiera.
Los grandes artistas y los grandes filósofos coinciden en que los extremos se tocan. Es decir, nada es todo y todo es nada.
Todo está prohibido (nada está permitido): definición de dictadura.
Todo está permitido (nada está prohibido): definición de democracia.
Si nada es todo, todo es nada y los extremos se tocan, la democracia no puede ser más que una dictadura encubierta.
Y eso es así.
En la dictadura está legitimado cualquier medio de coerción (hasta la muerte) para mantener el orden establecido.
En la democracia no hace falta esa legitimación porque ¿quién va a ir contra el orden establecido si el deseo siempre está colmado? He ahí la perversión del sistema, de los ideales que lo levantaron.
Claro que un deseo siempre colmado sólo conduce a la apatía. En ese punto estamos ahora la mayoría de los considerados "adultos jóvenes". Los primeros hijos de la democracia.

Ahora, por favor, que alguien tenga la desfachatez de decirme que es más fácil el cambio en una sociedad democratizada que en una dictadura.
Al menos en la segunda estaban muy bien establecidos los límites. ¿Cómo se cambia algo que aparentemente es lo mejor que puede dar el sistema, la evolución máxima?.

Y esa perversión se extiende a todos los ámbitos. Sólo puedo hablar de lo que conozco (que es la salud mental), pero también sucede (lógico, la sanidad pública toca justo con los estamentos gobernantes). Ahora está muy claro que los psiquiátricos antiguos cronificaban y eran indignos de la persona. Sin embargo a ver quién se atreve a afirmar que este deshecho heredado de la "reforma psiquiátrica" cronifica y también es indigno de la persona. Aunque sea verdad. La verdad es lo de menos.
Vivimos en la era de lo políticamente correcto, todo el sistema está montado para pervertir. Incluso los argumentos que emplea el sistema te dicen a la cara que precisamente están haciendo lo que propones con tu crítica. "Claro que si se enfoca así, el sistema sanitario cronifica. No obstante, como estamos invirtiendo en más recursos sociales (ambigüedad), más formación (a favor del stato quo) y nuevos dispositivos (lo que crea conveniente el político de turno sin plantearse las consecuencias éticas) solucionamos la cronificación".

Esta es nuestra herencia. Realizar el cambio imposible. En la dictadura sólo había que esperar a que muriera el dictador, pero ¿ahora? A un presidente perverso le sigue otro, el sistema se retroalimenta y autorregula.
Nuestra tarea es hacer transparente lo que todo el mundo sabe implícitamente.
Hay que admirar lo maravilloso de la perversión del sistema porque cuando ves que el sistema está pervertido y lo dices, lo único que recibes como respuesta (si es que recibes alguna) es "¿y qué?". No provoca asombro, ni insight, ni sorpresa, ni inquietud. No provoca nada (en todo caso, una leve y agotada resignación).
¡La gente lo sabe y le da igual!
¡Ni siquiera haciendo explícita la perversión se logra la movilización!
Es admirable.
Y terrible.

Podemos cambiarlo.
Focault decía que todo lo que se construye históricamente se puede destruir políticamente. Yo tengo la esperanza de que esa sentencia sea bidireccional y que todo lo que se construye políticamente se pueda destruir históricamente.
Podemos cambiarlo.
Pero la estrategia no debe ser la empleada contra una dictadura (la formación de grupos rebeldes, la revolución grupal, no sirven de nada. Para empezar ni siquiera tienen sentido).
El cambio ha de ser individual. Busquemos conscientemente lo que nuestro inconsciente nos señala a cada instante, un deseo que no se sacie. Pongamos las miras en algo más que en un objeto tangible.
Enseñémosles a los que nos arrebataron lo simbólico que aún tenemos lenguaje.
Lenguaje para construir ideas, pensamientos, para expresar sentimientos y cubrir de utopías individuales la "cosa en sí" de la democracia o del sistema.
Lenguaje para nombrar no un nuevo mundo (el mundo siempre será el mismo), sino una nueva vida. Mi vida. TÚ VIDA, donde sólo tú te gobiernas.
Lenguaje para describir y experimentar la muerte, la rabia, el amor, la primavera.
Lenguaje para decir "Basta" y hacerlo REAL.

martes, 23 de febrero de 2010

Contra la universidad

Helos ahí. Insignias preclaras de la sapiencia y la verdad, del conocimiento y del buen hacer.
Esos pretéritos imperfectos denominados catedráticos y profesores de universidad.
Es evidente que no se puede generalizar (si no, caeríamos en los mismos errores que cometen esos fantoches vomitivos), no obstante, aquí voy a hablar de la inmensa mayoría, de los que me he cruzado en mi camino que, casualmente, pertenecían a universidades de distintas provincias. Es decir, aquí me voy a dirigir a casi todos.
Ellos, insertos en una institución anacrónica y carcomida por su propio reflejo, acaban por ser tan amarillentos y aberrantes como el organismo que alimenta sus patéticas bocas.
Esas bocas por donde no sale conocimiento, sino ignorancia, por donde no sale ciencia, sino doctrina amojamada.
Se creen poseedores de la verdad absoluta y, por tanto, del poder inherente a ella. El gran problema es que no existe la verdad absoluta y su poder reside en el poder que les damos (como siempre).

Analicemos su entorno antes de analizarles a ellos.
La gloriosa institución universitaria, donde no se premia la creatividad sino la adhesión a lo mismo (a la doctrina propia del sistema).
Allí las puñaladas traperas, las cuchilladas barriobajeras vuelan por doquier. El propio contexto institucional facilita la psicopatía pisa-cabezas que tan bien practican los que dan cuerpo infrahumano a la "élite" docente.
Un entorno donde la enseñanza se practica peor que en primaria o secundaria, ya que ni siquiera facilitan el desarrollo de la persona. La enseñanza toma sustancia en esas aulas decimonónicas con su tarima y sus pupitres que machacan cualquier columna vertebral. Símbolos de una época trasnochada donde la autoridad se depositaba en la "eminencia" que detentaba el cátedro.
Es en ese entorno donde el alumno es la última de las preocupaciones (de hecho, ni siquiera llega a la categoría de preocupación). Ese contexto no favorece al alumnado, le escupe a la cara, insulta su inteligencia y, encima, tiene la soberana desfachatez de cobrarle por ello.
Es en ese entorno donde cobra vida inevitablemente el poder político del rectorado y del decanato, que tratan de vender una fabulosa salida social basada en el sólido conocimiento impartido por sus emisarios de la verdad.
Es curioso cómo una institución tan contaminada por su aislamiento, tan alejada de la sociedad tiene la osadía de afirmar que es una fuente de soluciones para esa misma sociedad de la que huye con ansia.
Deleznable.

Visto el entorno, no nos debería sorprender el elenco fúnebre que le da vida.
Siento rabia mezclada con una infinita tristeza ante esas parodias de personas que ostentan el título de profesor o catedrático.
Para empezar, han de realizar un "riguroso" trabajo de "investigación" llamado "tesis doctoral" si quieren tener posibilidades de acceder a tan deshumanizante institución.
Dicha tesis viene precedida de dos cursos que han debido ser pagados a la universidad y concluye con la lectura del trabajo ante un tribunal formado por amigos y colegas íntimos del director de tesis. Por tanto, estás aprobado seguro aunque te toques las narices y tu investigación sea absurda (que lo será porque la elegirá el director de tu tesis para que le vayas adelantando trabajo a él). Obtendrás el "cum laude" si te deshaces en alabanzas hacia el tribunal y tu director, lo aseguras fijo si tienes la deferencia de invitar a comer a esa panda de monos perezosos.
Una vez obtenido el tan deseado título de doctor, habrás de pasar unas oposiciones "transparentes" y "justas" que te favorecerán cuanto más tiempo hayas desperdiciado peloteando al catedrático y tragando la basura que él genera para que seas el segundón que realiza siempre el trabajo y nunca se lleva el mérito.
Evidentemente, si llegas a formar parte de la élite del profesorado, los años de lavado de cerebro y de obligatoria adhesión a los pensamientos del sistema rechazando los tuyos, hacen su efecto y te conviertes en lo que son ellos.
Así se explica que denigren y ridiculicen las formas de obtener conocimiento que no pasan por ellos.
Después de haberse humillado y prostituido tanto para llegar allí, por fuerza han de creer que lo que defienden es la única verdad válida. Ni siquiera se plantean que esa verdad coincide peligrosamente con la que propaga el poder político y no el poder científico creador.
Y así se van perpetuando en una endogamia enfermiza. El resultado son esos esperpentos que tienen la poca vergüenza de mirar por encima del hombro al resto del mundo, que fundan su identidad personal en un título vacío.
Pactaron con el diablo y obtuvieron el puesto a costa de su alma.
El colofón de todo esto son los títulos de posgrado. Donde ni siquiera se toman la molestia de ampliar la escasísima enseñanza que han excretado durante tres o cinco años. Repiten lo mismo sin aportar nada novedoso. La única diferencia es el precio. Mucho más caro, pero necesario para ascender socialmente.
La universidad y los fundamentos políticos y económicos de la sociedad se aparean eternamente en un coito sucio y marginal. El resultado de ese sexo sin embarazo son los miles de abortos en forma de licenciados o diplomados que no son capaces de pensar por sí mismos.
Despreciable.

Mi bilis es inmensa y he de regurgitarla después de tantos años de decepción. Me he mantenido al margen de esa institución demasiado tiempo. He desarrollado mi carrera profesional independientemente de ella y he aprendido muchísimo más, lo aseguro.
Dice Schopenhauer de las cátedras "esos establos con pienso que son las cátedras constituyen, en términos generales, el entorno ideal para los rumiantes. En cambio, aquellos que prefieran atrapar su propio alimento de manos de la naturaleza se hallarán mejor a la intemperie".
Todo iba más o menos bien, hasta que la universidad metió las narices donde no debía y jamás deberá. En el trabajo de cientos de profesionales como yo.

Soy psicólogo (penosa universidad que tuve que soportar para obtener el título que me diera "derecho" a hablar, a insertarme en el discurso que diría Foucault). Interno residente, además. Lo que quiere decir que he pasado una de las pruebas más duras de España debido al bajísimo número de plazas que se ofertan y a la inmensidad de personas que nos presentamos. Me he ganado a pulso mi formación. A pensar por mí mismo. Trabajo asumiendo una responsabilidad tan grande como la derivada de los intentos de suicidio o los delirios psicóticos. Me obligan (lo que quiere decir que me obligo) a leer y a estudiar el oceano inmenso de armas terapéuticas que rodea la pequeña islita que enseña la universidad.
Veo entre 8 y 10 pacientes todos los días, más los que atiendo en las tardes de atención continuada, más los que dirijo en los distintos grupos psicoterapéuticos en los que participo.
He visto en año y medio más personas, patologías, modos de tratamiento, formas de comunicación, estructuras de entrevista y contextos institucionales de los que verá jamás un profesor universitario o un catedrático en TODA su vida profesional.
He estudiado y leído más fundamentos epistemológicos, corrientes filosóficas y psicoterapéuticas, artículos sobre psicofarmacología, evidencia, evidencia contra la evidencia, técnicas sistémicas (de diversas escuelas), cognitivo-conductuales, psicoanalíticas (de diferentes orientaciones), existencialistas y humanistas de las que jamás conocerá un profesor universitario, un catedrático y no digamos un estudiantillo de un máster universitario.

¿Por qué exhibo tan narcisísticamente mis galones? Pues porque la Asociación Española de Psicología Clínica y Psicoterapia (AEPCP) está formada en su mayoría por personal docente universitario, porque el "Congreso internacional de avances en tratamientos psicológicos" que se celebrará en Granada en abril de 2010 está auspiciado por el poder asesino de la universidad (todas las conferencias y la mayoría de las mesas redondas están dirigidas por profesores universitarios y catedráticos).
Son ellas y otras sociedades las que dictan lo que un psicólogo clínico ha de hacer en la consulta y en la sanidad pública.
La inmensa mayoría de los profesores y catedráticos sólo tiene una orientación terapéutica (curiosamente la más pobre y la que nos vende al poder psiquiátrico de la rama biologicista), no conocen ninguna más, no han estudiado ninguna más. Por tanto, en lugar de conocer e investigar (que sería su trabajo) se dedican a imponer su único modelo sin importarles las consecuencias (síntoma patognomónico de la ignorancia). Lo culminan asesorando al poder legislativo estatal sobre cuáles serán las prácticas psicoterapéuticas de obligado cumplimiento por la ley y cuáles serán condenadas. Todo ello sin conocer la inmensa mayoría de orientaciones que funcionan en la práctica real, sin conocer las limitaciones del contexto epistemológico en el que se mueven.
Aún hay más. Tienen la odiosa insolencia, el abyecto cinismo de imponer su paupérrimo criterio en la práctica clínica.
Ellos, que entre todos no han visto en su vida ni siquiera el número de pacientes suficientes para formar una muestra pequeña, que utilizan para sus estudios "científicos" a los estudiantes de primero o último curso de carrera, tienen el descaro de obligarnos a los auténticos profesionales a asumir sus reglas inflexibles, sus protocolos estandarizados. Nos dicen cómo debemos trabajar, qué debemos hacer y pensar.

Eso sí que no.
Mi ética y mi alma no me permiten quedarme al margen pasivamente.
Me he ganado el derecho a trabajar, a pensar por mí mismo y a defender con la contundencia que dan los argumentos basados en una sólida experiencia real mi posición y mi práctica.
No me justificaré ante esa institución tan detestable.
Intentaré devolverles golpe por golpe, intentaré encararles contra su propia ignorancia.
Voy a por vosotros. Os asesinaré como habéis asesinado a tantos estudiantes deseosos de formación y conocimiento.
Miserables.

lunes, 8 de febrero de 2010

La realidad, que no me abandona...

Lacan y Foucault, José María Alvarez y Fernando Colina, Bataille y Schopenhauer... Sólo me ayudan a comprenderla, pero no resuelven mi angustia.
Sólo le ponen palabras, pero no la callan.
No creo que pudieran hacerlo, porque los muy cabrones argumentarían que mi angustia es sólo mía, que no hay nadie que pueda repararla o quitarla porque mi deseo es el deseo de otro, porque mi falta refleja el precio que pago al simbolizar mis más biológicas pulsiones, porque al final soy preso de un discurso, de una frase o de una palabra.
En una simple sentencia: jódete y baila.
Y lo peor de todo es que siento que tienen razón, que no hablan en balde.
Pero no me ayuda. Al contrario, me asusta.
Si estar vivo es una casualidad envilecida por la agonía de tener que estar deseando lo que jamás podrás tener, ¿de dónde surgen el amor, la rabia, la decencia o la hipocresía?
Es más, ¿acaso importan?

Todo el mundo está de acuerdo en que la vida es la antesala de la muerte. Quizá por eso sea el único sitio donde nos está permitido sufrir.
Pero no es eso.
No me quejo del sufrimiento, sino del sinsentido.
Todo es etéreo y decadente. Todo es una construcción lingüística. Y por lo tanto, todo es nada.
En esa nada, como la cola de una lagartija que aún no se ha percatado de su separación y su muerte, aparece el deseo obligándonos a vivir y a quemarnos sin obtener nada que lo calme. Y resulta que si algo lo calmara nos moriríamos, mental y/o físicamente.
O sea, o vivimos en una acatisia espiritual constante, o morimos.
¿A eso se reduce todo?
¿A desear o morir?
¿Es eso lo que encierran todos los discursos con el sometimiento a su poder, señor Foucault?
¿Es eso lo que define la falta insaciable que otorga peso a la subjetividad individual, señor Lacan?
¿Es eso lo que les permite explicar, comprender y tratar las psicosis señores Alvarez y Colina?
¿Es eso lo que da significación humana al erotismo, señor Bataille?
¿Es eso lo que enmarca el mundo como voluntad y representación, señor Schopenhauer?
Porque yo no lo sé.
Y porque nunca me ha gustado que jugaran conmigo, lo controlara yo o no.

Si el amor es una construcción discursiva que se pierde entre los neurotransmisores y mi individualidad espiritual, allí donde se esconde la totalidad de mi ser que no puede ser reducida a palabras o signos y, por tanto, no puede ser explicada, entonces no quiero estar vivo.
Porque ser consciente de la inasibilidad de la vida, incluso a nivel espiritual, produce desasosiego y angustia.
Y entonces todo se vuelve REAL en el sentido lacaniano del término.
Me siento como un personaje de Lovecraft que descubre el mundo oculto en el mundo.
Si yo estoy hecho de palabras, jamás podré comprender la verdad objetiva que me rodea.
El precio de haberla visto por un instante es la locura o la muerte.

Creo que ya voy a medio camino de ambas.

La pregunta esencial para Dora que remarca Lacan es ¿qué es ser una mujer?
Mi pregunta esencial es ¿cuánto me falta para caer en una, en otra o en ambas?

sábado, 30 de enero de 2010

Sobre la muerte y el tiempo (II)

Se me acaba el tiempo.
Y no quisiera tener que gritar que estoy muerto.

Hace años me contaron una leyenda.
En la era en que la Tierra no había sido desangrada, un pueblo habitaba rodeado de montañas. Era el último pueblo de hombres inmortales que alguna vez hollaron el mundo.
Todos los pueblos aliados y enemigos se habían desintegrado, víctimas irreparables de la eternidad que moraba en su sangre.
Todos los hombres y mujeres de las comunidades más antiguas desaparecieron en el agua y en la tierra, en el fuego y en el aire, víctimas desesperadas del olvido que engullía sus almas.

Pues está escrito en las olas que el precio de la inmortalidad es la memoria. Y si nadie recuerda, nunca existió nada.

Con la noticia de la desaparición de la tribu gris, el pueblo rodeado de montañas tomó conciencia de su soledad eterna, condenada, a la larga, a la ausencia.
Consultaron al chamán, el único hombre del pueblo que en lugar de corazón tenía agua y en lugar de ojos, aire.
El chamán, tras días de leer la orilla del río y lunas de escuchar la brisa entre la hierba, les dijo que la única manera de detener el olvido era congelar el tiempo.
- Hay - susurró el chamán. - en lo más alto de la montaña más alta una cueva infinita rodeada de fuego donde habita Theck, dios del tiempo y de la inmortalidad. En lo más profundo de la caverna guarda celosamente un trozo de hielo negro. Ese fragmento de hielo es lo único capaz de inmovilizar a Theck.
Entonces el pueblo rodeado de montañas envió al hombre más joven (apenas un niño) en busca del hielo negro.

Así fue como el último inmortal trepó a lo más alto de la montaña más alta.
Descubrió la cueva y penetró en ella apagando las llamas con su sangre. Engañó a Theck con la melodía de su laúd y desde entonces el tiempo se detiene con la música.
Atravesó puñales de roca, se enfrentó con arañas de carbón y con dragones de lava.
Y por fin, en el centro de un laberinto de piedra tallada en espiral halló el trozo de hielo negro.
Abandonó el laúd en lo más hondo de la caverna del tiempo y en su funda escondió el hielo.

A la salida le esperaba Theck. Gigante. Eterno.
Al no tener el laúd, el último inmortal se enfrentó al dios blandiendo el hielo negro. Pero Theck ya estaba prevenido porque el chamán se lo había contado todo al dios del tiempo a cambio de ser el último hombre en olvidar.
Theck se protegió con un escudo de sangre y llamas que derritió el hielo dejando al último inmortal armado con la última astilla del negro fragmento.
Theck, llevado por la venganza, se abalanzó contra el último inmortal decidido a torturarle por toda la eternidad.
Fue en ese momento cuando el último inmortal se atravesó los ojos con la última esquirla de hielo negro para no ver el odio de Theck.
Al levantar la vista y clavar los ojos en el dios, éste quedó congelado. Sin embargo, con el último aullido de rabia, Theck lanzó una maldición. Ellos congelarían el tiempo, vencerían al olvido, pero a costa de su vida.

Por eso desde entonces los hombres tienen un círculo negro en el centro de cada ojo. Es él el que congela el tiempo y, al congelarlo, se vuelve recuerdo.
Desde entonces los hombres recuerdan.
Es por eso desde entonces que los hombres son mortales. Desde entonces la muerte va unida al tiempo. De ese matrimonio nace la memoria.
La memoria, que congela al tiempo pero no lo detiene.
La memoria, que recuerda a la muerte, pero no recuerda la forma de vencerla.

Se me acaba el tiempo.
Empiezo a gritar
que ya estoy muerto.

viernes, 29 de enero de 2010

Sobre la muerte y el tiempo (I)

El tiempo me envuelve como el más suave de los vestidos.
Poco a poco, capa tras capa, se va desmenuzando y cae inevitablemente al suelo.
Los años, las horas, los segundos son hojas muertas que van formando una montaña en torno a mis pies.
Y el tiempo me va desvistiendo hasta que, desnudo, me tocará enfrentarme a la muerte.
Porque sin tiempo sólo existe la muerte.
Y cada capa que va cayendo, cada hoja que se va amontonando es una pequeña muerte. Quizá para que siempre sea consciente de mi propia desnudez.

Y el tiempo son los amigos que se van y la brecha que se abre en el pecho al no poder impedir la partida. Son los padres que mueren y que no puedes imitar. Son los besos de una mujer que ve en tus ojos el niño que eres.
El tiempo es todo lo que llega y no vuelve.

El tiempo, al vestirte, te engaña; susurrándote con los primeros segundos que no estás solo. Pero mientras se desprende de tu cuerpo como la costra de una sonrisa, sientes la punzante soledad que otorga la vida. Y yo me pregunto, si la soledad es la vivencia más propia de la locura ¿estoy loco? ¿Estoy loco por estar solo o estoy solo por estar loco?

y el tiempo se deshace en pérdidas de personas. Porque el tiempo es todo lo que te toca y no se queda. Es todo lo que te roza y te araña.
El tiempo me desnuda para entregarme a la muerte.
Y me entrega loco.
Y me entrega solo.

domingo, 24 de enero de 2010

Sobre la muerte y la esperanza

En la fugacidad eterna
que siempre habita en lo imposible
de pensar, que siempre recorre
lo imposible de desnudar
lo intangible,

llora el deseo que se abraza
a la muerte
muy muy fuerte
para no extinguirse cayendo en
lo visible.

¡Qué extraño! sigo teniendo frío
a pesar de la hoguera donde
se queman mi rabia, mi miedo
y mi odio.
Ahora lo comprendo. Porque con
ellos también están ardiendo
mis sueños.

Por eso el deseo se abraza
a la muerte
muy muy fuerte.
Para no tener que matar la
esperanza.

domingo, 17 de enero de 2010

Poema improvisado mientras se carga el ipod

Me he recogido del suelo
y me he vuelto a tirar de nuevo,
porque mi suelo es cielo pisado,
estrellado a voces sangrantes
entre una arcada y
dos carcajadas.

“Ni Dios ni amo”
y la anarquía convirtiéndose
en dos espejos rotos
derretidos entre mis manos.
Ya no tengo sangre ni vida
porque por mis venas sólo fluye
la entropía.

El único orden que he seguido
ha sido el del sinsentido.
La única norma que obedecí
fue la que prohibía morir.
Me dices que son necesarios
el orden, las normas y reglas
¿Es que el sexo es ordenado?
Si el amor es una norma,
se vuelve preso encadenado.
¿La emoción tiene reglas?
Entonces no es emoción,
sino derrota.

Tampoco el mar tiene forma
y todavía te enamora.

Si tu cuerpo es el lenguaje
mis labios son el abecedario.
Siento cómo el tiempo se deforma
en el centro de un arpegio rosa.
Si desearte es un ultraje
yo seré gustoso su tributario.

Tampoco el arte tiene normas
y todavía te emociona.

Tampoco el mar tiene forma
y todavía te enamora.

lunes, 4 de enero de 2010

Versos

Pregúntame allí

Donde el agua y el cristal se fundieron en nuestro aliento
y arrancaron jirones violetas de amor.
Un amor que olvidamos sentir,
del que renegamos y al que escupimos,
que nos avergonzó mientras nos definía.
Y liberaba a quienes jamás
quisimos ser libres.

Contéstame allí

Porque yo no sé de dónde coño viene
esta melancolía malsana,
esta angustia de desgarrarme el pecho
y estrujarme el corazón
para que pare de latir.

Te juro que no sé de dónde me viene
esta tristeza rabiosa,
esta locura de romperme la cabeza
contra hierros oxidados para olvidarme
de tu nombre, del mío y de todos los por qués.

Abrázame allí

Porque quiero llorar ginebra
y emborracharme de odio.
Quiero un puto abrazo que no recuerde
a todos los fracasos,
que me rompa la columna
y me parta los pulmones.

Porque no quiero quedarme de rodillas
suplicándome mi sonrisa.
No quiero perderte entre versos
ni disfrazarte de canciones.
Quiero verte desnuda,
sin ropa y sin nombres.

Mátame allí

Donde las flores te crecían en los labios
pidiendo ser palabras.
Donde me arrancaste los ojos a besos
que te salían a borbotones.
El ansia siempre es una metralleta.

Mátame allí, porque no quiero volver
a estar del revés, con los pies en el suelo
y la cabeza en el cielo.
No quiero escribirme con música ni con tinta.
Tú ya me escribiste allí con los brazos.
Quiero soñarte en el suelo
y tenerte en el cielo.
Quiero romperme y crearte.
Quiero que me consueles diciéndome
que te marchas con mi alma.
Mi cuerpo sin vida déjalo,
que en su podredumbre crezca un árbol.