martes, 23 de febrero de 2010

Contra la universidad

Helos ahí. Insignias preclaras de la sapiencia y la verdad, del conocimiento y del buen hacer.
Esos pretéritos imperfectos denominados catedráticos y profesores de universidad.
Es evidente que no se puede generalizar (si no, caeríamos en los mismos errores que cometen esos fantoches vomitivos), no obstante, aquí voy a hablar de la inmensa mayoría, de los que me he cruzado en mi camino que, casualmente, pertenecían a universidades de distintas provincias. Es decir, aquí me voy a dirigir a casi todos.
Ellos, insertos en una institución anacrónica y carcomida por su propio reflejo, acaban por ser tan amarillentos y aberrantes como el organismo que alimenta sus patéticas bocas.
Esas bocas por donde no sale conocimiento, sino ignorancia, por donde no sale ciencia, sino doctrina amojamada.
Se creen poseedores de la verdad absoluta y, por tanto, del poder inherente a ella. El gran problema es que no existe la verdad absoluta y su poder reside en el poder que les damos (como siempre).

Analicemos su entorno antes de analizarles a ellos.
La gloriosa institución universitaria, donde no se premia la creatividad sino la adhesión a lo mismo (a la doctrina propia del sistema).
Allí las puñaladas traperas, las cuchilladas barriobajeras vuelan por doquier. El propio contexto institucional facilita la psicopatía pisa-cabezas que tan bien practican los que dan cuerpo infrahumano a la "élite" docente.
Un entorno donde la enseñanza se practica peor que en primaria o secundaria, ya que ni siquiera facilitan el desarrollo de la persona. La enseñanza toma sustancia en esas aulas decimonónicas con su tarima y sus pupitres que machacan cualquier columna vertebral. Símbolos de una época trasnochada donde la autoridad se depositaba en la "eminencia" que detentaba el cátedro.
Es en ese entorno donde el alumno es la última de las preocupaciones (de hecho, ni siquiera llega a la categoría de preocupación). Ese contexto no favorece al alumnado, le escupe a la cara, insulta su inteligencia y, encima, tiene la soberana desfachatez de cobrarle por ello.
Es en ese entorno donde cobra vida inevitablemente el poder político del rectorado y del decanato, que tratan de vender una fabulosa salida social basada en el sólido conocimiento impartido por sus emisarios de la verdad.
Es curioso cómo una institución tan contaminada por su aislamiento, tan alejada de la sociedad tiene la osadía de afirmar que es una fuente de soluciones para esa misma sociedad de la que huye con ansia.
Deleznable.

Visto el entorno, no nos debería sorprender el elenco fúnebre que le da vida.
Siento rabia mezclada con una infinita tristeza ante esas parodias de personas que ostentan el título de profesor o catedrático.
Para empezar, han de realizar un "riguroso" trabajo de "investigación" llamado "tesis doctoral" si quieren tener posibilidades de acceder a tan deshumanizante institución.
Dicha tesis viene precedida de dos cursos que han debido ser pagados a la universidad y concluye con la lectura del trabajo ante un tribunal formado por amigos y colegas íntimos del director de tesis. Por tanto, estás aprobado seguro aunque te toques las narices y tu investigación sea absurda (que lo será porque la elegirá el director de tu tesis para que le vayas adelantando trabajo a él). Obtendrás el "cum laude" si te deshaces en alabanzas hacia el tribunal y tu director, lo aseguras fijo si tienes la deferencia de invitar a comer a esa panda de monos perezosos.
Una vez obtenido el tan deseado título de doctor, habrás de pasar unas oposiciones "transparentes" y "justas" que te favorecerán cuanto más tiempo hayas desperdiciado peloteando al catedrático y tragando la basura que él genera para que seas el segundón que realiza siempre el trabajo y nunca se lleva el mérito.
Evidentemente, si llegas a formar parte de la élite del profesorado, los años de lavado de cerebro y de obligatoria adhesión a los pensamientos del sistema rechazando los tuyos, hacen su efecto y te conviertes en lo que son ellos.
Así se explica que denigren y ridiculicen las formas de obtener conocimiento que no pasan por ellos.
Después de haberse humillado y prostituido tanto para llegar allí, por fuerza han de creer que lo que defienden es la única verdad válida. Ni siquiera se plantean que esa verdad coincide peligrosamente con la que propaga el poder político y no el poder científico creador.
Y así se van perpetuando en una endogamia enfermiza. El resultado son esos esperpentos que tienen la poca vergüenza de mirar por encima del hombro al resto del mundo, que fundan su identidad personal en un título vacío.
Pactaron con el diablo y obtuvieron el puesto a costa de su alma.
El colofón de todo esto son los títulos de posgrado. Donde ni siquiera se toman la molestia de ampliar la escasísima enseñanza que han excretado durante tres o cinco años. Repiten lo mismo sin aportar nada novedoso. La única diferencia es el precio. Mucho más caro, pero necesario para ascender socialmente.
La universidad y los fundamentos políticos y económicos de la sociedad se aparean eternamente en un coito sucio y marginal. El resultado de ese sexo sin embarazo son los miles de abortos en forma de licenciados o diplomados que no son capaces de pensar por sí mismos.
Despreciable.

Mi bilis es inmensa y he de regurgitarla después de tantos años de decepción. Me he mantenido al margen de esa institución demasiado tiempo. He desarrollado mi carrera profesional independientemente de ella y he aprendido muchísimo más, lo aseguro.
Dice Schopenhauer de las cátedras "esos establos con pienso que son las cátedras constituyen, en términos generales, el entorno ideal para los rumiantes. En cambio, aquellos que prefieran atrapar su propio alimento de manos de la naturaleza se hallarán mejor a la intemperie".
Todo iba más o menos bien, hasta que la universidad metió las narices donde no debía y jamás deberá. En el trabajo de cientos de profesionales como yo.

Soy psicólogo (penosa universidad que tuve que soportar para obtener el título que me diera "derecho" a hablar, a insertarme en el discurso que diría Foucault). Interno residente, además. Lo que quiere decir que he pasado una de las pruebas más duras de España debido al bajísimo número de plazas que se ofertan y a la inmensidad de personas que nos presentamos. Me he ganado a pulso mi formación. A pensar por mí mismo. Trabajo asumiendo una responsabilidad tan grande como la derivada de los intentos de suicidio o los delirios psicóticos. Me obligan (lo que quiere decir que me obligo) a leer y a estudiar el oceano inmenso de armas terapéuticas que rodea la pequeña islita que enseña la universidad.
Veo entre 8 y 10 pacientes todos los días, más los que atiendo en las tardes de atención continuada, más los que dirijo en los distintos grupos psicoterapéuticos en los que participo.
He visto en año y medio más personas, patologías, modos de tratamiento, formas de comunicación, estructuras de entrevista y contextos institucionales de los que verá jamás un profesor universitario o un catedrático en TODA su vida profesional.
He estudiado y leído más fundamentos epistemológicos, corrientes filosóficas y psicoterapéuticas, artículos sobre psicofarmacología, evidencia, evidencia contra la evidencia, técnicas sistémicas (de diversas escuelas), cognitivo-conductuales, psicoanalíticas (de diferentes orientaciones), existencialistas y humanistas de las que jamás conocerá un profesor universitario, un catedrático y no digamos un estudiantillo de un máster universitario.

¿Por qué exhibo tan narcisísticamente mis galones? Pues porque la Asociación Española de Psicología Clínica y Psicoterapia (AEPCP) está formada en su mayoría por personal docente universitario, porque el "Congreso internacional de avances en tratamientos psicológicos" que se celebrará en Granada en abril de 2010 está auspiciado por el poder asesino de la universidad (todas las conferencias y la mayoría de las mesas redondas están dirigidas por profesores universitarios y catedráticos).
Son ellas y otras sociedades las que dictan lo que un psicólogo clínico ha de hacer en la consulta y en la sanidad pública.
La inmensa mayoría de los profesores y catedráticos sólo tiene una orientación terapéutica (curiosamente la más pobre y la que nos vende al poder psiquiátrico de la rama biologicista), no conocen ninguna más, no han estudiado ninguna más. Por tanto, en lugar de conocer e investigar (que sería su trabajo) se dedican a imponer su único modelo sin importarles las consecuencias (síntoma patognomónico de la ignorancia). Lo culminan asesorando al poder legislativo estatal sobre cuáles serán las prácticas psicoterapéuticas de obligado cumplimiento por la ley y cuáles serán condenadas. Todo ello sin conocer la inmensa mayoría de orientaciones que funcionan en la práctica real, sin conocer las limitaciones del contexto epistemológico en el que se mueven.
Aún hay más. Tienen la odiosa insolencia, el abyecto cinismo de imponer su paupérrimo criterio en la práctica clínica.
Ellos, que entre todos no han visto en su vida ni siquiera el número de pacientes suficientes para formar una muestra pequeña, que utilizan para sus estudios "científicos" a los estudiantes de primero o último curso de carrera, tienen el descaro de obligarnos a los auténticos profesionales a asumir sus reglas inflexibles, sus protocolos estandarizados. Nos dicen cómo debemos trabajar, qué debemos hacer y pensar.

Eso sí que no.
Mi ética y mi alma no me permiten quedarme al margen pasivamente.
Me he ganado el derecho a trabajar, a pensar por mí mismo y a defender con la contundencia que dan los argumentos basados en una sólida experiencia real mi posición y mi práctica.
No me justificaré ante esa institución tan detestable.
Intentaré devolverles golpe por golpe, intentaré encararles contra su propia ignorancia.
Voy a por vosotros. Os asesinaré como habéis asesinado a tantos estudiantes deseosos de formación y conocimiento.
Miserables.

lunes, 8 de febrero de 2010

La realidad, que no me abandona...

Lacan y Foucault, José María Alvarez y Fernando Colina, Bataille y Schopenhauer... Sólo me ayudan a comprenderla, pero no resuelven mi angustia.
Sólo le ponen palabras, pero no la callan.
No creo que pudieran hacerlo, porque los muy cabrones argumentarían que mi angustia es sólo mía, que no hay nadie que pueda repararla o quitarla porque mi deseo es el deseo de otro, porque mi falta refleja el precio que pago al simbolizar mis más biológicas pulsiones, porque al final soy preso de un discurso, de una frase o de una palabra.
En una simple sentencia: jódete y baila.
Y lo peor de todo es que siento que tienen razón, que no hablan en balde.
Pero no me ayuda. Al contrario, me asusta.
Si estar vivo es una casualidad envilecida por la agonía de tener que estar deseando lo que jamás podrás tener, ¿de dónde surgen el amor, la rabia, la decencia o la hipocresía?
Es más, ¿acaso importan?

Todo el mundo está de acuerdo en que la vida es la antesala de la muerte. Quizá por eso sea el único sitio donde nos está permitido sufrir.
Pero no es eso.
No me quejo del sufrimiento, sino del sinsentido.
Todo es etéreo y decadente. Todo es una construcción lingüística. Y por lo tanto, todo es nada.
En esa nada, como la cola de una lagartija que aún no se ha percatado de su separación y su muerte, aparece el deseo obligándonos a vivir y a quemarnos sin obtener nada que lo calme. Y resulta que si algo lo calmara nos moriríamos, mental y/o físicamente.
O sea, o vivimos en una acatisia espiritual constante, o morimos.
¿A eso se reduce todo?
¿A desear o morir?
¿Es eso lo que encierran todos los discursos con el sometimiento a su poder, señor Foucault?
¿Es eso lo que define la falta insaciable que otorga peso a la subjetividad individual, señor Lacan?
¿Es eso lo que les permite explicar, comprender y tratar las psicosis señores Alvarez y Colina?
¿Es eso lo que da significación humana al erotismo, señor Bataille?
¿Es eso lo que enmarca el mundo como voluntad y representación, señor Schopenhauer?
Porque yo no lo sé.
Y porque nunca me ha gustado que jugaran conmigo, lo controlara yo o no.

Si el amor es una construcción discursiva que se pierde entre los neurotransmisores y mi individualidad espiritual, allí donde se esconde la totalidad de mi ser que no puede ser reducida a palabras o signos y, por tanto, no puede ser explicada, entonces no quiero estar vivo.
Porque ser consciente de la inasibilidad de la vida, incluso a nivel espiritual, produce desasosiego y angustia.
Y entonces todo se vuelve REAL en el sentido lacaniano del término.
Me siento como un personaje de Lovecraft que descubre el mundo oculto en el mundo.
Si yo estoy hecho de palabras, jamás podré comprender la verdad objetiva que me rodea.
El precio de haberla visto por un instante es la locura o la muerte.

Creo que ya voy a medio camino de ambas.

La pregunta esencial para Dora que remarca Lacan es ¿qué es ser una mujer?
Mi pregunta esencial es ¿cuánto me falta para caer en una, en otra o en ambas?