sábado, 5 de mayo de 2012

De los noes y los síes

Creo que hay pocas cosas más placenteras y bellas en este mundo que decir "no".

Habría que escuchar la música que  la sensación unida a decirlo produce. Habria que permitirse dejarse llevar por los versos que delimitan y demarcan el placer que se deriva de esa palabra.

"No".

Tan breve y tan profunda.
Hace existir fronteras, límites y bordes.
Muchas personas no son capaces de apreciar el acto que va ligado a esa expresión, los sentimientos que están unidos a esa palabra y rápidamente tildan a sus practicantes de "anarquistas", "antisistema", "inconformistas" y demás epítetos tan vacíos como peyorativos, efectos ambos producidos por ser usados desde el desconocimiento y el miedo.

Decir que no es permitirse ir contra todo durante un tiempo, ya sea un minuto o diez años. Ir contra todo por el mero placer de descolocar o desubicar. Por el mero placer de aumentar la entropía de cada vida.
Pues es en las sacudidas donde emerge lo humano.
Es en el desorden donde existe lo posible.

Decir que no.
No para empezar un cambio, sino para añadir colores. No para instaurar un credo, sino para cuestionar los establecidos.
Decir que no para mover el deseo, para darle fuerza y fuego.
Para hacer entrar a lo más íntimo en juego.

Diciendo continuamente "no" uno establece constantemente su diferencia con el mundo y con los otros. Frustra al lenguaje desde el lenguaje.
Pero al acentuar dicha diferencia, se une más a los que se separa. Y corre el peligro de transformarse en lo que su "no" le evita.
Transformación en lo contrario, diría un neurólogo austríaco.

Por ello, decir "no" implica necesariamente permitirse de vez en cuando decir "sí".
Decir "no" dota de un valor incalculable a los escasos "síes" que uno pronuncia, ya que esos "síes" van inextricablemente atados a la esencia, a los principios, al alma del que los pronuncia.
Y uno no da su alma a cualquiera que pase.
No la muestra en público para ser usada o pisoteada.
La muestra para que la mimen y la alimenten.
Quizá incluso para que la amen.

Si el "no" es la entropía, el escudo, la diferencia,
el "sí" es el amor, la tregua, lo común y lo compartido.
Imagino que por ello es adecuado ser generoso con los "noes"

y reservado con los "síes".
Porque los vínculos tiernos son escasos, por ello también deben serlo los "síes".



Supongo que uno se hace adulto cuando es capaz de disparar "noes" y atesorar "síes".

Quizá sea por eso que disfruto diciendo "no" y me siento pletórico si soy capaz de compartir un "sí".

Quizá también por eso me fíe más del que aparentemente se opone a todo el mundo, a todo sistema o a toda relación. Porque esos "noes" esconden una auténtica persona, desarrollada y consecuente, responsable y admirable.

Tal vez aquellas personas litigantes del "no" me regalen algún "sí" y generosamente me enriquezcan.