miércoles, 21 de marzo de 2012

Sudor en la voz

Había sudor en su voz.
Jadeos de fatiga y agonía goteaban.
Sudor de llanto inacabado,
fragmentos líquidos de resignación.
Gota a gota se diluían los sonidos.

Su susurro era un charco sucio de sol.
Su grito era una ola evaporada de sal.
Si las rocas ya eran agua en las palabras,
¿cómo salir seco de su conversación?
Porque había sudor en su voz.

Y calaba.
Cada sílaba.
Llovían fonemas que empapaban mi ser,
ese que siempre estuvo en el lenguaje.
Voz líquida de sudor,
igual de salada, igual de humana.

Había sudor en su voz.
Su voz olía a sudor.
A trabajo gastador
de vida, devorador
de tiempo.
Capitalismo desollador
de afectos.
Así sudaba su voz.

Se le iban los sueños,
húmedos de esfuerzo.
Se licuaba lo que quiso ser
y lo que no dio
en el hueco desangelado
de un sonido sudoroso.

Intenté abrazar su voz.
Casi me mata el escozor,
casi me ahogo en su sudor.
Ojalá pudiera congelarla
en piedra helada,
sólo para que sus palabras
pesaran,
y fueran algo más que líquido
derramado,
ya a punto de evaporarse.
Que fueran algo más que olvido.

Y que esa piedra grabara los motivos
que hacen del sudor
la parte medible del desgaste,
lo visible de la muerte y su proceso,
la inasibilidad de la voz.
Ojalá esa piedra conservara la corrosión
de lo que nunca quisimos ver
y que nos hace menos que humanos: dioses.

martes, 20 de marzo de 2012

Sobre la pulsión

- Hay dos caminos para llegar hasta dios. - Dijo el asesino. - La virtud y el pecado. El primero es el más complicado y tampoco te garantiza su encuentro. El segundo es el más humano y te obliga a enfrentarte a él, ya que si nadie nos juzga, ¿cómo podremos arrepentirnos de nosotros mismos?

- Debes saber también - comentó el violador - que la esclavitud es una palabra soldada a la carne. Otras palabras, si las quieres, deberás tú incorporarlas a tu físico (amor, música, humanidad...), pero esclavitud ya viene cosida a tu cuerpo. Te dirán también que puedes ser libre. Incluso habrá algunos que traten de convencerte de que la libertad es consustancial al ser humano. Pero ten presente que lo más humano siempre porta dos filos, siempre viene en parejas, amor-odio, placer-dolor, luz-sombra, libertad-esclavitud. Recuerda: esclavitud es la palabra que amarra tu cuerpo, que lo suelda y lo traspasa. El único privilegio que tienes, si es que puedes alcanzarlo, es cambiar su nombre, pero jamás borrarla.

- Escucha - susurró el caníbal. - Demasiadas veces oirás que una mujer es respuesta para un hombre y un hombre lo es para una mujer. No olvides nunca que todo lo que las personas entienden por amor es la forma más elegante (y más ignorante) de devorarse a sí mismas. Se comen entre ellos y se quedan cojos, pero si se comieran su propio cuerpo, darían dentelladas de vacío y si se comieran su propio ser, quedarían mudos. Por eso piensan que mejor cojos que muertos de hambre o mudos.

- Ten en mente - gorjeó el loco - que la mayoría de los hombres temen el suicidio aunque sólo sea una palabra, pues la fuerza al lenguaje le viene por su asociación con el acto y la cosa. Lo sé porque he roto el mío para poder hablar en vez de ser hablado. Por eso les doy miedo. Por eso sólo yo puedo hablar de suicidio. Has de saber que si te suicidas, abres un agujero en el mundo. O, más bien, te vuelves del revés y haces que todo el mundo pueda ver tu hueco, tu abismo vacío. Y eso les asusta, porque les haces ver que realmente todos somos vacío y muerte. ¡Ah, se me olvidaba! Sólo hay un suicidio puramente humano y nunca es por otra persona y nunca es por un ideal. El único suicidio que debes permitirte, si es que aspiras a llamarte algún día hombre, es aquel que toma la forma de una carcajada sarcástica. Tu suicidio va a dejar la visión de la rasgadura humana, del agujero que portan todas las personas. Por tanto, debe dejar también tras de sí el sonido de la risa, pero no de cualquiera. Debe ser la tuya.

En el claro se hizo entonces el silencio, sólo cuarteado por el crepitar de la hoguera de corazones. El humo negro tapaba la luna.
El niño miró a los cuatro congregados que le habían regalado generosamente unas palabras que apenas comprendía.
Pero que sabía ciertas precisamente porque le asustaban.
Se levantó y les dio las gracias. Bajó los párpados tratando de ver el camino que le conduciría de vuelta al mundo de los hombres. Ese mundo para el que una persona, ahora ya muerta, había inventado una palabra: "extimidad". Lo más íntimo es lo más ajeno y lo más extraño, lo más externo es lo más íntimo.
El niño no sabía eso, pero lo sentía.
También sentía una profunda pena porque comenzaba a comprender que ser humano consiste en alcanzar el vacío tratando de evitar la muerte o en alcanzar la muerte tratando de evitar el vacío.
Dentro de unos años, cuando hubiera encontrado las palabras adecuadas, ese niño que acababa de conversar con lo que más repulsión y miedo le daba de sí mismo, diría delante de un auditorio agotado, delante de decenas de personas grises que el ser humano está condenado a encontrarse con el deseo cuando persigue la pulsión y a encontrarse con la pulsión cuando persigue al deseo.
Y no hay salida.
Pero hay carne, hay dios, hay suicidio y hay esclavitud.
También hay amor, dirá contemplando esos rostros cenicientos.
Pero creo que ninguno lo habéis encontrado todavía.
Entonces el asesino apagará el micrófono.
El violador beberá un sorbo de agua.
El caníbal recogerá los papeles.
Y el loco bajará del escenario.
Pero será el niño el que responda las preguntas.

viernes, 2 de marzo de 2012

Tormentas

Hay belleza en la tormenta.
En todas las tormentas.
Las del cielo rompen el aire para crearlo nuevo, primero, líquido.
Las del alma reducen a astillas imágenes obsoletas y ya carcomidas
para ligarla a otras menos duras, más completas, si es que esa palabra
aún puede ser pronunciada.
Otros dirían que más maduras.
Pero madura sólo está la fruta, no el hombre, no el alma. Nunca.

Recuerdo haber provocado una tormenta
cuando tocaba el laúd en el castillo de rubí.
Era otra vida y era un niño todavía.
Aún lo sigo siendo.
Aún lloro por las noches
(suaves réplicas de tormentas).
Aún me desbordan las preguntas,
unicamente las que no esperan la respuesta cierta,
sino la bonita,
la que hace soñar.
La respuesta que siendo mentira
crea la verdad humana.
Quizá por eso Pessoa supiera que el poeta es un fingidor.
El reverso de esa frase es que es un fingidor
porque no dice la verdad.
La crea.

Mientras tocaba el laúd en el castillo de rubí
se desataba la tormenta.
Y no podía ser de otra forma cuando se toca
para la muerte.
Yo quería ver bailar a la muerte.
Darle un motivo para justificar su eterna sonrisa.
Entonces habló la estatua:
"La armonía está llena de huecos.
Si amas la música, sólo tienes que dejarte caer
por los adecuados".
Creo que fue en ese momento cuando supe
que mi corazón siempre había sido un dragón
que aun dormido exhalaba fuego.

La tormenta de esa vida
me trajo a esta.
Y me trajo desnudo.
Desde entonces no puedo evitar sentir que la vida
nos encuentra desnudos
sólo por el hecho de que la muerte
nos deja así.
"¿Qué es morir sino erguirse desnudo?"
preguntaba el poeta árabe.
Supongo que nacer sería una respuesta
tan buena como cualquier otra
que tomara la forma de palabra.

También hay tormentas de palabras.
Son los gritos y los alaridos del vacío humano
que misteriosamente han logrado investirse de sentido.
Si tantos siglos hemos tardado en poder hacer eso,
¿por qué nos empeñamos en taparlos con discursos vacíos?
Una tormenta de palabras también desnuda al ser humano.
¿Para qué vestirlo con vacíos que nunca fueron suyos privándole del que realmente le pertenece?
Claro. Si estamos vestidos, si nos cubrimos con prendas, con palabras, con objetos que sólo son distintos en número, no en forma, entonces nos sabemos inmortales.
Y ese saber es el que nos mata.
Un francés que hablaba no sé qué de psicoanálisis gastó toda la vida tratando de mostrar que el saber no debe (no puede) ser identificado con la verdad.

Dije que era un niño mientras tocaba el laúd
en el castillo de rubí y se desataba la tormenta.
No tengo tiempo para contar cómo llegué allí,
qué significaba que fuera de rubí y que la muerte habitara en él,
pero sí diré que también mencioné mi corazón.
No tengo tiempo para explicar cómo ascendí por la montaña de las manos
que hablaban con el aire,
ni cómo tuve que jugar una partida de ajedrez contra una lágrima de mujer
(perdí, por supuesto).
No tengo tiempo para describir cómo fue ver amanecer el mundo de entre
las olas de tierra que fue carne,
ni cómo fue mi encuentro con la raza de personas que nacían de la música
y morían transformadas en partituras.
Sí, sé que podría ser un cuento entretenido pero
¿qué me hace pensar que no es esta vida el cuento que cuento
para la muerte con mi laúd en el castillo de rubí donde se desata la tormenta?

Suena la música.
Baila la muerte.
Habla la estatua.
Late el rubí.
Me pierdo entre los huecos de la armonía
y del vacío sale su música.

Si sólo pudiera trazar el silencio que dio forma al lenguaje
tal vez al pronunciar su nombre, el de ella,
quedara yo totalmente soldado a su significado.

Ahora veo que es eso lo que buscan los labios.
Ahora veo que así nacieron los besos.
Comienza la tormenta de ellos.