jueves, 26 de abril de 2012

Hubo vida (o sobre ética social)

Hubo vida. Antes de nosotros hubo vida.
Después de nuestros actos quién sabe si la habrá.

Demasiadas veces he visto el mismo rostro con diferentes gafas, con diferente pelo, con diferente aliento.
Pero es la misma voz, es la misma mirada, el mismo movimiento.
Es el rostro de la peor sublimación del sujeto humano, la del poder sobre la globalidad de los otros. El poder de esclavizar desde el cuerpo hasta la respiración, desde el trabajo hasta el tiempo singular, el alma propia.
Me encuentro en ese punto en el que soy demasiado adulto para creer que todo se reduce al gobierno de un grupo sobre una mayoría, o para creer que lo que estamos perdiendo es lo que se bautizó estúpidamente con el nombre de estado de bienestar, o para creer que "capitalismo" o "libre mercado" fueran las palabras con las que se marcara la esencia de lo que nos está ocurriendo a nivel social, a nivel individual.
Me encuentro justo en ese punto en el que soy demasiado joven como para creer que otro tipo de relaciones entre los hombres es imposible, o para creer que el dinero y la materia inerte es de lo único que toma su alimento la humanidad, o para creer que "esperanza" es una palabra tan muerta como nuestra vida.

Son demasiadas veces ya las que he escuchado, disfrazado de mil formas distintas, frases que empiezan con "nos han arrebatado lo que habíamos logrado... Nos están robando nuestros derechos más fundamentales..." y millares de variantes más.
Ellos.
Siempre hay un "ellos".
"Ellos" que nos hacen pagar sus errores. "Ellos" que nos explotan y nos aniquilan. "Ellos" que nos deshaucian. "Ellos" que privatizan la sanidad y la educación. "Ellos" que nos insultan con su corrupción económica y social.
Ellos.
Qué bueno que haya siempre un "ellos" frente al cual cada uno resplandezca en su propia perfección ética y social. Sin ningún fallo, sin ninguna fisura. Qué bueno que haya siempre un "ellos" frente al cual cada uno pueda convencerse de que él es un modelo a seguir, una encarnación del ideal humano.
Así nosotros mantenemos el estatus y la posición de "ellos".
Quizá no se trate tanto de que ellos nos necesiten a nosotros para que puedan seguir su ritmo de vida, que ellos necesiten de nuestra pobreza y nuestra muerte para que puedan seguir viviendo a todo tren, como que se trate quizá de que nosotros necesitamos de su existencia y su presencia. Necesitamos de su gobierno para poder seguir quejándonos sin actuar. Necesitamos de ellos para no ver jamás, nunca, lo humano que nos define, que no es otra cosa que la imperfección angulosa y quebradiza, inmutable e infinita.

Qué bien poder haber votado democráticamente para seguir manteniendo los desmanes políticos y económicos que dotan de fundamento a nuestra queja. Qué bien sentirnos parte de movimientos florecientes que revindican una democracia real, un mundo social nuevo. Así evitamos el auténtico cambio que sólo un ser humano es capaz de controlar, propiciar, aumentar, desarrollar y desplegar: el suyo propio.
Pero evitando esto, sólo subsumidos en mensajes de un cambio social grupal global, mantenemos el mismo equilibrio, la misma mascarada. Haciendo ese camino nos tapamos a nosotros mismos. Nos silenciamos a nosotros mismos. Ahí viene el famoso "ellos" a justificar nuestras actuaciones o, mejor dicho, nuestra absoluta ausencia de actuaciones.

Un mundo social nuevo. Más justo. Más bello. Más equitativo. Un mundo social donde el poder resida en una auténtica democracia. Y luego calificamos al anarquismo de utopía desgastada.
Un mundo social, sea nuevo o antiguo, renovador o enmohecidamente conservador, enarbola como bandera y justificación una ética social. Y la ética social debe prevalecer sobre la de la persona. No digo que deba prevalecer sobre una persona o unas pocas personas. Digo que debe prevalecer sobre TODAS las personas. Es INEVITABLE. Lo cual no quiere decir que sea indigno o desastroso. Pero precisamente porque debe prevalecer sobre todas las personas (al menos teóricamente, ya que siempre ha habido y hay personas sobre las que no prevalece, curiosamente justo las que dicen encarnar esa ética social, justo las que la promulgan), se necesitan leyes (en el sentido del derecho, en el sentido de cárcel, juez y abogado) para hacerla cumplir.
La ética del derecho es la ética de la democracia. La ética de la democracia es ética social. La ética social es la ética del poder centralizado (sea más o menos visible o invisible).
Una ética social no cambia ABSOLUTAMENTE NADA. Quizá sí en las formas, quizá sí en una absurda apariencia de más equidad, pero al final acaba desbordando. Exactamente igual que la ética social de la democracia, capitalismo, libre mercado, occidental, liberalista, etc, etc. ha desbordado y ha mostrado su verdadera faz. A saber, que una ética social, sea ésta cual sea, siempre mantiene el mismo equilibrio.
Ese equilibrio desigualitario que decís vosotros que quereis cambiar y modificar y eliminar. Si os dieran, si os hicierais con el poder que se supone necesario e imprescindible para realizar lo que decís que habita en vuestros corazones, ¿realmente cambiaríais algo? ¿Realmente destruiríais - pues eso es lo que conlleva un cambio real, desde el renacimiento del ave fénix, hasta la extinción de los dinosaurios - el núcleo y los cimientos que ya forman parte de vosotros, que forman parte de todos nosotros pues nos ha conformado en lo que somos? Sinceramente creo que no. Creo que no seríais capaces de tirar la casa, sólo cambiaríais los muebles y pintaríais las paredes de otro color. Pero seguiríais habitando el mismo espacio. Vuestro rostro es el mismo que el que decís combatir.

El cáncer no empieza matando a la totalidad del cuerpo humano, empieza mutando una célula. Una avalancha de rocas no comienza con la desintegración de la ladera de una montaña, comienza con un guijarro suelto. Una explosión atómica no comienza pulverizando la Tierra, comienza con un átomo que se rompe.
La ética social, ya sea la vuestra de los nobles ideales, ya sea la que odiais de los mercados capitalistas, siempre es inamovible al cambio. La ética social es irrisoria si no se somete a una ética individual. Pues el verdadero cambio, el único cambio posible, es el que cada uno haga consigo mismo. Y para eso se necesita una ética individual. Para eso se necesita desprenderse del "ellos" y comenzar a ver el "mí", el "yo", "mi ser", "mi acto", "mi conducta".
Si queréis poder mirar a la cara a vuestros hijos, a vuestros nietos, sin tener que derrumbar los párpados avergonzados, poder decirles "sí, el mundo es un desastre inhabitable pero mi cabeza está alta y erguida porque yo hice lo posible para evitarlo", entonces seguid combatiendo esos nobles ideales, seguid revindicando otra democracia, otro modo de hacer política y de distribuir la riqueza.
Pero empezad (empecemos) por nosotros mismos, por favor.
No hay vida humana sin responsabilidad propia.
Antaño hubo vida.
La vida nos chilla que la tomemos y que participemos en ella.
La derrota de "ellos" comienza por la lucha de uno mismo, por la derrota de uno mismo.

sábado, 21 de abril de 2012

Versos aleatorios

He bailado con el diablo.
Entre el azufre de su aliento, entre la oscuridad de sus labios
he escrito mi nombre.
Vestido con una mortaja de cristales rotos
sus dientes desgarraban mi corazón.

Es una de las formas de definir el éxito.

A través del fracaso, en las insatisfacciones perpetuas
refulge el ser de aquel que verdaderamente se llamó humano.
Bailar con el diablo para alcanzar el cielo
de la codicia,
el paraíso de la desidia.

¿Para inflar mi vida necesito privar de aire a otras?

El poeta recita, pero las palabras abren surcos
en el centro de su entraña.
Desharrapado producto de lo que fue una lágrima
colgando de su pestaña.
Aún siente la traza que sus manos dejaron en su espalda.
Amor de araña.

No me extraña que el poeta del amor, aquel cuyo apellido
evocará siempre montes de sal, surcos de llanto,
temiera los espejos,
pues cuando reflejan la realidad
nos vuelven locos
y cuando reflejan nuestros engaños,
ciegos.

Y su discipulo, otro poeta genial,
identificó el color rubio con la esperanza
y la piedra con la realidad que habita en todo deseo
¿o fue con el deseo que habita en toda realidad?
Quizá no importe.
Pues todos somos iguales en la oscuridad.

Hay también abismos en lo profundo del pecho
y abismos en lo profundo de los ojos.
El abismo que se cierra es el grito que se abre.
Algunos intrépidos escaladores han tratado de coronarlos.
Y al llegar a su fondo
se convirtieron en palabras.

Así me gustaría estrellarme.
En una cadena de sílabas que sólo tuviera sentido
en la boca de ella.
Una palabra jamás pronunciada.
Una palabra sólo articulable en el entrelazamiento
de dos cuerpos.

En ese nudo, más que en otros, siempre hay brecha.
Que sangre.
Que siga sangrando la brecha para así poder volver
a unirme a ella con la vana intención,
con la estúpida ilusión
de sellarla de una vez para siempre.
Y volver al comienzo.

El primer beso.
Y antes de eso
el primer roce con las manos.
Y antes de eso
la primera mirada.
Retroceder para volver ignorante
de los escollos que dos labios son capaces de abrir en el alma
y volver a repetir exactamente el mismo movimiento,
la misma secuencia que me llevó hasta el abismo que palpita
entre mis brazos, en mi cabeza, en mi garganta,
justo la misma secuencia que me llevó hasta su hueco.
Triste eco.
Triste fleco.
Pero donde la inmensidad del mundo es colmada,
donde el inicio del tiempo siempre es creado.
Su hueco y mi abismo.

Dos formas de decir que de dos nadas
podría surgir algo.
Exactamente igual que del silencio
surgió el lenguaje.

Dos nadas.
Dos almas.
Y la humanidad que nos conforma
se abre a pedazos de amor,
a mordiscos de deseo.

Vuela.
Que mientras yo te espero.

domingo, 15 de abril de 2012

Anarquía no significa sin leyes sino gobierno de sí

Y sus últimas palabras fueron para las personas que ostentaban el poder.
En esos momentos dio igual que algunos le hubieran llamado fantasma, inepto, idealista, ignorante y que otros le hubieran llamado visionario, valiente, humano.
En el momento en que uno muere es cuando las palabras salen sin destilar del alma. El cuerpo se desprende del lenguaje. Por eso muere.
El hombré habló así.

Desconfiad siempre de la persona que ostente una posición de poder, pues sus palabras serán mentiras, su verdad será la mentira, su voz estará hueca.
Tratará de convenceros de que le necesitais, de que no os podreis dirigir si no es a través de las correas que os atará al cuello.
Pondrá los precios que le convenga a vuestro trabajo, a vuestras ideas, a vuestro tiempo, y siempre será a la baja, pues la persona que está en una posición de poder siempre querrá más.
Dirá que sus leyes son las más humanas y las más justas, que deben ser respetadas por todos, salvo por él mismo, pero esto último jamás lo pronunciará, pues la persona que ostenta el poder justifica el estar en dicha posición por defender vuestros intereses por encima de los suyos.
Recordad que siempre miente.
Que esa persona suele llamarse político, banquero, empresario, policía, sacerdote, juez, consultor o gestor.
Lo común a todos es que han hecho del lenguaje un siervo más y no su ser.
Que se nombran a sí mismos defensores, que se creen ellos mismos los garantes del orden social. Pero sólo miran por sí mismos.
Durante todas las épocas históricas, fueran cuales fueran los materiales que expresaran los valores más importantes de ese momento, las personas que ostentaban el poder siempre se los han quedado para sí: La cultura, la tierra, el tiempo, el dinero, el cuerpo.

Así, con su ignorancia no enmendada a lo largo de siglos, las personas en el poder permanecen solas, porque el poder es otra cosa más que ensancha el vacío constitutivo del ser humano.
Porque acaparan y precisamente por ello no saben compartir.
Al final la muerte les espera, como a todos, pero morirán ya apagados. Ahorradles ese sufrimiento. Compadeceos de ellos, ya que Nietzsche definió la compasión como el mayor desprecio que se le puede hacer a un ser humano. Y después matadles.
Que su sangre inunde vuestras manos, pues sus leyes sólo pueden ser borradas con su sangre, ya que con la vuestra las escribieron ellos.
Os arrebataron lo más íntimo de vosotros.
Os robaron vuestro nombre y os impusieron el suyo.
Os quitaron vuestro cuerpo para moldearlo según sus cánones, con el fin de convertirlo en una máquina de obediencia ciega.
Encarcelaron vuestro deseo y lo sustituyeron por vuestro trabajo.
Poco a poco las migajas que os fueron concediendo y por las que vuestros ancestros murieron os las están arrancando de nuevo.

Ellos son odiosos. No merecen la vida, puesto que sólo ejercen la muerte.
Tienen tanto miedo que necesitan de policías y soldados que les protejan, que sieguen vuestras vidas para preservar miserablemente la suya.
Mientras vuestros hijos mendigan, los suyos se colman en un éxtasis de exceso material.
Mientras os desnudan, se visten con mil capas de vuestras prendas.
Mientras os deshaucian, subastan vuestro hogar o lo dejan pudrirse vacío y sin vida, enmoheciendo bajo capas de polvo.
Como ellos. La persona que ostenta el poder siempre es vieja.
La mayoría de las veces su cuerpo también será viejo, anquilosado de canas y arrugas, de calvicie y dientes postizos.
Las pocas personas en el poder jóvenes de cuerpo, siempre son viejas de espíritu. Temen al mundo, temen los cambios porque temen la vida.
¿Queréis ser gobernados por un ejército decrépito? ¿Queréis que la senilidad decida vuestro futuro, vuestras condiciones de posibilidad de devenir humanos, que impidan desarrollar vuestra rabia para crear vida?

Vosotros les manteneis allí.
De vosotros nace su poder.
De vuestro acuerdo tácito, de vuestro silencio, de vuestro asentimiento.
Habéis hecho vuestro su miedo y creeis que perdereis lo poco que teneis.
Abrid los ojos del corazón.
Nunca habeis tenido nada. Vuestros objetos no son vuestros, no sois vosotros.
Sois esclavos de su miedo y de su fachada.
Mereceis algo mejor, siempre lo habeis merecido.
Mereceis no suplicar por estudiar ni por ser cuidados, pues vosotros sois el Estado. No ellos.
Mereceis no asesinar vuestra vida por un hogar.
Mereceis desplegaros y devorarlos pero no para ocupar su sitio, sino para demoler su trono.
Mereceis mirarles por encima del hombro, pues vosotros sois los grandes.
Mereceis cuestionarles y arrinconarles.
Mereceis su muerte como la única disculpa válida por sus excesos.
Vuestra ética ha de ser la ética del deseo (lo cual no quiere decir ética de satisfacción del deseo. El deseo es deseo porque siempre está insatisfecho) y no la de trabajar para ellos.
Cuanta más violencia ejerzan contra vosotros, más razón de ser os están dando.
Cuantas más cargas policiales os dirijan, mejor lo estaréis haciendo.
Los policías y los soldados de verdad son los que se alzarán a vuestro lado. Los que se cuestionan y cuestionan su esclavitud.

Os llamarán anarquistas y antisistema. Pero sabeis, como bien decís, que es el sistema el que es antivosotros.
Os gritarán que sois antisistema. Pero ellos no saben lo que es un sistema. Un sistema es cooperación entre las distintas partes que lo componen. Un sistema integra una ética y permite el desarrollo subjetivo y único. Acepta las minorías. Respeta a las personas. Distribuye su energía (riqueza) de la misma forma entre sus componentes. Ellos son los antisistema, pues ellos no defienden ningún sistema. Sólo su propio egoísmo, sólo su propia satisfacción.
Y les manteneis allí.
Pero podeis destrozarlos cuando queráis.
¿Acaso hemos perdido la humanidad con los objetos y la novedad?
¿Acaso no sangraremos por un rayo de luz, por una gota de agua, por verles temblar, por sentir sus lágrimas?

La anarquía no significa sin leyes, sino gobierno de sí. Las propias leyes. Leyes éticas.
La anarquía no significa sin poder, sino poder distribuido de otra forma, respetando al sujeto.
La anarquía es una utopía, pero vive Dios que las utopías mueven el mundo.
La anarquía es vuestro impulso, no vuestra meta.
La meta debe ser su muerte.
La meta debe ser vuestro renacimiento.

Así murió el último filósofo del mundo.
Así murió el único político del mundo, el que jamás quiso el poder que tenía, que no lo ejerció salvo para matarse a sí mismo.
Y quizá con ello comenzara a dar vida a otras personas, a otros movimientos, a otros cuerpos.

lunes, 2 de abril de 2012

Despedida (Homenaje a Khalil Gibran)

Hoy, aquí reunidos, me estáis viendo marchar.
Vuestros ojos son puñales de lágrimas
que lloran a través de los míos.
Debéis saber pues, en la despedida,
varias palabras, varios sentidos.

No hay problemas grandes,
sólo encuentros pequeños.
Tampoco hay ofensas que sangren,
sólo personas débiles,
difusas; sólo corazones frágiles.

En el mediodía de la madrugada
os preguntaréis por vosotros
mientras recordáis el rostro
de otro,
la música de otra mirada
que no es la vuestra,
la calidez de una voz
que os es extraña
a la par que íntima.

Y será siempre en el cenit
del llanto más amargo
donde hallaréis un sentido
a la palabra libertad.
Quizá no sea un sentido universal
ni compartido.
Pero será un sentido.
El vuestro. Y eso lo hace único
y mortal.

"Morimos de amor" decís con pena
cuando deberíais gritarlo con orgullo.
Pues ninguna vida está llena
sin la única muerte plena.
Desprendido de mí encuentro mi voz.
¿Importa acaso que me engañe pensando
que busco algo de mí en otro?
¿Importa quizá que mi enamoramiento
sea un reflejo de mi propia imagen en otro?
Si lo único cierto, lo único válido,
lo único que me hace humano es ese encuentro
roto
con otro.

Yo, que nunca fui maestro de nada
ni sabio, ni poeta
aprendí de vuestros versos,
los que escribistéis con acciones,
aprendí vuestras lecciones
de humildad y placidez.

Lloráis por mi partida,
mas soy yo quien se rompe
al perderos
y al escribiros eternamente
en mis recuerdos.