sábado, 27 de abril de 2013

Pensamientos inconexos

I

Me hubiera gustado poder contar al menos una historia bonita, pero siempre me encuentro o con mis palabras o frente a mi cuerpo. Es difícil sacar belleza de eriales y desiertos. Uno tendría que saber, pero esas cosas no se enseñan. Y no se puede aprender lo que da miedo.
La desolación sólo es bella si los ojos que la miran han estado vivos alguna vez.

II

La confusión es el reverso de la metáfora, su espejo invertido.
La confusión toma un término por otro, se hermana así con la metáfora. Sin embargo, donde en la metáfora ese movimiento se acompaña de descubrimiento, belleza y sentido, en la confusión explota la incomprensión, el sinsentido y la arrogancia.
Así, no es lo mismo metaforizar amor con piel que confundir certeza y muerte.
No se siente lo mismo en la metáfora de la soledad con hierba que en la confusión de petálos y rabia.
Y si bien algunas personas logran metaforizar vida en serenidad, otros vivimos perpetuamente en la confusión entre lo que muerde un beso y lo que llora un sueño.

III

Pasando las hojas de mil libros descubro que el movimiento sólo es el apellido del ritmo, que a su vez sólo es una de las voces del vacío.
Las palabras se acuchillan unas a otras ante mi mirada.
Desde entonces sólo veo el alma de las cosas tinta en sangre y el alma de los hombres sangrando tinta.

IV

Tengo la absurda y poderosa creencia de que el buen músico sólo trata de que el mundo disfrute con la conjunción de sonidos procedentes de sus entrañas.
Un cuerpo licuado y traducido en escalas y tonalidades. No hace falta nada más para una sinfonía perfecta.

V

Si pudiera repetir algo, intentaría que fueran mis errores, porque si no, la culpa que me habita dejaría de morder pensamientos para devorarme el cuerpo.
Si pudiera agarrarme a algo, sería al último verso de cada una de mis poesías. Con suerte podría fabricar una escalera que me dejara a la entrada del infierno y no tener que pasar por el purgatorio.
Si tuviera que quedarme con un sólo recuerdo, sería el de la primera vez que cruzamos la mirada y nuestro cuerpo sacudió la ciudad. Pienso que sería maravilloso repetir ese principio inalcanzable por superado.
Si pudiera salir de esta prisión de desempleo, piso pequeño no en propiedad y ciudad pegajosa de calor, creo que jamás me arrancarían de los campos escoceses.
Si tuviera que elegir a quién le daría mi último beso, lo tengo claro. Sería para mi narguile.
Si tuviera que entender a sólo dos autores, serían a Jacques Lacan y a Michel Foucault. Si tuviera que quedarme con un poeta sería Roberto Juarroz. Si tuviera que salvar un género literario, sería la fantasía épica. Sólo sería incapaz de decidir entre dos cosas y, por tanto, preferiría morir de cobardía. La primera sería tener que elegir entre la música. La segunda sería tener que decidir el momento de dejarte.

VI

Si los hombres fueran de cristal, las mujeres tendrían que llorar arena.
Cuando aúllo encuentro la plenitud en el vacío.
A través de atravesamientos traviesos la travesía traba el trabajo de atravesarme.
Mi imagen de la felicidad es sencilla: Un campo de hierba que acaba en la arena de una playa gris-azulada solitaria, una pequeña cabaña donde guarecerme de la noche y la lluvia justo entre la tierra y la hierba, agua caliente, mi narguile con tabaco y carbón y algo de comida para no morir de hambre. Papel y tinta. Y tu compañía o, si es imposible, la de los libros.

VII

Hoy caigo en la cuenta de que podría morir en cualquier momento y el mundo sigue girando.
De repente me veo en el espejo y asumo mi propia insignificancia.
No me importaría si tuviera el valor suficiente de cruzar la puerta que me encadena y respirar el aire de la calle.
Quiero creer que aún no es tarde.
Pero sin embargo el tiempo no cesa de escribirse.