jueves, 2 de mayo de 2013

Algún apunte sobre el amor

"But you share my bed and you share my name"
 (Tom Waits, Hold On. Mule variations)

A lo largo de mi breve mi vida, expandida en un tiempo inabarcable, he escuchado hablar muchísimo sobre el amor. Incluso yo lo he experimentado (y lo experimento). He conocido muchas formas de amar, pero sólo una de ser amado.
La gente habla de amor. Creen que si se llenan la boca con esa palabra, su cuerpo se llenará también con su significado. Ya lo adelantaba hace más de cincuenta años Erich Fromm cuando describía el consumo desaforado de novelitas románticas y películas idealizadas sobre el encuentro entre un hombre y una mujer, entre un hombre y otro hombre, entre una mujer y otra mujer, entre un adulto y un niño.
Pero la mayoría de las personas no suelen salir de ese espejismo idealista. De esa forma se vuelven comunes expresiones tan desgastadas como "me completa", "es mi media naranja", "es la otra mitad de mi alma", etc. Todas aludiendo a que algo falta y que sólo la otra persona es capaz de completarlo. Lo curioso es que la inmensidad de esas personas que se enamoran ni siquiera se plantean que el descubrimiento de la falta sólo aparece en el mismo instante en que se dan cuenta de que la otra persona puede colmar eso.
En el otro polo están las personas que sienten habitualmente que algo les falta. Se sienten solas o ven a sus amigos emparejados y en aparente armonía. Se despierta entonces el resquemor y lo que se llama estúpidamente "envidia sana", que conecta demasiado con el concepto acuñado por Fromm de "separatidad".
Estas dos posturas proporcionan las directrices que rigen el consumo aludido de novelitas y películas románticas. Intentan o bien verse reflejados y reforzar su postura (en el caso de los recién enamorados), o bien tratan de no desesperarse y buscar una identificación efímera (en el caso de los que se sienten solos y abandonados).
Comento esto porque, a mi parecer, el amor entre mi generación se vive de forma demasiado infantil. Creo que en lugar de ser creativo, sangrante y vivo se torna narcisista, idiota y gris.

Creo recordar que me metí en una carrera tan absurda e inútil como la de psicología para saber algo de la verdad del ser humano. Puede que en mi idealismo adolescente creyera que encontraría respuestas en un saber que me precedía. Sobra decir que no fue así. Tuvieron que pasar varios años para darme cuenta de que lo que me interesa y que yo concibo como verdaderamente humano (el sexo, el amor, la muerte, el lenguaje y la locura) no tienen una respuesta establecida. Los únicos esbozos de respuesta no los da una disciplina ignorante en su cientificismo, sino justo lo que en mi época tiende a ser abandonado y odiado: la filosofía, el psicoanálisis y, por encima de todo, la poesía. Y dentro de estos campos, sólo en breves parcelas desgraciadamente minúsculas: La filosofía de Schopenhauer, Nietzsche, algunos existencialistas y Foucault, el psicoanálisis de Freud y Lacan, la poesía de los poetas más grandes y desconocidos (Gibran, Juarroz, Rilke, Prado, Clark, Celan, Ovidio...)
A partir de todo eso y mi constante cuestionamiento puedo evaluar desde otra óptica las concepciones que del amor tienen mis amigos y familiares, la sociedad que me rodea y los libros que se escriben como best-sellers sin que digan nada. De ahí mi seguridad en una concepción del amor infantil, narcisista, idiota y gris que rodea el mundo en el que habito.

En relación a eso considero que el adjetivo "romántico" está demasiado extraviado. La cuestión de ser más o menos romático en la actualidad se circunscribe a un gesto apasionado de deseo hacia el otro, a un gusto idealizado por la relación amorosa o a cierto sensibilismo patético en relación a los besos, las flores, la primavera o los abrazos.
En mi opinión "romántico" es aquel que no sólo experimenta el amor (o que quiere experimentarlo), sino que se pregunta por lo que es, lo cuida y es capaz de conocerlo.
El "romántico" real es siempre un suicida, pues preguntarse sobre el amor es preguntarse y encararse con el vacío absoluto que nos conforma. En otras palabras, preguntarse sobre el amor es querer ver la muerte.
Cuidar el amor no es ser feliz con otro, sino alimentar la sangre que pide el amor que uno siente y salir vivo de eso. Por tanto, cuidar el amor es no confundir mi ansia con la del otro, no mezclar mis carencias con la muleta que creo percibir en el otro. En otros términos, cuidar el amor es aprender a vivir siempre cojo, siempre solo.
Por último, conocer el amor es conocer la mentira que siempre le hace nacer y construir una verdad de ella. No es engañarme, sino dejarme engañar. Conocer el amor es aceptar que es el disfraz de lo imposible y admitir vestirse con él, pues jamás habrá completud, ni paz, ni descanso, ni compañía. Sólo muerte, soledad y agonía. Sin embargo, preguntándose, cuidando y conociendo el amor, el romántico real aprende que no es lo mismo morir de una forma o de otra, que hay soledades que son humanas y que sólo la agonía nos hace adultos.

Por ello, escuchar hablar del amor últimamente me revuelve las tripas y me hace llorar. Las parejas se deshacen y rehacen rápidamente sin que los miembros que las conforman hayan aprendido nada (la pasión por la ignorancia es tan común en nuestros días...), veo a personas que dicen sufrir por amor y no quieren darse cuenta de ninguna de las maneras que no es el amor lo que les hace sufrir, sino su propio vacío.
Todos queremos ser nuestros ídolos de Hollywood, nuestros modelos de anuncio, nuestros ideales encarnados. Creemos que así nos llegará el amor. Porque nos han metido en la cabeza que el amor y la belleza son hermanos siameses. Pero el amor no es sólo bello. O más bien, es mínima la parte del amor que es belleza.
Imaginemos un palacio precioso. De esos que Tolkien describía, de esos que nos enamoran en las ciudades de Moscú, Sevilla o Praga. Lo que nos entra por los ojos nos conmueve y nos imaginamos lo maravilloso que sería vivir entre sus puertas y paredes, dormirnos contemplando el techo árabe de los Reales Alcázares o las tallas boscosas de un palacio élfico. Nos sentiríamos agusto, protegidos, arropados y privilegiados.
Eso es lo que ven del amor la mayoría de las personas, eso es a lo que aspiran y lo que tratan de encontrar en una relación frustrada tras otra. Sólo su seguridad y su completud. Sólo su alma a salvo.
Y sin embargo, en ningún momento quieren saber cómo es lo que sostiene esos palacios, no se preguntan qué los mantiene en pie, sólo quieren saber qué es lo que los mantiene bellos.
No quieren bajar a los cimientos, porque no quieren saber de cimientos. Ellos no son albañiles, sino príncipes y princesas. No les entra en la cabeza que un príncipe y una princesa no son nada sin albañiles, pues no hay palacio sin construcción, sin golpes y tierra sucia.
El "romántico" real se enamora del palacio, pero necesita bajar a los cimientos. Necesita descubrir que todos los palacios hermosos se diferencian en la estética, pero se hermanan en ese vacío oscuro y habitado de insectos y polvo que son los cimientos recubiertos de madera y metal.
El príncipe y la princesa, si tienen valor de comprender los cimientos, si no se arredran a ensuciarse y asustarse, se convertirán en albañiles y, tal vez, sólo tal vez, cuando vuelvan a subir a la superficie bellamente inmaculada del palacio sucios, con las ropas destrozadas y la sangre manando de arañazos, podrán convertirse en reyes y reinas.
Reyes y reinas no del amor, pues es mentiroso y sólo los estúpidos gobiernan sobre mentiras, sino reyes y reinas de su soledad, su agonía y su muerte.
En ese punto, los abrazos, los besos, las flores y la primavera, serán símbolos del amor. En ese punto, la mentira del amor se tornará verdad subjetiva.
Y podrán dejar de ser niños para pasar a ser adultos.
Podrán dejar la belleza a los ignorantes y a los perdidos.
Podrán saberse humanos y amarse simplemente por eso.