sábado, 17 de agosto de 2013

Sujeto desfalleciente

Desde que descubrí la enseñanza de Lacan en el campo del psicoanálisis, no dejo de fascinarme por la riqueza y profundidad de su teoría.
Creo que una de las cosas que más me atrapan de Lacan es su capacidad para coger un concepto, una idea o una concepción y darle completamente la vuelta. Logra que el pensamiento se revuelva y se ponga del revés. Es justo lo que hizo con la concepción tradicional (filosófica y científica) del sujeto humano.

De hecho, uno de los puntos de partida de Jacques Lacan fue la reformulación del sujeto humano.
Desde Aristóteles se identificaba en el campo de la Filosfía al sujeto humano con su cuerpo. Un cuerpo humano es un sujeto humano. Lo que implicaba que el sujeto humano era completo, cerrado, constituido y, en lo esencial, invariante.
Siglos después Descartes reforzó esta concepción cerrada del sujeto humano impulsando lo que sería la idea dominante de la ciencia. El sujeto humano, además de identificarse con su cuerpo (y su alma), era el propio yo.
Desde entonces todo aparecía sin fisura. Tengo un cuerpo (y un alma) que defino como pertenecientes a mí puesto que soy consciente de ellos. A eso puedo llamarle yo. Por lo tanto, yo soy completo. Yo estoy sin fisuras.
Otra consecuencia evidente de esto es que yo, al ser consciente de mi cuerpo y de mi mente, al percibirme a mí mismo como una totalidad cerrada, puedo distinguirme de los objetos externos, a los que considero ajenos a mí, es decir, yo soy algo y los objetos son otra cosa. Hay un mundo externo (objetos) y un mundo interno (el yo).
Esta concepción tradicional del sujeto humano, la cual identifica su ser con su cuerpo y con su yo, es la que Freud comienza a resquebrajar y la que Lacan destroza por completo.
La grieta fundamental en la base de esta arquitectura filosófica y científica que identifica el ser del humano con su cuerpo y con su yo la produce el descubrimiento del inconsciente tal y como lo formula Freud.

Resulta que Freud percibe que hay algo que forma parte de nosotros mismos, que nos impulsa y nos hace tomar decisiones, que es nuestro núcleo más íntimo pero que, sin embargo, es inaccesible a nuestra conciencia, a nuestro yo.
Así los sueños tienen una interpretación. Pero no una interpretación mántica o parapsicológica. Los sueños no pueden ser descifrados con un manual al estilo de los que hoy en día abundan, tipo "si has soñado con agua, entonces algo terrible o inesperado te va a pasar".
La interpretación de los sueños sólo puede darla el que sueña. Mientras los pacientes de Freud hablan de lo que sueñan, él se da cuenta de que en esas relaciones aparentemente ilógicas se teje un sentido. Ese sentido es algo que el paciente no conoce, pero que le concierne por entero a él. Hay algo que queda fuera del dominio del yo y que al paciente le hace sufrir, sentir placer o le impulsa a actuar sin que él se dé cuenta.
Lo mismo ocurre con el olvido de nombres o los actos fallidos o los chistes. Esas equivocaciones, esos desvanecimientos de una palabra en la memoria cuando nada impediría su localización, esas palabras que nos hacen reír inmediatamente, dan cuenta de algo que queda fuera de la conciencia.
El yo, esa instancia todopoderosa, que encierra nuestro ser y a la que podemos acceder en cualquier momento para asegurarnos de que seguimos existiendo, resulta que guarda algo que él mismo desconoce. Eso que guarda, que le es tan ajeno que casi es extranjero, abre un agujero inconmensurable que impide que nunca nos lleguemos a conocer completamente a nosotros mismos. En palabras de Freud "el yo es extranjero en su propia casa". Lo que quiere decir que el cuerpo, sede del yo, no puede estar perfectamente identificado al yo. Es decir, el yo y el cuerpo no son la misma cosa, puesto que hay algo muy extenso que influye sobre el yo y que le hace actuar sin que él se dé cuenta. El yo cree gobernar el ser de las personas cuando resulta que es constantemente engañado y dirigido por esa otra cosa de la que no sabemos su existencia. Esa cosa que nos gobierna y nos mueve Freud la llamó inconsciente.

La formación del inconsciente más importante para la clínica mental es, por supuesto, el síntoma.
El síntoma da cuenta de esta separación, de esa brecha imposible de cerrar entre conciencia e inconsciente, entre esencia y yo, entre cuerpo y ser.
Uno va al psiquiatra o al psicólogo porque sufre. Habitualmente no sabe por qué sufre. No sabe exactamente qué es lo que falla. En ocasiones ha logrado establecer un relato de las posibles condiciones que le han acontecido y que han desencadenado ese sufrimiento. No obstante, necesita las palabras del profesional para reforzar eso o, por el contrario, para negarlo. Es decir, siempre hay una duda respecto a por qué se sufre, respecto a qué ha pasado para acabar así. Si el yo (identificado plenamente al cuerpo y al ser) es la instancia que nos permite conocer, explicar, reflexionar y actuar, ¿por qué desconocemos el origen de nuestro sufrimiento? ¿Por qué no sabemos inmediatamente cómo resolverlo si, en teoría, toda nuestra historia y todo nuestro pensamiento es accesible para el yo?
La respuesta para Freud es clara. Todo es causa del inconsciente. El síntoma es la prueba más evidente de que el yo no encierra el ser del sujeto humano, que el sujeto humano no puede identificarse directamente con su cuerpo y con su yo, porque hay algo que siempre se escapa.
Para reforzar esta hipótesis aparece la cuestión de la repetición.
Sabemos que la ciencia tiene una explicación distinta del inconsciente para esa inaccesibilidad del yo a la cuestión de su sufrimiento. La ciencia psiquiátrica biológica dice "claro que no sabes lo que te pasa, porque tu sufrimiento está a nivel biológico y el cuerpo tiene infinidad de funciones que actúan automáticamente y que uno no puede controlar. Tómate este fármaco y se te pasará". Sin embargo, el alivio que proporcionan los fármacos no es completo. O bien se aumentan las dosis hasta adormecer el yo del paciente, o bien se prolongan indefinidamente dejando al paciente en un estado de equilibrio pero con el sufrimiento como telón de fondo. De todas formas, en la mayoría de los casos, el sujeto humano, a pesar de los fármacos, sigue repitiendo conductas, relaciones o decisiones que le hacen sufrir.
Por su parte, la psicología académica afirma "claro que no sabes lo que te pasa, porque has automatizado tu comportamiento y lo realizas sin que te dés cuenta, como cuando aprendes a conducir y ya conduces sin pensar en lo que haces. Vamos a organizar un programa de aprendizaje o vamos a cambiar tus pensamientos negativos". Volvemos al mismo punto. A pesar de que el sujeto realice las indicaciones terapéuticas, sigue repitiendo las conductas, relaciones o decisiones que aumentan su sufrimiento. ¿Por qué?
La única explicación lógica para el psicoanálisis es el inconsciente. Por mucho que hagamos al nivel del yo, el sujeto humano sigue repitiendo aquello con lo que el yo sufre. Si el inconsciente gobierna al yo (y no al revés), podemos comprender que lo que le hace sufrir se repita indefinidamente sin que el yo sepa que algo de él está repitiendo, está buscando ese sufrimiento.
Sin embargo, ese sufrimiento que siente el yo en realidad para el inconsciente es una satisfacción. Por eso se repite. Es decir, ciertas satisfacciones a nivel del inconsciente son insoportables para el yo, por eso hay un cambio de valencia.
Si el yo fuera realmente la sede de nuestro ser, si estuviéramos identificados plenamente a nuestro cuerpo, aun cuando no supiéramos por qué sufrimos, podríamos saber qué tenemos que hacer para evitar ese sufrimiento  y realizarlo para terminar con él. Pero sucede lo contrario, a pesar de que sabemos qué hacer para evitar sufrir, seguimos cayendo en el sufrimiento. ¿Por qué? Porque el inconsciente gobierna al yo, no al revés. Porque hay una brecha donde algo actúa por su cuenta completamente separado de nuestra conciencia, la cual identificamos con nuestro ser.

Esa fue la grieta que Freud provocó en el conocimiento humano. Aristóteles y Descartes estaban equivocados. El ser del sujeto humano ni es su cuerpo ni es su yo. La ciencia y la filosofía se vieron sacudidas horriblemente, lo cual podría explicar el rechazo enconado que las mismas realizan contra el psicoanálisis considerándolo anatema, absurdo o, simplemente, completamente falso.

Freud entonces establece que el yo no es completo, que el ser del sujeto humano no puede reducirse a su yo ni entenderse como una identificación sin brechas entre éste y el cuerpo.
Si el ser del humano no es su cuerpo ni su yo, entonces ¿qué demonios es?
En el intento de responder a esta pregunta se encuadra gran parte del trabajo de Lacan.

Jacques Lacan, psiquiatra estudioso de la paranoia, amante de la lingüística, de la lógica matemática, de la filosofía y del psicoanálisis empieza a esbozar la respuesta a través de los trabajos de su amigo Jean Paul Sartre.
La pregunta filosófica por excelencia es "¿qué soy?". Si hay alguna pregunta que delimite el campo de la filosofía, es la pregunta por el ser.
La mayor parte de la filosofía hasta el siglo XX había tendido a entificar esa noción de ser, a corporizarla de alguna forma, ya fuera mediante el cuerpo, ya fuera mediante el alma, ya fuera mediante los sentidos, ya fuera mediante la presencia de Dios.
Sin embargo, en el siglo XX ciertos filósofos franceses y alemanes influidos por las reflexiones de Kierkegaard sobre la angustia y por las concepciones de Nietszche respecto a la genealogía de la moral y respecto a la ciencia, comienzan a plantearse la pregunta sobre el ser desde otra perspectiva. Son los existencialistas, destacando entre ellos Heidegger (con el cual Lacan también mantuvo relación) y Sartre.
Los existencialistas en esencia se plantean "¿y si el ser no fuera algo? ¿Y si el ser fuera nada?".
A partir de esta idea, Sartre trabaja en profundidad razonando cómo a partir de la nada aparece la conciencia, aparece algo. Es en estos trabajos donde Sartre acuña la expresión "falta en ser" que Lacan se apropiará para darle un vuelco radical.

Entonces volvemos a nuestra pregunta. Si el ser del humano no es su cuerpo ni su yo, ¿qué demonios es? Lacan responde: un vacío.
A partir de los existencialistas Lacan afirma que el ser del humano no es algo. Sin embargo, y ahí está el giro radical frente a Sartre, tampoco es nada. El ser del humano no es algo, pero tampoco nada. Es un vacío. El ser del humano es UNA FALTA DE SER.
¿Cómo se puede demostrar que esta idea no es una mera especulación teórica, sino que es algo real que experimentamos todos continuamente como sujetos humanos? Para mostrar la verdad de su afirmación Lacan va a acudir al psicoanálisis y a la lingüísitica. A través de ellos Lacan pondrá en evidencia que el ser del humano es una falta de ser, es un vacío. Si es una falta, si es un vacío, tiene que ser introducido por algo. El ser humano, como los animales, no nace en un vacío originario, sino que viene a un mundo poblado de objetos y, sobre todo, viene al mundo con un cuerpo. Si el ser humano viene al mundo con algo (un cuerpo), el vacío sólo puede ser introducido en un tiempo lógico posterior. Ahí vienen a explicar esta cuestión el psicoanálisis y la lingüística.

Como Lacan era un puñetero genio y estudiaba como un loco, había leído en profundidad lo que se publicaba en los más diversos campos del conocimiento humano, entre ellos la etología.
Siguiendo a los etólogos Lacan admite que para los animales inmersos en su medio natural es perfectamente posible identificar su ser con su cuerpo. Los animales son un cuerpo.
Los animales son su cuerpo porque hay un perfecto equilibrio dentro de ellos que además está en armonía con su mundo exterior. Este equilibrio es posible gracias a la existencia del programa instintivo con el que vienen al mundo.
En esencia un instinto es "un saber hacer sin haber aprendido nada". Es un saber que el animal lleva incorporado en la biología. Ese saber se desencadena cuando el animal siente algún tipo de tensión biológica. Entonces su instinto le hace actuar (bien le pone de pie, o le hace volar, o le lleva en busca de alimento, o le hace cazar) y cuando ha obtenido el objeto que calma su tensión biológica, su organismo vuelve a estar en equilibrio. La tensión corporal vuelve a cero. Este equilibrio perfecto es lo que le permite al animal alojar su ser en su cuerpo. El equilibrio es perfecto porque es dual. La tensión del cuerpo se calma con un objeto externo. Ambos, tensión y objeto, obedecen a los patrones de la biología. La relación es dual porque no hay un tercer término que provoque catástrofes.
En los seres humanos esto no se produce. No quiere decir que no tengamos instintos. Los tenemos, de hecho nacemos con ellos. Pero hay algo que se introduce entre nuestro cuerpo y nuestro ser que los descentra y los hace inútiles. En los seres humanos la relación dual entre tensión corporal y objeto de satisfacción se trastoca por la introducción de un elemento tercero: el lenguaje.

El ser humano no nace como la mayoría de los animales. Nace inmaduro, desvalido. Por tanto, aun cuando el bebé tenga un programa instintivo establecido, es incapaz de moverse para obtener el objeto que le calme. Su cuerpo aun no sabe andar, no sabe realizar movimientos finos con sus extremidades... Por ello depende enteramente del cuidado de sus padres.
El objeto que le dan sus padres al niño en respuesta a su llanto jamás puede ser un objeto que se ajuste exactamente a lo que el cuerpo pide, puesto que el niño no puede obtenerlo por sí mismo y depende de las apreciaciones de ajenos para ello.
Lo que eso produce es una satisfacción parcial. Algo del cuerpo se ha satisfecho con lo que le han dado sus padres, pero la tensión corporal no desaparece del todo. A diferencia del animal, la tensión biológica no vuelve a cero.
Aquí tenemos la ruptura del equilibrio para el programa instintivo, el cual está diseñado para volver a cero en armonía perfecta entre el mundo interno y el mundo externo.

El llanto del niño es respondido con multitud de objetos y palabras diferentes provenientes de los padres, ninguno de los cuales es exactamente el que calmaría completamente la tensión biológica.
Hay un resto de excitación, ausente en los animales, que nunca acaba de satisfacerse, de apagarse.
El lenguaje, representado por los cuidados y las palabras maternas y paternas, opera un descentramiento en la biología que impide que el sujeto humano pueda identificar ser y cuerpo.

El niño nace con un cuerpo y un programa instintivo que le permitiría obtener cualquier objeto para volver la tensión biológica (hambre, sueño, suciedad...) a cero. Sin embargo, debido a su inmadurez corporal y mental, el programa instintivo no basta por sí solo para alcanzar el objeto que daría el equilibrio perfecto. Depende de sus cuidadores. Estos le dan multitud de objetos y de palabras cariñosas que calman en parte esa tensión, pero no se desvanece por completo, por lo que el equilibrio perfecto entre tensión y objeto no es posible.
Si el mundo interno es incapaz de adaptarse al mundo externo, es decir, si el cuerpo no puede proveerse de los objetos de fuera que le calmen del todo, hay una brecha que impide la identificación total del ser con el cuerpo.
El lenguaje penetra en este equilibrio biológico desde el principio. ¿Cómo? Los padres transforman los primeros llantos del bebé, que sólo son meras respuestas biológicas, en un intento de comunicación.
Los padres ante los continuos llantos del bebé se preguntan "¿qué quieres?". Ellos aparecen cada vez que el niño llora. Repetido esto muchas veces, el niño asocia el llanto a la presencia de los padres. Por lo que el llanto ha dejado de ser una mera señal biológica para convertirse en un llamado primitivo a los padres. Con el llanto el niño pide la presencia maternal y esta le ofrece multitud de objetos, de caricias y de palabras para calmarle. Objetos, palabras y caricias que nunca son las exactas para obtener el equilibrio pleno.

Con estas ideas en mente podemos hacer un esquema de lo que le pasa al animal y lo que le pasa al sujeto humano.
El animal siente una tensión biológica, el instinto se desencadena, su cuerpo es capaz de responder y obtiene el objeto que le calma. La tensión vuelve a cero. Equilibrio perfecto entre mundo interno y mundo externo. Ser y cuerpo se identifican.
El sujeto humano siente una tensión biológica, el instinto se desencadena, su cuerpo no es capaz de responder y necesita la mediación de sus cuidadores, los cuales introducen los objetos acompañados de lenguaje, el sujeto humano se calma parcialmente pero subsiste un resto de excitación. La tensión no vuelve a cero. No hay equilibrio perfecto entre mundo interno y mundo externo. Hay una brecha entre ambos. Ser y cuerpo no se identifican totalmente.

La introducción del lenguaje en el equilibrio biológico es necesaria, porque si no, el niño moriría (necesita a sus padres). Ese elemento tercero introduce una brecha que rompe la armonía perfecta entre cuerpo y objeto. Esa brecha es el vacío que Lacan equipara al ser del sujeto.
El sujeto humano está separado de su equilibrio biológico perfecto por la brecha del lenguaje. Una brecha que permanecerá hasta el momento de la muerte.
Como la brecha que introduce el lenguaje rompe la armonía biológica, el ser del sujeto humano no es su cuerpo. Cada vez que el sujeto humano busca su ser, se encuentra con el abismo del vacío.
El lenguaje impide que el sujeto humano encuentre su ser en su cuerpo. Busca su ser y se da de bruces con un vacío, se da de bruces con que le falta el ser. Esa es la falta en ser.

Si esto se mantuviera a flor de piel, es decir, si esto se mantuviera a nivel de la conciencia, la vida sería insoportable.
Afortunadamente el desarrollo psíquico del sujeto humano le da armas para afrontar esta cuestión.
La más poderosa es la constitución del yo.
Por un desarrollo que no explicaré (puesto que sería muy extenso), llega un momento en la vida del bebé en que es capaz de percibir la imagen completa de su cuerpo. Esta imagen entierra el vacío primitivo que estableció el lenguaje y así el niño se identifica no con un cuerpo cerrado, completo, sino con la imagen que aparenta ser completa de ese cuerpo, generalmente su propio reflejo en el espejo.
Para Lacan es un engaño necesario que nos identifiquemos a nuestra propia imagen corporal. Es esto y no otra cosa lo que Lacan llama el yo.

El yo, accesible a nuestra conciencia, sede de nuestros pensamientos y reflexiones, es en realidad una máscara imaginaria (porque es una imagen) que tapa la brecha, el vacío, nuestra falta en ser.
Gracias a ese poderoso engaño tenemos la sensación de que somos un cuerpo, puesto que nos identificamos a esa imagen corporal completa.
Nos engañamos de tal forma con esa imagen que desterramos de nuestra conciencia la ruptura del equilibrio biológico, desterramos de nuestra conciencia que no podemos identificar cuerpo y ser porque siempre nos encontramos con el vacío.
Gracias a esa imagen corporal completa que nos creemos que somos nosotros, evitamos la angustia de la falta en ser. Es como si pusiéramos una capa de tierra sobre el vacío que introduce el lenguaje.
Cuando algo nos toca el ser, es decir, cuando algo en nuestra vida apunta a nuestro ser (muerte de un familiar, ruptura de pareja, despido del trabajo, nacimiento de un hijo...), en vez de desembocar directamente en el vacío que nos conforma, aparece la imagen del yo.
A partir del yo nos explicamos todo lo que nos pasa.
En esos relatos del yo es posible toda teoría científica, todo desarrollo histórico o filosófico. Son todos medios para evitar ver de frente el vacío y morir de angustia.

Sin embargo, la imagen del yo no hace desaparecer el desequilibrio biológico. El resto de tensión que sigue sin satisfacer, actúa. Pero ahora lo hace fuera de nuestra conciencia. Lo hemos desterrado de nuestro yo, pero no por eso deja de existir. Eso es el inconsciente.
Por eso repetimos una y otra vez las cosas que sabemos que nos hacen sufrir, por eso seguimos sufriendo.
Vivimos engañados con nuestra imagen corporal del yo y, no obstante, el resto de tensión pide satisfacerse y nos mueve hacia el sufrimiento.

La imagen de nuestro cuerpo como completo es evocada cada vez que decimos "yo" en alguna frase. Cada vez que pedimos algo, cada vez que hablamos.
Es decir, cuando hablamos confundimos lo que somos (sujeto humano, falta en ser) con lo que vemos (yo).
Debido al engaño que nos creemos ante la totalidad de nuestra imagen corporal tendemos a confundir siempre sujeto y yo. Por eso Lacan se empeñó tanto en distinguir uno del otro.

Lacan definió al sujeto humano como "sujeto desfalleciente". ¿Por qué? Porque el sujeto humano (el ser del humano) siempre remite a un vacío que introdujo el lenguaje. Al sujeto humano siempre le falta el ser.
La consecuencia de esto es la angustia. Para evitar la angustia, cada vez que el sujeto humano aparece y desfallece, viene en su rescate la imagen del yo. Y así confundimos lo que somos con nuestro yo, cuando es completamente distinta una cosa de la otra.
Somos un vacío, pero nos representamos ante el mundo y ante nosotros mismos (ante nuestra conciencia) con una imagen que es el yo.

La prueba de esto la tenemos en la clínica mental. Todos los síntomas psíquicos son defensas últimas ante el vacío de nuestra falta en ser. Por ello Lacan decía que toda neurosis son preguntas sobre el ser, o más bien sobre la falta del mismo. En esta línea tiendo a concebir las psicosis como respuestas al ser, al vacío de ser.
No hay más que haber estado ante un esquizofrénico cuyo yo se ha rasgado irremediablemente para ver el vacío y el desequilibrio de esa tensión que no para de manar. O haber estado ante un melancólico que se vive como muerto, como ausente. O haber estado ante un histérico que no sabe qué hacer para ser algo. O ante un obsesivo que no sabe si está vivo o está muerto. O ante un paranoico que sabe completamente que él es un objeto para que los demás le utilicen o le perjudiquen. Si es un objeto, no es un sujeto. Antes que el vacío, es decir, antes que no ser nada, el paranoico prefiere ser un objeto.

No voy a extenderme más sobre un tema que considero capital. Pero las consecuencias de esta concepción son brutales tanto para la clínica como para la ciencia y la filosofía. Por ello dejo unas preguntas que permitan el desarrollo de esta cuestión.

¿Qué implica que todos los desarrollos científicos se basen en el yo y no en el sujeto? ¿Cómo se traduce en la clínica la falta en ser? ¿Cómo el inconsciente maneja el vacío? ¿Cómo el lenguaje afecta al cuerpo? ¿Si el sujeto es un vacío, nos sirve concebir al objeto tal y como lo entendemos? Si no es así, ¿qué propiedades tiene el objeto humano? Si somos un vacío, ¿dónde está la frontera entre interior y exterior? ¿La hay?

martes, 13 de agosto de 2013

Naturaleza humana: un esquema

Donde hay un hombre nace un grito.
Creo que eso es todo lo que comprendo
sobre la naturaleza humana.

El grito estalla alrededor.
Se quiebra y parece licuarse en silencio.
Sin embargo, ahí está, punteando con su sombra
la mudez de la espera.

Un hombre nace y grita.
Aullidos, vagidos.
Así acuchilla el tiempo al cuerpo que se abre a la vida.

También revienta el grito en palabras.
De esa forma parecería que nos comprenderíamos mutuamente.
Pero mis palabras no son las vuestras.
Mi grito es más tímido y más frágil.
Pues no soy más que un papel atrapado en carne.

Hacer algo con el grito.
Eso es lo que hemos llamado vivir.
Y lo transformamos en prestigio,
en nombre propio o en cariño.

Pero el grito me ciñe,
y retuerce mi interior
hasta hacer una cinta de Moebius
con lo que veo y lo que digo,
con lo que toco y lo que lloro.

El grito me atraviesa.
Soy un hueco sonoro,
un desgarrón ululante.

El grito.
Música.
Por encima de todo, por encima de todos.
Música.

Poema sinfónico de la existencia.
Un grito.
Y a partir de ahí, el resto.
Y a partir de ahí, la ausencia.

El grito me fija en la superficie.
La de mi cuerpo y la de la angustia.
Es una cascada infinita
que fluye en horizontal
hasta alcanzar en su límite
la silueta de la vocal.

El grito me abre la boca
y me raja la entraña.
El grito me explota la garganta.
Pedazos de mi cuerpo,
una vez unidos, efecto del grito,
sólo una cicatriz que camina.

Entrelazar mi grito con el vuestro
siempre ha sido un desafío.
Porque siempre es una disonancia
que un sostenido albergue un espacio.

El grito. No me queda más remedio
que hacerlo mío.
Ha recorrido mi sangre y ha evaporado mi sal.

En ese viaje atemporal que el grito
me ha proporcionado, descubro
la naturaleza del silencio.
Es una singularidad cuántica
donde cada grito es anulado por su frecuencia contraria,
procedente de una laringe distinta.

Entonces el silencio es el mosaico de todos los gritos
pronunciados, proferidos, aullados
en cualquier tiempo de cualquier lugar.

El silencio son gritos abrazados.
El silencio son gritos fundidos.
Y no puede romperse nunca.
Lo creemos así porque escuchamos
solamente los gritos que reflejan el nuestro.

Donde hay un hombre nace un grito.
Se une al silencio, música de los gritos.
Sólo puede ser oído por otra garganta
que lo refleje.
Y eso, musicalmente, constituye la armonía.

El hombre es música.
Porque el hombre es un grito.
Un grito, una nota.
Una nota, un recuerdo, una hazaña, un encuentro.

Si la vida es grito, ¿la muerte no será su desaparición?
Eso sería demasiado fácil y demasiado triste.
Prefiero sentir que sólo es un cambio de registro.
Un sonido puede mudar en letra. Es la escritura.
Un grito podría mudar en tierra y volverse materia.
La muerte es el proceso que escribe lo real.

Donde hay un hombre nace un grito.
Donde muere un hombre nace una letra.
Letra que no es símbolo.
Sólo puro trazo en la piedra.
Así muere el hombre.
Así permanece el grito.
Congelado.

Creo que esto es todo lo que puedo decir sobre la naturaleza humana.