sábado, 19 de julio de 2014

Necedades

I: Caminar

Anduve tropezando
como el ignorante que tropieza con su sombra
o como la urraca
que tropieza con el brillo.
Anduve desbocado
como el sonido que arrolla la intención
o como el clavel
que aplasta la solapa.
Anduve cojeando
como una mano sobre otro cuerpo
o como la despedida
que corta los labios.
Anduve desarraigado
como la mirada que busca el vacío
o como el temblor
que responde a una palabra.
Y mientras caía, antes de que mis dientes
encontraran el sabor del fango,
entendí que caminaba tropezando
porque quería desandarme,
desbocado porque deseaba mirar atrás,
cojeando porque no supe girar,
desarraigado porque mi brújula
habitaba en otros ojos.
Y comprendí que sólo la caída
hacía sabios a los caminantes.

II: Escritura

Escribe.
Me decías con una voz floreciente de tibieza.
Y yo te negaba con la angustia sobre mis piernas
haciendo tambalearse mi silueta en la vida.
Escribe.
Insistías con el corazón atravesado en el aliento.
Y yo callaba con el escalofrío amorzándome las manos.
No sabía explicarte que escribir para mí
significaba recorrer mi cuerpo sobre las marcas del odio
con la esperanza frágil de descifrar amor,
que era pasear sobre bancales de ceniza
y nombrarlos de otra forma deseando
que así se convirtieran
en la luz irisada de una duna junto al mar,
en el roce de una lechuza hacia la madrugada,
en la música del hielo bajo la lava,
en la boca de un laberinto tallado dentro de un topacio.
Escribir para mí significaba voltearme como un guante
y soportar la imagen que las letras trazaban,
desdoblar la pérdida y verme cercado por su trama.
No sabía explicarte que a veces la textura de las propias palabras
deviene aterradora, insoportable, descarnada.
No sabía explicarte que cuando trazo un sonido
algo de mí se derrama y me mutila.
Que a veces me da miedo escribir
y descubrir.

III: Juego fonemático

Hay días que amanecen con el sonido suave de la letra ele,
con el lateral de la almohada labrado de la luz líquida
y ella como un leve letargo limpio.
Podría languidecer de blancura latiendo libros y lazos.
Levantarme y limar el lapso de la loza con leche y labios,
ablandar los lentos silabeos con la dulzura del loto
y luchar lastrado de licor sobre su labor de liebre.
Hay tardes que se despliegan con el sonido roto de la letra ge,
guardando los gritos que gimen en la gruta del globo ocular,
gastando las gradas de gente gozosa de saberse grande
y avergonzada a la vez, gotas de glicerina y glosas.
Gatear no fue agradable ni grotesco, sólo gasolina para el gaznate.
Me gusta su gracia agrupando los gigantes de sus ganas
y ganar el glaciar de su gran gestación gélida.
Hay noches que arropan con el sonido profundo de la letra ene,
nadie navega nadando bajo la nao de Neptuno.
Nieva y nada es tan notable como la nena desnuda
en el paladar de la noche, en el níveo nocturno del nirvana.
La nata no enerva la natividad, tal vez la novena de un violín negro.
Nísperos y necedades, tunantes que truenan de nepotismo nivelado.
Nacer y nicotina desmenuzados en la nariz noctámbula. Nadie.



lunes, 7 de julio de 2014

Pequeñeces

I: Renacer

Este hablar solo con las piedras acaba machacando
lo que creía comprender del abismo.
Aún me pregunto qué parte del mundo me ha golpeado
para seguir girando encerrado.
Quizá una decepción en la boca o un engaño en la mano,
mostrarse visible o el chirriar de un jadeo.
Tal vez no daba todo por perdido cuando crucé el arco
de sus piernas.
Me pasa por la cabeza que renacer puede que
sea esto,
ser sacudido por el fuego y gatear derrotado
sobre la cima del enamorado.
Confundir extravío con amanecer,
esperanza con asombro,
acabar, en fin, mezclado con lo que uno más teme
y lo que a uno más le atrae.
Renacer es saberse desordenado,
trastocado, como si el libro que te late
aún colgara del arbol del papel.
Volver de la muerte siempre ha exigido inventar una palabra.

II: Arena

Siempre quise aprender a soplar el vidrio.
Tiene para mí algo de mágico, de ancestral,
algo de lo prohibido.
Para crear vidrio necesitas arena y fuego.
Fundes la arena hasta volverla un líquido abrasador.
A ese río de cristal debes robarle un trocito
y soplar a través de un tubo para darle forma.
Siempre quise aprender a soplar el vidrio.
Me fascina que de la dispersión de la arena
surja algo compacto y a la vez tan quebradizo.
Me asombra que sólo la boca pueda darle forma
a la fragilidad.
Como si uno recorriera la silueta de una mujer
a pequeños soplos
para encontrarse al final desnudo de nombres.
Siempre quise aprender a soplar el vidrio.

III: Espacio

Entre dos miradas
desborda el espacio
al igual que entre dos palabras
o entre dos cuerpos por muy unidos que estén.
Es el espacio lo que me sostiene, siempre en el vacío,
a pesar de la sensación de vivir pegado al suelo.
El espacio entre sus brazos y mi cuerpo
es el mismo que el existente entre mis dedos y mis pupilas,
coordenadas espaciales del amor.
El espacio está lleno de nada, lo que quiere decir
que toda posibilidad aún no ha sido puesta en acto.
Quisiera poder distinguir alguna vez
el espacio que habito
del que soy habitado.

IV: Tiempo

La metralla del tiempo agujerea la pasión
y estar maldito sólo significa que una vez
alguien pudo de alguna forma nombrarme.
Los años llueven sobre el mar
de la misma manera que los siglos
cantan bajo el aire que me disuelve.
Podría recortar una clepsidra
de cada temblor.
Es deshojar la roca con las yemas de los dedos
y percibirte adolescente.
Si lo piensas bien una vida no es más
que el asesinato inagotable de los instantes.
Un segundo, nada más que necesitas un segundo
y habrás cruzado la aurora. 

V: Sombra

Un hombre danza a través del silencio
mientras el horizonte perfila un desnivel.
Nunca cesa, la mancha en tu retina.
Así es como puedes seguir el rastro del limón en el agua,
el eco de la música en la pared,
la sombra de su tacto en la almohada.
Esta alambrada de suspiros marca el límite
entre lo que deseas y lo que rompes.
Aún hay bastante nieve para encender la lumbre.
Es ir a tientas lo que te permite descubrir la arruga
porque una referencia sólo ha sido una huella de alguien que pisó primero.
Sabes bien que hay voces que lucen más que otras
y que no es el brillo sino el color lo que atrae la búsqueda.
Es bonito solapar tu pecho con el ala de una libélula,
dejar una muesca en el viento para derramarte a su través.
Ya lo sabes, siempre es la luz que te deja ciego
la que te obliga a mantener la mirada.

martes, 29 de abril de 2014

Desidia

Es difícil ser paciente con esta especie de insatisfacción que nunca cesa.
Acentuada por la soledad, esa sensación engulle de poquito a poco la espiral viviente que mi cuerpo traza sobre un vacío.
Últimamente me cuesta encontrar la veta de donde extraigo las palabras. Es como si la desidia se hubiera apoderado de mí. Sentarme a ver pasar las salpicaduras que el mundo deja en mi retina para ignorarlas apenas se han posado.
He caído en el aislamiento, y la amenaza que siempre ha supuesto el contacto con los otros se ha tornado en estos tiempos en insoportable.
Creo que no es una cuestión de ética, de lo correcto o incorrecto, de lo adecuado o no. Más bien es una elipse que circunscribe un horror interno. Inaprensible pero no por ello menos vivencial.
A veces echo de menos la ceguera. Ese no saber sobre la insatisfacción perpetua, esa ignorancia sobre la ausencia de completud. Bonita pasión, la de la ignorancia.
Se me escurren entre los dedos recuerdos que había olvidado mi cuerpo, paisajes que me vieron gritar y abismos que me cortaron la voz.
Sentado en un sofá de hielo observo mi profesión, el sonido chirriante que produce tratar de descubrir una armonía entre dos pentagramas de distintas tonalidades.
Es una palabra fea esa que nombra lo que soy en mi trabajo. Una palabra demasiado artificial y sin ninguna historia ni fin establecido. Pienso que es como habitar una alambrada de espino, llena de agujeros y punzante. Si lo reflexiono bien, con mi profesión se trata de soportar la propia ignorancia y convertirla en algo parecido al amor para ofrecerlo a otra persona que habla. Creo que muy pocos pueden hacerlo y estoy seguro de que no soy uno de ellos. No es que lo desee con toda mi alma, tampoco me duele especialmente pero me gustaría saber qué hacer cuando uno descubre uno de sus límites.
A veces me asusta preguntarme si puede haber algún idealismo en el color gris, pues parece que tiendo hacia ese color. No es un mal color si uno lo medita con calma ya que las cenizas son así. Es la tranquilidad de la uniformidad lo que me da miedo, el idealismo de la uniformidad.
He de reconocer que con el tiempo he aprendido a admirar a quienes se consideraron mis enemigos. Al menos ellos tienen las cosas claras. Lo cual no impide para que todos acabemos desparramados entre los deseos, rotos todos, solos todos, muertos todos.
Me gustaría saber en qué momento exacto la curiosidad se me tornó en temor. Supongo que en ese punto uno se hace adulto.
También he visitado las despedidas. Pasarse la vida diciendo adiós tiene que pasar factura.
Así que me deslizo entre la desidia y sigo descubriendo cosas. Sin embargo ya no sé qué hacer con ellas porque hasta la escritura se me resiste. Tal vez me esté diciendo adiós.
Mientras tanto sueño con arena mullida y que mis ojos ardan, que mi saliva queme como la lava sólo por el deseo de echar de menos el agua.

viernes, 7 de marzo de 2014

Trocitos

El piano arde.
Él lo mira arder muy de cerca,
tanto que siente la quemazón
abrasando sus mejillas.
El piano arde.
Sus entrañas gimen alaridos
cuando las cuerdas metálicas
se parten por el calor.
El piano arde.
Él lo mira arder muy de cerca.
Y la música.
La música sigue ejecutándose en el aire.


Iba cazando óvalos.
En un mundo rectangular
iba cazando óvalos.
Quería encontrar
el reflejo de su labios
entreabiertos
por la sorpresa.


En su boca una sombra,
en sus ojos un prisma.
En su garganta
el sonido mudo
de la letra h.
Entre sus manos
varias puertas.
Sobre su pecho
pesaba la luz.
De esta forma
un hombre se desnudaba.


En el corazón del remolino,
en los pétalos de la flores,
en el movimiento de las aves
reina ella.
Me pregunto si también
la decepción del idealista
o el parpadeo conjunto
que inagura el amor
o la topología del suicida
seguirán el trazado
de la espiral áurea.


He buscado a través
de las palabras
y no he encontrado
su nombre.
Supongo que por eso
un cuchillo agrieta
mi piel.


Hay un espejo de asfalto
encima de su cerviz.
Crujen las cruces
crueles costras de crisis.
Al menos la saliva
cuando se une con la tinta
puede marcar una vida.


La aguja atraviesa su mirada.
Punzante, como triturar piedras
con los dientes.
El desamparo es una vocación.
No hace falta emparentarlo
con la muerte.


Empaparse de humo,
despojarse del mapa
traicionero del propio
cuerpo,
correr descalzo
por los cristales del invierno.
Y llorar.
Llorar, sí.
Pero delante de una chimenea.


Es fácil matar el amor,
sólo basta suponerse
uno mismo como completo
por encima de todo.
Es fácil mandar sobre otros,
sólo basta un ansia profunda
por querer obedecer
por encima de todo.
Es fácil juzgar por fuera,
sólo basta creer
que el ser humano
busca su propio bien
por encima de todo.
Es fácil disculparse,
pues sólo es el aviso
de que se va a repetir
lo mismo de nuevo
por encima de todo.


Se despide
y un extraño calor
se apodera de sus huesos.
No conocerse
y sin embargo saber
que algo se ha roto
en el saco que anuda
el pecho.
Sin imágenes,
sin conceptos,
sin poesía.
Sólo un adiós aleteando
en su mirada.
Y más allá
el horizonte inexplorado
de la existencia.

jueves, 27 de febrero de 2014

Decasílabos (en su mayoría)

I

Me hace sentir bastante extraño.
El último estertor de la luz
crepuscular deshojando del
aire migajas llenas de ausencia.
Se desata un extraño lapso.
El instante acristalado que hace
pesar las cosas del mundo sobre
mi pecho.
Conforma un resplandor extraño.
Poder escribir "vacío" o "hueco"
en una plenitud rebosante
de muerte.
Para mí hay un extraño cariz.
Romper la voz y hallar como su
fonema la articulación muda
de un gemido. Extraño tacto.
deshacer colores en el llanto.
En mi interior suena un modo extraño.
Arpegiar el tiempo. Declinar
la nada.

II

Describe su propia geometría
como recovecos que latieron.
Puede que yo habitara algún ángulo.
No lo sé porque estoy condenado
a una historia en cinta de Moebius,
transitando de dentro hacia fuera
y al revés. Un flujo de ida y vuelta
sin ningún límite ni frontera.
Tan solo bordeo un agujero.

III

Mis yemas ya trepan la pared esquirlada
que precede el encuentro con cada instante.
No caer. No caer al abismo bajo mis pies.