viernes, 7 de marzo de 2014

Trocitos

El piano arde.
Él lo mira arder muy de cerca,
tanto que siente la quemazón
abrasando sus mejillas.
El piano arde.
Sus entrañas gimen alaridos
cuando las cuerdas metálicas
se parten por el calor.
El piano arde.
Él lo mira arder muy de cerca.
Y la música.
La música sigue ejecutándose en el aire.


Iba cazando óvalos.
En un mundo rectangular
iba cazando óvalos.
Quería encontrar
el reflejo de su labios
entreabiertos
por la sorpresa.


En su boca una sombra,
en sus ojos un prisma.
En su garganta
el sonido mudo
de la letra h.
Entre sus manos
varias puertas.
Sobre su pecho
pesaba la luz.
De esta forma
un hombre se desnudaba.


En el corazón del remolino,
en los pétalos de la flores,
en el movimiento de las aves
reina ella.
Me pregunto si también
la decepción del idealista
o el parpadeo conjunto
que inagura el amor
o la topología del suicida
seguirán el trazado
de la espiral áurea.


He buscado a través
de las palabras
y no he encontrado
su nombre.
Supongo que por eso
un cuchillo agrieta
mi piel.


Hay un espejo de asfalto
encima de su cerviz.
Crujen las cruces
crueles costras de crisis.
Al menos la saliva
cuando se une con la tinta
puede marcar una vida.


La aguja atraviesa su mirada.
Punzante, como triturar piedras
con los dientes.
El desamparo es una vocación.
No hace falta emparentarlo
con la muerte.


Empaparse de humo,
despojarse del mapa
traicionero del propio
cuerpo,
correr descalzo
por los cristales del invierno.
Y llorar.
Llorar, sí.
Pero delante de una chimenea.


Es fácil matar el amor,
sólo basta suponerse
uno mismo como completo
por encima de todo.
Es fácil mandar sobre otros,
sólo basta un ansia profunda
por querer obedecer
por encima de todo.
Es fácil juzgar por fuera,
sólo basta creer
que el ser humano
busca su propio bien
por encima de todo.
Es fácil disculparse,
pues sólo es el aviso
de que se va a repetir
lo mismo de nuevo
por encima de todo.


Se despide
y un extraño calor
se apodera de sus huesos.
No conocerse
y sin embargo saber
que algo se ha roto
en el saco que anuda
el pecho.
Sin imágenes,
sin conceptos,
sin poesía.
Sólo un adiós aleteando
en su mirada.
Y más allá
el horizonte inexplorado
de la existencia.