martes, 29 de abril de 2014

Desidia

Es difícil ser paciente con esta especie de insatisfacción que nunca cesa.
Acentuada por la soledad, esa sensación engulle de poquito a poco la espiral viviente que mi cuerpo traza sobre un vacío.
Últimamente me cuesta encontrar la veta de donde extraigo las palabras. Es como si la desidia se hubiera apoderado de mí. Sentarme a ver pasar las salpicaduras que el mundo deja en mi retina para ignorarlas apenas se han posado.
He caído en el aislamiento, y la amenaza que siempre ha supuesto el contacto con los otros se ha tornado en estos tiempos en insoportable.
Creo que no es una cuestión de ética, de lo correcto o incorrecto, de lo adecuado o no. Más bien es una elipse que circunscribe un horror interno. Inaprensible pero no por ello menos vivencial.
A veces echo de menos la ceguera. Ese no saber sobre la insatisfacción perpetua, esa ignorancia sobre la ausencia de completud. Bonita pasión, la de la ignorancia.
Se me escurren entre los dedos recuerdos que había olvidado mi cuerpo, paisajes que me vieron gritar y abismos que me cortaron la voz.
Sentado en un sofá de hielo observo mi profesión, el sonido chirriante que produce tratar de descubrir una armonía entre dos pentagramas de distintas tonalidades.
Es una palabra fea esa que nombra lo que soy en mi trabajo. Una palabra demasiado artificial y sin ninguna historia ni fin establecido. Pienso que es como habitar una alambrada de espino, llena de agujeros y punzante. Si lo reflexiono bien, con mi profesión se trata de soportar la propia ignorancia y convertirla en algo parecido al amor para ofrecerlo a otra persona que habla. Creo que muy pocos pueden hacerlo y estoy seguro de que no soy uno de ellos. No es que lo desee con toda mi alma, tampoco me duele especialmente pero me gustaría saber qué hacer cuando uno descubre uno de sus límites.
A veces me asusta preguntarme si puede haber algún idealismo en el color gris, pues parece que tiendo hacia ese color. No es un mal color si uno lo medita con calma ya que las cenizas son así. Es la tranquilidad de la uniformidad lo que me da miedo, el idealismo de la uniformidad.
He de reconocer que con el tiempo he aprendido a admirar a quienes se consideraron mis enemigos. Al menos ellos tienen las cosas claras. Lo cual no impide para que todos acabemos desparramados entre los deseos, rotos todos, solos todos, muertos todos.
Me gustaría saber en qué momento exacto la curiosidad se me tornó en temor. Supongo que en ese punto uno se hace adulto.
También he visitado las despedidas. Pasarse la vida diciendo adiós tiene que pasar factura.
Así que me deslizo entre la desidia y sigo descubriendo cosas. Sin embargo ya no sé qué hacer con ellas porque hasta la escritura se me resiste. Tal vez me esté diciendo adiós.
Mientras tanto sueño con arena mullida y que mis ojos ardan, que mi saliva queme como la lava sólo por el deseo de echar de menos el agua.