martes, 25 de septiembre de 2018

Descensos

I: Espera

Me he dado cuenta de que la espera es un abismo.
Caigo por él y no se perfila el fondo. Años y años cayendo.
Tanto tiempo que confundo la caída con inmovilidad.
¿Desciendo o estoy en el mismo sitio? ¿No es lo mismo?
Me he dado cuenta de que la espera con la esperanza
rota se convierte en un abismo.
Y yo lo habito.
¿Ha sido siempre mi hogar?
En esta paradoja que entrelaza la caída infinita
con la inmovilidad eterna
el único movimiento perceptible son las puñaladas
con las que el tiempo cose mi mente, mi figura.
Espero. Mis padres envejecen y mueren.
Pierdo un lugar y una brújula. Caigo.
Espero. Mis amigos construyen su vida y se van.
Pierdo la risa y el color. Caigo.
Espero. Mis decisiones se desvanecen vírgenes.
Pierdo la oportunidad y los ideales. Caigo.
Espero cayendo, caigo esperando.
Este baile estático de una sola persona
sólo puede desenterrar la muerte. Nada más.
Me he dado cuenta de que la espera es un abismo
porque me he dado cuenta de que la espera
sin esperanza es una forma de suicidio.
La más larga, por supuesto.

II: Perro

Siempre he creído que era libre, independiente.
Pero en realidad sé que soy un perro. Obediente.
Lo descubro observando qué forma toma en mí el amor.
Salvar a una mujer para salvarme de mí mismo
me convierte en un perro.
El amor me convierte en un perro.
Yo me convierto en perro.
El amo es el corazón del amor para mí.
Salvarla la transforma a ella en mi amo
y a mí en el perro.
El perro que espera a su amo y depende de sus caricias
sin que el perro pueda decidir cuándo o de qué manera.
El perro que acusa los golpes de su amo(r)
y llega a identificar las cicatrices en el lomo con las marcas
de la presencia y de la devoción de aquel.
Convertirme en perro es un descenso
porque el perro no sabe que no puede salvar a su amo(r).
Pero si no puede salvarle tampoco puede salvarse.
No obstante, no lo sabe.
El perro que soy espera y desciende sin salvación.
Rabia. Aparece la rabia. El perro se ha vuelto rabioso.
Me convierto en un perro rabioso por amor.
Y todo acaba siempre de la misma manera:
Soltando espuma por la boca, aullando a los muebles,
golpeándome a cabezazos con la vida, mirando perdido,
hasta que logro eviscerarme con mis propios dientes.
Hasta que logro suicidarme a mordiscos.

martes, 17 de julio de 2018

A mi padre

Desde hace un tiempo, cada vez que hablo con mi padre tengo la sensación de estar despidiéndome de él. Como si fuera a morirse en cualquier momento, como si nuestras palabras no formaran ya ideas sino estertores.
Desde hace un tiempo. No sé cuánto, pero sé que va para varios años ya.

Le escucho hablar del tiempo que hace en Madrid, le escucho preguntarme por la consulta y le escucho bromear. Pero entre esos sonidos, entre sus palabras, también escucho quebrarse algo. Es muy tenue y aparece al final de algunas de sus palabras. Es un crujido sutil que anuncia que la vida está a punto de ceder.
La vida le está llegando al límite, no aguanta más peso y le cruje levemente la voz. Madera rompiéndose. El principio del final. Y se lo oigo en la voz, cada vez con más frecuencia.
Cuando escucho ese crujido me quedo un rato callado, muy callado, casi sin respirar. Mi padre me pregunta si aún estoy ahí, al otro lado del teléfono. No respondo, no puedo responder. Estoy aterrado, paralizado. Mi padre me pregunta si me pasa algo, pero no puedo hablar porque sé que si abro la boca empezaré a llorar y sé que será un llanto que no podré parar durante varios siglos y no quiero preocupar a mi padre. Además, tampoco sabría explicárselo. Cada vez me cuesta más tiempo retomar la conversación.

Me debato entre acortar los espacios para volver a hablar con él, sentir que aún permanece conmigo, y dejar que pasen los días para borrar el recuerdo de esos crujidos sobre mi pecho.

Sé que su voz poco a poco va siendo conquistada por los ecos de la agonía. Y no lo soporto. ¿Cuál va a ser la última palabra que escuche de sus labios? ¿Podré estar junto a él para mirarle a los ojos y decirle a través de las manos que sé que él hizo todo lo que pudo, que sus aciertos le dieron color a mis ideales y sus fallos le hicieron más humano a mis ojos? ¿Sabrá, en el último segundo de su vida, que le he amado y que le amo?

¿Pero cómo se va a morir mi padre? Es estoico y frugal. Ha vivido grandes muertes y grandes decepciones y siempre ha estado ahí, erguido en la tenacidad, como un puntal de hierro y seda.
Si hasta parecía que la vida se las apañaba para cederle el paso. ¿Por qué no puede hacer lo mismo la muerte?
Se acaba su tiempo y con él algo central del mío. No sé hacia dónde apuntará mi vida cuando él muera, porque él ha marcado una dirección que siempre ha estado. Daba igual que yo la siguiera o no, lo importante es que había una flecha que indicaba un camino. Ese rumbo se borrará con él, porque él es ese rumbo, ese sentido, esa derrota. Sin su derrota sé que yo estaré derrotado.

Ha hecho grandes sacrificios, mi padre. Renunció a la canción del mar para estar con nosotros. Renunció al tabaco para darnos ejemplo, aunque no lo consiguiera. Renunció a la sonrisa de la vida para trabajar en una oficina, así mi madre pudo tener tiempo, mi hermana pudo tener una vida y yo pude tener libros. Renunció a una vejez tranquila por amor. Y esas renuncias tendrían ya que haberme  hecho un hombre. No es culpa suya que yo jamás haya querido aprender.
Ha hecho grandes sacrificios, mi padre. Es él quien debería tener mi nombre, pues creo que yo nunca he sacrificado nada o, al menos, nada tan importante como la vida.

Dale una tregua, muerte, dásela. Retira los crujidos de su voz. Se merece vivir un poco más y tener algunas chispas de satisfacción, algún aroma de felicidad, aunque sea al final.
Por favor, muerte, retira esos malditos crujidos de su voz. Se merece saber que su hijo ya no quiere cambiarle. Dame tiempo para que pueda transmitírselo, que ya no quiero cambiarle, que algo he podido entenderle.
Por favor, muerte, haz una excepción y convierte esta eterna despedida en una eterna presencia.
Sí, sé que es imposible. Pero al menos hazle saber que ya no quiero cambiarle y que su hijo le ama. Por favor, haz que sea la paz del amor profundo lo último que sienta antes de que su voz deje de crujirle para siempre, por favor, muerte, por favor.

lunes, 4 de junio de 2018

Lucha

I
Todo es humo.
Las pesadillas de los reyes,
la sangre congelada del verano,
el último beso del ajusticiado,
el sudario recio de la alegría,
el surco de su alma encendida.
Ya no hay nada que me ate a la vida.

II
Salir es quebrarse, romperse de a poco.
Está vacío el carcaj de sombra
y sin flechas no puede haber memoria.
Mi corazón también es humo.
Un corazón de pobre, de penitente.
Duele creer que fui extranjero
allí donde más me amaron.

III
Se me escapan las letras entre las manos,
como si huir fuese el alfabeto derramado.
Se me agota la esperanza con las palabras,
como si soñar fuese hablar a la mortaja.
Se me nubla la pasión bajo la lágrima,
como si amar fuese inventar distancias.
Se me funde la existencia con la nada,
como si vivir fuese una anciana en la plaza.
Como si luchar fuera el nombre del error
y tocar fuera el hogar de lamentar.

IV
Para mí un signo de profunda tristeza
es no tener fuerzas para odiar.
Igual que ahora, igual que hoy.
Si uno no puede odiar, no puede reír.
Tampoco puede existir.
Se odia porque se desea.
En el odio también hay esperanza,
una esperanza oscura y brutal.
Hay amor, un amor viscoso y ruin.
Hay vida, una vida pegajosa y vil.
Mejor amor que odio, claro,
pero mejor odio que nada.

V
Este saltar ciego contra el suelo
me da el sentido al mundo.
Voy al revés, abrazando el fracaso
y rechazando la armonía.
Me siento partido, como el sonido
entrecortado de los jadeos
o como la fractura invisible del adiós.
No puedo comprender por qué
para encontrarme siempre tengo
que interrogar a mis pedazos.





miércoles, 30 de mayo de 2018

El paso leve de la memoria

I

Los dragones volaban alto y sus alas
parecían el telar de las estrellas.
Los bosques hablaban y las olas
eran el corazón de los piratas.
La arena cantaba la elegía del sol
y el papel era la voz de las hazañas.
A veces me recuerdo allí,
donde lo desconocido no era todavía
uno de los nombres de la muerte.
Allí, pequeño y abierto como alma de cachorro.
Cada vez más me recuerdo allí,
cuando todo era nuevo porque yo también lo era
y el paso del tiempo no lo marcaban los días
sino las historias, los cuentos y las fábulas.
Siendo un niño me estaban escribiendo.
Me pregunto si aún existen en algún lugar de mí
las palabras que hicieron que la vida fuera
una aventura y no sólo una condena.

II

No tengo claro si amo porque recuerdo
o recuerdo porque amo.
Amor y memoria. De eso están hechas
las esperanzas, las decisiones y las caídas.
También los duelos y las oraciones.
Todo lo importante en realidad.
Si pierdo el amor, pierdo los colores.
Si pierdo la memoria, pierdo los lugares.
Creo que si perdiera los dos,
me perdería en acantilados de algodón.
Tan suave y brutal es la inexistencia.

III

Mi madre escuchaba sevillanas en una ciudad
de Madrid porque añoraba el sol de Andalucía.
Mi padre leía La Isla del Tesoro porque aún
se veía navegando en el universo del mar.
Estaban viviendo donde estaba el futuro
no donde habitaban sus corazones.
Yo les miraba recordar perdidos
y no comprendía nada.
No comprendía su amor,
porque no entendía
que dos personas
se aman más
fuerte si
ambas
están
perdidas.


miércoles, 11 de abril de 2018

Intentos

I:

Si pudiera prolongar la canción
del amor que se abre en mis venas,
si pudiera lanzarme a la boca
de tierra que bosteza en el tiempo,
si pudiera cartografiar la pulsación
que define los remolinos del duelo
y pudiera repetir el baile de sus caderas,
entonces podría firmar mi existencia,
me reconocería en la vida
y creo que entendería lo que significa
estar en paz.

II:

Vuelvo a estar enredado en las palabras.
De un sinónimo a otro, de un concepto
a otro,
voy leyendo un texto que no concibo,
que no entiendo, que no me pertenece.
Y sin embargo hay algo de mí en eso.
Tal vez porque yo soy el que lee.
Tal vez porque es mi rostro el que acaba
surcado de sonidos, sembrado de sílabas.
Cada vez que me hablas
se vuelven a separar el sentido y la escritura.
Es decir, vuelvo a ser un niño
aprendiendo a leer.

III:

Se retuercen la luz y los lapsos y los tactos.
Bajo la sombra.
Serpentean las voces y las épocas y los fuegos.
Bajo la historia.
Se mecen las despedidas y las noches y los espacios.
Bajo los labios.
Ya no busco que me completes ni que me complementes,
ya no busco ser tu apoyo ni tu mitad perdida.
Creo que después de todos nuestros laberintos,
creo que después de todos nuestros infiernos,
creo que después de todos nuestros arañazos
sólo busco seguir encontrándote.

IV:

Me resulta curioso que siempre me sea más fácil
declinar las formas de la muerte
cuando estoy en el foco de tu mirada,
que no haya un abismo demasiado profundo
cuando mi piel recuerda tu contacto
o cuando mis espinas tejen tu poesía.
El arco iris negro, el rojo despertar del llanto,
la evocación azul de la repetición
forman el mismo cuadro que enmarca mi ser.
Me resulta curioso que siempre te las apañes
para pintar otros mundos con los mismos colores.

V:

Me he asomado a la cuenca del odio,
he visitado la acrópolis de la ignorancia,
he pagado el billete de la pérdida,
he cruzado los palacios de la traición,
y aún tengo la vocación de la inocencia,
aún puedo sentir que el óxido antes fue hierro
o que la caída fue primero un salto.
A pesar de todo aún quiero seguir caminando.