I
Las muertes florecen deprisa
los días que anudo palabras.
El llanto se muere, se mueren
la angustia, los ríos de rabia,
los sustos, la voz del invierno
y a veces también la esperanza.
La luz se marchita despacio
los días que escojo el silencio.
El ansia deslumbra, deslumbran
el tacto, los márgenes lentos
del fuego, los rostros, la lluvia
y a veces también cada pérdida.
Soy preso de todo lo frágil
- calor, decepción y aleteo -.
Las cosas que fácil se rompen,
dejándome mudo y confuso
- presencia, deseo y amor -,
empujan a hablar a mis manos.
II
La paz cicatriza en los bordes
de heridas abiertas a tientas
por labios, tropiezos y estrellas.
Desbordan aullando a través
del alma los valles labrados
en sal, los aludes sin brújula
de todo el abismo que somos.
Si errar es el único abrazo
que damos a Dios siendo humanos,
hagámoslo juntos y libres,
caigamos igual que la noche,
callada y repleta de amantes.
Aprieta los dientes y salta,
fudámonos ya. Al final
a un paso, tan sólo a un paso
del cielo espera el olvido.
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