lunes, 4 de junio de 2018

Lucha

I
Todo es humo.
Las pesadillas de los reyes,
la sangre congelada del verano,
el último beso del ajusticiado,
el sudario recio de la alegría,
el surco de su alma encendida.
Ya no hay nada que me ate a la vida.

II
Salir es quebrarse, romperse de a poco.
Está vacío el carcaj de sombra
y sin flechas no puede haber memoria.
Mi corazón también es humo.
Un corazón de pobre, de penitente.
Duele creer que fui extranjero
allí donde más me amaron.

III
Se me escapan las letras entre las manos,
como si huir fuese el alfabeto derramado.
Se me agota la esperanza con las palabras,
como si soñar fuese hablar a la mortaja.
Se me nubla la pasión bajo la lágrima,
como si amar fuese inventar distancias.
Se me funde la existencia con la nada,
como si vivir fuese una anciana en la plaza.
Como si luchar fuera el nombre del error
y tocar fuera el hogar de lamentar.

IV
Para mí un signo de profunda tristeza
es no tener fuerzas para odiar.
Igual que ahora, igual que hoy.
Si uno no puede odiar, no puede reír.
Tampoco puede existir.
Se odia porque se desea.
En el odio también hay esperanza,
una esperanza oscura y brutal.
Hay amor, un amor viscoso y ruin.
Hay vida, una vida pegajosa y vil.
Mejor amor que odio, claro,
pero mejor odio que nada.

V
Este saltar ciego contra el suelo
me da el sentido al mundo.
Voy al revés, abrazando el fracaso
y rechazando la armonía.
Me siento partido, como el sonido
entrecortado de los jadeos
o como la fractura invisible del adiós.
No puedo comprender por qué
para encontrarme siempre tengo
que interrogar a mis pedazos.