sábado, 8 de diciembre de 2012

Carta de amor

Entre toda esta violencia llena de palabras mordientes y de puñetazos mudos aún queda espacio para un pequeño verso.
Entre esta imposibilidad contemporánea para sostener lo que se dice con lo que se hace aún resiste el latido de un pequeño hueco.
Ahí aún existe el amor.
Pues el amor es eso, no la imagen que el espejo de tus ojos se esfuerza por que perciba, sino que permitas que abrace sin mucho temor lo que de ti es imposible que yo vea.
El amor es que resistas el silencio con el que respondo a tu pregunta y aprecies en su lugar mi presencia.
Amor es que yo resista tu "no" y aún puedas cogerme la mano.
Libertad, Respeto y Cuidado son palabras demasiado grandes para el amor que nace en la esgrima de dos miradas, en la inmensidad de un roce. Tú y yo sabemos bien que el amor es el intento imposible de encajar dos almas. Un intento desesperado y fracasado antes de comenzar. Y sin embargo, lo intentamos. No por la utilidad sino por la belleza de la creatividad, por lo que inventamos y nos encontramos. Por eso hemos aprendido que Libertad, Respeto y Cuidado son las palabras que dicen los que no las han hecho carne en sus actos con el otro.
Sonríes cuando te digo, porque lo compartes en silencio, que los poetas no pueden hablar de amor, ya que el amor no está hecho de grandes palabras sino de pequeños gestos.
El amor es la pequeña gotita de humanidad que permanece ante la inmensidad devoradora del tiempo y de la muerte.

Un pequeño beso inesperado.
El calor de tu cuerpo en las sábanas cuando te levantas por la mañana.
Tus oídos recogiendo la repetición de mis palabras y mis manos en tu espalda acariciando las tuyas.
Esa es la escritura del amor.
Las palabras sólo marcan su ausencia.

Y así, entrelazados sin tocarnos a lo largo de la inconmensurable distancia que marca el día y separados por el cuerpo en el resquicio de intimidad que deja la noche, llenamos de amor su propio silencio.

Dejaré a los poetas que describan el amor. Dejaré a los filósofos que lo definan y a los estudiosos de las emociones les dejaré que hablen de lo que el amor hace sentir. Si alguien me preguntara sobre esos temas, si alguien me preguntara qué es el amor, no hablaría, simplemente te señalaría. Entonces, si se fijaran en la inclinación del cuerpo, en la profundidad de la mirada, entenderían, tal vez, qué quiero decir.

No te volveré a hablar más del amor.
No quiero empañarlo.
No quiero que desaparezca, pues es demasiado tímido y demasiado humilde.
Déjame solamente decirte una última cosa.
Te amo.
Y permíteme de nuevo entrar en la realidad diferente, en el universo distinto que se forma cuando nos abrazamos.
Si el sexo lleva el sello de nuestra propia mortalidad, dejemos que sea el amor quien nos salve.

Te amo.
Abrázame de nuevo.
Terminemos creando un nuevo principio.
Amor mío.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Autorretrato

El ojo que llora trata de enterrarse bajo toneladas de palabras.
Y la voz se desliza densa y picante.
Trata de entrecortar el aire buscando la emoción apropiada, el lugar adecuado.
La disculpa es sólo la imagen de un escudo.

Si tan sólo supiera permitirme una pausa entre el odio y la grisura...

Pero están las palabras bajo las que mis ojos se entierran cuando hablan con lágrimas.
Las de mi padre, que me empequeñecen cuando tratan de impulsarme.
Las de mujer, que me ahogan cuando tratan de acariciarme.
Las de los libros, que me amarran cuando creo que pueden liberarme.

De rodillas he aceptado la tierra.
Busco mis huellas como el testimonio más veraz y más efímero
de mi propia existencia.

Las he abandonado y he sido abandonado por ellas.
Pero pude besar y ser besado.
Mis huellas en la tierra borradas por otros pies,
mis huellas en su piel, borradas por otros labios.

Soy una palabra, pero ojalá me acompañara la música.

sábado, 13 de octubre de 2012

La música de dos cuerpos tratando de unirse

I: Clave

El preludio silencioso de dos cuerpos desnudos acercándose lentamente sobre la cama mientras se acarician tímidamente con la mirada sólo finaliza con el sonido de las marcas.
El brillo agalmático de la clave de sol y la insinuación abierta en media luna deseante de la clave de fa posibilitan que dos bocas se unan en lo real de la clave de do.

II: Tempo

Salvajemente suave.
No existe ninguna palabra que aúne los contrarios del movimiento. El adagio del recorrido de la lengua sobre el otro cuerpo y el fortissimo desesperado de las manos hundidas sobre la otra piel.
El tiempo se hace añicos para atrapar el tempo de dos cuerpos entretejidos.
Dos vacíos que forman una espiral ondulante, sin pausa en el girar.
Tornado de vibraciones desiguales que, sin embargo, de alguna forma extraña y casi mágica van al unísono.
Bocas, dedos, ojos y olores que golpean unidos tratando de romperse.
Es en su quebrantamiento donde larguissimo y prestissimo existen anudados.

III: Ritmo

Dos partituras de latidos diferentes.
El sonido de un instrumento de cuerda y el de uno de viento.
Un canon de carne en dos registros distintos.
Un ser en dos nadas condenadas a la soledad. Una nada en dos seres engañándose sobre la unión.
El engaño tiene voz de verdad en ese lapso de tiempo donde el instante deja lugar al acontecimiento.
Encuentro de dos cristales agrietados.
Dos lenguajes musicales tan opuestos, sonido y color, emoción y pensamiento, palabra y significado, se sincronizan en el pentagrama del cuerpo.
Cinco líneas, cinco sentidos.
Y cuando cada uno cree que su corazón late al ritmo del otro, que sus movimientos y desplazamientos son a la vez pregunta y respuesta a los del otro, que su respiración es el ritmo de la del otro, la soledad y el peso de la existencia no se desvanecen, pero se tornan drásticamente más livianos en la mezcla rítmica de dos orquestas de aliento mezcladas en esa eternidad efímera.
Son transformadas en humo a través de los jadeos.
Niebla que no vela lo que no se es pero que brevemente oculta lo que no se quiere ser.

IV: Compás
 
En esa composición a la vez inevitablemente improvisada e improvisadamente inevitable está permitido que un beso pueda adoptar la forma de un 4 por 4 mientras una caricia se desliza a 5 por 8 sobre un fragmento de piel que palpita a 7 por 8.
3 por 4: Tres huecos insondables en el cuerpo del ser, cuatro labios compartidos.
Semifusas de miradas, corcheas de gemidos, manos blancas y voces negras.
Es sólo aquí donde el binario de dos muertes puede crear el ternario de una vida.
Cada parte de un cuerpo es una nota ligada a otra diferente de otra parte del otro cuerpo.
El compás crea una melodía de ligadura infinita. Sólo espaciada por el tiempo eterno que ocupa el lugar entre la mano que se separa para aferrar otra parte de la otra piel o el labio que se desune para saltar hacia otro hueco.

V: Tonalidad

Suenan los colores.
Mil tonalidades en un sólo movimiento.
Mayor y menor se dan la mano en cambios que sólo tratan de armonizar lo irrepresentable.
Dos cuerpos buscando el mayor éxtasis para experimentar entonces que sólo son el menor de nada.
Muerte pletórica entre los instersticios de dos vidas.
Llaves sonoras que se rompen en cuerpos cerrados y aun así son atravesados.
Por un instante el universo se ha abierto.
Justo lo que dura un parpadeo.
Se repite. Dos puntos y una doble barra. Vuelta al principio.
Pero cada vez es distinto.
Dos cuerpos suenan. Y repiten.
Dos cuerpos en relación suenan. Ese sonido es el armazón que contiene el enigma y la X.
Pero no para desvelarlo, sino para preservarlo. Preservarlo de los ojos y de la respuesta cuyo sonido los dejaría no ser humanos, cuya lectura mataría lo que son siendo no ser.
La relación de dos cuerpos es relación musical.
La relación musical es el ser de la tonalidad.
Pero la tonalidad de la relación musical de dos cuerpos sólo existe en sostenido.

VI: Armonía

Es imposible.
Y sin embargo, ex-siste.

VII: Coda final

La sinfonía de dos cuerpos es siempre inacabada.
Siempre termina antes.
Antes de tiempo.
Así que deseamos que alguna vez la sinfonía acabe después del tiempo.
Después de haber estado viviendo allí. El lugar mítico donde la música estaría completa.
La sinfonía inacabada de dos cuerpos sólo abre la puerta a dos decisiones.
Una es la muerte en la angustia desoladora de un vacío sin tocar ni ser tocado.
La otra es la repetición de la partitura.
Esa es la coda de cada cuerpo.
Lo que marca el final obliga ineludiblemente a su repetición.
Esta dulce, deseada y bienhallada repetición.
Pues dos cuerpos entrelazados no pueden ser más que una coda de sexo.



P. S: Si has tenido la paciencia de leer esta entrada, te recomiendo que lo vuelvas a hacer despacito al ritmo de la música que me ha acompañado en su escritura: Cuando el mundo acaba (when the world ends) de Atra Aeterna. Si el papel y la tinta son el soporte de las palabras, la música es el soporte del papel y de la tinta.

lunes, 8 de octubre de 2012

Cuando te rompes y tu lenguaje se quiebra contigo

Cuando te rompes, tu lenguaje se quiebra contigo.
En esos momentos de angustia animal donde los colores se hacen añicos en lo profundo de las cuencas oculares, el aire se solidifica en tus pulmones y casi es como respirar roca.
Entonces las palabras desaparecen. No deja de ser curioso como tus pensamientos se abrazan a las emociones y sin embargo no hay palabras.
Lo único que sale de la boca es un aullido pretérito por lo ancestral y arcaico.

Cuando te rompes y tu lenguaje se quiebra contigo el único sonido que podemos pronunciar es el desesperado llanto del bebé.
Un sonido estridente y afilado que arrastra fuera de uno los restos de entrañas que ha cortado en su camino al exterior.
 Es una vocal infinita. Infinita y empapada de sal.
Ese sonido que movería a la más profunda compasión o lástima si alguien pudiera oirlo sacude el cuerpo en espasmos.
Como si uno estuviera vomitando la esencia de su palabra más íntima. Esa palabra que permanece soldada al cuerpo y por tanto arrancarla significara desollarse vivo.
El cuerpo convulsiona, las manos se abren y cierran frenéticas en un intento de poner palabras con los dedos a una boca que sólo está abierta a las vocales.

Cuando te rompes y tu lenguaje se quiebra contigo sabes lo que es la muerte.
Es ese vacío inmenso entre tu labio superior y el inferior. El vacío por donde se escapan tanto tu culpa como tu dignidad. De los ojos y la nariz salen ríos de agua y sin embargo no deja de ser curiosa la sequedad de la lengua.
La boca abierta y la muerte en medio.
Pueden ser dos minutos o tres horas pero en ese lapso temporal de quebrantamiento subjetivo uno sólo es cuerpo. Y eso destroza.

Cuando te rompes y tu lenguaje se quiebra contigo eres entonces un niño reducido a un cuerpo, un cuerpo reducido a un agujero abierto por donde se escapa todo, un agujero reducido a una vocal.
No hay frases.
Ni palabras.
Ni sílabas.
Sólo el ululante latigazo de una lágrima habitando la garganta.
Sólo el aullante mordisco de un sonido vaciando las entrañas.

Sólo el testamento de un bebé.

sábado, 6 de octubre de 2012

Sobre la ciencia y el lenguaje

Hoy he sentido el impulso de escribir sobre el tema que lleva presidiendo mi concepción del mundo humano desde hace tres años: el lenguaje, aunque confieso que siempre ha sido un tema latente en mi interior desde mi ya lejana adolescencia.
Este impulso se ha debido fundamentalmente a dos conversaciones que he mantenido con dos personas distintas, ambos amigos muy queridos y admirados. El primero es uno de los mejores psicólogos clínicos que he conocido y al que me unen muchísimas cosas tanto en gustos como en concepción de la vida, el segundo es uno de los mejores médicos que he conocido, no sólo por su vastísimo conocimiento médico y cultural sino especialmente por sus valores profundamente humanos que siempre han regido su práctica con los pacientes y que han forjado su visión intuitiva y acertada de las personas.
Voy a contextuar y a resumir lo fundamental de las conversaciones para finalizar con mi propia reflexión.

PRIMERA CONVERSACIÓN

La tetería permanece con esa luz tenue que difumina las formas y que facilita la fluidez de los pensamientos y de las palabras. Compartimos nuestra segunda jarra de cerveza y nuestro tercer narguile. El humo con aroma de naranja dibuja la silueta del diálogo que intercambiamos un psicólogo clínico existencialista  y un psicólogo clínico con aspiraciones psicoanalíticas excesivamente solapadas con Lacan.
La conversación ha girado desde el deseo humano hasta los objetos que lo recubren y en ocasiones lo llegan a enterrar.
Mi amigo comenta los mecanismos actuales que la sociedad utiliza para ocultar e intentar apagar la angustia individual y que resume fundamentalmente en dos: los derivados de ensalzar la belleza corporal hasta el ideal de perfección (cuerpos cincelados y perfectos, ropa bonita y cara) y los anestésicos de masas (programas del corazón y el fútbol). Hablamos de la ficción necesaria que encierra todo discurso y de la obligatoriedad de que cada uno forge sus propias defensas ante la angustia, pero sabemos que algunas defensas son más mortíferas que otras.
Yo añado que los mecanismos que mi amigo ha definido tan claramente son el efecto de una estructura que está en la base de la relación social actual y que identifico con el discurso de la Ciencia cuando esta pierde su horizonte y se convierte en cientificismo. Es decir, cuando la Ciencia deja de lado las aportaciones de la Filosofía, de la Ética y del Humanismo. Comento que el discurso cientificista se rige por dos ideales crueles: el de asegurar que todo lo que compone el Universo y especialmente todo lo que concierne al ser humano puede ser calculado, medido y finalmente puede ser abierto al ojo para que el enigma del amor, la muerte y el deseo desaparezcan y la idea de que cuando se consiga eso la felicidad individual estará al alcance de todos, puesto que todo lo que uno desea para sí o todo lo que uno desea ser podrá ser comprado y obtenido. Sostengo que eso falla desde la base, porque el discurso cientificista no puede concebir que la esencia del ser humano no sea material o biológica, no puede concebir que si el ser humano es algo, ese algo es un vacío que no se llena, sino que sólo se recubre de lenguaje y de objetos que son nombrados por palabras. Es decir, que el discurso cientificista solapa soporte material, que sería la biología, con la esencia del ser humano. No niega que haya propiedades emergentes del cuerpo humano que formarían su psique (pensamientos, emociones, deseos...), lo que hace es reducir estas al cuerpo biológico. Para el discurso cientificista todo lo humano puede ser reductible a la biología y ésta a su vez puede ser reductible a leyes físico-químicas que a su vez encontrarán su máxima reducción en el lenguaje matemático.
Mi amigo concuerda conmigo y aporta un ejemplo valiosísimo. Se refiere a los libros que el afamado científico y divulgador de la ciencia catalán Eduard Punset y su hija escriben y venden. Libros como "Brújula para navegantes emocionales", "El viaje a la felicidad" o el ilustrativo "El alma está en el cerebro" y que se han convertido en bestsellers en poquísimo tiempo.
La gente los compra ávida de obtener respuestas para extinguir la angustia y el deseo que la cercan y la definen. El problema es que la angustia y el deseo no pueden ser reducidos a la biología, ellos surgen del choque entre cuerpo biológico y lenguaje. Ese choque produce dos cosas en las personas: las convierte en seres humanos y les quita algo que ni la biología ni el lenguaje podrán recuperar jamás, ese algo es el equilibrio natural con el que nacemos.
Por ello, a pesar de las promesas del discurso cientificista en relación a la felicidad y a la ausencia de angustia definitiva, la gente oculta su deseo y su angustia de tres formas; a saber, manteniendo la ilusión de dicha promesa, tapando la angustia que se escapa por las junturas mediante la imagen corporal de perfección y tratando de olvidar esa angustia a través de un diálogo con los otros respecto a los programas del corazón y el fútbol.
El humo afrutado sigue delimitando nuestro intercambio de palabras y mi amigo y yo nos miramos sabiendo que el precio de no ser demasiado ignorante es siempre la soledad.

SEGUNDA CONVERSACIÓN

Mientras estoy tumbado en el sofá rodeado del humo de la cachimba de la que hace poco he disfrutado, escucho a través del teléfono la voz cansada y abatida de un médico al que quiero y aprecio.
Después de desanimarnos mutuamente recordando el clima laboral y el futuro negro que nos acecha y nos envuelve después de casi la mitad de nuestra vida dedicados al estudio y a la formación, el tema deriva hacia la cuestión del doctorado.
Mi amigo está concluyendo la tesis a la que lleva dedicando cuatro años y que amablemente me resume de una forma clara y adaptada a la ignorancia bruta que tengo respecto a ese tema.
Por respeto y confidencialidad no puedo exponer su tema de investigación pero destacaré que su tesis no sólo es novedosa e innovadora, sino que puede ayudar (y muchísimo) al avance crucial en el tratamiento de una enfermedad peligrosa y mortal que es más prevalente de lo que uno podría pensar a primera vista.
Conozco a mi amigo y sé de su tremenda capacidad de trabajo, por eso no me sorprende la minuciosidad y la dedicación de la que su investigación hace gala, pero me asombra la profundidad a la que está llegando y lo hartamente importante que entonces veo que es su trabajo.
Mientras él me explica que la enfermedad que investiga varía muchísimo tanto en su presentación como en su evolución dependiendo no sólo del país sino también de la región del país en que nos centremos, un relámpago cruza mi mente. Él estudia todas las variables (y son muchísimas) que pueden incidir en esas diferencias y de repente me pregunto si esas diferencias podrían ser explicadas desde otro punto de vista que no fuera el biológico, sino el subjetivo, el del deseo y el goce propios de cada uno que siempre son diferentes e individuales. Como carezco de información, desecho esa idea como peregrina, pero algo se queda en mi interior y me remite al universo de la psicosomática.
Mi amigo me explica su tesis, los avances que está realizando y los objetivos que pretende conseguir. En esos momementos veo la Ciencia tal y como él la ve y no puedo dejar de maravillarme. Cuando él habla de la Ciencia, ésta parece abrir un mundo insólito de posibilidades. No sólo eso, sino que la Ciencia, en los labios de mi amigo, se acompaña de una curiosidad incesante, de un cuestionamiento continuo, de una lucha exacerbada por la imaginación y la creatividad.
Para alguien como yo aleccionado en exceso de los peligros de una Ciencia inhumana es completamente refrescante poder sumergirme en una perspectiva que tiendo a olvidar, la de los beneficios humanos de la Ciencia.
Creo que esa sensación sólo la pude tener porque era mi amigo quien hablaba, pues sus palabras no negaban el enigma insondable del ser sino que aportaban un camino diferente del que yo empleo para su dilucidación. No obstante, el camino de mi amigo es fuerte y aporta maravillas precisamente porque él no trata de imponer su visión, sino que la añade como alternativa a considerar.
En otras palabras, mi amigo no usa la Ciencia para obtener poder sino comprensión. Él no olvida los límites de su campo de actuación y al no olvidarlos me recuerda los límites del mío. Lo cual le agradezco en el alma.
Nos despedimos con la promesa de vernos pronto y compartir una buena cachimba y un mejor diálogo, más extenso y profundo.

Estas dos conversaciones que mantuve con apenas una semana de diferencia me sitúan en los dos extremos inevitables de la Ciencia, el peligroso (ilustrado por el borramiento subjetivo e individual de lo que cada ser humano porta en su seno haciendo peligrar por tanto la libertad y la innovación) y el deseado (sostenido por los logros incuestionables en relación a esperanza de vida, comodidad y tecnología).
No voy a entrar en la posible solución de este dilema, puesto que el que sea más o menos intuitivo o medianamente culto sabe que dicha solución radica probablemente en el término medio aristotélico, una Ciencia que no fagocite otros discursos que la complementan y le dan base como el discurso de la Filosofía, el del Psicoanálisis o el del Arte. Una Ciencia que en su avance se piense a sí misma y las consecuencias que provoca tanto en el mundo cultural y medioambiental como en el mundo humano individual. Lo cual remitiría a dos preguntas éticas clásicas fundamentales: ¿el fin justifica los medios? y en consecuencia ¿los seres humanos somos medios o fines en sí mismos?
Tampoco voy a desplegar una disertación sobre aproximaciones epistemológicas que pueden acercar la solución, como por ejemplo la concepción de pensamiento complejo desarrollada por el sociólogo Edgar Morin (expuesta brevemente en su libro "El pensamiento complejo") o incluso el propio psicoanálisis tratado desde el enfoque de Jacques Lacan ("La Ciencia y la Verdad" en el libro "Escritos") o la valiosísima aportación del anarquismo científico del filósofo Paul Feyerabend ("¿Por qué no Platón?"). También resulta obligatoria la concepción de Michel Foucault ("La arqueología del saber", "Las palabras y las cosas"). A los interesados les remito a las fuentes bibliográficas fundamentales y a los desarrollos de las mismas.
Lo que me interesa es la base del dilema en sí, es decir, la división misma que está en el fondo.
Y la división misma sitúa al sujeto humano que la piensa en los dos extremos, el peligro y el deseo. Indisociables e inseparables.
¿Por qué? Porque la Ciencia no deja de ser un discurso, lo cual desde el psicoanálisis significa que no deja de tender a proporcionar formas de satisfacción y de cumplimiento de deseos.
Si partimos de la idea de que el ser humano en su núcleo es un vacío, una falta en ser, podemos entender que surja necesariamente el deseo, entendido como ese movimiento que nos impulsa a completar el vacío que somos. Lo cual solemos identificar con una sensación placentera y, finalmente, con la felicidad individual.
Los discursos surgen entonces con dos objetivos. El primero es el de ayudar a crear lazos sociales. Es decir, facilitan la relación entre los seres humanos, puesto que si hay una mayoría que comparta un universo discursivo (de lenguaje) podremos identificarnos con las palabras que ese discurso nos ofrece y satisfacer esa angustia y ese deseo que surgen de la propia falta en ser (que a su vez surge por haber incorporado el lenguaje al cuerpo biológico). El segundo objetivo va unido al primero y consiste en que todo discurso proporciona formas concretas de satisfacción de deseos. Si nos identificamos a las palabras base de un discurso específico, tenderemos a satisfacernos por los medios que ese discurso proporciona.
Por ejemplo, los discursos nacionalistas (sean cuales sean) producen formas de obtención de placer y de satisfacción de deseos desarrollando el interés por una gastronomía propia o formas de ocio particulares y específicas (el discurso nazi ensalzaba la música alemana, el discurso del nacionalismo español ensalza la cultura del tapeo, etc.)
A su vez el discurso de la Ciencia proporciona también formas de satisfacción del deseo, sea la comprensión propia y el saber que los investigadores alcanzan, sea la posibilidad de hacer realidad nuestras fantasías más utópicas (pastillas que curen el sufrimiento, comunicación a millares de kilómetros de distancia o postergación de la muerte de forma indefinida).
Entonces, si los discursos (y nos centramos en el de la Ciencia) producen satisfacción de deseos, ¿por qué se sostiene que tienen un extremo de peligro? Si la Ciencia nos ayuda a alcanzar deseos y fantasías que anhelamos profundamente, ¿cómo puede ser eso peligroso?
Simplemente porque el deseo, como he comentado antes, está anudado al peligro. El peligro del deseo es su extinción (o su realización absoluta que viene a ser lo mismo). Voy a tratar de explicar esto brevemente.
Si hemos partido de la base de que el ser humano es un vacío, una falta en ser, y ese vacío provoca la aparición del deseo como un medio de tapar ese hueco que produce angustia, entonces lo más importante no es la satisfacción del deseo, sino el deseo en sí mismo. Mientras estemos en falta de algo y deseemos un objeto que no tenemos como ilusión de que obtenerlo nos calmará, nuestra angustia estará canalizada en el recorrido de ese deseo. No obstante, si alcanzamos el objeto que deseamos, el vacío que nos define (y la angustia brutal que emana de él) se presentifica de nuevo en nuestro interior y necesitamos llamar de nuevo al deseo para canalizarla de nuevo. Es decir, la realización de un deseo siempre conlleva un tiempo de angustia después del placer experimentado. ¿Por qué si no los franceses llaman al orgasmo la "pequeña muerte"?
El peligro del deseo justamente es que se cumpla, porque poco después surgirá la angustia. Ya el saber popular nos lo advierte con ese dicho de "ten cuidado con lo que deseas porque puedes conseguirlo".
Nos adentramos entonces en el peligro que tiene un discurso como el de la Ciencia cuando se arrostra el poder de satisfacer cualquier deseo, de paliar cualquier atisbo de angustia individual. Sin deseos, lo único que queda es una angustia insoportable. Es lo que se escapa entre las junturas del cientificismo y que éste no puede resolver. Por eso los libros de los Punset no solucionan nada, sino que acaban produciendo más angustia.
Esto nos lleva al punto de anudamiento fundamental entre Ciencia y Lenguaje.
La Ciencia como todo discurso se vale del lenguaje y precisamente el lenguaje es el que nos produce a las personas el problema fundamental que nos define. Por un lado el lenguaje nos quita el equilibrio natural (nos provoca en nuestra esencia un vacío, una nada, una falta) y a su vez nos hace entrar en la dialéctica del deseo. El lenguaje provoca que necesariamente deseemos. Por otro lado sólo a través del lenguaje podremos satisfacer el deseo que el mismo lenguaje nos ha provocado. De forma muy burda para que se entienda diré que sólo podemos desear aquello que podemos nombrar. Cuando podemos nombrar algo, podemos hacer de ese objeto la meta de nuestro deseo y tratar de alcanzarlo.
Sin embargo, la falta (el vacío) que el lenguaje ha introducido en el ser humano es estructural, es decir, es irremediable. Lo que hemos perdido, lo hemos perdido para siempre y por tanto no habrá jamás ningún objeto que calme definitivamente nuestro deseo por más que quisiéramos que eso no fuera así.
Por ello la vida humana es plena sólo en la insatisfacción, sólo en el tiempo que alcanza el recorrido de un deseo antes de satisfacerlo, pues es en ese recorrido cuando nuestra angustia se encuentra más calmada y con un objetivo.
Vemos entonces el peligro del discurso de la Ciencia no cuando utiliza el lenguaje para poner objetos de satisfacción de deseos a nuestro alcance, sino cuando afirma categóricamente que será capaz de satisfacer el deseo definitivamente. Que eso sea una imposibilidad no impide que tenga consecuencias y efectos en las personas y en la forma de relacionarse, también en la forma que toman los deseos de esas personas, ya que les deja sin respuesta ante la angustia que experimentan cuando han satisfecho sus deseos por medio de los objetos de la Ciencia y siguen insatisfechos. Debido a ello es obligatorio que desarrollen mecanismos superficiales (charlas de programas del corazón y de fútbol que disfrazan esa angustia) o mortíferos (preocupación excesiva por la belleza corporal que llega a deformar el cuerpo o lleva a morir en un quirófano de cirugía plástica).
De ahí la sensación de frescura que experimentaba en la conversación con mi amigo el médico, pues el trasfondo de sus palabras hacía del discurso de la Ciencia un discurso que proporcionaba satisfacción del deseo sin sofocarlo.
He ahí el término medio aristotélico y la posible solución al dilema de los extremos que produce cualquier discurso y, especialmente, el de la Ciencia.

martes, 11 de septiembre de 2012

Sangre y palabras

Sangre y palabras.
No somos nada más que eso.

Por eso imagino que es inevitable que tras la sangre intentemos nombrar nuestros actos, encuadrarlos en una lógica de sentido.
Da igual, siempre hay algo que escapa.
También es inevitable que todas las palabras conduzcan a la sangre.
Nos laten las palabras en la sangre, recorren nuestro cuerpo, habitan nuestras venas.
Nos envenenan. Siempre. No olvidemos que hay venenos excesivamente dulces.

Ella habla.
Trata de apuntalar el mundo que cree roto sólo porque la voz de otro así se lo ha dicho.
La voz de ese otro es tan fría como ardiente es su ansia de que nada se escape por las junturas.
La voz de él hace que ella sangre.
Y brotan las palabras.
Destinadas a mecerle, a calmarle y, por tanto, destinadas a borrarla.
Pero no puede hacer otra cosa.

Mientras tanto yo vuelvo a ser el espectador inmovilizado. Condenado a no actuar, sino simplemente a esperar. Como si las palabras de ella y la voz del otro me llegaran en diferido. Como si el propio tiempo hubiera construido una barrera inamovible, como si me atenazara las muñecas y se diluyera en mis oídos.
La espera es ya el infierno.

¿Cuánto llevo esperando? Toda esta vida seguro, lo que no sé es si esa espera se extiende a vidas anteriores o se prolongará a las posteriores.
Espero.
Espero.
Espero.
A veces cae un beso, a veces cae un deseo.
Ambos siempre destinados a que no abandone la espera.
Espero.
Espero.
Y en la espera me licuo. No hay acto, salvo la inmovilidad de esperar.
No hay acto. No hay vida.

Nací abandonado, pero mis padres no lo sabían.
Me he encontrado y abandonado demasiadas veces.
El pequeño huequecito es ya un abismo insondable de llantos.
Si es lo quiero, si es lo que elijo, si es a lo que tiendo, entonces
¿por qué la sangre en las palabras de ella me hace sentir abandonado del todo?
¿Es esta la primera vez que lo experimento de verdad, o lo real ha llenado de sangre mi garganta?

Ella habla.
Trata de tallar en el lenguaje el lugar que siempre ha deseado y nunca le han dado.
Le habla. A pesar de la sangre, a pesar de la cáustica acidez de la mirada de él.
A pesar de la incredulidad y de la decepción que el otro dice sentir.
Ella habla.
Y no cede. Y no ceja.
Pero ella también tiene que pagar.
Ella habla y al hablar talla.
No sé muy bien si ella sabe lo que está cortando.

Y desde fuera veo que todo es sangre y palabras.
Y desde dentro mis palabras se han ahogado en la sangre.
Por fin.
Sólo silencio. Sólo color rojo.
Sin palabras no puede haber juicio.
Y sin juicio no puede haber acto.
Sin acto no puede haber vida humana.
Sin palabras sólo hay animalidad o muerte.
Allí me sitúo.
Allí me reflejo.

No poder juzgar si se es bueno o malo,
si hay buenos y malos,
sólo me deja el lugar de la mancha.
La voz del otro así me define,
la mirada de ella así me ve.
La mancha.
Quizá no buena o mala
pero siempre desagradable,
siempre rompiendo la armonía de lo limpio.

Soy una mancha de animalidad y muerte.
Y espero.
Sangre y palabras.
Sangre y palabras.

Que hable por mí la música.
Más claro, más profundo.

Two Gallants: Fly low carrion crow

(Traducción abajo)

Vuela bajo cuervo carroñero.
Toma mi cuerpo para la deuda que debo.
Lánzame fuerte a las profundidades de abajo.
Para las cosas que he visto mejor que nadie las sepa.

Estamos sólo tú y yo y mi cerebro enjaulado en las costillas.
Le sacábamos brillo al latón y desempolvábamos el dolor.
Y nos tumbábamos esperando como cadenas que aún no esclavizaran.
Y nos llamaban enfermos como si ellos estuvieran sanos.

Así que vuela bajo cuervo carroñero.
Y toma mi cuerpo para liberar mi alma.
Y lánzame fuerte a las profundidades de abajo.
Para las cosas que he visto mejor que nadie las sepa.

¿Y qué te digo de un amor tan atrevido?
Si se pudiera cantar una canción, ninguna palabra podría sostenerla.
Pero ahora quiero advertirte de un final predicho.
Y toda una vida entera esperando a la muerte abajo.

Así que vuela bajo cuervo carroñero.
Y toma mi cuerpo para que no viva más.
Y lánzame fuerte a las profundidades de abajo.
Para las cosas que he visto mejor que nadie las sepa.
Para las cosas que he visto mejor que nadie las sepa.
Para las cosas que he visto mejor que nadie las sepa.

domingo, 15 de julio de 2012

Angustia

Había una cualidad de magnética repulsión en su imagen reflejada en el espejo.
Hacía ya un tiempo que evitaba mirarla y encontrarse con la mezcla de vergüenza e impotencia que los ojos del extraño le devolvían desde la superficie reflectante.
Aun así apenas podía sustraerse, en los escasos momentos en que se lo permitía, de contemplarse y devorarse con los ojos, hasta alcanzar el principio de esa extrañeza que desubica la propia subjetividad y la sitúa como lo que es, el primero de nuestros engaños. Un diálogo silencioso entre dos extraños, el uno invisible, el otro inexistente.
En esos escasos pero inconmensurables momentos se obligaba a recorrer las costras rojas que orlaban su rostro producto de dos características que el consideraba intrínsecas a su ser: el intento fallido de comprensión de lo de fuera y lo de dentro y el miedo cerval a los otros.
Los desfiladeros negros de incontables ojeras, las escamas de piel sobre las costras como la espuma estancada de una marea de óxido, los parches irregulares de su débil barba como los remiendos de unos pantalones gastados, la desproporción inconexa de su nariz, el verde desvaído de sus ojos... Todo formaba una extraña topología. El pensaba que tal vez fuera una topología de sufrimiento y odio. Pero se equivocaba, pues sufrimiento y odio ya eran algo. En realidad su rostro conformaba una de las infinitas topologías que adopta el vacío, la nada.
El espejo siempre lo escribe, pero él nunca sabía leerlo. Se puede no ser siendo, pero jamás se puede ser no siendo. Preciosa forma de ubicar la esencia del humano en la palabra.
En ese desvarío de imágenes y lenguaje que eran sus conversaciones con el espejo casi podía comprender que alguien le hubiera dicho una vez que era un susurrador de almas. Sobre todo si, a través de la propia historia, se llega a la conclusión de que el susurro es el timbre de voz de la angustia. A las de los otros, susurros. A la suya, el silencio, que es el grito de guerra de la angustia.

El amor le estallaba como la sangre en una aorta trombosada, marcando su cuerpo, delimitando su abismo. Matando por exceso de vida.
En las acuarelas de sexo con ella, en las palabras líquidas de ella aún no podía entender de qué forma él había pasado de vivir el amor como una experiencia sublime a sufrirlo como la garra de una deuda subjetiva. Todo parecía remitir a lo mismo, la filosofía del egoísmo, la extrañeza descarnada de su propia imagen, las costras de miedo sobre su piel.
Todo lo que le había indicado su lugar en el mundo se desvaneció en un momento indeterminado.
¿Era posible una topología sin espacio?
La casa familiar del amor ahora era un continente jamás visto anteriormente. Lo curioso es que reconocía perfiles, siluetas, sombras pero era incapaz de formar el mapa.
La palabra que nombraba el pegamento que mantenía unidas las relaciones con los otros era ahora como de un idioma extranjero imposible de pronunciar para él.
No es que renegara del amor, sino que su gramática se le había vuelto incomprensible. Incomprensible tal vez por demasiada angustia.

Y, bordeándolo todo, los restos del cementerio de su infancia.

domingo, 24 de junio de 2012

Sobre la destrucción traumática del sexo

Cuando ella me dijo esas palabras en ese momento, en esa situación, en ese contexto, algo de mí se rompió. Para siempre.
Algo de mí que estaba en una tensión extrema se partió para nunca jamás recomponerse.
Creo que fue justo ahí cuando debí haber muerto
Aún tengo en la mente la forma en que me miró, la forma en la que su boca se curvó sin tapujos para mostrar todo su desprecio.
Y sus palabras. Dios mío. Sus palabras.
No puedo describir la tortura, la quemazón, el aplastamiento de mi alma en esa pregunta perversa y retorcida, ni la desolación, el vacío, el yermo sangrante en que se convirtió mi pecho o la angustia desesperada que arañó mi garganta.
Imposible transmitirlo.
Digamos sólo que con esa pregunta, con esas palabras, me destrozó en esquirlas punzantes de cristal salado.
Tras años de intentar reconstruirme de nuevo, la línea de fractura se marca perfectamente bien en mi piel y soy plenamente consciente de que es aún más profunda por dentro. De todas formas jamás logré (ni lograré) unir todas las esquirlas, ya siempre estaré mellado, siempre.

Pero lo peor no fue eso. Lo peor fue que sólo me dejó rotura, trozos de lo que yo creía que era diseminados por mi mente, moribundos y náufragos; pedazos de lo que yo siempre quise ser imposibles de reutilizar de nuevo, inservibles e irrecuperables. Quemados. Matados.
No sólo destrozó lo que yo fui. No sólo destrozó sin posibilidad de recuperación lo que yo pude llegar a haber sido, sino que destrozó cualquier posibilidad, material o espiritual, de recomponer los pedazos.
Por eso camino roto. Más roto que el resto de los humanos porque soy consciente del momento en que me rompí.

Allí, en ese salón maldito de ese pueblo que siempre he odiado, con su gesto y su pregunta, ella me determinó.
Me abrió el camino de la soledad perpetua y constante y bloqueó todos los caminos que fueran diferentes de ese.
Mató mi posibilidad de amar con sinceridad y sin miedo, pues de alguna forma ella sabía que haciendo eso, diciendo eso, devoraría parte de mi espíritu y sólo dejaría el lugar congelado del temor al abandono, en vez del desafío de la curiosidad, sólo dejaría el vacío supurante del temor a transgredir el límite, en lugar de la aceptación de mi ser. Sólo dejaría la grieta sanguinolenta del temor a que volviera a amar precisamente porque llegaría el momento y el lugar en el que cruzaría el límite que sus palabras marcaron con mis lágrimas y la recordaría a ella. Recordaría ese momento y en lo que me convertí ahí.
Y no podría soportarlo.
Y no podría soportarlo.

Y la grandísima hija de puta tenía razón.
Siempre ha llegado ese momento después de ella.
Y siempre me ha vuelto a destrozar.
Cada vez pierdo más esquirlas.

Allí, con ella, sin los pantalones, con su mirada envenenada y sus palabras metálicas, interioricé de una forma en la que muy pocos lo han hecho cómo el sexo se da la mano con la muerte.
A partir de ese momento, mis pensamientos sobre el suicidio cobraron un peso diferente al que tenían. Se volvieron de hierro pesado, eran sierras socavando mi carne.
Fue cuando me di cuenta de cómo terminaría así.
Pero sólo con los destrozos que han sobrevenido después de ese, empiezo a perfilar el por qué.
Por qué acabaré matándome de forma violenta.
Por qué no podré amar sin sangrar odio, egoísmo, desprecio y perversión.
Por qué mi soledad me abraza y me congela cada vez más.
Por qué "Beyond the pale" me estremece el alma de los nervios cada vez que la escucho.
Por qué temo a las mujeres tanto como las deseo.

Ella me hizo medio hombre para siempre.
Me hizo sangrar con palabras, morir con palabras.
Y desde entonces todas las mujeres que se acercan a mí acaban muertas, dañadas u odiándome.
Porque soy incapaz de dar otra cosa.
Porque ya debería estar muerto.

Me escupiste esas palabras y me condenaste. Diez años después siguen frescas en mi mente y siguen destrozando mis relaciones.
Siguen asustando a las que se acercan a mí.
Me siguen desvelando por las noches.

Supongo que podré matarte de nuevo en el infierno cuando volvamos a vernos y pueda hacer sangrar a tu cadáver todo lo que tú has hecho sangrar a mi alma, si es que existe algo de justicia.
Pero sé que no.

Así que sólo te ríes y me esperas para volver a darme donde más duele.
Y pasar de medio hombre, a nada entera.

Hasta entonces, soledad, frío, desolación, tortura y deserción.

domingo, 17 de junio de 2012

De las formas de morir de los hombres

Desde pequeño he preguntado a la muerte.
A veces la he llamado. Incluso llegué a desafiarla.
Pero la muerte, como el espíritu de la mujer, no responde fácilmente.
La muerte, como la mujer, acude cuando a ella le apetece, cuando le impulsa su deseo.
La muerte.
Salida final de los hombres. La última oportunidad cierta de reunirse con una mujer.

Todo lo noble y verdadero de este mundo es femenino.
La belleza.
La luz, la oscuridad.
La verdad.
La ciencia.
La filosofía, la sabiduría.
La vida.
La fuerza.
La ética.
La muerte.
Fuimos los hombres los que tuvimos que nombrar todas esas cosas para conocerlas y sentirlas. Cosas que las mujeres no necesitaban conocer ni comprender, puesto que ya formaban parte de ellas, puesto que fueron ellas las que cubrieron el mundo con lo que les brotó del corazón y de las manos.
Y los hombres, al nombrarlas, introdujimos dos cosas: la mentira y la imposibilidad de alcanzarlas.
Nos erigimos como maestros de algo ajeno a nosotros, que nunca nos perteneció y que jamás podríamos hacer nuestro. Lo peor de todo fue que nos creímos lo contrario.
Fuimos nosotros los que, al hablar, tergiversamos todo. Por eso todo lo engañoso y lo fantasioso de este mundo es masculino.
El poder.
El deber.
El hambre y el sexo.
El llanto.
El reflejo.
El amargor.
El duelo y el desafío.
El lenguaje.
Y, en la cúspide, el mayor engaño de todos, el amor.
Los poetas mienten y Pessoa lo escribió con fuego.
Pero aquí no se trata de qué es mejor, pues el competir también es masculino, y por tanto ladino y engañoso, aunque su acción (la competición) se disfrace de femenino. Ha llegado un punto, gracias al tiempo que todo lo mezcla, en que lo uno no se entiende sin lo otro. No se entiende el poder sin la ética ni tampoco la vida sin el llanto ni el amor sin la belleza.
Aquí de lo que se trata es de cómo morimos los hombres.

Elegí vivir el mundo como hombre. Imperfecto, infantil, inconstante, para así encontrar una mujer.
Lo más curioso es que los hombres nunca vemos que estamos habitados, antes que nada, por una mujer, y que lo más importante no es encontrarla, sino la mera búsqueda incompleta. Pues encontrar una mujer es la imposibilidad axiomática que se deriva de buscarla.
Si la buscas, te separas de la que te habita. Y, por tanto, ya no la encontrarás. Y así, paso a paso, los hombres inevitablemente nos acercamos a la muerte.

Lo cual no quiere decir que las mujeres no mueran.
Mueren, pero de otra forma. Más digna, más tierna. Más armónica.
Mientras el hombre muere cojo y agitado, la mujer suele morir con un ritmo tranquilo, con su propia cadencia.
Mientras el hombre muere aplastando hierba, derribando árboles, destruyendo el aire, la mujer suele morir abrazada a la naturaleza, creando vida en lugar de destrozarla.

Como si, en el momento de morir, la mujer se reuniera con una parte de sí misma, mientras que el hombre se enredara con el laberinto irresoluble del lenguaje.

Así muchos hombres mueren gritando.
Marcando con lágrimas alaridos que estremecen la espina dorsal del ser humano.
Esos hombres hacen de la rabia su escudo y su motivo de existencia, también por tanto, la justificación de su muerte.
Son los hombres que no entendieron ni aceptaron por qué decidieron vivir el mundo como hombres.
Son los hombres que se asustaron del reflejo que les devolvía el espejo de los ojos de los otros, y que no entendieron que el miedo de fuera era el suyo propio.
Son los hombres que no se vieron a sí mismos.

Otros hombres mueren hablando.
Contándose a sí mismos y a los demás su propia historia para hilvanar, tal vez por azar, un retazo de sentido.
Esos hombres hacen de los cuentos su verdad y de la muerte su tinta y su folio.
Son los hombres que tapan la soledad con sonidos, hombres que han dibujado una muleta imperfecta que acentúa su cojera a la par que parece atenuarla.
Son los hombres que pronuncian nombres con la esperanza de rascar un fragmento de inmortalidad en alguno de ellos sin conseguirlo nunca.
Son los hombres que se han creído su propia mentira.

Hay hombres que mueren susurrando.
Intercalando débiles gemidos en tenues palabras. Tocan el corazón y agitan el pecho de los que los rodean.
Esos hombres hacen de la brisa música triste y de los contraluces, cuadros bonitos. La muerte en ellos es un adagio temeroso.
Son los hombres que han entrevisto algo entre las sombras de las palabras y que se han dejado sembrar por lo que está oculto pero vivo.
Son los hombres que se han enamorado y se han sumergido en la música, pero que han perdido lo que encontraron porque en esos momentos había otros ideales más fuertes que seguir. Descubren que el brillo de esos ideales sólo era el reflejo de una falsa luz sobre el óxido que los cubría.
Son los hombres que se vieron pero que no lo creyeron.

Por último hay un puñado de hombres que mueren callados, en silencio.
Gritan con los ojos, hablan con las manos y susurran con su cuerpo.
Esos hombres hacen de la muerte comprensión y sus ojos siempre están mirando a una mujer, y sus manos están agarrando las de una mujer y su cuerpo está cerca del de una mujer.
Son los hombres que sólo mueven los labios para dar un beso.
Son los hombres que han entendido su elección de vida, su posición en el mundo.
Son los hombres que se han dejado marcar por lo que sustenta al lenguaje y que este no puede nunca pronunciar. De ahí su silencio, de ahí su serenidad.
Son los hombres que componen una sinfonía de su muerte, que inventan el ritmo y mueren con su propia cadencia. Por eso siempre se les encuentra a la vera de una mujer.
Son los hombres que no hablan más del amor, sino que lo actúan.
Son los hombres que nombran de nuevo al mundo, pues sólo del silencio nace el lenguaje.
Son los hombres que son capaces de abrazar la muerte, pues son los hombres que fueron capaces de abrazar a una mujer.

miércoles, 13 de junio de 2012

Los aullidos de la hiedra

Distraídos del destrozo
miramos.
Y sólo vemos nuestro cuerpo,
un despojo
de lo que una vez fue reino y cielo,
luz y fuego.

Los hombres están llorando
frente a un cristal de piedra
que refleja
ideales de cartón, utopías de papel.
Las lágrimas los deshacen
en un charco que contuvo algo,
quizá palabras, quizá doseles
que invitaban al descanso.
La hiedra sigue reptando.

Del gris al negro, del negro al tiempo.
Triste, triste danza.
Los ojos sangran, las manos duelen.
El corazón es un vacío que se hace
eternamente presente.
Aúlla la hiedra mientras la podan.

Arrancada de la pared
deja una iamgen de desnudo.
No el desnudo apetecible del cuerpo
que los amantes se disputan con los labios,
tampoco el desnudo inocente del niño
antes del baño,
sino el desnudo de la muerte.
De la cal de los huesos acumulados,
del mantillo irrenunciable de la piel.
Pared desnuda
muerte segura.

No es en la falta de todo
sino en las prisiones de tinta
donde se agostan las almas,
donde se pierde la risa.

Tinta y números.
La inmortalidad, una hoja de papel.
Frágil, vacía, extremadamente delgada.
Eso es la voz del cuerpo
encadenado al cuaderno.

Muere la hiedra y aúlla.
Aúlla por la pared que pierde,
por el sol que ya no acaricia,
por las semillas que quedan desguarnecidas
y que serán el alimento de las moscas.

Aúlla porque la savia que salpica el hacha
le hace ver que fue ella la que se durmió
sobre la guadaña,
que no le importó sguir dormida
mientras bebía engaños y patrañas,
mientras le prometían calidez perpetua,
inmortalidad como derecho, pared eterna.

Distraídos del destrozo
miramos.
Y vemos nuestro cuerpo de hiedra
acuchillado y moribundo.
¿En qué momento la sangre se transformó en tinta,
el alma en números, la risa en piedra?

Caen los hachazos y aullamos.
Aullamos por lo que hemos perdido
y que jamás pudimos aceptar
que nunca fue nuestro,
que nunca nos había pertenecido.

Aullamos por nuestra sangre de tinta
que se derrama sin formar palabras
ni recuerdos, ni vida, ni historia.

La pared desnuda tiembla,
el hacha que descuartiza disfruta,
la hiedra aúlla.
Y queremos seguir creyendo
que aún estamos dormidos
mientras aullamos despiertos.

sábado, 9 de junio de 2012

De la belleza humana

Una grieta. En la voz o en el pecho.
Da igual mientras no sea perfecta.

Es lo que se me viene a la mente mientras guardan mis palabras un gin tonic de bombay sapphire a mi izquierda y un narguile afrutado de fresa y frambuesa a mi derecha.
Una grieta. Una arruga. Un pequeño lunar. Un granito. Estrías.
Todo eso debería habitar la piel de cualquier mujer que dijera ser bella.
Todo eso es lo que, en un mundo equilibrado, en un alma humana, es lo que debería encender la libido, lo que debería alimentar la lujuría.
Lo que debería llamar al amor.
Pues el amor es ese gran artista que crea la perfección de las cosas imperfectas, que traza la arquitectura de los recovecos desiguales.
Tal vez por eso me gusta Escher. El pintor de las matemáticas que, guiado por la perfección aritmética, por la rectitud algebraica, muestra a los ojos el caos desordenado de las perspectivas puestas una junto a otra, de las progresiones aparentemente simétricas que se expanden en aves, serpientes y leones imperfectos.
Igual que Picasso, que muestra que, si vemos todo a la vez (perspectivas, movimiento, color...), el conjunto es imperfecto, asimétrico, cojo, pero a la vez pleno y repleto.

Lo que conmueve el corazón de los hombres, lo que estruja el alma de las mujeres en una vorágine emocional, siempre es la imperfección.
Las curvas luminosas y la refulgente niebla informe de las auroras boreales.
El movimiento desigualmente rítmico del océano Atlántico frente a la playa de Bolonia.
Las elipses sinuosas de un sendero a través de un bosque de pinos.
Las caras desemejantes de las piedras del camino, de las rocas de las montañas.
La Naturaleza es imperfecta. Tal vez por eso tratamos de retornar a ella.

En un mundo de leyes que justifican el orden afirmando que es lo único que da seguridad, la transgresión es de las pocas cosas que nos hacen sentir vivos y que ordenan de verdad nuestro interior.
En un mundo donde el ideal arquitectónico es un rectángulo perfecto, un cuadrilátero simétrico, Frank Gehry es considerado un artista y un innovador (cuando sus curvas siempre son la norma de la belleza).
En un mundo donde los cuerpos tratan de adaptarse a un molde injertándose plástico, recortando grasa hasta obtener la perfecta línea de músculos, pechos o glúteos, se le llama perversión a la pornografía que ensalza los pechos planos o caídos, los glúteos generosos o los vientres prominentes.

La música que es realmente bella es la música que sorprende, y sorprende porque es imperfecta. Porque cambia de ritmo y de tiempo, cambia de tono y sigue siendo armónica, cambia por el sonido de diferentes instrumentos que se van añadiendo, de diferentes voces que la van coloreando. Más y más matices que jamás llegan a cubrirlo todo, que jamás alcanzan la perfección. Pero la insinúan. La perfección a través de la imperfección. La primera es siempre una sombra de la segunda.
La poesía es bella porque jamás lo dice todo. No es que no pueda (que no puede), es que no quiere. Y eso que asoma, pero que no se dice, eso es lo que nos estremece y nos emociona.

Tal vez por todo eso me siento atraído hacia su cuerpo. Ella dice que es imperfecto, que es feo. Pero mi lengua no puede esperar a ver qué sabor se oculta tras los pliegues de su piel, mis manos apenas pueden contenerse para apresar el saber que se esconde detrás de la imperfección curva que delinea su silueta.
Tal vez por todo eso espero que ella sienta algo semejante cuando abraza mi cuerpo redondo y agrietado, oscuro y desigual.

Buscamos la imperfección mientras la negamos. Es otra de las paradojas del espíritu humano.
Añoramos la Naturaleza y la concebimos como un ideal.
Nos tienta el caos y la transgresión.
Nos define la diferencia e inventamos el lenguaje como una forma de mantenerla siempre presente e inconciliable. Pues nombrar es diferenciar y no existe un mundo humano si no está construido de nombres, de diferencias.
El poder también se alimenta de la diferencia, y el deseo, y las sociedades y culturas, y la literatura. La humanidad, en fin.

Detrás de la supuesta ciencia que trata de apresar el estudio del alma, de la mente o el carácter, que trata de hacerlos perfectos y habitados por leyes y reglas para así poder controlarlos, subyace ese postulado psicoanalítico (como un susurro estridente) que afirma que si somos algo, somos nada.
"No somos nada". Frase que siempre se invoca ante la presencia de la muerte. Como siempre, la verdad suele estar detrás de las cosas que no se piensan, que sólo se dicen.
Somos nada. Por eso creamos cosas para tapar dicha nada.
Creamos lenguaje y relaciones, creamos conflictos y deseos, creamos arte y política. Creamos ética. Nos creamos a nosotros mismos.
Y, como siempre pasa con todas las creaciones, ninguna es perfecta.
Creamos nuestra sexualidad y, a partir esa creación imperfecta, creamos la expectativa de un otro que encaje perfectamente en nuestra creación.
Sucede que nunca lo logramos.
Pero nuestra nada es infinitamente más sabia que lo que creemos que somos. Y nos permite crear el amor.
El único delirio que es capaz de soldar dos imperfecciones que se han creado a sí mismas. Ya sea por un día o por mil vidas.

Así nos sentimos atraídos hacia la imperfección, de tal forma que llegamos a juzgar como perfecta una imperfección enorme (el océano, la naturaleza, el arte, la persona amada).
Y así creamos la belleza.
Desde la imperfección.
Lo imperfecto, lo incompleto, lo distinto, nos conmueve y nos impulsa.
A eso le damos el nombre de belleza.
Toda belleza es coja, porque nosotros cojeamos.

No importa.
Aún podemos creernos lo contrario.
A eso lo llamaron amor.

sábado, 5 de mayo de 2012

De los noes y los síes

Creo que hay pocas cosas más placenteras y bellas en este mundo que decir "no".

Habría que escuchar la música que  la sensación unida a decirlo produce. Habria que permitirse dejarse llevar por los versos que delimitan y demarcan el placer que se deriva de esa palabra.

"No".

Tan breve y tan profunda.
Hace existir fronteras, límites y bordes.
Muchas personas no son capaces de apreciar el acto que va ligado a esa expresión, los sentimientos que están unidos a esa palabra y rápidamente tildan a sus practicantes de "anarquistas", "antisistema", "inconformistas" y demás epítetos tan vacíos como peyorativos, efectos ambos producidos por ser usados desde el desconocimiento y el miedo.

Decir que no es permitirse ir contra todo durante un tiempo, ya sea un minuto o diez años. Ir contra todo por el mero placer de descolocar o desubicar. Por el mero placer de aumentar la entropía de cada vida.
Pues es en las sacudidas donde emerge lo humano.
Es en el desorden donde existe lo posible.

Decir que no.
No para empezar un cambio, sino para añadir colores. No para instaurar un credo, sino para cuestionar los establecidos.
Decir que no para mover el deseo, para darle fuerza y fuego.
Para hacer entrar a lo más íntimo en juego.

Diciendo continuamente "no" uno establece constantemente su diferencia con el mundo y con los otros. Frustra al lenguaje desde el lenguaje.
Pero al acentuar dicha diferencia, se une más a los que se separa. Y corre el peligro de transformarse en lo que su "no" le evita.
Transformación en lo contrario, diría un neurólogo austríaco.

Por ello, decir "no" implica necesariamente permitirse de vez en cuando decir "sí".
Decir "no" dota de un valor incalculable a los escasos "síes" que uno pronuncia, ya que esos "síes" van inextricablemente atados a la esencia, a los principios, al alma del que los pronuncia.
Y uno no da su alma a cualquiera que pase.
No la muestra en público para ser usada o pisoteada.
La muestra para que la mimen y la alimenten.
Quizá incluso para que la amen.

Si el "no" es la entropía, el escudo, la diferencia,
el "sí" es el amor, la tregua, lo común y lo compartido.
Imagino que por ello es adecuado ser generoso con los "noes"

y reservado con los "síes".
Porque los vínculos tiernos son escasos, por ello también deben serlo los "síes".



Supongo que uno se hace adulto cuando es capaz de disparar "noes" y atesorar "síes".

Quizá sea por eso que disfruto diciendo "no" y me siento pletórico si soy capaz de compartir un "sí".

Quizá también por eso me fíe más del que aparentemente se opone a todo el mundo, a todo sistema o a toda relación. Porque esos "noes" esconden una auténtica persona, desarrollada y consecuente, responsable y admirable.

Tal vez aquellas personas litigantes del "no" me regalen algún "sí" y generosamente me enriquezcan.

jueves, 26 de abril de 2012

Hubo vida (o sobre ética social)

Hubo vida. Antes de nosotros hubo vida.
Después de nuestros actos quién sabe si la habrá.

Demasiadas veces he visto el mismo rostro con diferentes gafas, con diferente pelo, con diferente aliento.
Pero es la misma voz, es la misma mirada, el mismo movimiento.
Es el rostro de la peor sublimación del sujeto humano, la del poder sobre la globalidad de los otros. El poder de esclavizar desde el cuerpo hasta la respiración, desde el trabajo hasta el tiempo singular, el alma propia.
Me encuentro en ese punto en el que soy demasiado adulto para creer que todo se reduce al gobierno de un grupo sobre una mayoría, o para creer que lo que estamos perdiendo es lo que se bautizó estúpidamente con el nombre de estado de bienestar, o para creer que "capitalismo" o "libre mercado" fueran las palabras con las que se marcara la esencia de lo que nos está ocurriendo a nivel social, a nivel individual.
Me encuentro justo en ese punto en el que soy demasiado joven como para creer que otro tipo de relaciones entre los hombres es imposible, o para creer que el dinero y la materia inerte es de lo único que toma su alimento la humanidad, o para creer que "esperanza" es una palabra tan muerta como nuestra vida.

Son demasiadas veces ya las que he escuchado, disfrazado de mil formas distintas, frases que empiezan con "nos han arrebatado lo que habíamos logrado... Nos están robando nuestros derechos más fundamentales..." y millares de variantes más.
Ellos.
Siempre hay un "ellos".
"Ellos" que nos hacen pagar sus errores. "Ellos" que nos explotan y nos aniquilan. "Ellos" que nos deshaucian. "Ellos" que privatizan la sanidad y la educación. "Ellos" que nos insultan con su corrupción económica y social.
Ellos.
Qué bueno que haya siempre un "ellos" frente al cual cada uno resplandezca en su propia perfección ética y social. Sin ningún fallo, sin ninguna fisura. Qué bueno que haya siempre un "ellos" frente al cual cada uno pueda convencerse de que él es un modelo a seguir, una encarnación del ideal humano.
Así nosotros mantenemos el estatus y la posición de "ellos".
Quizá no se trate tanto de que ellos nos necesiten a nosotros para que puedan seguir su ritmo de vida, que ellos necesiten de nuestra pobreza y nuestra muerte para que puedan seguir viviendo a todo tren, como que se trate quizá de que nosotros necesitamos de su existencia y su presencia. Necesitamos de su gobierno para poder seguir quejándonos sin actuar. Necesitamos de ellos para no ver jamás, nunca, lo humano que nos define, que no es otra cosa que la imperfección angulosa y quebradiza, inmutable e infinita.

Qué bien poder haber votado democráticamente para seguir manteniendo los desmanes políticos y económicos que dotan de fundamento a nuestra queja. Qué bien sentirnos parte de movimientos florecientes que revindican una democracia real, un mundo social nuevo. Así evitamos el auténtico cambio que sólo un ser humano es capaz de controlar, propiciar, aumentar, desarrollar y desplegar: el suyo propio.
Pero evitando esto, sólo subsumidos en mensajes de un cambio social grupal global, mantenemos el mismo equilibrio, la misma mascarada. Haciendo ese camino nos tapamos a nosotros mismos. Nos silenciamos a nosotros mismos. Ahí viene el famoso "ellos" a justificar nuestras actuaciones o, mejor dicho, nuestra absoluta ausencia de actuaciones.

Un mundo social nuevo. Más justo. Más bello. Más equitativo. Un mundo social donde el poder resida en una auténtica democracia. Y luego calificamos al anarquismo de utopía desgastada.
Un mundo social, sea nuevo o antiguo, renovador o enmohecidamente conservador, enarbola como bandera y justificación una ética social. Y la ética social debe prevalecer sobre la de la persona. No digo que deba prevalecer sobre una persona o unas pocas personas. Digo que debe prevalecer sobre TODAS las personas. Es INEVITABLE. Lo cual no quiere decir que sea indigno o desastroso. Pero precisamente porque debe prevalecer sobre todas las personas (al menos teóricamente, ya que siempre ha habido y hay personas sobre las que no prevalece, curiosamente justo las que dicen encarnar esa ética social, justo las que la promulgan), se necesitan leyes (en el sentido del derecho, en el sentido de cárcel, juez y abogado) para hacerla cumplir.
La ética del derecho es la ética de la democracia. La ética de la democracia es ética social. La ética social es la ética del poder centralizado (sea más o menos visible o invisible).
Una ética social no cambia ABSOLUTAMENTE NADA. Quizá sí en las formas, quizá sí en una absurda apariencia de más equidad, pero al final acaba desbordando. Exactamente igual que la ética social de la democracia, capitalismo, libre mercado, occidental, liberalista, etc, etc. ha desbordado y ha mostrado su verdadera faz. A saber, que una ética social, sea ésta cual sea, siempre mantiene el mismo equilibrio.
Ese equilibrio desigualitario que decís vosotros que quereis cambiar y modificar y eliminar. Si os dieran, si os hicierais con el poder que se supone necesario e imprescindible para realizar lo que decís que habita en vuestros corazones, ¿realmente cambiaríais algo? ¿Realmente destruiríais - pues eso es lo que conlleva un cambio real, desde el renacimiento del ave fénix, hasta la extinción de los dinosaurios - el núcleo y los cimientos que ya forman parte de vosotros, que forman parte de todos nosotros pues nos ha conformado en lo que somos? Sinceramente creo que no. Creo que no seríais capaces de tirar la casa, sólo cambiaríais los muebles y pintaríais las paredes de otro color. Pero seguiríais habitando el mismo espacio. Vuestro rostro es el mismo que el que decís combatir.

El cáncer no empieza matando a la totalidad del cuerpo humano, empieza mutando una célula. Una avalancha de rocas no comienza con la desintegración de la ladera de una montaña, comienza con un guijarro suelto. Una explosión atómica no comienza pulverizando la Tierra, comienza con un átomo que se rompe.
La ética social, ya sea la vuestra de los nobles ideales, ya sea la que odiais de los mercados capitalistas, siempre es inamovible al cambio. La ética social es irrisoria si no se somete a una ética individual. Pues el verdadero cambio, el único cambio posible, es el que cada uno haga consigo mismo. Y para eso se necesita una ética individual. Para eso se necesita desprenderse del "ellos" y comenzar a ver el "mí", el "yo", "mi ser", "mi acto", "mi conducta".
Si queréis poder mirar a la cara a vuestros hijos, a vuestros nietos, sin tener que derrumbar los párpados avergonzados, poder decirles "sí, el mundo es un desastre inhabitable pero mi cabeza está alta y erguida porque yo hice lo posible para evitarlo", entonces seguid combatiendo esos nobles ideales, seguid revindicando otra democracia, otro modo de hacer política y de distribuir la riqueza.
Pero empezad (empecemos) por nosotros mismos, por favor.
No hay vida humana sin responsabilidad propia.
Antaño hubo vida.
La vida nos chilla que la tomemos y que participemos en ella.
La derrota de "ellos" comienza por la lucha de uno mismo, por la derrota de uno mismo.

sábado, 21 de abril de 2012

Versos aleatorios

He bailado con el diablo.
Entre el azufre de su aliento, entre la oscuridad de sus labios
he escrito mi nombre.
Vestido con una mortaja de cristales rotos
sus dientes desgarraban mi corazón.

Es una de las formas de definir el éxito.

A través del fracaso, en las insatisfacciones perpetuas
refulge el ser de aquel que verdaderamente se llamó humano.
Bailar con el diablo para alcanzar el cielo
de la codicia,
el paraíso de la desidia.

¿Para inflar mi vida necesito privar de aire a otras?

El poeta recita, pero las palabras abren surcos
en el centro de su entraña.
Desharrapado producto de lo que fue una lágrima
colgando de su pestaña.
Aún siente la traza que sus manos dejaron en su espalda.
Amor de araña.

No me extraña que el poeta del amor, aquel cuyo apellido
evocará siempre montes de sal, surcos de llanto,
temiera los espejos,
pues cuando reflejan la realidad
nos vuelven locos
y cuando reflejan nuestros engaños,
ciegos.

Y su discipulo, otro poeta genial,
identificó el color rubio con la esperanza
y la piedra con la realidad que habita en todo deseo
¿o fue con el deseo que habita en toda realidad?
Quizá no importe.
Pues todos somos iguales en la oscuridad.

Hay también abismos en lo profundo del pecho
y abismos en lo profundo de los ojos.
El abismo que se cierra es el grito que se abre.
Algunos intrépidos escaladores han tratado de coronarlos.
Y al llegar a su fondo
se convirtieron en palabras.

Así me gustaría estrellarme.
En una cadena de sílabas que sólo tuviera sentido
en la boca de ella.
Una palabra jamás pronunciada.
Una palabra sólo articulable en el entrelazamiento
de dos cuerpos.

En ese nudo, más que en otros, siempre hay brecha.
Que sangre.
Que siga sangrando la brecha para así poder volver
a unirme a ella con la vana intención,
con la estúpida ilusión
de sellarla de una vez para siempre.
Y volver al comienzo.

El primer beso.
Y antes de eso
el primer roce con las manos.
Y antes de eso
la primera mirada.
Retroceder para volver ignorante
de los escollos que dos labios son capaces de abrir en el alma
y volver a repetir exactamente el mismo movimiento,
la misma secuencia que me llevó hasta el abismo que palpita
entre mis brazos, en mi cabeza, en mi garganta,
justo la misma secuencia que me llevó hasta su hueco.
Triste eco.
Triste fleco.
Pero donde la inmensidad del mundo es colmada,
donde el inicio del tiempo siempre es creado.
Su hueco y mi abismo.

Dos formas de decir que de dos nadas
podría surgir algo.
Exactamente igual que del silencio
surgió el lenguaje.

Dos nadas.
Dos almas.
Y la humanidad que nos conforma
se abre a pedazos de amor,
a mordiscos de deseo.

Vuela.
Que mientras yo te espero.

domingo, 15 de abril de 2012

Anarquía no significa sin leyes sino gobierno de sí

Y sus últimas palabras fueron para las personas que ostentaban el poder.
En esos momentos dio igual que algunos le hubieran llamado fantasma, inepto, idealista, ignorante y que otros le hubieran llamado visionario, valiente, humano.
En el momento en que uno muere es cuando las palabras salen sin destilar del alma. El cuerpo se desprende del lenguaje. Por eso muere.
El hombré habló así.

Desconfiad siempre de la persona que ostente una posición de poder, pues sus palabras serán mentiras, su verdad será la mentira, su voz estará hueca.
Tratará de convenceros de que le necesitais, de que no os podreis dirigir si no es a través de las correas que os atará al cuello.
Pondrá los precios que le convenga a vuestro trabajo, a vuestras ideas, a vuestro tiempo, y siempre será a la baja, pues la persona que está en una posición de poder siempre querrá más.
Dirá que sus leyes son las más humanas y las más justas, que deben ser respetadas por todos, salvo por él mismo, pero esto último jamás lo pronunciará, pues la persona que ostenta el poder justifica el estar en dicha posición por defender vuestros intereses por encima de los suyos.
Recordad que siempre miente.
Que esa persona suele llamarse político, banquero, empresario, policía, sacerdote, juez, consultor o gestor.
Lo común a todos es que han hecho del lenguaje un siervo más y no su ser.
Que se nombran a sí mismos defensores, que se creen ellos mismos los garantes del orden social. Pero sólo miran por sí mismos.
Durante todas las épocas históricas, fueran cuales fueran los materiales que expresaran los valores más importantes de ese momento, las personas que ostentaban el poder siempre se los han quedado para sí: La cultura, la tierra, el tiempo, el dinero, el cuerpo.

Así, con su ignorancia no enmendada a lo largo de siglos, las personas en el poder permanecen solas, porque el poder es otra cosa más que ensancha el vacío constitutivo del ser humano.
Porque acaparan y precisamente por ello no saben compartir.
Al final la muerte les espera, como a todos, pero morirán ya apagados. Ahorradles ese sufrimiento. Compadeceos de ellos, ya que Nietzsche definió la compasión como el mayor desprecio que se le puede hacer a un ser humano. Y después matadles.
Que su sangre inunde vuestras manos, pues sus leyes sólo pueden ser borradas con su sangre, ya que con la vuestra las escribieron ellos.
Os arrebataron lo más íntimo de vosotros.
Os robaron vuestro nombre y os impusieron el suyo.
Os quitaron vuestro cuerpo para moldearlo según sus cánones, con el fin de convertirlo en una máquina de obediencia ciega.
Encarcelaron vuestro deseo y lo sustituyeron por vuestro trabajo.
Poco a poco las migajas que os fueron concediendo y por las que vuestros ancestros murieron os las están arrancando de nuevo.

Ellos son odiosos. No merecen la vida, puesto que sólo ejercen la muerte.
Tienen tanto miedo que necesitan de policías y soldados que les protejan, que sieguen vuestras vidas para preservar miserablemente la suya.
Mientras vuestros hijos mendigan, los suyos se colman en un éxtasis de exceso material.
Mientras os desnudan, se visten con mil capas de vuestras prendas.
Mientras os deshaucian, subastan vuestro hogar o lo dejan pudrirse vacío y sin vida, enmoheciendo bajo capas de polvo.
Como ellos. La persona que ostenta el poder siempre es vieja.
La mayoría de las veces su cuerpo también será viejo, anquilosado de canas y arrugas, de calvicie y dientes postizos.
Las pocas personas en el poder jóvenes de cuerpo, siempre son viejas de espíritu. Temen al mundo, temen los cambios porque temen la vida.
¿Queréis ser gobernados por un ejército decrépito? ¿Queréis que la senilidad decida vuestro futuro, vuestras condiciones de posibilidad de devenir humanos, que impidan desarrollar vuestra rabia para crear vida?

Vosotros les manteneis allí.
De vosotros nace su poder.
De vuestro acuerdo tácito, de vuestro silencio, de vuestro asentimiento.
Habéis hecho vuestro su miedo y creeis que perdereis lo poco que teneis.
Abrid los ojos del corazón.
Nunca habeis tenido nada. Vuestros objetos no son vuestros, no sois vosotros.
Sois esclavos de su miedo y de su fachada.
Mereceis algo mejor, siempre lo habeis merecido.
Mereceis no suplicar por estudiar ni por ser cuidados, pues vosotros sois el Estado. No ellos.
Mereceis no asesinar vuestra vida por un hogar.
Mereceis desplegaros y devorarlos pero no para ocupar su sitio, sino para demoler su trono.
Mereceis mirarles por encima del hombro, pues vosotros sois los grandes.
Mereceis cuestionarles y arrinconarles.
Mereceis su muerte como la única disculpa válida por sus excesos.
Vuestra ética ha de ser la ética del deseo (lo cual no quiere decir ética de satisfacción del deseo. El deseo es deseo porque siempre está insatisfecho) y no la de trabajar para ellos.
Cuanta más violencia ejerzan contra vosotros, más razón de ser os están dando.
Cuantas más cargas policiales os dirijan, mejor lo estaréis haciendo.
Los policías y los soldados de verdad son los que se alzarán a vuestro lado. Los que se cuestionan y cuestionan su esclavitud.

Os llamarán anarquistas y antisistema. Pero sabeis, como bien decís, que es el sistema el que es antivosotros.
Os gritarán que sois antisistema. Pero ellos no saben lo que es un sistema. Un sistema es cooperación entre las distintas partes que lo componen. Un sistema integra una ética y permite el desarrollo subjetivo y único. Acepta las minorías. Respeta a las personas. Distribuye su energía (riqueza) de la misma forma entre sus componentes. Ellos son los antisistema, pues ellos no defienden ningún sistema. Sólo su propio egoísmo, sólo su propia satisfacción.
Y les manteneis allí.
Pero podeis destrozarlos cuando queráis.
¿Acaso hemos perdido la humanidad con los objetos y la novedad?
¿Acaso no sangraremos por un rayo de luz, por una gota de agua, por verles temblar, por sentir sus lágrimas?

La anarquía no significa sin leyes, sino gobierno de sí. Las propias leyes. Leyes éticas.
La anarquía no significa sin poder, sino poder distribuido de otra forma, respetando al sujeto.
La anarquía es una utopía, pero vive Dios que las utopías mueven el mundo.
La anarquía es vuestro impulso, no vuestra meta.
La meta debe ser su muerte.
La meta debe ser vuestro renacimiento.

Así murió el último filósofo del mundo.
Así murió el único político del mundo, el que jamás quiso el poder que tenía, que no lo ejerció salvo para matarse a sí mismo.
Y quizá con ello comenzara a dar vida a otras personas, a otros movimientos, a otros cuerpos.

lunes, 2 de abril de 2012

Despedida (Homenaje a Khalil Gibran)

Hoy, aquí reunidos, me estáis viendo marchar.
Vuestros ojos son puñales de lágrimas
que lloran a través de los míos.
Debéis saber pues, en la despedida,
varias palabras, varios sentidos.

No hay problemas grandes,
sólo encuentros pequeños.
Tampoco hay ofensas que sangren,
sólo personas débiles,
difusas; sólo corazones frágiles.

En el mediodía de la madrugada
os preguntaréis por vosotros
mientras recordáis el rostro
de otro,
la música de otra mirada
que no es la vuestra,
la calidez de una voz
que os es extraña
a la par que íntima.

Y será siempre en el cenit
del llanto más amargo
donde hallaréis un sentido
a la palabra libertad.
Quizá no sea un sentido universal
ni compartido.
Pero será un sentido.
El vuestro. Y eso lo hace único
y mortal.

"Morimos de amor" decís con pena
cuando deberíais gritarlo con orgullo.
Pues ninguna vida está llena
sin la única muerte plena.
Desprendido de mí encuentro mi voz.
¿Importa acaso que me engañe pensando
que busco algo de mí en otro?
¿Importa quizá que mi enamoramiento
sea un reflejo de mi propia imagen en otro?
Si lo único cierto, lo único válido,
lo único que me hace humano es ese encuentro
roto
con otro.

Yo, que nunca fui maestro de nada
ni sabio, ni poeta
aprendí de vuestros versos,
los que escribistéis con acciones,
aprendí vuestras lecciones
de humildad y placidez.

Lloráis por mi partida,
mas soy yo quien se rompe
al perderos
y al escribiros eternamente
en mis recuerdos.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Sudor en la voz

Había sudor en su voz.
Jadeos de fatiga y agonía goteaban.
Sudor de llanto inacabado,
fragmentos líquidos de resignación.
Gota a gota se diluían los sonidos.

Su susurro era un charco sucio de sol.
Su grito era una ola evaporada de sal.
Si las rocas ya eran agua en las palabras,
¿cómo salir seco de su conversación?
Porque había sudor en su voz.

Y calaba.
Cada sílaba.
Llovían fonemas que empapaban mi ser,
ese que siempre estuvo en el lenguaje.
Voz líquida de sudor,
igual de salada, igual de humana.

Había sudor en su voz.
Su voz olía a sudor.
A trabajo gastador
de vida, devorador
de tiempo.
Capitalismo desollador
de afectos.
Así sudaba su voz.

Se le iban los sueños,
húmedos de esfuerzo.
Se licuaba lo que quiso ser
y lo que no dio
en el hueco desangelado
de un sonido sudoroso.

Intenté abrazar su voz.
Casi me mata el escozor,
casi me ahogo en su sudor.
Ojalá pudiera congelarla
en piedra helada,
sólo para que sus palabras
pesaran,
y fueran algo más que líquido
derramado,
ya a punto de evaporarse.
Que fueran algo más que olvido.

Y que esa piedra grabara los motivos
que hacen del sudor
la parte medible del desgaste,
lo visible de la muerte y su proceso,
la inasibilidad de la voz.
Ojalá esa piedra conservara la corrosión
de lo que nunca quisimos ver
y que nos hace menos que humanos: dioses.

martes, 20 de marzo de 2012

Sobre la pulsión

- Hay dos caminos para llegar hasta dios. - Dijo el asesino. - La virtud y el pecado. El primero es el más complicado y tampoco te garantiza su encuentro. El segundo es el más humano y te obliga a enfrentarte a él, ya que si nadie nos juzga, ¿cómo podremos arrepentirnos de nosotros mismos?

- Debes saber también - comentó el violador - que la esclavitud es una palabra soldada a la carne. Otras palabras, si las quieres, deberás tú incorporarlas a tu físico (amor, música, humanidad...), pero esclavitud ya viene cosida a tu cuerpo. Te dirán también que puedes ser libre. Incluso habrá algunos que traten de convencerte de que la libertad es consustancial al ser humano. Pero ten presente que lo más humano siempre porta dos filos, siempre viene en parejas, amor-odio, placer-dolor, luz-sombra, libertad-esclavitud. Recuerda: esclavitud es la palabra que amarra tu cuerpo, que lo suelda y lo traspasa. El único privilegio que tienes, si es que puedes alcanzarlo, es cambiar su nombre, pero jamás borrarla.

- Escucha - susurró el caníbal. - Demasiadas veces oirás que una mujer es respuesta para un hombre y un hombre lo es para una mujer. No olvides nunca que todo lo que las personas entienden por amor es la forma más elegante (y más ignorante) de devorarse a sí mismas. Se comen entre ellos y se quedan cojos, pero si se comieran su propio cuerpo, darían dentelladas de vacío y si se comieran su propio ser, quedarían mudos. Por eso piensan que mejor cojos que muertos de hambre o mudos.

- Ten en mente - gorjeó el loco - que la mayoría de los hombres temen el suicidio aunque sólo sea una palabra, pues la fuerza al lenguaje le viene por su asociación con el acto y la cosa. Lo sé porque he roto el mío para poder hablar en vez de ser hablado. Por eso les doy miedo. Por eso sólo yo puedo hablar de suicidio. Has de saber que si te suicidas, abres un agujero en el mundo. O, más bien, te vuelves del revés y haces que todo el mundo pueda ver tu hueco, tu abismo vacío. Y eso les asusta, porque les haces ver que realmente todos somos vacío y muerte. ¡Ah, se me olvidaba! Sólo hay un suicidio puramente humano y nunca es por otra persona y nunca es por un ideal. El único suicidio que debes permitirte, si es que aspiras a llamarte algún día hombre, es aquel que toma la forma de una carcajada sarcástica. Tu suicidio va a dejar la visión de la rasgadura humana, del agujero que portan todas las personas. Por tanto, debe dejar también tras de sí el sonido de la risa, pero no de cualquiera. Debe ser la tuya.

En el claro se hizo entonces el silencio, sólo cuarteado por el crepitar de la hoguera de corazones. El humo negro tapaba la luna.
El niño miró a los cuatro congregados que le habían regalado generosamente unas palabras que apenas comprendía.
Pero que sabía ciertas precisamente porque le asustaban.
Se levantó y les dio las gracias. Bajó los párpados tratando de ver el camino que le conduciría de vuelta al mundo de los hombres. Ese mundo para el que una persona, ahora ya muerta, había inventado una palabra: "extimidad". Lo más íntimo es lo más ajeno y lo más extraño, lo más externo es lo más íntimo.
El niño no sabía eso, pero lo sentía.
También sentía una profunda pena porque comenzaba a comprender que ser humano consiste en alcanzar el vacío tratando de evitar la muerte o en alcanzar la muerte tratando de evitar el vacío.
Dentro de unos años, cuando hubiera encontrado las palabras adecuadas, ese niño que acababa de conversar con lo que más repulsión y miedo le daba de sí mismo, diría delante de un auditorio agotado, delante de decenas de personas grises que el ser humano está condenado a encontrarse con el deseo cuando persigue la pulsión y a encontrarse con la pulsión cuando persigue al deseo.
Y no hay salida.
Pero hay carne, hay dios, hay suicidio y hay esclavitud.
También hay amor, dirá contemplando esos rostros cenicientos.
Pero creo que ninguno lo habéis encontrado todavía.
Entonces el asesino apagará el micrófono.
El violador beberá un sorbo de agua.
El caníbal recogerá los papeles.
Y el loco bajará del escenario.
Pero será el niño el que responda las preguntas.

viernes, 2 de marzo de 2012

Tormentas

Hay belleza en la tormenta.
En todas las tormentas.
Las del cielo rompen el aire para crearlo nuevo, primero, líquido.
Las del alma reducen a astillas imágenes obsoletas y ya carcomidas
para ligarla a otras menos duras, más completas, si es que esa palabra
aún puede ser pronunciada.
Otros dirían que más maduras.
Pero madura sólo está la fruta, no el hombre, no el alma. Nunca.

Recuerdo haber provocado una tormenta
cuando tocaba el laúd en el castillo de rubí.
Era otra vida y era un niño todavía.
Aún lo sigo siendo.
Aún lloro por las noches
(suaves réplicas de tormentas).
Aún me desbordan las preguntas,
unicamente las que no esperan la respuesta cierta,
sino la bonita,
la que hace soñar.
La respuesta que siendo mentira
crea la verdad humana.
Quizá por eso Pessoa supiera que el poeta es un fingidor.
El reverso de esa frase es que es un fingidor
porque no dice la verdad.
La crea.

Mientras tocaba el laúd en el castillo de rubí
se desataba la tormenta.
Y no podía ser de otra forma cuando se toca
para la muerte.
Yo quería ver bailar a la muerte.
Darle un motivo para justificar su eterna sonrisa.
Entonces habló la estatua:
"La armonía está llena de huecos.
Si amas la música, sólo tienes que dejarte caer
por los adecuados".
Creo que fue en ese momento cuando supe
que mi corazón siempre había sido un dragón
que aun dormido exhalaba fuego.

La tormenta de esa vida
me trajo a esta.
Y me trajo desnudo.
Desde entonces no puedo evitar sentir que la vida
nos encuentra desnudos
sólo por el hecho de que la muerte
nos deja así.
"¿Qué es morir sino erguirse desnudo?"
preguntaba el poeta árabe.
Supongo que nacer sería una respuesta
tan buena como cualquier otra
que tomara la forma de palabra.

También hay tormentas de palabras.
Son los gritos y los alaridos del vacío humano
que misteriosamente han logrado investirse de sentido.
Si tantos siglos hemos tardado en poder hacer eso,
¿por qué nos empeñamos en taparlos con discursos vacíos?
Una tormenta de palabras también desnuda al ser humano.
¿Para qué vestirlo con vacíos que nunca fueron suyos privándole del que realmente le pertenece?
Claro. Si estamos vestidos, si nos cubrimos con prendas, con palabras, con objetos que sólo son distintos en número, no en forma, entonces nos sabemos inmortales.
Y ese saber es el que nos mata.
Un francés que hablaba no sé qué de psicoanálisis gastó toda la vida tratando de mostrar que el saber no debe (no puede) ser identificado con la verdad.

Dije que era un niño mientras tocaba el laúd
en el castillo de rubí y se desataba la tormenta.
No tengo tiempo para contar cómo llegué allí,
qué significaba que fuera de rubí y que la muerte habitara en él,
pero sí diré que también mencioné mi corazón.
No tengo tiempo para explicar cómo ascendí por la montaña de las manos
que hablaban con el aire,
ni cómo tuve que jugar una partida de ajedrez contra una lágrima de mujer
(perdí, por supuesto).
No tengo tiempo para describir cómo fue ver amanecer el mundo de entre
las olas de tierra que fue carne,
ni cómo fue mi encuentro con la raza de personas que nacían de la música
y morían transformadas en partituras.
Sí, sé que podría ser un cuento entretenido pero
¿qué me hace pensar que no es esta vida el cuento que cuento
para la muerte con mi laúd en el castillo de rubí donde se desata la tormenta?

Suena la música.
Baila la muerte.
Habla la estatua.
Late el rubí.
Me pierdo entre los huecos de la armonía
y del vacío sale su música.

Si sólo pudiera trazar el silencio que dio forma al lenguaje
tal vez al pronunciar su nombre, el de ella,
quedara yo totalmente soldado a su significado.

Ahora veo que es eso lo que buscan los labios.
Ahora veo que así nacieron los besos.
Comienza la tormenta de ellos.

martes, 28 de febrero de 2012

Rabia, desesperación

Creo que jamás he tenido vocación de héroe.
De suicida sí, siempre. Como ella, que me mostró el camino.
Hoy es uno de esos días en los que quiero destrozar el mundo y, sobre todo, quiero destrozar lo que quiero, lo que me parece bello.
Quiero destrozar mediante palabras porque aún tengo miedo de que la sangre rebose por mis manos y no pueda detener la muerte.
Años de estudio, años de trabajo. He desperdiciado la juventud.
Como la mayoría de los de mi generación que hemos hipotecado nuestra juventud a un Euríbor demasiado variable, a un tipo de interés demasiado negro.
Tal vez los lamentos de los demás estén justificados.
Los míos nunca, pues si volviera a ser joven, volvería a desperdiciar mi juventud, probablemente no estudiando, pero sí sin disfrutarla.
Hay personas que tienen la capacidad de disfrutar de la belleza, de los pequeños detalles de la vida, de los breves paseos entre el lugar de trabajo y la parada del autobús, de la luz invernal mudando en primavera. Pero yo no.
Envidio a esas personas porque reflejan mi carencia.
Yo no disfruto de la belleza. Yo veo el mundo descomponerse y vomitarse a sí mismo una y otra vez. Veo a las personas pudrirse por dentro, ser meras máquinas corporales productoras de excrementos y aliento ácido.

Ahora a la visión color sangre y mortificante del mundo se añade a mi pecho el océano de incertidumbre y el precio de años de formación. El paro, el sinsentido, la vuelta al hogar con el estigma del fracaso grapado a los labios.
A la puta mierda.
A la puta mierda las palabras que dicen que no sé de qué hablo.
A la puta mierda las palabras que tienen los santos cojones de decirme que tenga esperanza, que nunca se sabe.
A la puta mierda las palabras que me dicen que tengo que relacionarme, que tengo que salir.

Si no me reconozco, si ya estoy desarraigado de todo vínculo de afecto y cariño.
¿Quién os creéis que sois?
Le hablais de esperanza al poeta de la muerte.
Le hablais de aguante y de coraje al poeta de la cobardía.
y ese poeta tiene los odiosos huevos de hablar de sabiduría y estudio a este remedo de hombre, a este deshecho humano que lo único que sabe de sí mismo es que es un agujero incrustado en la existencia.
Y como todo agujero, todo lo que se vuelca en él desaparece en la negrura nocturna de la muerte y el vacío.

Es muy fácil hablar de Lacan desde la seguridad de un puesto de trabajo.
Es muy fácil hablar de Foucault desde el refugio de una plaza pública.
Es muy fácil hablar de ciencia desde el parapeto de un salario mensual, de una casa pagada, de una familia formada.
Y es admirable hacerlo.
Pero aquí abajo, donde el brillo de la Ciencia y la Filosofía llega ensombrecido (y quizá por ello más apetecible), las cosas son distintas.
Agarrarse a los maestros de la hiancia, del hueco y de la falsedad del discurso sólo provoca estragos.
Desde ellos me doy cuenta, cuando me encuentro frente a frente con el paciente, de la inutilidad de todo.
Que es lo mismo que decir que me doy cuenta de mi inutilidad.
Del agujero tan enorme que palpita en mi corazón para comprender al sujeto humano y en mi cerebro para poder adquirir un saber.

No es extraño que haya confundido mi profesión.
Si ya nací en un momento equivocado, si mi nombre no es el mío, si mi cuerpo me regala placas rojas y escamosas en la piel, si soy la mentira constante. El mundo me rechaza, yo rechazo al mundo y a mí mismo.

A Schopenhauer se le acusa de pesimista sin remedio porque no fue capaz de transformar en creación la voluntad que está en la base del mundo y la persona. Nietzsche enloqueció al hablar de moral y, sobre todo, del hombre.
Freud se parapetaba tras estatuillas y figuritas en su mesa de escritorio para protegerse de lo que él mismo había descubierto.
El ser humano devora. Aunque a veces (la mayoría) no utilice los dientes.

Así que que le den por el culo a aquellos que hablan de optimismo o de ser capaces de recrearse en la propia vida.
Sólo hay muerte.
Muerte.
La vida es un rodeo hacia la misma.
Que jodan a Lacan, a Foucault, a Freud y a cualquiera que esté respirando o que haya o habrá respirado.

Hoy el veneno que me define me ha desbordado por los ojos.
Y sólo veo el mundo envenenado
y el corazón de los hombres envenenado.

Hoy sólo veo la verdad.

martes, 21 de febrero de 2012

Números

Vivimos en números.
Ellos nos arropan por la noche para que soñemos paisajes repletos de porcentajes, de cifras.
A ellos nos agarramos para sentirnos seguros.
Comprobamos que siempre haya números distintos de 0 en nuestra cuenta corriente. Nos envolvemos en números (tallas, medidas, proporciones).
Para presentarnos a los demás hablamos con números. El número de hijos, el número de años, el número de parejas, el número de calzado...
El número de nuestro sueldo nos coloca por encima o por debajo de la aprobación y la admiración ajena, pues desde siempre la numeración conlleva un orden social. La paradoja estriba en que dentro de la homogeneidad, es decir, dentro del mismo orden, dentro del mismo porcentaje, buscamos la diferencia, pues en ello (y no es poca cosa) nos va la imagen, la identidad, el yo. Así que buscamos diferenciarnos mediante los números, los mismos que tratan de igualarnos unos con otros.
De números se componen las noticias y nuestra angustia se elimina si comprobamos estar dentro del número de los afortunados.
Pensamos en números.
Sentimos en números.

A esto ha ayudado sin ninguna duda el discurso cientificista, que no es otra cosa que el producto de la cópula entre el discurso capitalista y el discurso científico.
En el discurso cientificista las palabras sólo son verdad cuando nombran, señalan o se apoyan en números.
La aspiración cientificista es reducir la vida a un conjunto de números producto de medidas. Da igual que las medidas se hagan con instrumentos apropiados para el objeto de la medición o no. Lo importante es que la descripción sea númerica, ya que un postulado implícito en el cientificismo es que si hay descripción numérica, la explicación se desprenderá sola, como algo inevitable y repleto de verdad.
La vocación cientificista es numerar el universo y todo lo que contiene. Una de sus metas consiste en revelar el ser del sujeto en un simple número, ya sea de conexiones neuronales, de cantidad de neurotransmisores o de genes o asociación de genes.
En el sujeto humano es el Otro materno el que introduce la pulsión y el primer goce narcisista, mientras que el Otro paterno se encarga (si todo va bien) de introducir la Ley.
He comentado que el discurso cientificista es hijo del discurso científico (su madre) y del discurso capitalista (su padre).
La pulsión que introduce el discurso científico en el cientificista es la "pulsión mensurae" (o pulsión de medida). Esta pulsión, como todas, es una energía constante que busca su satisfacción en el objeto de la medición. De ahí el ansia del cientificismo de medir todo. Es un goce que implica una pseudomatemática para tranquilizar la excitación que le provoca su "pulsión mensurae".
Y digo "goce" con todo el peso que Lacan otorgó a esa palabra. El discurso cientificista (como todos los discursos, como todos los sujetos) tiene estructuralmente una falta, un agujero, un hueco por el que tiende a escaparse lo que trata de apresar sin atraparlo jamás, es decir, su verdad. El agujero de todos los discursos es el que se establece en la desunión de su producción con su verdad.
Como expliqué en otra entrada, la producción de un discurso es incapaz de hacer emerger la verdad que se supone que le funda. Ahí está el hueco y la falta del discurso.
En el caso del cientificista, la verdad que le hace emerger (que todo es reducible a la Ciencia entendida esta como mera medida o numeración) no se puede hacer transparente a través de su constante producción (medidas de todo y todos). Hay algo que se le escapa y que tiene que ver, justamente, con el ser del sujeto humano y con la complejidad de la vida en general y de la humana en particular (con sus variables históricas y de deseo, con sus variables de poder y antropológicas). Para tapar ese hueco, esa falta, el discurso cientificista acude a su pulsión (porque ya deberíamos saber que desde el Seminario XI Lacan concibe la pulsión como un circuito que permite el reencuentro fantasmático con el objeto irremediablemente perdido). Y ahí está el goce del discurso cientificista.
Para mantener su ilusión de ser un discurso completo (sin falta o agujero), se deja llevar por su "pulsión mensurae" y sigue midiendo con el fin de crearse el espejismo de que saca a flote la verdad que le fundamenta. Pero dejarse llevar por la pulsión de forma desenfrenada acarrea una paradoja.
La medida sin control sólo crea la ilusión de que todo es medible y es una ilusión momentánea que necesita reconfirmarse y satisfacerse una y otra vez, por lo que en lugar de cimentar esa verdad, aumenta cada vez más la distancia entre su producción y la verdad. Es decir, midiendo incontroladamente, el discurso cientificista aumenta el agujero que hay entre esas medidas desesperadas y la verdad que sostiene (que todo es reducible a la Ciencia) precisamente porque esas medidas no permiten (ni permitirán) dar cuenta de lo que se le escapa: el ser del sujeto, la esencia de la vida. La pulsión de muerte se alía sin problemas con la "pulsión mensurae". Pero estamos hablando de discursos y no de sujetos.
El goce mortífero en el sujeto le acerca a su destrucción (y en ocasiones lo consigue). El goce mortífero del discurso cientificista no lo consume, sino que repercute en los sujetos que se sirven de él vaciándolos de su sentido, velando su ser y su deseo.
Crea sujetos que sólo se definen por números. Sujetos huecos. Carcasas humanas.

En el sujeto humano, el goce mortífero queda relativamente encorsetado (si todo ha ido más o menos bien) por la Ley que introduce la función paterna. Esta Ley hace que el sujeto renuncie a algo (ahí está la falta en ser) para poder obtener otras cosas más adelante (surge así el deseo humano).
La función paterna del discurso cientificista, la que introduce la Ley, es el discurso capitalista.
Pero la Ley aquí es diferente. En el sujeto humano la Ley ética introducida es la Ley de la prohibición del incesto. En el caso del discurso capitalista, la Ley que introduce es la Ley de acumular capital y de gozar consumiendo. O sea, producir y producir para consumir y desechar constantemente.
Así que el padre del discurso cientificista en lugar de introducir una renuncia que pueda humanizar la falta de ese discurso (haciendo que se establezca un verdadero lazo social entre sujetos) lo que hace es reforzar el goce de la "pulsión mensurae".
Y ahí tenemos la ley del mercado en la medida del discurso cientificista (patentando genes, productos de deshecho humano como sangre que contiene anticuerpos especiales para cierto tipo de cáncer, vendiendo un supuesto estado de salud basado en medidas, insertando el concepto de "calidad" en el sentido empresarial a nivel de las tecnociencias, alimentando la creación de expertos que no son sino individuos que han pagado por obtener una titulación de meros aplicadores de técnicas - sin sabiduría añadida - o por obtener "créditos" en forma de cursillos certificados con el sello de "calidad"...)
Por tanto el discurso cientificista sigue anclado en el goce introducido por su discurso materno, el científico (goce de la medida) y dicho goce es reforzado exponencialmente por la Ley introducida por su padre, el discurso capitalista (goza cada vez más y más).
Gozando más y más lo que se introduce sin pausa ni compasión es el vacío, la falta.
Curiosamente del vacío y la falta surge el sujeto humano, por lo que, quizá, en vez de eliminar el deseo humano y controlarlo (como pretende el discurso cientificista) puede que esté aumentando el espacio por donde el sujeto se haga presente y pueda desbaratar esta dinámica.

Cuando creemos que somos números podemos mantener esa ficción un cierto tiempo. Pero últimamente se están escuchando crujidos que, cual fenómeno elemental psicótico, retumban tras las cifras.
"No somos meros números", anuncia el movimiento 15-M.
Poco a poco el crujido del deseo del sujeto humano se va apoderando del discurso cientificista y capitalista.
Esos discursos crujen como anunciando su ruptura.
Tal vez sea momento de esperar y ver por donde rompe.
El discurso capitalista no es tal. Es decir, Lacan no lo definía como un discurso propiamente dicho, sino que era un pseudodiscurso por dos razones: la primera era que impedía el lazo social (y todo discurso se define primeramente porque el discurso es la estructura más básica que facilita el lazo social), y la segunda era que el pseudodiscurso capitalista está condenado (por la lógica de su estructura) a consumirse a sí mismo.
Y yo me pregunto ¿qué pasará con el discurso cientificista cuando la Ley que introduce su padre, el discurso capitalista, se consuma y se haga añicos?

Números.
Números y el crujido del sujeto.
Números que, por su propia esencia, no vienen cargados de sentido, sino que son lo más neutral de esta existencia.
El sujeto humano es sujeto de sentido. Y no puede encontrar su sentido en un símbolo que sólo es sinsentido, que sólo es neutro.
El sujeto no puede encontrar sentido en un símbolo que no es una palabra.
Así crujen los números.
Ese crujido es el murmullo ensordecedor de las palabras que tratan de ser contenidas por las cifras.
Pero esa contención es muy débil.
Y está crujiendo.
Y se está rompiendo.
La voz del sujeto aúlla en un murmullo a un mundo que le ha excluido.
Queda poquito tiempo para que los representantes del discurso cientificista y capitalista tengan que pagar el precio de dicha exclusión.

La revolución siempre empieza con un murmullo.
Hasta que se colapsa en un grito.
Veamos cuánto tiempo queda.