sábado, 21 de abril de 2012

Versos aleatorios

He bailado con el diablo.
Entre el azufre de su aliento, entre la oscuridad de sus labios
he escrito mi nombre.
Vestido con una mortaja de cristales rotos
sus dientes desgarraban mi corazón.

Es una de las formas de definir el éxito.

A través del fracaso, en las insatisfacciones perpetuas
refulge el ser de aquel que verdaderamente se llamó humano.
Bailar con el diablo para alcanzar el cielo
de la codicia,
el paraíso de la desidia.

¿Para inflar mi vida necesito privar de aire a otras?

El poeta recita, pero las palabras abren surcos
en el centro de su entraña.
Desharrapado producto de lo que fue una lágrima
colgando de su pestaña.
Aún siente la traza que sus manos dejaron en su espalda.
Amor de araña.

No me extraña que el poeta del amor, aquel cuyo apellido
evocará siempre montes de sal, surcos de llanto,
temiera los espejos,
pues cuando reflejan la realidad
nos vuelven locos
y cuando reflejan nuestros engaños,
ciegos.

Y su discipulo, otro poeta genial,
identificó el color rubio con la esperanza
y la piedra con la realidad que habita en todo deseo
¿o fue con el deseo que habita en toda realidad?
Quizá no importe.
Pues todos somos iguales en la oscuridad.

Hay también abismos en lo profundo del pecho
y abismos en lo profundo de los ojos.
El abismo que se cierra es el grito que se abre.
Algunos intrépidos escaladores han tratado de coronarlos.
Y al llegar a su fondo
se convirtieron en palabras.

Así me gustaría estrellarme.
En una cadena de sílabas que sólo tuviera sentido
en la boca de ella.
Una palabra jamás pronunciada.
Una palabra sólo articulable en el entrelazamiento
de dos cuerpos.

En ese nudo, más que en otros, siempre hay brecha.
Que sangre.
Que siga sangrando la brecha para así poder volver
a unirme a ella con la vana intención,
con la estúpida ilusión
de sellarla de una vez para siempre.
Y volver al comienzo.

El primer beso.
Y antes de eso
el primer roce con las manos.
Y antes de eso
la primera mirada.
Retroceder para volver ignorante
de los escollos que dos labios son capaces de abrir en el alma
y volver a repetir exactamente el mismo movimiento,
la misma secuencia que me llevó hasta el abismo que palpita
entre mis brazos, en mi cabeza, en mi garganta,
justo la misma secuencia que me llevó hasta su hueco.
Triste eco.
Triste fleco.
Pero donde la inmensidad del mundo es colmada,
donde el inicio del tiempo siempre es creado.
Su hueco y mi abismo.

Dos formas de decir que de dos nadas
podría surgir algo.
Exactamente igual que del silencio
surgió el lenguaje.

Dos nadas.
Dos almas.
Y la humanidad que nos conforma
se abre a pedazos de amor,
a mordiscos de deseo.

Vuela.
Que mientras yo te espero.

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