domingo, 15 de abril de 2012

Anarquía no significa sin leyes sino gobierno de sí

Y sus últimas palabras fueron para las personas que ostentaban el poder.
En esos momentos dio igual que algunos le hubieran llamado fantasma, inepto, idealista, ignorante y que otros le hubieran llamado visionario, valiente, humano.
En el momento en que uno muere es cuando las palabras salen sin destilar del alma. El cuerpo se desprende del lenguaje. Por eso muere.
El hombré habló así.

Desconfiad siempre de la persona que ostente una posición de poder, pues sus palabras serán mentiras, su verdad será la mentira, su voz estará hueca.
Tratará de convenceros de que le necesitais, de que no os podreis dirigir si no es a través de las correas que os atará al cuello.
Pondrá los precios que le convenga a vuestro trabajo, a vuestras ideas, a vuestro tiempo, y siempre será a la baja, pues la persona que está en una posición de poder siempre querrá más.
Dirá que sus leyes son las más humanas y las más justas, que deben ser respetadas por todos, salvo por él mismo, pero esto último jamás lo pronunciará, pues la persona que ostenta el poder justifica el estar en dicha posición por defender vuestros intereses por encima de los suyos.
Recordad que siempre miente.
Que esa persona suele llamarse político, banquero, empresario, policía, sacerdote, juez, consultor o gestor.
Lo común a todos es que han hecho del lenguaje un siervo más y no su ser.
Que se nombran a sí mismos defensores, que se creen ellos mismos los garantes del orden social. Pero sólo miran por sí mismos.
Durante todas las épocas históricas, fueran cuales fueran los materiales que expresaran los valores más importantes de ese momento, las personas que ostentaban el poder siempre se los han quedado para sí: La cultura, la tierra, el tiempo, el dinero, el cuerpo.

Así, con su ignorancia no enmendada a lo largo de siglos, las personas en el poder permanecen solas, porque el poder es otra cosa más que ensancha el vacío constitutivo del ser humano.
Porque acaparan y precisamente por ello no saben compartir.
Al final la muerte les espera, como a todos, pero morirán ya apagados. Ahorradles ese sufrimiento. Compadeceos de ellos, ya que Nietzsche definió la compasión como el mayor desprecio que se le puede hacer a un ser humano. Y después matadles.
Que su sangre inunde vuestras manos, pues sus leyes sólo pueden ser borradas con su sangre, ya que con la vuestra las escribieron ellos.
Os arrebataron lo más íntimo de vosotros.
Os robaron vuestro nombre y os impusieron el suyo.
Os quitaron vuestro cuerpo para moldearlo según sus cánones, con el fin de convertirlo en una máquina de obediencia ciega.
Encarcelaron vuestro deseo y lo sustituyeron por vuestro trabajo.
Poco a poco las migajas que os fueron concediendo y por las que vuestros ancestros murieron os las están arrancando de nuevo.

Ellos son odiosos. No merecen la vida, puesto que sólo ejercen la muerte.
Tienen tanto miedo que necesitan de policías y soldados que les protejan, que sieguen vuestras vidas para preservar miserablemente la suya.
Mientras vuestros hijos mendigan, los suyos se colman en un éxtasis de exceso material.
Mientras os desnudan, se visten con mil capas de vuestras prendas.
Mientras os deshaucian, subastan vuestro hogar o lo dejan pudrirse vacío y sin vida, enmoheciendo bajo capas de polvo.
Como ellos. La persona que ostenta el poder siempre es vieja.
La mayoría de las veces su cuerpo también será viejo, anquilosado de canas y arrugas, de calvicie y dientes postizos.
Las pocas personas en el poder jóvenes de cuerpo, siempre son viejas de espíritu. Temen al mundo, temen los cambios porque temen la vida.
¿Queréis ser gobernados por un ejército decrépito? ¿Queréis que la senilidad decida vuestro futuro, vuestras condiciones de posibilidad de devenir humanos, que impidan desarrollar vuestra rabia para crear vida?

Vosotros les manteneis allí.
De vosotros nace su poder.
De vuestro acuerdo tácito, de vuestro silencio, de vuestro asentimiento.
Habéis hecho vuestro su miedo y creeis que perdereis lo poco que teneis.
Abrid los ojos del corazón.
Nunca habeis tenido nada. Vuestros objetos no son vuestros, no sois vosotros.
Sois esclavos de su miedo y de su fachada.
Mereceis algo mejor, siempre lo habeis merecido.
Mereceis no suplicar por estudiar ni por ser cuidados, pues vosotros sois el Estado. No ellos.
Mereceis no asesinar vuestra vida por un hogar.
Mereceis desplegaros y devorarlos pero no para ocupar su sitio, sino para demoler su trono.
Mereceis mirarles por encima del hombro, pues vosotros sois los grandes.
Mereceis cuestionarles y arrinconarles.
Mereceis su muerte como la única disculpa válida por sus excesos.
Vuestra ética ha de ser la ética del deseo (lo cual no quiere decir ética de satisfacción del deseo. El deseo es deseo porque siempre está insatisfecho) y no la de trabajar para ellos.
Cuanta más violencia ejerzan contra vosotros, más razón de ser os están dando.
Cuantas más cargas policiales os dirijan, mejor lo estaréis haciendo.
Los policías y los soldados de verdad son los que se alzarán a vuestro lado. Los que se cuestionan y cuestionan su esclavitud.

Os llamarán anarquistas y antisistema. Pero sabeis, como bien decís, que es el sistema el que es antivosotros.
Os gritarán que sois antisistema. Pero ellos no saben lo que es un sistema. Un sistema es cooperación entre las distintas partes que lo componen. Un sistema integra una ética y permite el desarrollo subjetivo y único. Acepta las minorías. Respeta a las personas. Distribuye su energía (riqueza) de la misma forma entre sus componentes. Ellos son los antisistema, pues ellos no defienden ningún sistema. Sólo su propio egoísmo, sólo su propia satisfacción.
Y les manteneis allí.
Pero podeis destrozarlos cuando queráis.
¿Acaso hemos perdido la humanidad con los objetos y la novedad?
¿Acaso no sangraremos por un rayo de luz, por una gota de agua, por verles temblar, por sentir sus lágrimas?

La anarquía no significa sin leyes, sino gobierno de sí. Las propias leyes. Leyes éticas.
La anarquía no significa sin poder, sino poder distribuido de otra forma, respetando al sujeto.
La anarquía es una utopía, pero vive Dios que las utopías mueven el mundo.
La anarquía es vuestro impulso, no vuestra meta.
La meta debe ser su muerte.
La meta debe ser vuestro renacimiento.

Así murió el último filósofo del mundo.
Así murió el único político del mundo, el que jamás quiso el poder que tenía, que no lo ejerció salvo para matarse a sí mismo.
Y quizá con ello comenzara a dar vida a otras personas, a otros movimientos, a otros cuerpos.

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