sábado, 9 de junio de 2012

De la belleza humana

Una grieta. En la voz o en el pecho.
Da igual mientras no sea perfecta.

Es lo que se me viene a la mente mientras guardan mis palabras un gin tonic de bombay sapphire a mi izquierda y un narguile afrutado de fresa y frambuesa a mi derecha.
Una grieta. Una arruga. Un pequeño lunar. Un granito. Estrías.
Todo eso debería habitar la piel de cualquier mujer que dijera ser bella.
Todo eso es lo que, en un mundo equilibrado, en un alma humana, es lo que debería encender la libido, lo que debería alimentar la lujuría.
Lo que debería llamar al amor.
Pues el amor es ese gran artista que crea la perfección de las cosas imperfectas, que traza la arquitectura de los recovecos desiguales.
Tal vez por eso me gusta Escher. El pintor de las matemáticas que, guiado por la perfección aritmética, por la rectitud algebraica, muestra a los ojos el caos desordenado de las perspectivas puestas una junto a otra, de las progresiones aparentemente simétricas que se expanden en aves, serpientes y leones imperfectos.
Igual que Picasso, que muestra que, si vemos todo a la vez (perspectivas, movimiento, color...), el conjunto es imperfecto, asimétrico, cojo, pero a la vez pleno y repleto.

Lo que conmueve el corazón de los hombres, lo que estruja el alma de las mujeres en una vorágine emocional, siempre es la imperfección.
Las curvas luminosas y la refulgente niebla informe de las auroras boreales.
El movimiento desigualmente rítmico del océano Atlántico frente a la playa de Bolonia.
Las elipses sinuosas de un sendero a través de un bosque de pinos.
Las caras desemejantes de las piedras del camino, de las rocas de las montañas.
La Naturaleza es imperfecta. Tal vez por eso tratamos de retornar a ella.

En un mundo de leyes que justifican el orden afirmando que es lo único que da seguridad, la transgresión es de las pocas cosas que nos hacen sentir vivos y que ordenan de verdad nuestro interior.
En un mundo donde el ideal arquitectónico es un rectángulo perfecto, un cuadrilátero simétrico, Frank Gehry es considerado un artista y un innovador (cuando sus curvas siempre son la norma de la belleza).
En un mundo donde los cuerpos tratan de adaptarse a un molde injertándose plástico, recortando grasa hasta obtener la perfecta línea de músculos, pechos o glúteos, se le llama perversión a la pornografía que ensalza los pechos planos o caídos, los glúteos generosos o los vientres prominentes.

La música que es realmente bella es la música que sorprende, y sorprende porque es imperfecta. Porque cambia de ritmo y de tiempo, cambia de tono y sigue siendo armónica, cambia por el sonido de diferentes instrumentos que se van añadiendo, de diferentes voces que la van coloreando. Más y más matices que jamás llegan a cubrirlo todo, que jamás alcanzan la perfección. Pero la insinúan. La perfección a través de la imperfección. La primera es siempre una sombra de la segunda.
La poesía es bella porque jamás lo dice todo. No es que no pueda (que no puede), es que no quiere. Y eso que asoma, pero que no se dice, eso es lo que nos estremece y nos emociona.

Tal vez por todo eso me siento atraído hacia su cuerpo. Ella dice que es imperfecto, que es feo. Pero mi lengua no puede esperar a ver qué sabor se oculta tras los pliegues de su piel, mis manos apenas pueden contenerse para apresar el saber que se esconde detrás de la imperfección curva que delinea su silueta.
Tal vez por todo eso espero que ella sienta algo semejante cuando abraza mi cuerpo redondo y agrietado, oscuro y desigual.

Buscamos la imperfección mientras la negamos. Es otra de las paradojas del espíritu humano.
Añoramos la Naturaleza y la concebimos como un ideal.
Nos tienta el caos y la transgresión.
Nos define la diferencia e inventamos el lenguaje como una forma de mantenerla siempre presente e inconciliable. Pues nombrar es diferenciar y no existe un mundo humano si no está construido de nombres, de diferencias.
El poder también se alimenta de la diferencia, y el deseo, y las sociedades y culturas, y la literatura. La humanidad, en fin.

Detrás de la supuesta ciencia que trata de apresar el estudio del alma, de la mente o el carácter, que trata de hacerlos perfectos y habitados por leyes y reglas para así poder controlarlos, subyace ese postulado psicoanalítico (como un susurro estridente) que afirma que si somos algo, somos nada.
"No somos nada". Frase que siempre se invoca ante la presencia de la muerte. Como siempre, la verdad suele estar detrás de las cosas que no se piensan, que sólo se dicen.
Somos nada. Por eso creamos cosas para tapar dicha nada.
Creamos lenguaje y relaciones, creamos conflictos y deseos, creamos arte y política. Creamos ética. Nos creamos a nosotros mismos.
Y, como siempre pasa con todas las creaciones, ninguna es perfecta.
Creamos nuestra sexualidad y, a partir esa creación imperfecta, creamos la expectativa de un otro que encaje perfectamente en nuestra creación.
Sucede que nunca lo logramos.
Pero nuestra nada es infinitamente más sabia que lo que creemos que somos. Y nos permite crear el amor.
El único delirio que es capaz de soldar dos imperfecciones que se han creado a sí mismas. Ya sea por un día o por mil vidas.

Así nos sentimos atraídos hacia la imperfección, de tal forma que llegamos a juzgar como perfecta una imperfección enorme (el océano, la naturaleza, el arte, la persona amada).
Y así creamos la belleza.
Desde la imperfección.
Lo imperfecto, lo incompleto, lo distinto, nos conmueve y nos impulsa.
A eso le damos el nombre de belleza.
Toda belleza es coja, porque nosotros cojeamos.

No importa.
Aún podemos creernos lo contrario.
A eso lo llamaron amor.

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