miércoles, 13 de junio de 2012

Los aullidos de la hiedra

Distraídos del destrozo
miramos.
Y sólo vemos nuestro cuerpo,
un despojo
de lo que una vez fue reino y cielo,
luz y fuego.

Los hombres están llorando
frente a un cristal de piedra
que refleja
ideales de cartón, utopías de papel.
Las lágrimas los deshacen
en un charco que contuvo algo,
quizá palabras, quizá doseles
que invitaban al descanso.
La hiedra sigue reptando.

Del gris al negro, del negro al tiempo.
Triste, triste danza.
Los ojos sangran, las manos duelen.
El corazón es un vacío que se hace
eternamente presente.
Aúlla la hiedra mientras la podan.

Arrancada de la pared
deja una iamgen de desnudo.
No el desnudo apetecible del cuerpo
que los amantes se disputan con los labios,
tampoco el desnudo inocente del niño
antes del baño,
sino el desnudo de la muerte.
De la cal de los huesos acumulados,
del mantillo irrenunciable de la piel.
Pared desnuda
muerte segura.

No es en la falta de todo
sino en las prisiones de tinta
donde se agostan las almas,
donde se pierde la risa.

Tinta y números.
La inmortalidad, una hoja de papel.
Frágil, vacía, extremadamente delgada.
Eso es la voz del cuerpo
encadenado al cuaderno.

Muere la hiedra y aúlla.
Aúlla por la pared que pierde,
por el sol que ya no acaricia,
por las semillas que quedan desguarnecidas
y que serán el alimento de las moscas.

Aúlla porque la savia que salpica el hacha
le hace ver que fue ella la que se durmió
sobre la guadaña,
que no le importó sguir dormida
mientras bebía engaños y patrañas,
mientras le prometían calidez perpetua,
inmortalidad como derecho, pared eterna.

Distraídos del destrozo
miramos.
Y vemos nuestro cuerpo de hiedra
acuchillado y moribundo.
¿En qué momento la sangre se transformó en tinta,
el alma en números, la risa en piedra?

Caen los hachazos y aullamos.
Aullamos por lo que hemos perdido
y que jamás pudimos aceptar
que nunca fue nuestro,
que nunca nos había pertenecido.

Aullamos por nuestra sangre de tinta
que se derrama sin formar palabras
ni recuerdos, ni vida, ni historia.

La pared desnuda tiembla,
el hacha que descuartiza disfruta,
la hiedra aúlla.
Y queremos seguir creyendo
que aún estamos dormidos
mientras aullamos despiertos.

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