miércoles, 3 de septiembre de 2008

Libertad = Desesperación

Aún siento el sabor metálico del óxido en la boca. Es consecuencia de romper cadenas con los dientes.
Cadenas viejas, pesadas e inevitables.
Si te digo la verdad, no sé si merece la pena.
De qué sirve que los dientes desgarren metal si su regusto oxidado te envenena el alma.
O te quedas prisionero o te vuelves loco siendo libre.
El problema estriba en que una vez que eres consciente de tu cautiverio no te quedan más opciones que tratar de escapar o vivir deshaciéndote en alaridos de agonía al darte cuenta de qué lugar ocupas, de que eres sólo el final de los grilletes y aceptar eso acaba con tu ánimo y tu vida.
Así que si no te suicidas, muerdes y desgajas metal que va oxidando tu corazón.

Elegí ser libre y entonces empecé a tener miedo. Elegí decidir y me aterroricé al imaginar lo que podría perder con cada decisión.
Miedo de tener que elegir y no tener más remedio que hacerlo, miedo de perder, miedo de vivir, miedo de respirar por temor a que la próxima bocanada sea vacío.
Para ser libre sin oxidarte no hay que tener miedo a perder nada, por eso los auténticos hombres libres son los que no tienen nada que perder. Los desesperados.

La sociedad actual equipara metas morales con objetos materiales. Por eso tenemos miedo de decidir, porque podemos perder cosas que socialmente nos acercan a la felicidad, a la verdad o a la salvación; o bien podemos perder recursos que nos permitan obtener dichas cosas como trabajo, prestigio social o autoestima, todos productos o externos o reflejos internos de lo externo.

Tánatos se apodera de los que nos pasamos la vida masticando metal y no logramos desposeernos de lo que nos da miedo perder y jamás seremos libres porque mientras mordemos y tragamos, luchamos contra tánatos.
El impulso autodestructivo es el que logra los ideales utópicos. Si orientamos nuestros deseos a consumirnos en una vorágine de sufrimiento, en una hoguera sangrante y aullante de suicidio, qué no seremos capaces de hacer con lo que está fuera de nosotros, con los demás, con las normas, con la religión, con el mundo, con la existencia colectiva que idiotiza los sentidos y niega el final de la vida.
En la locura suicida del desesperado está la libertad genuina. La libertad conquistada sin condiciones, sólo porque es una meta en sí. Libertad ensangrentada, de vida marchitada por haberla absorbido hasta el frenesí del hedonismo. Libertad como derrota y masoquismo. Libertad sádica esculpida de la decepción. Libertad. LIBERTAD.

Somos aves fénix que no terminamos de consumirnos y, por lo tanto, no renacemos jamás.

La música manda:

Push (Matchbox 20)
Boulevard of broken dreams (Green Day)
Swanheart (Nightwish)

Más libros, más LIBRES

La conquista de la Felicidad (Bertrand Russell)

No hay comentarios: