martes, 20 de enero de 2009

El hombre de ceniza (I)

- ¿Cómo pretendes que me crea que eso es un arco iris? - Se asombró la doctora - ¡Es todo rojo!
El hombre de ceniza la miró enarcando las cejas y sonrió con ironía.
- No es rojo, es un arco iris normal, color arco iris. - Repuso con total seriedad.
La doctora apuñaló el dibujo con la mirada. El arco iris ocupaba el centro del papel y encima de él a los lados estaban pintadas dos bocas en un chillido silencioso, negras como el corazón de la verdad.
- ¿Eres consciente de lo que dices? - Preguntó la doctora - Mira, intento ayudarte, pero si no pones de tu parte, no puedo hacer nada.
- ¿Por qué me dice eso? Es un arco iris. Usted me pidió un dibujo y se lo he traído. Estoy tratando de trabajar como usted me dijo.
- Vale, te agradezco que te impliques en la terapia, pero no puedes decirme que es un arco iris normal cuando es todo rojo.
- Ya, pero es que no es rojo, es un arco iris normal.
- Está bien. ¿Qué significan esas bocas a los lados?
- Son dos bocas que gritan de frente y, por lo tanto, no se escuchan la una a la otra, van cada una por su lado. - Explicó el hombre de ceniza. - El mundo funciona así. Ahora todo el mundo habla de la importancia de la comunicación, pero es sólo teórica. No se comunican.
La doctora le sostuvo la mirada y guardó un silencio prudente.
- Mire, doctora, vine aquí buscando ayuda, pero, si le soy sincero, no sé para qué. Nací perdido, crecí ahogándome en angustia y moriré atrapado.
- Háblame de tus recuerdos, dime qué te angustia, cuándo te diste cuenta de que estabas perdido y por qué te sientes atrapado.
El hombre de ceniza cerró sus ojos amarillos, inspiró profundamente y se dispuso a descorrer la cortina oscura de la negación.

El niño gritaba.
El niño lloraba.
Testigo de violencia sexual hacia él, hacia su madre. Sin apoyo, sin palabras, sólo con la comprensión inevitable que dan la sangre y las lágrimas del ser más querido.
Pinceladas de gris y rojo destrozaban la identidad que jamás de construyó.

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