jueves, 10 de noviembre de 2011

El amor, la muerte y la esencia del ser humano

El amor es lo único que le da un toque humano a la muerte.
El amor humaniza la muerte.
Atravesados por la única certeza a la que estamos condenados los que no tenemos la fortuna de navegar entre la locura, nuestra última defensa es el delirio del amor.
Amor que es siempre ficción, pero, precisamente por ello, se vive con más realidad que lo real.
Y ante la muerte (que es lo mismo que decir ante la vida) el amor es el escudo ilusorio que nos facilitará que el encuentro ante nosotros mismos sea más soportable.
En el filo de la guadaña la muerte no siega almas, sino identidades. No corta la vida, sino que la implosiona para cada uno de nosotros.
El regalo final de ella es el mostrar ante nuestros ojos el agujero que hemos ido recubriendo de palabras y actos, que nos pertenece y nos define.
Y en el abismo insondable que somos sólo el amor colorea el viento que va produciendo nuestra caída.

"El problema es que queremos de forma diferente" me decía una mujer que velaba la muerte de su marido.
En otro tiempo, en otro lugar, detrás de un escritorio otras personas decían con otras palabras la misma idea.
¿Es el amor sentirme querido como me gustaría? No. Aparentemente está claro, pero se confunde con inmensa facilidad.
Deseo y amor van de la mano superponiéndose el uno al otro, cambiando sus rostros y marcando los nuestros.
Pero esta entrada no quiero que sea teórica. No quiero dar clases a la red de internet.
Que vuelen las palabras. Allá vamos.

Mi vida por ti. Le decía el cáncer al alma.
Y entre los párpados de su pareja el ser humano desgranaba su piel en poesías silenciosas.
Es el vacío el que provoca los besos.
En el encuentro de dos bocas siempre comienza el tiempo.
Así, besándola, no estoy entero pero de mis manos salen galaxias completas.

Pérdidas. Pérdidas.
De personas, de canciones, de momentos.
Nos deshojamos de ellos.
No me extraña que el hombre sea un otoño caminando.

Es la imagen que me devuelve su cuerpo
la que obliga a la muerte a acariciarme, no a raptarme,
a sonreír, no a morder.

En ese momento único que une la existencia con su ausencia
sólo la paz de lo que me regala ella, él, ellos
amortigua la nada.
Qué importa que no lo entienda
mientras lo sienta.

Los encuentros, como sus pérdidas
siempre son inexplicables
pero la marca que dejan en la existencia
es el lenguaje de una voz
humana,
ardiente.

Y entre las sábanas del hospital,
entre el pijama y las agujas,
el océano relumbra más que nunca.
Soy yo con mis padres
en la ola.
Con ella bajo el agua
haciendo el amor a los corales.

Ni la muerte puede robarme lo que yo he regalado.

Amor que estalla y mueve.
Juntos (en la memoria, en el tiempo, en el alma)
nos encontrará la muerte.

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