martes, 13 de agosto de 2013

Naturaleza humana: un esquema

Donde hay un hombre nace un grito.
Creo que eso es todo lo que comprendo
sobre la naturaleza humana.

El grito estalla alrededor.
Se quiebra y parece licuarse en silencio.
Sin embargo, ahí está, punteando con su sombra
la mudez de la espera.

Un hombre nace y grita.
Aullidos, vagidos.
Así acuchilla el tiempo al cuerpo que se abre a la vida.

También revienta el grito en palabras.
De esa forma parecería que nos comprenderíamos mutuamente.
Pero mis palabras no son las vuestras.
Mi grito es más tímido y más frágil.
Pues no soy más que un papel atrapado en carne.

Hacer algo con el grito.
Eso es lo que hemos llamado vivir.
Y lo transformamos en prestigio,
en nombre propio o en cariño.

Pero el grito me ciñe,
y retuerce mi interior
hasta hacer una cinta de Moebius
con lo que veo y lo que digo,
con lo que toco y lo que lloro.

El grito me atraviesa.
Soy un hueco sonoro,
un desgarrón ululante.

El grito.
Música.
Por encima de todo, por encima de todos.
Música.

Poema sinfónico de la existencia.
Un grito.
Y a partir de ahí, el resto.
Y a partir de ahí, la ausencia.

El grito me fija en la superficie.
La de mi cuerpo y la de la angustia.
Es una cascada infinita
que fluye en horizontal
hasta alcanzar en su límite
la silueta de la vocal.

El grito me abre la boca
y me raja la entraña.
El grito me explota la garganta.
Pedazos de mi cuerpo,
una vez unidos, efecto del grito,
sólo una cicatriz que camina.

Entrelazar mi grito con el vuestro
siempre ha sido un desafío.
Porque siempre es una disonancia
que un sostenido albergue un espacio.

El grito. No me queda más remedio
que hacerlo mío.
Ha recorrido mi sangre y ha evaporado mi sal.

En ese viaje atemporal que el grito
me ha proporcionado, descubro
la naturaleza del silencio.
Es una singularidad cuántica
donde cada grito es anulado por su frecuencia contraria,
procedente de una laringe distinta.

Entonces el silencio es el mosaico de todos los gritos
pronunciados, proferidos, aullados
en cualquier tiempo de cualquier lugar.

El silencio son gritos abrazados.
El silencio son gritos fundidos.
Y no puede romperse nunca.
Lo creemos así porque escuchamos
solamente los gritos que reflejan el nuestro.

Donde hay un hombre nace un grito.
Se une al silencio, música de los gritos.
Sólo puede ser oído por otra garganta
que lo refleje.
Y eso, musicalmente, constituye la armonía.

El hombre es música.
Porque el hombre es un grito.
Un grito, una nota.
Una nota, un recuerdo, una hazaña, un encuentro.

Si la vida es grito, ¿la muerte no será su desaparición?
Eso sería demasiado fácil y demasiado triste.
Prefiero sentir que sólo es un cambio de registro.
Un sonido puede mudar en letra. Es la escritura.
Un grito podría mudar en tierra y volverse materia.
La muerte es el proceso que escribe lo real.

Donde hay un hombre nace un grito.
Donde muere un hombre nace una letra.
Letra que no es símbolo.
Sólo puro trazo en la piedra.
Así muere el hombre.
Así permanece el grito.
Congelado.

Creo que esto es todo lo que puedo decir sobre la naturaleza humana.

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