sábado, 5 de abril de 2008

El Filósofo

Cuando el sol se enterró en el horizonte el filósofo descendió de la torre por la estrecha escalera de caracol. A la luz del crepúsculo solía encontrar preguntas a las respuestas, no en vano la naturaleza del hombre comienza a comprenderse en sentido inverso.
Paseó por la ciudad abandonada como llevaba haciendo desde hacía una eternidad, noche tras noche. Sólo estaba él, la única presencia entre colosales palacios de papel, inmensas mansiones de palabras y monumentales rascacielos de corazones. Solo, sin nadie.
Quizá se habría vuelto loco si hubiera habido alguien que le reconociese como tal, pero la locura en solitario no deja de ser sino simple y llano sentido común.
Entre monólogos y respuestas preguntadas en su mente llegó al Muro.
El Muro formaba una grandiosa espiral gris, era un dragón infinito enroscado sobre sí mismo millones de veces, y estaba forrado de azulejos de plata pura. En cada uno había grabada una frase, allí estaban todos los idiomas del mundo incluso los que aún no se conocen. Cada frase constituía la pregunta que el filósofo había logrado responderse ese día.
El tenía todas las respuestas, pero debía esculpir todas las preguntas para que no se volatilizaran al pronunciarlas.
El filósofo se apróximo al último azulejo del muro, el que marcaba el centro de la espiral y, por tanto, su origen y sacó de su amplia túnica un cincel de diamante y un martillo de platino.
Cuando acabó su trabajo podía leerse la última de las preguntas "¿Quién soy?"
Guardó sus herramientas y volvió a la torre, a su espalda la luz de la luna hacía brillar El Muro de plata como si fuera una galaxia repleta de estrellas.
En la torre había alguien.
- ¿Hola?
Silencio.
- ¿Hola?
Ruido de pasos. La puerta de enfrente se abría.
Se encontró cara a cara con su propia imagen. El mismo pelo cano, los mismos ojos grises, la misma perilla incolora, hasta la túnica era idéntica.
- ¿Quién eres? - Inquirió el filósofo
- No soy tú. - Respondió su doble.
- ¿Ya ha finalizado mi tiempo?
- Sí, ya lo sabes todo. Ahora tienes que olvidarlo. No te preocupes, yo ocuparé tu lugar.
El doble del filósofo subió por la estrecha escalera de caracol dejándole solo, como siempre había estado.
Se acabó.
El filósofo volvió al Muro para comprobarlo. Era cierto, los azulejos estaban lisos, como acabados de colocar. No había frases, no había preguntas y, por tanto, no había respuestas.
Amanecía. El filósofo abandonó la ciudad y cuando los rayos del sol tocaron su persona se desintegró en mil preguntas.

El médico sostuvo al recién nacido boca abajo mientras le daba un azote en las nalgas. El último recuerdo del filósofo se desvaneció con el primer grito del llanto.
- Enhorabuena - dijo el médico a los preocupados padres. - Es un niño.
Era un niño. El filósofo por fin había logrado nacer.

La música manda:

Fallen Angel (King Crimson)
Expresso Love (Dire Straits)
Lamento Eroico (Rhapsody of Fire)

Más libros, más libres:

El Rey Lear (William Shakespeare)

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