lunes, 21 de julio de 2008

El hombre que no tenía cara

El hombre que no tenía cara se acercó a él despacio. Un paso tras otro, marcando el ritmo al andar, lento. Se puso a su lado.
El temblaba y, al mismo tiempo, un pozo de vacío se le abría en el pecho, no podía controlar las lágrimas que gritaban preguntas y nombres y que le surcaban el rostro como si un ojo fuera el Tigris y otro el Eufrates.
El hombre que no tenía cara le puso una mano en el hombro y lo comprimió suavemente.
El siguió llorando sin atreverse a mirarle y entonces todos los sucesos tristes de su vida se abrieron camino en su conciencia. Recordó todos los deseos que nunca llegó a conseguir, todas las humillaciones que sufrió, todos los desamores, las decepciones, las muertes. Toda la tristeza. Comenzó a acariciar la idea del suicidio como algo más que aceptable, como algo confortable.
- ¿A qué has venido? - Le preguntó desesperado al hombre que no tenía cara.
Silencio.
- Me duele el pecho al respirar- Continuó él. - Mis ojos arden de tanto llorar, mi cabeza se embota de melancolía. ¿Qué me está pasando? Siento que mi alma agoniza y no lo soporto.
Se giró para observar al hombre que no tenía cara y cayó de rodillas ante el espanto y la comprensión.
- ¿Qué coño es ésto? No puede ser. - Aullaba mientras lloraba a mares. - Las cosas que no... A veces, tal vez... Yo... Pude...
Las palabras que pronunciaba se tornaban en un galimatías sin sentido, hasta que sólo los gemidos salieron de su boca. Gemidos tétricos, ansiosos de compasión, pero solitarios. Gemidos de la más absoluta desesperanza.
El hombre que no tenía cara le tumbó en el suelo y se sentó a su lado tomándole la mano. Esperaba.
El seguía llorando y gimiendo como si lo único que hubiera hecho en el mundo desde su nacimiento fuera eso.
Intentaba entender que el hombre que no tenía cara era él mismo. Donde habría debido de estar su rostro sólo quedaban dos cuencas oculares de un negro tan terrible como el luto.
Intentaba entender que ese ente que era él también había tenido cara hacía tiempo, pero intuía (no sabía cómo, pero así era) que ese ser no había dejado de llorar desde que existía y que las lágrimas le habían consumido los ojos y habían borrado nariz, labios, arrugas y lunares dejando un rostro liso e infinito como un desierto de huesos pulverizados.
El hombre que no tenía cara quizá simbolizara su parte más indefensa. Sin embargo sabía que era algo peor que la muerte. El hombre que no tenía cara era la TRISTEZA.
En cuanto esa luz atravesó su comprensión, el gemido más intenso y doloroso se le quedó trabado en la laringe como una flecha empapada en fuego.
El aire dejó de entrar en sus pulmones.
Se asfixió con sus propias lágrimas.
El hombre que no tenía cara le cerró los ojos desencajados por el miedo y el dolor, le besó los labios y le lamió la última lágrima que colgaba de las pestañas inertes.
Se volvió hacia el espejo que le vomitó el reflejó de un hombre sin cara, con una lágrima solitaria deslizándose eternamente sobre la faz pulida por millones de ellas.

La música manda:

Tribute (Tenacious D)
Icarus Dream Fanfarre (Yngwie Malmsteen)
La Calma (M Clan)

Más libros, más libres:

La invención de trastornos mentales (Marino Pérez y Héctor González)

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