lunes, 1 de marzo de 2010

La podredumbre también tiene olor dulzón

Hablaré del cambio. Del imposible y del ilusorio. De la tremenda dificultad que han (estamos) sembrado (sembrando) para conseguirlo.
Hay un susurro encerrado en mi corazón. Con la sístole auricular se libera empapado en sangre, llega a mis pulmones y junto con la inspiración va subiendo por mi garganta, engordando entre mis cuerdas vocales. Al final, con la expiración, el susurro ya no es tal, sino un grito inmenso. Un grito Universal.
Ese grito tiene el sabor de una pregunta desesperada.

¿Qué ha pasado? Pasé mi infancia entre Bastian y Fujur y, en clase, la pasé escuchando loas y parabienes a la democracia. En las noticias seguían sin creerse que ya no hubiera un dictador. Cada cuatro años pareciera como si el mismo Dios fuera a bajar del cielo, colas kilométricas en los colegios electorales, calles empapeladas de fotos de los futuros mesías... Casi era un pecado no ir a votar.
Y mis padres inculcándome el trabajo que costó el "voto libre", "la constitución", la fortuna que toda mi generación había tenido de no haber padecido una represión dictatorial que robaba muchas veces el alma y, algunas, hasta la vida.

Ahora soy adulto. El único pasado que conozco es el que he vivido y el presente que toco no es nada agradable.
Después de reflexionar durante años, al final sólo llego a una conclusión lógica que no por obvia deja de ser ominosa: El sistema está pervertido.
¡Oh, qué novedad!
Sí, el sarcasmo es mi religión. Sin embargo, la diferencia está en que siento en mi interior la perversión exterior.

La generación anterior presume de su lucha en la sombra y de los objetivos logrados. Y no dejan de recordarnos lo muchísimo que les debemos (bien sea literalmente a través de sus palabras, bien sea a través de series televisivas que nos cuentan el pasado según un único prisma, o mediante películas que recrean la vida de personajes ilustres a la hora de la transición).
Como somos muy bien educados les decimos "gracias". "Muchísimas gracias por obtener una libertad que no es más que la perversión de vuestras ilusiones y la ilusión de vuestras perversiones".
Qué suerte hemos tenido de no padecer una represión dictatorial... Sí, una suerte condenada.
Es lo prohibido lo que da el aguijonazo a la motivación, lo que hace que el deseo se forme y reivindique.
Es la norma visible y bien delimitada (impuesta las más de las veces) la que hace que busquemos un cambio, la que nos otorga la necesidad de libertad y los ideales sociales.
Eso lo tenían nuestros padres con la dictadura. Lo prohibido, la norma inquebrantable. Y, por tanto, el deseo crecía y crecía, las ansias de libertad formaban ideales que prometían utopías verdaderas.
Lo simbólico encauzaba lo real y lo imaginario en la forma más sana de neurosis.
Cuando murió el dictador, los ideales eclosionaron.

Y nos dejaron los despojos y lo aborrecible.
El movimiento pendular siempre es extremo. De un lado hemos pasado al otro.
Tratan de convencernos de vivir en una sociedad que es la opuesta a una dictadura. Y lo es. Lo es porque en la dictadura no se permitía nada, pero ahora se nos permite todo. Eso es la democracia y el capitalismo y el libre comercio y la sociedad del bienestar. La permisividad absoluta. No hay normas (sólo sombras de normas en forma de leyes). El deseo es libre de ligarse al objeto que quiera cuando quiera.
Los grandes artistas y los grandes filósofos coinciden en que los extremos se tocan. Es decir, nada es todo y todo es nada.
Todo está prohibido (nada está permitido): definición de dictadura.
Todo está permitido (nada está prohibido): definición de democracia.
Si nada es todo, todo es nada y los extremos se tocan, la democracia no puede ser más que una dictadura encubierta.
Y eso es así.
En la dictadura está legitimado cualquier medio de coerción (hasta la muerte) para mantener el orden establecido.
En la democracia no hace falta esa legitimación porque ¿quién va a ir contra el orden establecido si el deseo siempre está colmado? He ahí la perversión del sistema, de los ideales que lo levantaron.
Claro que un deseo siempre colmado sólo conduce a la apatía. En ese punto estamos ahora la mayoría de los considerados "adultos jóvenes". Los primeros hijos de la democracia.

Ahora, por favor, que alguien tenga la desfachatez de decirme que es más fácil el cambio en una sociedad democratizada que en una dictadura.
Al menos en la segunda estaban muy bien establecidos los límites. ¿Cómo se cambia algo que aparentemente es lo mejor que puede dar el sistema, la evolución máxima?.

Y esa perversión se extiende a todos los ámbitos. Sólo puedo hablar de lo que conozco (que es la salud mental), pero también sucede (lógico, la sanidad pública toca justo con los estamentos gobernantes). Ahora está muy claro que los psiquiátricos antiguos cronificaban y eran indignos de la persona. Sin embargo a ver quién se atreve a afirmar que este deshecho heredado de la "reforma psiquiátrica" cronifica y también es indigno de la persona. Aunque sea verdad. La verdad es lo de menos.
Vivimos en la era de lo políticamente correcto, todo el sistema está montado para pervertir. Incluso los argumentos que emplea el sistema te dicen a la cara que precisamente están haciendo lo que propones con tu crítica. "Claro que si se enfoca así, el sistema sanitario cronifica. No obstante, como estamos invirtiendo en más recursos sociales (ambigüedad), más formación (a favor del stato quo) y nuevos dispositivos (lo que crea conveniente el político de turno sin plantearse las consecuencias éticas) solucionamos la cronificación".

Esta es nuestra herencia. Realizar el cambio imposible. En la dictadura sólo había que esperar a que muriera el dictador, pero ¿ahora? A un presidente perverso le sigue otro, el sistema se retroalimenta y autorregula.
Nuestra tarea es hacer transparente lo que todo el mundo sabe implícitamente.
Hay que admirar lo maravilloso de la perversión del sistema porque cuando ves que el sistema está pervertido y lo dices, lo único que recibes como respuesta (si es que recibes alguna) es "¿y qué?". No provoca asombro, ni insight, ni sorpresa, ni inquietud. No provoca nada (en todo caso, una leve y agotada resignación).
¡La gente lo sabe y le da igual!
¡Ni siquiera haciendo explícita la perversión se logra la movilización!
Es admirable.
Y terrible.

Podemos cambiarlo.
Focault decía que todo lo que se construye históricamente se puede destruir políticamente. Yo tengo la esperanza de que esa sentencia sea bidireccional y que todo lo que se construye políticamente se pueda destruir históricamente.
Podemos cambiarlo.
Pero la estrategia no debe ser la empleada contra una dictadura (la formación de grupos rebeldes, la revolución grupal, no sirven de nada. Para empezar ni siquiera tienen sentido).
El cambio ha de ser individual. Busquemos conscientemente lo que nuestro inconsciente nos señala a cada instante, un deseo que no se sacie. Pongamos las miras en algo más que en un objeto tangible.
Enseñémosles a los que nos arrebataron lo simbólico que aún tenemos lenguaje.
Lenguaje para construir ideas, pensamientos, para expresar sentimientos y cubrir de utopías individuales la "cosa en sí" de la democracia o del sistema.
Lenguaje para nombrar no un nuevo mundo (el mundo siempre será el mismo), sino una nueva vida. Mi vida. TÚ VIDA, donde sólo tú te gobiernas.
Lenguaje para describir y experimentar la muerte, la rabia, el amor, la primavera.
Lenguaje para decir "Basta" y hacerlo REAL.

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