domingo, 7 de marzo de 2010

Nunca he querido competir

Nunca he querido competir.
Los triunfos de los demás son mis derrotas. Mis triunfos son mis derrotas. Mis derrotas son mis derrotas.
Nunca he querido competir.
Aunque fuera inevitable, inherente a la vida.
Nunca he querido competir.
Quizá para no explicitar el fracaso que late implícitamente dentro de la totalidad de mi ser.
A veces he pensado que no he querido competir porque eso me hacía diferente al resto, porque definía mi individualidad de una forma honorable. Pero, como toda moneda, tiene dos caras.
Nunca he querido competir por mi inseguridad manifiesta y ocultada. Por mi falta de talento. Por mi incapacidad para hacer frente a la autoridad. Por protegerme de mostrar mi fragilidad y mi incompetencia ante ojos ajenos. Por el miedo estrangulante a perder lo que aún no había ni habré ganado.

Llevo meses, quizá años, tratando de asumir las consecuencias de mi decisión. La soledad desoladora que me rodea y me atraviesa.
Dije alguna vez que los idealistas (entre los que me incluyo) eran peligrosos. No peligrosos para el bien social (ese es tristemente inamovible), sino peligrosos para ellos y los que les rodean.
El idealista acaba solo. Desterrado o esquizofrénico. Tanto monta monta tanto.

Y poco a poco abro los ojos ante la pérdida de una infancia demasiado fugaz como para haber podido atesorarla. La realidad que elijo no es otra que la del sarcasmo y la ironía, la que muestra en un impudor desangelado la crudeza que exige la vida como precio, la crueldad que la conciencia devora para mantenerte cuerdo (o loco).

Yo rehuyo la muerte y la vida me evita.
En un limbo de palabras desgajadas se instaura mi mundo, mi realidad que es cada vez más consciente de la pérdida que sufro.
Entre la silueta de una sombra disfrazada de mí pulsa una y otra vez, en un requiem de voces, la agonía que sólo puede ser producida por una afonía voluntaria.
No se puede decir todo.
No se debe decir todo.
Porque si se dice todo, entonces el mundo deja de existir. O tú dejas de existir. Tanto monta monta tanto.

Nunca he querido competir.
Lo cual no es óbice para estar vacunado contra los efectos de la comparación. Inferior a los que supuestamente eran tus iguales.
El miedo toma cuerpo. Se hace verdad. El temor a ver desde fuera el infierno melancólico que siempre vomito hacia dentro.
Un paso más hacia la muerte.
Un paso menos hacia la meta.

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