lunes, 7 de junio de 2010

De los cuerpos y la muerte

Voy a hablarte de la muerte. De la muerte y del sexo.

Me he dado cuenta de que, en realidad, soy un suicida.
Lo he visto en la manera que tengo de lanzarme a tus labios.
No te beso, sino que me tiro a ellos como de un acantilado. Y como en un acantilado al final me esperan la muerte y el agua.
Es cierto que trato de besarte con ternura, pero en el último momento siempre me abalanzo a tu boca desesperadamente. Y no te beso con mis labios, sino con todo mi ser.
Eres pura vida y el único regalo que se le puede hacer a la vida es otra vida.
Trato de darte la mía en cada beso.
Hablo de muerte y de suicidio porque en la fracción de segundo que nuestros labios se tocan, que siento tu aliento como una tormenta de emociones en mi rostro, que siento el calor de tu carne como el magma de un deseo, muero.
Quizá mi corazón siga latiendo (de hecho lo hace con más fuerza que nunca), quizá siga respirando (te respiro a ti), pero mi esencia, mi subjetividad se astillan entre tus labios y tu lengua.
He desaparecido en la humedad de agua que eres.
De agua es la saliva que me disuelve en ti.
De agua son las lágrimas que hierven mis ojos al separarme de ti.
Por lo visto, de agua es la muerte y el suicidio.
Y cómo me encanta morir frente a tus ojos. Cómo disfruto suicidándome una y otra vez contra tus labios.

Es esa muerte la que irremediablemente despierta mis ganas de vida.
Pero si te he besado, estoy muerto. Y un muerto no puede sentir la vida de forma idealizada y distanciada (como si aún viviera en ella). El muerto siente la vida en la biología. En la pulsión.
Es por eso que cuando me coses a la vida después de haberte besado, sólo puedo sentir un deseo brutalmente apasionado de tu alma y tu cuerpo. A esa sensación me han enseñado a ponerle el nombre de lujuria.
Pero es un millón de veces más intensa, un millón de veces más animal y un millón de veces más espiritual.
Te he dicho que estoy muerto. En el sexo busco, sin poder evitarlo, que me mates definitivamente (que muera mi cuerpo igual que mi conciencia). En el sexo busco, sin querer pretenderlo, que me vuelvas inmortal, que hagas que mi vida no se extinga nunca.
Porque tu cuerpo es mi muerte y mi vida.
Me atrae de una forma tan tremenda que comienzo a pensar si tu cuerpo no será mi propio sol.
Que desgarraría tu cuerpo a dentelladas de pasión, a sablazos de amor, para introducirme en él, para cambiarme por él.
Tan expuesto y tan secreto. Tu cuerpo es la incógnita de mi esencia.
Lo quiero tanto. Lo admiro tanto. Me vuelve tan loco ese lago de carne que es tu cuerpo que me arrodillaría frente a él para guardarle el debido respeto.
Tu cuerpo es el mapa de mis deseos.

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