domingo, 28 de noviembre de 2010

Sobre la ciencia y la vida

A través del tiempo se desquicia la verdad. Se deforma y se vuelve pegajosa como un chicle usado, sin sabor, elástica y blanquecina.
Eso traté de transmitir en aquel fatídico seminario de área. La imposibilidad de establecer una verdad cierta, la idea de que la ciencia ha de abandonar toda su pretensión de certeza inamovible que tanto la entronca con la religión.
Han sido meses duros y maravillosos al mismo tiempo. Es normal entonces que las personas enloquezcan tratando de conciliar los contrarios.
Así la ciencia enloquece también. En esa locura paranoica que la llena de matemáticas y cálculos supuestamente exactos y que le hacen perder la verdad de su esencia. Pues la ciencia surgió como ha surgido todo el saber humano, para entender la vida.

Pero a la vida no se la entiende. Se la vive. Maldita simpleza elaborada. Se la vive y sólo te das cuenta de haberlo hecho en las lágrimas arrolladoras de una sonrisa genuina, en las sonrisas inabarcables de mares llorados.

Vida.

Vida que calienta y da forma, que enfría y vuelve piedra lo que era arcilla animada.
Vida fundida en un abrazo mortal, pues todo tiene un final ya que una vez tuvo un comienzo.
Y en el cuándo donde vivimos actualmente no hicieron de nuestro miedo una ventaja, sino un arma vuelta contra nosotros.
No se puede vivir sin miedo porque no existe el miedo sin la vida.
El miedo como ventaja nos moviliza. Obliga a una actuación. Obliga a hacer algo para que desaparezca o para que se mantenga. Obliga a vivir con un puñal de amor entre los dientes. Obliga a desobedecer, obliga al enfrentamiento. Obliga al cuestionamiento de una autoridad fundada en la ignorancia de quien no vivió abrazado a una cintura distinta de la suya.
El miedo como arma vuelta contra nosotros inmoviliza. Obliga al silencio como forma deshonrosa de acatamiento. Obliga a una obediencia que no se quiere porque nunca ha sido buscada. Obliga al encapsulamiento de la imaginación y a la muerte de la esperanza. Obliga a la vida inerte de un hieratismo monocromático. Blanco y negro y gris, tan estáticos como las palabras que no se pronunciaron, como los besos que se guardaron dentro de uno y se convirtieron en pura hiel.
Pues la amargura antes fue libertad deseosa, amor etéreo, risa franca.

Y en la nueva forma de una ciencia sin vida y de una vida sin ciencia se desarrolla el miedo como arma.
Allí donde los números sólo sirven para aumentar el comentario de los que nunca han dicho nada, donde la vida sólo es entendida como la consecución sin límite de un deseo deformado, se encuentra el lago lechoso de un temor informe que no es más que la última advertencia desesperada del último resto de humanidad que nos queda.

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