domingo, 27 de septiembre de 2009

Ella

Tumbada en la cama piensa en sus acciones, en su vida.
La melena morena rodea su cabeza como un agujero caliente, anhelante; mientras sus manos retuercen las sábanas en un aullido háptico.
Y entonces es cuando sus ojos se disuelven en agua y sal.
Su llanto es vómito.
Vomita la primera caricia de su madre, el primer abrazo de su padre. Las decepciones con sus amigos y su familia, los besos de todas sus relaciones.
Vomita sexo y recuerdos, admiración y odio.
Y cuando ya está vacía, vomita por ella misma.

Y tiene el cariño de sus amigos, el amor de su pareja, el incentivo ardiente de su vocación. ¿Por qué no puede disfrutar?
Porque en su interior, arrinconado entre axones de neuronas y glóbulos rojos hay un abismo negro, oscuro y feo, que no se llena, que no se entiende. Que duele.
Allí late sordamente su pasión por la existencia, por el mundo y por la gente, agonizante tras años de vida y realidad social.

Ella no es nadie.
No se puede ser alguien en esta soledad desesperada.

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