miércoles, 7 de octubre de 2009

El Statu Quo

La naturaleza, Dios, el azar o el puñetero minotauro de Creta dotó al hombre con el regalo de la simbolización.
Con ella vino el inmenso poderío de dar valor subjetivo a objetos externos. Al principio fueron objetos básicos para la supervivencia, nimiedades como comida, refugio, abrigo, fuego...
Pero el ser humano tiene que distinguirse de sus semejantes para (valiente excusa) mantener su individualidad organísmica y cultivar egoístamente la perversión de su narcisismo primario. Por ello comenzó a valorar cosas que sólo eran necesarias para su onanismo ególatra. Y así se empezaron a valorar las sedas que no abrigan, pero cuyos colores son bonitos, fríos metales como el oro y la plata que no se comían pero cuyo cálido brillo helaba poco a poco el alma, pedruscos coloreados semitransparentes que no evitaban la muerte pero que habían de ser bautizados con nombres regios como esmeralda, diamante o rubí para no desmerecer al que los portaba...
Y muy pocos podían participar de los lujos y comodidades que poco a poco aparecían, ya que si no, se corría el riesgo de admitir que se era igual que el resto, se corría el riesgo de joderse la autoestima.
La exclusividad sólo tiene sentido en solitario.
La exclusividad es para los especiales.
Los elegidos de Dios.
Los nobles rellenos de sangre azul.
Los prohombres que dan trabajo esclavizando.
Los líderes imprescindibles sin cuyo gobierno el mundo se va al carajo.
Ellos jamás fueron del montón, aunque salieron de él, aunque de él depende su existencia.

Ojo, hay dos polos. ¿Qué pasa con el montón?

Siglos atrás se tenía la excusa del analfabetismo y la ignorancia para depositar el poder en otros seres que se vendían a sí mismos como dotados de la información y las agallas necesarias para tomar el timón de vidas que, en el fondo, consideraban completamente prescindibles y despreciables.
¿Pero ahora?
A medida que la sociedad se ha ido complejizando, el pequeño grupúsculo en el poder ha tenido que ir tirando migajas al perro de la plebe, entre ellas la educación hasta un cierto nivel. Curiosamente el necesario para creer que se entiende y se es libre, pero no tanto como para engendrar toda una turba de críticos sociales e inconformistas.
La cuestión es que desde que se inventó el comercio, el mundo está gobernado por un diminuto clan en la cima que dicen hablar por la inmensa mayoría, que administran los recursos, que deciden qué nación vive y qué nación muere.
Hemos tenido decenas de cientos de años para que ese clan permanente (que como buen sistema se retroalimenta y autorregula) complejice la vida y se lo monte de tal forma que nos hacen creer que pensamos nosotros cuando en realidad piensan ellos.

Estamos en crisis, por lo menos en el hemisferio occidental (en el otro siempre se está en crisis). Es un momento peligroso porque la gente puede tomar conciencia de lo podrido e inútil que es el gobierno y la estructura social.
Hay que evitarlo, pero ¿cómo? Con un golpe maestro digno de toda alabanza.
El sistema social posibilita, en esencia, dos salidas.
La primera, violenta, consiste en el suicidio, ya se encargarán los expertos en salud mental de encontrar alguna palabra vacía que mienta para decir que la causa estaba dentro en vez de fuera.
Tocándose en este punto, está la segunda. Menos violenta y bastante más aceptada socialmente.
Acuda usted a su psiquiatra o a su psicólogo.
Usted está triste, nervioso, no puede dormir. Usted tiene un trastorno mental (de origen biológico, no le quepa duda).
Bonita forma de decir que la falta de trabajo, la imposibilidad de hacer frente a los pagos, los deshaucios del domicilio, el hambre brutal que acecha por no poder COMPRAR comida... no influyen en la persona.
Así las estructuras de poder se mantienen en el mismo y se justifican (precisamente eludiendo la responsabilidad) y así permiten que la persona también se desresponsabilice (al fin y al cabo es un enfermo).
Así se convierten la psiquiatría y la psicología en armas de control social al servicio de un gobierno viciado y oxidado que prefiere la agónica muerte de su creador antes que ceder un ápice, fuera de toda ética, de toda moral.
La psiquiatría y la psicología se prostituyen. Mantienen el statu quo de riqueza y pobreza.
El psicoanálisis perfiló ésto, Foucault lo chilló para el que quisiera escuchar y la humanidad lo viene sufriendo desde que, por miedo, varias personas se juntaron y perdieron un poco de libertad (ahora esa pérdida crece exponencialmente).

Basta.
El Statu Quo siempre se mantiene por dos partes. Sabemos (o deberíamos saber) que el poder va a manterlo a pesar de nuestras vidas y nuestras almas (sacrificio glorioso), y encima intentarán hacernos creer que es nuestra elección.
¿Pero lo es?
Nosotros, el montón, ¿queremos mantener el Statu Quo?
¿No ha habido ya suficiente violación de nuestros valores como para devolver el golpe?
Si ellos pueden incitarnos al suicidio, nosotros podemos asesinarles.

REVOLUCIÓN, JODER. No revolución comunista, ni fascista, ni grupal.
Revolución interna e individual.
Estoy convencido de que si uno se gobierna a sí mismo jamás puede hacerlo tan mal como esta parodia de democracia lo hace con nosotros. jamás. JAMÁS.

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