viernes, 29 de enero de 2010

Sobre la muerte y el tiempo (I)

El tiempo me envuelve como el más suave de los vestidos.
Poco a poco, capa tras capa, se va desmenuzando y cae inevitablemente al suelo.
Los años, las horas, los segundos son hojas muertas que van formando una montaña en torno a mis pies.
Y el tiempo me va desvistiendo hasta que, desnudo, me tocará enfrentarme a la muerte.
Porque sin tiempo sólo existe la muerte.
Y cada capa que va cayendo, cada hoja que se va amontonando es una pequeña muerte. Quizá para que siempre sea consciente de mi propia desnudez.

Y el tiempo son los amigos que se van y la brecha que se abre en el pecho al no poder impedir la partida. Son los padres que mueren y que no puedes imitar. Son los besos de una mujer que ve en tus ojos el niño que eres.
El tiempo es todo lo que llega y no vuelve.

El tiempo, al vestirte, te engaña; susurrándote con los primeros segundos que no estás solo. Pero mientras se desprende de tu cuerpo como la costra de una sonrisa, sientes la punzante soledad que otorga la vida. Y yo me pregunto, si la soledad es la vivencia más propia de la locura ¿estoy loco? ¿Estoy loco por estar solo o estoy solo por estar loco?

y el tiempo se deshace en pérdidas de personas. Porque el tiempo es todo lo que te toca y no se queda. Es todo lo que te roza y te araña.
El tiempo me desnuda para entregarme a la muerte.
Y me entrega loco.
Y me entrega solo.

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