sábado, 18 de junio de 2016

Disecciones anatómicas de la soledad

I

Me aterran los sábados.
Más allá de las sombras
que constituyen mi espacio,
o precisamente por ellas,
me aterran los sábados.

II

Hay dos tipos de hombres:
los que están por nacer
y los que consumen la vida
intentándolo.
Todos los hombres vivos
tenemos un pie en cada lado
de esa frontera.

III

Imaginemos que en vez de piel, sangre y voz
estamos constituidos por lugares,
el del amor, el de la rabia, el del tiempo.
Entonces la soledad es el lugar de los lugares,
da el espacio a todos pero no es ocupado
por ninguno.
Nos habita y nos sostiene y, sin embargo,
cuando nos vemos abocados a ella
porque todo lo demás se ha derrumbado
ni siquiera podemos ocuparla.
De ahí el terror y la desesperanza.
Un lugar que nos pertenece pero
que nos rechaza.
La soledad, ese lugar vacío del que surgimos
pero que nunca podemos apropiarnos.

IV

No me preocupa caer en el torso de la muerte,
puede ser tan buen refugio como cualquiera.
Tampoco me preocupa el torbellino de sal
que en ocasiones entierra los ojos
ni la eterna grisura que define el corazón
de cada uno de los hombres.
Sólo me preocupa no sentir la pequeña
astilla clavada bajo la uña del meñique,
la diminuta espina incrustada bajo
los párpados
o el minúsculo grano de arena alojado
entre los dientes.
Ínfimas incomodidades que otros grandes
discursos han llamado "vida".

V

Siempre me ha parecido curioso
que lo más pesado sea precisamente
lo que jamás ha tenido materia:
el alma, el tiempo, las palabras,
la soledad, el amor, el vacío.
No deja tampoco de sorprenderme
que cuanto más pesados se vuelven
todos esos elementos,
más acaba uno siendo devorado
por su propio cuerpo.
No conozco otro camino
ni otra forma
de llegar a la muerte
y de morir.

VI

En este naufragio de mordiscos,
en esta hoguera de música,
en estos libros de cal,
en esta muda agonía de movimientos,
en estos atardeceres de roca viva
hay algo.
No sé qué es, ni siquiera si tiene nombre.
Sé que es algo porque existe un desgarro
de mi ser en cada trozo
de esa lista que no deja de proseguir
en estos aullidos de cristal,
en esta atmósfera de cuerpos,
en este pensamiento de agujas
en esta levedad de artillería,
en estos puntos suspensivos
...

VII

En un cuaderno deshojado
sólo hay restos y nada.
Cada uno es libre
de elegir entonces
su propia patria,
su propia sustancia:
o restos o nada.

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