domingo, 26 de junio de 2016

Una breve nota sobre los discursos

Una vez leí que un psicoanalista era aquella persona que detentaba un poder pero que rehusaba ejercerlo. Era una frase de Jacques-Alain Miller.
Fue una frase que tocó algo de mí. Pero eso no importa. No importa lo que las palabras toquen de uno. No importa. Y sin embargo, es lo único importante. Algo resuena en el propio cuerpo. Y ahí es donde puede emerger la ética. Pero eso tampoco importa. Como si la ética pudiera delimitar la frontera entre el Bien y lo Verdadero o entre lo pecaminoso y la nobleza. No hay ética compartida, sólo éticas solitarias. ¿Acaso no funciona como único límite el propio cuerpo sosteniendo ciertas palabras?
Todo discurso, sea el que sea, a la par que posibilita el lazo social (o lo que es lo mismo, a la par que atenúa la soledad), exige el derramamiento de sangre de los cuerpos humanos. Al final, en el límite, no hay discurso que no se sostenga con sangre. Creer otra cosa es opositar a la ceguera. Y ahí se incluye todo discurso ético, religioso, científico, político, tecnológico, filosófico o psicoanalítico.
No se trata de hacer una revolución para eliminar cualquier discurso (eso es imposible) o para cambiar de discurso (los efectos siempre son los mismos). No, se trata de saber que cualquier discurso se sostiene en su fondo con la sangre.
El discurso devora cuerpos humanos puesto que los cuerpos humanos son los únicos que se forman con las palabras, que a su vez es la única materia sustancial de cualquier discurso.
Por lo que se refiere al ámbito humano palabra y sangre son indisociables. La una es el reverso de la otra, una es el origen de otra y otra es el origen de una.

Más allá de eso lo ignoro todo.

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