sábado, 11 de junio de 2016

Poesía sangrienta (I)

I

Va marcando su cuerpo.
Da igual si con cuchillos o palabras.
El resultado es el mismo.
Un reguero de sangre que forma
siempre la misma voz.
Lo más importante
es no comprender nada.

II

Desgajar del cuerpo las palabras.
No se me ocurre mayor acto sangriento.
Eso es vaciarse de vacío
y quedar habitado solamente
por lo único que llena.
Trazos de venas,
sombras de vísceras que enseñan
un respeto a lo sagrado:
el acto de mutilación.
Separar algo de la imagen de uno
necesariamente es heroico.

III

Todo el problema de la psicoterapia
y el cuerpo es no comprender
que se trata de eviscerar
lo inmaterial.
Tal vez es la lluvia de sangre
lo que hace existir a las palabras
de la misma forma que un discurso
sólo se sostiene mientras puede
devorar, aplastar, hacer sangrar
cuerpos humanos.

IV

Lo grotesco es lo humano.
Si no fuera así, sería natural.
Compartir un gargajo por dos bocas,
vomitar la misma bilis en cuatro labios.
¿Es asqueroso? Bien, he aquí
una definición real de amor.

V

Admiro a esos ganapanes que tejen
supuestamente belleza con música
y a las adolescentes que chorrean
flujo por esos estribillos malsonantes.
Ellos y ellas se quedan siempre a las puertas.
Sólo quien ha saboreado el pus ajeno,
el menstruo de otra, los mocos de un extraño
puede realmente construir belleza con lo simbólico.
Pues sólo ellos saben que la belleza
no es un fin sino una barrera.

VI

Destripar, desollar, desgajar, desmembrar.
Todos verbos de liberación,
todos verbos de libación.
Búscame en cada uno de los trozos
más sangrientos, más profundos,
pues únicamente allí podrás descubrir la verdad:
que nunca fui algo, que siempre fui cuerpo
y que las palabras que pudieron enamorarte
pertenecen al registro tranquilo de la magia.
Y que sólo tú fuiste la hechicera,
pues de mierda y sangre
lograste inventar un lenguaje.

VII

Mi piel se escama infinitamente
y soy capaz de producir caspa
en los codos, en la espalda, en las piernas.
Mi obesidad se obsesiona cada vez más
y cuanto más espacio ocupo
menos pertenezco al registro humano.
Soy la mancha en el ideal,
la calavera en el cuadro.
Mi cuerpo se pudre en vida
con la nueva lepra de lo contemporáneo:
lo psicosomático.
En mí no existe la barrera de la belleza
y tampoco la de lo verdadero.
Soy la muerte consciente de sí.
Soy el grano en el culo de la vida.
Con todo su pus, con toda su mierda.
Y aún así, ¡sorpresa! Soy capaz de escribir.

VIII

Cuando dos sacos de entrañas se enamoran
puede pasar que conciban otro pequeño
saco de entrañas al que llamarán hijo.
Pero ni es suyo ni es hijo.
Es sólo la muerte renacida en una
nueva funda.
A este nivel desde donde hoy escribo
no hay vida, ni amor, ni deseo, ni sueños.
Sólo hay cuerpo y lo que ello significa:
trozos de carne, flujos espesos,
muerte declinada en apariencia vital.

No hay comentarios: