jueves, 8 de agosto de 2019

Torsiones

I

Alamedas tachonan mis brazos y me tatúan su sombra,
tachado cruzo la vida sobre resplandores apagados.
Me sorprendo todavía al seguir sosteniendo
mi propio reflejo irreconocible en sus ojos.
Espacio despacio los lazos lacios del cartapacio
donde pulsan los proyectos de los desesperados.
No hay recuerdos tallados cuando despertamos,
es la misma pesadilla recurrente la que persiste:
no conozco el lugar, pero ese lugar me invade.

II

Se compone de humo de mármol,
de música astillada en crescendo,
de aguamarinas sin engarzar,
del hiato entre dos idiomas,
del peso de la sombra de mil cipreses,
pero sigo sin entender qué abarca
ese momento en el que nos quebramos.

III

Quiero reinar sobre los agujeros, sobre los abismos,
sobre las espirales vacías de los desfiladeros.
Ahí donde nada puede sostenerse busco mi corona.
Tengo la esperanza de que si gobierno sobre los huecos infinitos,
podré convertirme en tiempo, recordaré todas las primeras veces
antes de que la repetición las apague en el frenesí de lo habitual.

IV

El tacto es una fuga enloquecida,
por eso los ciegos orbitan en torno a un sol
de pieles.
No por pasión se buscan los cuerpos,
sino para mantener los ojos cerrados.
Habría que examinar las causas de la ceguera.
Ciego es el amor, ciega es la ignorancia,
ciega es la tranquilidad.
Sólo existe una calma que soporte la visión,
la llaman serenidad
y ella siempre exige transitar por la pérdida.

V

¿Qué hago cuando digo cadencias esteparias,
nudos líquidos de bramante, relámpagos amordazados?
¿Qué hago cuando escribo trasteros de añoranza,
punzante piedad silente, naufragios ardientes de la luz?
Creo. Creo universos. Universos quebradizos de sonidos
que colapsan sobre otros universos quebradizos de sonidos.
Escribir es abrir el infinito y hablar es iniciar el infinito de infinitos.
Tal vez por eso Lacan creía que el lenguaje
es el verdadero nombre de Dios.
Si hablar es lo único humano, Dios tiene que ser humano.
Dios, que se declina en sangre enamorada,
en linajes perdidos de gorriones, en cuevas partidas de despedidas,
en átomos planetarios, en verdades de vidrio, en sollozos de rocas,
en metal masticable, en universos quebradizos de sonidos
que colapsan sobre otros universos quebradizos de sonidos.

VI

Envolver un látigo con la bajamar
o descubrir el pulso en una huida.
Avanzar desfasado, existir a traspiés,
darse cuenta de que uno vivió
porque algo se ha perdido
y saber que se perdió porque se recuerda.
Hacer un museo de los errores.
No sé si todo eso compone un fragmento de algo,
tal vez del paso del tiempo, quizás de un roce,
desde luego que no de un aprendizaje.

VII

Música, hay música. ¿No la oyes?
Hasta en la decepción hay música.
Sí, sé que no toda música puede bailarse.
Pero hay música.
Escucha,
es la melodía escarchada del adiós,
la fanfarria épica de la hipocresía,
el arpegio retumbante del deseo,
los violines aullantes del valor,
la sinfonía abrupta del amor,
el concierto desesperado de la vida.
Escucha, dentro de mí suenan levemente
las notas en pizzicato de tu nombre
junto a la estática percusión en granizo
de mi nada.

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