viernes, 16 de diciembre de 2011

La función de comentario

Hay un peso demasiado intenso en la palabra escrita. Por un lado reafirma algo, por otro, lo congela, lo coagula. Y la única forma de seguir dando ritmo y liquidez es, precisamente, escribiendo, creando nuevos coágulos que serán empujados por otros posteriores.
Así me represento la función de comentario de Foucault.
Efectivamente, esta entrada es para seguir con la teoría.
Me justifico pensando que escribo sobre Foucault y Lacan para explicarlos un poquito más a quien lea toda esta densidad (pero son poquitos, afortunadamente).
En realidad, lo hago por el mismo motivo que empecé este blog hace cuatro años, para ordenarme yo. Como bocetos para temas más amplios. Pequeños desbrozamientos de la maleza que constituye mi caos intelectual.

La función de comentario que trataré de explicar siguiendo el guión que Foucault introduce en su obra "El orden del discurso", sirve para dar más solidez y sentido lógico a ideas que ya he manejado en entradas como La posición del saber, El discurso disciplinario de la salud mental o En defensa del psicoanálisis.

La obra en cuestión es la primera clase que Foucault da como titular de la cátedra de Historia de los Sistemas de Pensamiento. Es una conferencia donde plasma lo que quiere investigar (e investigará) en los años posteriores.
Esta cátedra pertenecía al Collége de France, un centro donde al catedrático se le exigía cada año una investigación original.
La asistencia era gratuita y estaba pensada con el fin de que los oyentes ayudaran al investigador, le cuestionaran o le aportaran cosas. Un sistema educativo donde el diálogo era lo primordial.
Hago esta mención para comparar las universidades de este glorioso país que orgullosamente habitamos y defendemos y sus "insignes" catedráticos con ese sistema de enseñanza.

Entrando en harina, Foucault desarrolla en esta conferencia la problemática del control de los discursos en una sociedad dada.
Para decirlo sencillamente, una sociedad con sus focos de poder produce discursos con el fin de justificar ese uso determinado del poder y a la vez mantenerlo. Por tanto, necesita controlar el flujo de los discursos que produce para seguir manteniendo los mismos y evitar discursos diferentes que pongan en cuestión los dominantes, no vaya a ser que les arrebaten el poder.
Una aclaración. Para pensar estas ideas debemos alejarnos de la concepción "clásica" de poder social, en la que una cúpula controla al resto. El poder social desde la perspectiva de Foucault es como un mar en el que estamos inmersos. "Una malla" dice él. Una red. El poder fluctua y se mueve, cambia de manos, de individuos, de grupos, pero siempre existe.
Por eso los mecanismos de control de los discursos provienen del fondo de la sociedad. Fondo entendido como la capa más profunda. Provienen de la cúpula del poder, claro, pero también del resto de los mortales, de los mecanismos y dispositivos que la tecnología proporciona, de las ramas de saber que se van creando, de conductas, hábitos, inventos, arte... De todos lados. El poder no es la piedra que se arroja en el agua (que sería la cúpula de elegidos dominando al resto), sino que son las ondas del agua. Sólo que no hay piedra lanzada (o si la hubo, hace muchísimo tiempo que se olvidó al lanzador), sino que nada más que hay ondulaciones.

Dicho esto, Foucault distingue tres grupos de procedimientos por los cuales una sociedad limita la producción de sus discursos:

1) Procedimientos externos al propio discurso:
- Prohibiciones (no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, no se puede decir todo).
- Oposición entre razón y locura.
- Oposición entre lo que se considera verdadero y lo que se considera falso.

2) Procedimientos internos al propio discurso:
- Función de comentario.
- Función de autor (no como persona individual, sino como instancia que da coherencia y unidad al sentido del discurso).
- Las disciplinas

3) Procedimientos que determinan las condiciones de utilización de los discursos:
- Rituales
- Las doctrinas
- Las adecuaciones sociales.

Evidentemente todos son interesantísimos, todos tienen su sentido y todos están relacionados. Sin embargo, como esto no es un libro ni un spoiler (quien quiera saber más que lea la obra, no tiene desperdicio, como todo lo de Foucault), me voy a centrar en la función de comentario.

La función de comentario se encuadra dentro de los procedimientos que controlan al discurso desde dentro del propio discurso. Estos procedimientos internos tratan de evitar que aparezcan cosas diferentes dentro del discurso dominante. Tratan de controlar la dimensión del azar. No sea que por casualidad el discurso diga algo diferente de lo que quiere el poder que se diga.
La función de comentario actúa sobre ciertos discursos "clave". Son discursos que están en el origen de determinadas ideas, de determinados actos. Son discursos que no dejan de decirse y a la vez "permanecen dichos".
O sea, la función de comentario no actúa sobre, por ejemplo, una conversación entre dos personas sobre el tiempo o sobre el día que están teniendo, sino sobre discursos que aunque no se enuncien constituyen toda una estructura social: discursos filosóficos, religiosos, jurídicos y, ahí es donde realmente quiero llegar, discursos científicos.
Foucault recalca que los discursos no son textos. Es cierto que hay textos religiosos o científicos que desaparecen, se desechan o evolucionan. El discurso es lo que posibilita estos textos y la función de comentario es una FUNCIÓN DEL DISCURSO. Por tanto, aunque el texto desaparezca, la función de comentario se mantiene.
¿Y qué narices es el comentario? El comentario no es más que el desfase que se produce entre un texto y el siguiente.
Vamos a poner un ejemplo. Tenemos a Marx y a sus textos. Después llega Lenin o Bakunin y escriben "lo que Marx realmente quería decir es esto...". O tenemos a Hegel y su fenomenología del espíritu y llega Sartre y escribe "lo que quería decir realmente Hegel es tal cosa". O tenemos a Freud y llega Lacan y dicta "lo que estaba realmente implícito en Freud era la distinción entre Real, Simbólico e Imaginario".

Foucault analiza la trampa engañosa del comentario. Por una parte, permite construir (y además indefinidamente) discursos nuevos. Es decir, siempre se puede estar interpretando lo que un texto quería decir en realidad. Eso abre un abanico infinito de posibilidades y de interpretadores sobre un supuesto sentido oculto del texto original.
Pero por otra parte, "el comentario tiene por cometido decir por fin lo que estaba articulado silenciosamente allá lejos. Debe, según una paradoja que siempre desplaza pero a la cual nunca escapa, decir por primera vez aquello que sin embargo ya había sido dicho. [...] El comentario conjura el azar del discurso al tenerlo en cuenta: permite decir otra cosa aparte del texto mismo, pero con la condición de que sea ese mismo texto el que se diga, y en cierta forma, el que se realice. [...] Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno".
He preferido citar textualmente a Foucault para no caer en la trampa que estoy describiendo de la función de comentario.

El engaño es ese. Tenemos la impresión de que se dice algo nuevo, cuando lo que se dice todo el rato es lo que ya estaba dicho desde el principio. De hecho, así se justifica que se diga algo nuevo, porque era "realmente lo que quería decir el texto".
Así, diciendo todo el rato lo mismo pero con el espejismo de que se dice algo diferente, el discurso se controla a sí mismo. Controla que no haya azar que pueda poner en juego algo completamente diferente que produciría el cambio de discurso y, por tanto, de poder.

Claro, yo que defiendo a Lacan a capa y espada, no puedo dejar de ser consciente de que el poder de Lacan estriba en lo que él mismo llega a decir "Yo soy el que realmente ha leído a Freud". Es decir, la función de comentario en psicoanálisis es preeminente. Quizá porque no hace ni un siglo que Freud murió.
Sin embargo, muy a su pesar, Lacan acaba haciendo un cambio de discurso total. Porque en Freud no estaban los registros real, simbólico o imaginario. No estaba el objeto a, no estaba el nudo borromeo y no estaba el "notodo" ni "lalangue".
Entonces, el texto freudiano "desaparece" con Lacan o, más bien, se oscurece. Y ahora sólo hay comentarios sobre lo que Lacan quería decir realmente. Y el poder en psicoanálisis va por esos derroteros. De alguna forma se es consciente de eso. De hecho, a Lacan le expulsaron de la sociedad de psicoanálisis más prestigiosa en Francia por todo lo que estaba diciendo y que "realmente" no era lo que decía Freud.
Vale.

Pero la función de comentario que me gustaría mostrar es la que tiene la ciencia hoy en día. Y más concretamente la psiquiatría biológica.
En Medicina Basada en la Evidencia a nivel de psiquiatría sólo se hacen estudios que comentan una y otra vez el sustrato biológico de la "enfermedad mental".
Sustrato que de ninguna forma se ha explicitado.
Aquí la función de comentario es más radical, pues ni siquiera interpreta textos, sino que interpreta datos (siempre de los mismos instrumentos de medida) para decir con nuevas palabras, exactamente lo mismo que se lleva diciendo desde que la psiquiatría vendió su alma a la ciencia. A saber, que toda patología mental es biológica.
De la lesión cerebral, se pasó a la lesión neuronal, de la lesión neuronal se pasó a la disfunción bioquímica, de la disfunción bioquímica se pasó al gen que lo causaba todo y del gen que lo causaba todo se está pasando a la poligenia o "patrones de genes combinados".
Palabras, conceptos nuevos que comentan exactamente lo mismo una y otra vez.
Vemos claramente cómo la función de comentario aquí impide cualquier azar o discurso distinto (psicologicista o sociologista).
Con todos los comentarios sobre que la enfermedad mental es biológica, se van creando toneladas de papel, millones de letras en internet que pesan y, por el aparente peso, no de las palabras, sino de su sustrato físico (papel, espacio en disco duro, páginas webs...) parece que esa idea es en verdad real.
Ahí está el poder del comentario. Cuantas más veces se dice lo mismo con apariencia distinta, más "peso" adquiere esa idea.
Por eso me representaba la función de comentario como un coágulo que necesita de otros para desplazarse. Pero siguen siendo coágulos. La esencia es la misma, aunque la forma sea distinta.
Quizá en otra ocasión pueda tratar de pensar cómo romper esa función de comentario y enlazarla con la idea del psicoanálisis como discurso que permite el cambio entre discursos y como destructor temporal del comentario en cuanto a salud mental se refiere.

De momento sigamos engañados. ¿No es eso la felicidad, un engaño? Schopenhauer me daría la razón.

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