martes, 3 de noviembre de 2009

Tú, que me miraste con superioridad y tuviste la engañosa sensación de creer que estabas por encima de mí.

Tú, que tratabas de imponerme tu ignorancia como dogma y tu opinión vacía como ley irrebatible.
Tú, que me escupías palabras de desprecio porque el miedo a enfrentarte a tu propia necedad era demasiado grande.
Tú, que destrozaste a patadas cualquier intento de acercamiento, quizá porque necesitabas reafirmarte en una despreciable categoría que consideraste prestigiosa socialmente.
Tú, que antepusiste tu profesión a tu humanidad.
Tú, que necesitas la aprobación de los que consideras iguales para valorarte.
Tú, que disfrazas de falsa condescendencia las ideas que violan con la fuerza imparable de la lógica, el sentido común y la ética tu mediocre y pervertida concepción del mundo.
Tú, que siempre has considerado que la mejor defensa es un buen ataque, incluso ante palabras que trataban de entenderte, ayudarte y tenderte visiones alternativas.
Tú, cuyo enorme ego parece imposible que quepa en una mente tan pequeña.
Tú, producto abyecto del sistema en el que tratas de encajar a costa de otras personas, ideales o valores.
Tú, que en el fondo necesitas el poder, cualquier poder, ante los demás para que no se sepa lo insignificante que realmente eres.
Tú, cuyo narcisismo raya la paranoia.
Tú, ente superficial, vil, bestia despojada de conciencia, psicópata sin empatía.
Tú, que como máximo principio ético sólo tienes las apariencias, que eres una imagen y no un alma. Una caricatura, no una persona.
Tú, que hablas con la certeza que da la ineptitud y, por tanto, siembras odio.
Tú, cuyo futuro es la amarga infelicidad del que sacrificó su esencia (en tu caso escasa) por un segundo de gloria, aunque ésta sea falsa e hija de la fachada social.

Tú, que me miraste desde una altura en la que sólo tú te habías colocado,
te digo que, en el mejor de los casos me envidias porque he recibido una educación en la que se me ha enseñado a pensar, porque he empleado mi tiempo de estudio en comprender lo que leía y no sólo en memorizar como un estúpido mono, porque sientes que has de destruirme aunque yo jamás tuve intención de atacarte, sólo porque a mi lado salen a relucir todas tus carencias.
En el peor de los casos, yo soy sólo tu reflejo. Por tanto, aun en los defectos, sigo siendo tu igual.
Despreciable aborto de institución, execrable ser ávido de reconocimiento social.
Eso eres, aunque incluso eso te viene grande, porque cualquier adjetivo peyorativo se vuelve superlativo cuando trata de describir a alguien que en realidad no es nada, no es nadie.

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