domingo, 22 de noviembre de 2009

XVIII Jornadas de encuentro en salud mental

¡Miradnos! Hemos organizado un acto social como un espejo que nos refleja.
Refleja lo comprometidos que estamos con la institución, refleja lo máximamente mínimo que hemos avanzado.
Refleja nuestra hipocresía, porque al cambio de los valores por los que elegimos esta profesión lo llamamos "evolución", "maduración", cuando la palabra es retroceso o cobardía.
Y, por encima de todo, refleja nuestro narcisismo insolente y prosistema.
Todos comentaban "Yo estuve allí, en el inicio de la reforma psiquiátrica", pero el mensaje implícito reforzado por el paralenguaje y la conducta no verbal era "gracias a mí la reforma psiquiátrica fue posible".
Allí estaban los veteranos (y los que no eran veteranos pero que trataban socialmente de aparentarlo) dándonos lecciones sobre su experiencia y su grandísima contribución a la salud mental y a la desinstitucionalización.
Es bastante irónico que las bocas de los líderes institucionales se llenen de propaganda sobre desinstitucionalización.
Y se reforzaban entre ellos. Son los compañeros del batallón de secretariado que jamás participó en la guerra, pero que la recuerdan mejor que los que murieron en ella. Y no es de extrañar, pues tienen la misión más importante de todas: el contar la guerra, que es a la vez la más peligrosa, porque no la cuentan, sino que la manipulan a su favor sin ningún conflicto moral.

Ellos abrían las jornadas afirmando "estar al margen del discurso institucional y científico ortodoxo". Creo que es un excelente ejemplo de hipocresía y de formación reactiva.
La mayoría han sido alabanzas a la institución e incluso han puesto ejemplos y han "demostrado" su participación y arrojo con estadísticas y estudios al más puro estilo de Medicina Basada en la Evidencia.
Lo más curioso es que ellos echan la vista atrás y afirman que se ha avanzado. Lo difícil hubiera sido que los manicomios se mantuvieran abiertos cuando toda una revolución política abogaba por la igualdad y la libertad.
Esos personajes institucionales se regocijaban en su idea de progreso, cuando los únicos cambios que ELLOS HAN LOGRADO han sido sólo a nivel superficial.
Nadie (a excepción del último ponente, curiosamente fuera de la institución) se había planteado las consecuencias que estaban logrando con su "revolución antipsiquiátrica".
Al final era una lucha de poder, como se ha ido demostrando a lo largo de estos 30 años.
Al final, estos entes institucionales que tan bien han aprendido el doble juego democrático, se instalan en sus puestos y burocratizan un sistema que por fuerza ha de ser libre. Convierten a los trabajadores en recursos, a los pacientes, en números que puedan usarse para cobrar la tan ansiada productividad.
El manicomio antiguo era la antigua fábrica de montaje.
El sistema de salud mental actual es un conglomorado de empresas que tiene hasta sus franquicias (Comunidad terapéutica, URA, hospital de día...) Todas gobernadas con el objeto de obtener más beneficio, más dinero, más poder político.
Y, como ya se debería saber, esos objetivos son la antítesis del que mueve al clínico, es decir, el objetivo de pensar.

Pero también estamos nosotros. Recién llegados que acabamos de entrar y que vamos viendo, para nuestra desgracia, cómo han montado en el nombre del progreso, el ámbito de la salud mental nuestros predecesores.
Y nos quedamos callados y no decimos nada, por miedo, porque están nuestros jefes delante, porque hemos sido educados en el respeto a la autoridad, en lugar de en su cuestionamiento.
Nosotros, que no nos levantamos para decir lo que pensábamos.
Para decir que las experiencias de otros, por muy veteranos y revolucionarios que fueran, jamás podrán ser repetidas por nosotros y, además, están descontextuadas.
Para decir que no queremos escuchar cómo se besan los unos a los otros.
Para decir que el cambio no es lo que hicieron ellos (con todo un escenario público, político y social que les EXIGÍA hacerlo), sino que el cambio es lo que nos toca hacer a nosotros (arreglar el despropósito de la institución, exigir que se nos devuelva la libertad de pensamiento que nos fue arrebatada), es decir, cambiar lo que desde ningún ámbito público, político o social se nos pide, pero que vemos que no funciona. Cambiar lo que el poder no quiere que sea cambiado porque se sustenta en él.
Para decir que hubiéramos sacado muchísimo más provecho de un día de consultas o de lecturas que de estas jornadas vacías y narcisistas.
Para decir que a los residentes se nos puede enseñar técnicas, actitudes frente a pacientes, teorías y formas de expresarnos, pero JAMÁS se nos tiene que enseñar a pensar como piensa la institución, no se nos tiene que enseñar experiencias ajenas, no se nos tiene que enseñar a cómo lamernos el culo unos a otros tras años de lucha por el poder y estancamiento de sintomatología y su tratamiento.

Pero no nos levantamos, muchos por miedo, otros por indiferencia.
Yo no lo hice por las dos cosas.

No hay comentarios: