martes, 18 de diciembre de 2007

Hoy les toca a ellos

He decidido afilar el teclado del ordenador y la mente para hablar de esos excelsos personajes.

Son los héroes nacionales. Idolatrados como dioses.
Parecen la auténtica luz celestial, capaces de las gestas más épicas, de las conquistas más homéricas.
Los deportistas profesionales.

Apenas saben encadenar dos frases seguidas gramaticalmente correctas y siempre han de finalizar con el sempiterno "¿no?".
Jovenzuelos (y algunos no tanto) escandalosamente incultos, podridos en tal cantidad de dinero que supera el cubo del cuadrado de la énesima potencia de su edad elevada al infinito.

Eso sí, forma física no les falta. Son cuerpos perfectos en su sincronía, resistentes, fibrosos, atléticos. Desgraciadamente no les sirve para escapar de animales feroces, ni para procurarse alimento cazando.
No, sólo sirven para entretener a la misma masa vacía y estúpida de siempre... Y para algo más.

Mientras mi equipo gane la liga, mientras un tenista español se lleve la ensaladera, mientras un piloto de carreras siga quemando caucho en circuitos perdidos de la mano de Dios ¿qué me importa la hipoteca? ¿qué me importa la subida de los precios? ¿qué me importa la constante violación de derechos individuales y colectivos? Y si me importa, si me preocupa algo, rápidamente se ve compensada con la alegría hueca de estos cuasitriunfos.

Los deportistas cumplen una función social y no lúdica precisamente. El antiguo adagio romano sigue siendo válido hoy: mientras la plebe esté entretenida, dejará tranquilos a los que manejan sus vidas.

Por eso los deportistas, por eso las fiestas (que ya hablaré de ellas otro día).

No les soporto. No soporto su descaro, su falta de vocabulario, su egolatría disfrazada de humildad, su papel de ser "los elegidos", sus coches caros, sus carteras llenas, sus múltiples casas, sus autógrafos.
No soporto a los deportistas profesionales ni a la función que cumplen.

Pero seguimos viéndoles, seguimos en la enfermiza homeostasis que rige nuestro día a día.
Ojalá veáis que hay otras formas de entretenimiento, que hay otras maneras de pasarlo igual de bien en los bares y no sólo con la vista fija en una pantalla que no enseña absolutamente nada.

El deporte profesional no es noble (como se empeñan en hacernos creer todos los que viven de él y no son capaces de adaptar sus vidas), es absurdo.
El deporte profesional no une a las personas, las separa y las hace entrar en un estado de peligrosa desindividuación.
El deporte profesional no es humanitario, es negocio, es venta, es una empresa (como todas las religiones, pero al menos ellas intentan vender paz espiritual).
El deporte profesional es bazofia, y basura comen los que se alimentan de él directa o indirectamente.
Y nosotros somos subnormales profundos (menos de 20 puntos de C. I) al seguir suministrándoles nuestro dinero y, lo que es peor, nuestra atención.

La música manda:

Madness (Joe Hisaishi)
Capricho Nº 24 (Paganini)
My New World (Transatlantic)

Más libros, más libres:

Caníbales y Reyes (Marvin Harris)

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